Capítulo 7: Sed de sangre
La luna derramaba su luz espectral sobre el cuerpo sin vida de Melissandra. Su pálida piel, antes tibia y sonrosada, ahora parecía cincelada en mármol.

Carlos lloraba abrazándola con el alma hecha jirones, implorando a los cielos que le devolvieran a su amada. Pero sus ruegos solo encontraron el silencio de la noche como respuesta.

Pasaron las horas y el frío del amanecer calaba hasta los huesos, pero Carlos estaba entumecido por el dolor. Fue entonces cuando la fría luz del alba arrancó un destello en la hierba que capturó su atención. Un collar con el símbolo del Toro... era el collar de su primo Darío.

Y como un relámpago infernal, la comprensión atravesó su mente atribulada. Aquel maldito les había tendido una trampa. Recordó la mirada libidinosa de Darío siguiendo los pasos de Melissandra por la casa. Y ahora, su cadáver yacía junto al collar de su primo como una confesión muda de sus viles actos.

Un grito desgarrador surgió desde las entrañas de Carlos. ¿Cómo pudo Darío traic
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