Elena Voncelli.
Hoy soy libre de ir, y de tener el placer en mis manos. Por muchos años esperé estar en el lugar que me hará ganar el deseo, y es el indiciado para el comienzo de todo.La vida no era justa conmigo, sus días estaban en contra de mí, las expectativas de la existencia son inválidas a la sed de venganza. Pero, nació lo real, lo inicial de una ardua competencia. Y no me dejaré vencer, no ésta vez.Ser Voncelli es un desafío, un riesgo, un peligro, llevar el apellido marcó mi vida, la historia de mi destino.No existe el ser bueno, sólo maldad.Veo la fotografía de mi madre abrazada con mi padre, y la ausencia de no tenerlos aquí en mí clava fuerte. Su dolor es el motivo de la razón de lo que soy, y de lo que seré por siempre.Estoy anclada a la cruel verdad, a lo que otros labios dicen de mí.Sin embargo, decidiré apostar, a dar lo mejor.Dejo de ver la fotografía, inhalo hondo y doy salida.Mi padre, Francesco Voncelli está en prisión, la deuda del pasado me arrojó a la ruina, a él a una condena y a mi madre, Juliana, a la muerte. Un final infeliz.Entrené día a día, sin cesar, luché contra mí, y el verme entrar en el lugar del éxito me empaña el corazón de esperanza. Aunque esté sacrificada al no amar, a no sentir, en fin, es un cadáver que habita dentro de mí.Suspiro con una sonrisa en mis labios.Entré al casino de mi padre, un negocio que fue robado por sus enemigos, cubro mis ojos con una máscara especial para la ocasión, darían inicio al aclamado juego por el mundo, el póker.Observo cada detalle, a cada invitado, incluso detectar su identidad. Tomé una copa de vino blanco, y doy un sorbo a la copa.Unos minutos después llegó el presidente de la República, bajo vigilancia de sus escoltas, en el salón abren espacio para su entrada, sólo me limité a mirar. Su presencia no es de mi agrado.La mayoría aplaudían, otros soltaron silbidos con elogios, él es uno de lo más buscado en el mundo negro, es el precio del dinero lavado envuelto de gala.Martín, unos de mis aliados de la DEA me aconsejó que diera con él, porque tenía la certeza que podría ayudar en mi plan. Sin embargo, tantear no estaría mal, además no es de mi confianza.Seguí con mi análisis, evaluando cada ritmo de la celebración.El presidente dio unas declaraciones, y alegó ser unos de los resultados más exitosos.Yo, me atraganto.Qué ironía de la vida, llamar éxito lo que es un robo.De repente un mesero me tiende detrás de mí un vaso con agua. — Las noticias de búsqueda en veces son difíciles de procesar. — susurra el muchacho a mi espalda.Voltee a mirarlo. — ¿De qué hablas? —inquiero acercándome a él.Su comentario me dejó con intriga, yo no soy delatarme con facilidad, y sus palabras lo han hecho.Y debe tener una razón para hacerlo.— Nada, sólo es un decir. — expresa sin importancia y se retira. Pero lo seguí.Oh, no.Él aceleró su paso, y yo el mío.Su intención es huir y no lo dejaré.Alessandro Cowell.Verla brillar bajo la luz del salón de juegos derritió barreras, su belleza imponente dejó al alma en blanco.La misión tiró al punto exacto.Desactivo el micrófono puesto en mi reloj, y me acerqué a su lado sosteniendo la bandeja de plata con agua y copas de champán. Edwards, mi compañero de misión me alerta con una fría mirada, pero lo ignoré.Lo haré a mi modo.La conocía, era Elena Voncelli, la niña más buscada, pero hoy en día es toda una mujer, con un aspecto diferente, frío. Sus ojos demostraban que nada con ella sería fácil.Su vestido rojo ajustado a su cuerpo, un poco más en sus curvas, con una sensual abertura en su pierna izquierda, su cabello lacio cubriendo su espalda, su perfil detrás de una máscara.En realidad, es de admirar pero a vez de andar con cuidado.La detallo detrás de su espalda, está concentrada en los labios del presidente, a quién mi deber es proteger, media con disimulo cada gesto, sus ojos fijaban en él un sentimiento no genuino, está herida, dolida y atormentada.Un hecho que mantienen bajo perfil, Elena es su nieta, ¿por qué lo odiaría tanto?Roberto lleva años en su búsqueda, en sus anuncios confidenciales con el director de la DEA notificó que tenerla a ella, es traer de vuelta su hija.Es un acto de amor.De pronto, la escuché ahogarse al escuchar las palabras de su abuelo mencionar el logro obtenido, el casino.Su rostro cambió a ser más áspero, sus labios se contraen contra sí. — Las noticias de búsqueda en veces son difíciles de procesar. — susurré detrás de su espalda.Enseguida se voltea y fijó sus ojos en mí, ardían en llamas, sus cejas entrecerradas.La alerté, lo que dije es una señal de la verdad. Pero de mí no podía enterarse, no es permitido por el código de ley.— Nada, sólo es un decir. — expresé sin darle importancia a lo dicho, y me retiro.Ella hizo una mueca en sus labios, lo deduje. Pero, en segundos, decidió seguirme.Enciendo el micrófono, acerco a mí con disimulo mi mano. Y la voz de Víctor salió. — Escóndete, la llevaste al fondo, hombre. Yo me encargaré de lo demás. . — ordenó con agilidad, siguiéndole los pasos a Elena.Elena Voncelli.De un momento a otro, disparos invadieron el salón de juegos, los invitados gritan de horror, unos se esconden bajos las mesas, otros corren a la salida. Decidí ir por la salida secreta, mi padre la hizo para casos de emergencias.En eso, un hombre atrapó mi brazo y azotó a la pared. Chillé por su manera de ser con una dama, y sin medir le solté un golpe en su entrepiernas, el hombre echó de mi brazo a un lado doblándose del dolor.— Jamás vuelvas a tocar de mí. — amenacé cerca de su rostro, le quité su máscara secreta, y lo tomé por el cuello en un agarre rudo clavándole las unas en su piel.Es un implicado. — ¿Quién te envió? — inquiero apretando mi mano en su cuello.Él sonrió. — El diablo. — contestó con poca voz.— ¿Y quién es él? — seguí mientras tanteaba sus bolsillos.— Francesco Voncelli. — zanjó sin aliento.¿Mi padre? Él no es.Tomé el arma en mis manos de su cintura. Y apunté en su cien, y le disparé.El hombre cae muerto al suelo, doy un segundo disparo, y me dirijo a la salida oculta.Al estar en la puerta pequeña de color gris, escucho un ruido en un cubículo.Me acerqué, giré la perilla de la puerta.Tenía seguro. Está alguien allí.Alessandro Cowell.Después de cometer el error de ser evidente a su vista, su perfume me persigue, sus ojos están en mí, lo puedo sentir.Alojo la bandeja en el mesón de servicio, y me largo al baño privado. Justo la que está al lado de la puerta eléctrica.La salida.Disparos, gritos, chillidos, amenazas se llenó el casino.Un traidor está dentro de nosotros.Es un sabotaje.Comienzo a quitarme el traje de mesonero. Al estar listo para escapar un balazo impactó la puerta del baño.Y su silueta apareció ante mí apuntando con el arma.Qué mujer, qué ovarios tenéis.Amedrentar a un jefe de la DEA sin temer las consecuencias, es todo un reto.— Termina lo que dijiste allá. — entró diciendo sin bajar el arma.— Te expliqué que no es nada de importancia. — aseguro con calma.Elena ajusta el arma para disparar. — Dime o eres hombre muerto. — amenazó acercándose más.Le sonrío, su carácter me lleva a lo prohibido. Su mirada, sus labios rojos, su color de piel, su modo de ser, rudeza con una sensualidad.Calentó al corazón.Ardió el deseo de tenerla.Y en un acto, la tomé y la pegué contra el lavamanos. Y la azoté el arma al suelo.Y sin más, olvidando la ley.La besé, la abordé en pasión, con mis labios la desplacé al deseo, a tener el máximo placer.Sin embargo, soltó un disparo.Elena VoncelliSolté el gatillo del arma, sin tener noción a quién apuntaba, el forcejeo entre él y yo, al sentir la bala fría adentrar a mi cadera solté un aullido de dolor, me doblé en su regazo.Él se quedó mirándome con horror de lo que había hecho. — Joder, pequeña, ¿por qué lo hiciste? — me aborda con las manos nerviosas tocando la herida. Yo sentía mi respiración irse, el dolor agudo me descolocó por completo, y sin más lo miré fijamente. — Sálvame, por favor— rogué con la voz débil y caí inconsciente.Francesco Voncelli.La llamada de Alberto alteró lo peor. El plan perfecto terminó siendo un absoluto desastre.Camino de un lado a otro con las manos en mi cabeza, en mi celda, el policía que vigila de mí me observa bajo perfil, y se posiciona en caso de alguna acción que pueda hacer.El deseo de acabar con él crece cada vez más.El policía recibe en su radio la orden de visita. Y en un sólo gesto de sus ojos lo entendí.Alberto al llegar a mi celda, soltó todo. — Roberto la e
Elena Voncelli. Apagué mi cabeza de sus razones retumbar que lo que ideé está mal. Desabroché mi sostén y lo tiré a la cama. Él aún seguía con sus ojos cubiertos y cerrados, no decía ninguna palabra. Se quedó porque sintió lo que sentí, ningún hombre lo hizo cuando estaba conmigo. Era sólo desahogo y ya.Sin embargo, con Alessandro es diferente. Él lo desea, en sus ojos, en su piel lo puedo ver. Me acerco a él a pasos lentos. Y estando frente a él, quité sus manos sobre sus ojos.— Yo…— tartamudea al verme ante él.— Tómame, ahora. — le ordeno con voz suave.— ¿Segura?— Hazlo.Tomó en sus manos mi cintura y la acercó a su boca, y comenzó a besarme.Dio con mi deseo en qué parte quiero, y cómo lo quiero.Su lengua en mi piel me llevó dejarlo todo atrás, a dar un gran nivel gusto.Se apoderó de mi cintura con su boca, pero con sus manos me estaba dando lentas acaricias en zona intima.Al sentirlo gimo de placer, tomándolo por sus cabellos. Y prosiguió en hacerme suya con su
Elena Voncelli.Desperté abrazada a él, sintiéndome diferente, protegida, con mi respiración en calma, a su ritmo normal, de una manera que jamás la sentí en mi vida.Al principio me negué a tener que traer a la realidad aquel sueño, pero la razón apagó todo y dejé hablar al corazón. Estoy experimentando una experiencia única a su lado, y sé que apenas es el comienzo de un todo. Sé que no lo conozco completamente, pero el corazón sí, en mí percibo de conocerlo toda una vida, como si Dios lo encomendó sólo para mí. Aunque en mi cabeza están las razones que no deseo escuchar, ni las haré.En mis pensamientos apunta a dejarlo, a irme al lugar en el que estaba presa día y noche, en realidad, no tenía vida allí, pese a que mi padre me decía."Allí estarás a salvo, hija. Confía en mí"Un hecho que en mí no procedía a tener, la había arropado la duda, el dolor, y más la muerte de mamá.El modo de ser de Alessandro es atractivo, aventurero, es… ¿me enamoré?Me sonrojé al preguntarlo interna
Alessandro Cowell.La invitación a viajar a las mejores playas del mundo, es un lujo. Nunca en mi vida viví una vida llena de dinero, de comida, de ropa, de todo que quiera. Crecí un barrio llamado “La muerte” aquí en Colombia, mi madre vendía empanadas en las calles, y mi padre era un adicto al alcohol. Éramos escasos en todo, jamás llegué a tener nada, lo poco que mi madre Esmeralda me daba, mi padre Octavio lo destruyó en sus peleas.No crecí en cuna de oro, por la razón que conocí al camino fácil, el mismo que conllevó a cometer delitos, tras delitos, creando un peligroso expediente. Me involucré con los mayores narcotraficantes para la entrega de mercancías, ajustar cuentas con los deudores que hoy en día son cadáveres. Duré muchísimos años en ello, envuelto en la mafia, pero en una perdí todo, y caí en manos de la justicia.Pasé diez años en la cárcel, intentando salvarme de todo, enfrentarme a grandes y peores hombres que yo, sus acciones eran múltiples y pesadas que las mías
Francesco Voncelli.—No lo quería hacer, Alberto. Pero él muy desgraciado, hijo de perra me amenazó con matarla. —le digo a Alberto. Y me llevo las manos a la cabeza.—La vendiste al diablo. —anuncia él y sé lo dice y por qué lo dice.—La mandé al infierno en una firma, Alberto…— vocifero dolido.—Y sí, porque hoy Elena ya no está en Colombia. — suelta él mostrándome fotografías de mi hija en una sala de un aeropuerto. — Recibí la información por la mañana. —agrega mirándome.Tomé las fotografías y las comencé a ver, y el corazón se partió en pedazos.Mi niña…En una está sola, y otra está al lado de un hombre.—¿Quién es él? —le pregunto Alberto señalándolo en la fotografía.Alberto suspira.Y yo me alerto.—Lo llaman “El tigre” trabajó por años contigo en un buen momento muy atrás en Italia, ahora es un aliado de Roberto. —saca un sobre blanco de su maletín.— Aquí está su expediente.— dice extendiéndome el sobre.Lo tomé enseguida y lo comencé a leer el documento del sobre.—Su nomb
Alessandro Cowell.Y al fin llegamos a Cancún, y la buena vibra del ambiente nos embargó. En el aterrizaje todo fue chiste, el miedo me invadió y Elena aprovechó, tomó mi celular y grabó.Nos reímos al ver el vídeo, yo gritando como un demente, pidiendo auxilio y ella riéndose a carcajadas.—Qué divino hotel, Ale. —dice con la boca entreabierta. — Es ideal.—Bienvenida a Cancún, y a la suite más exquisita del lugar. —anuncio como un promotor de turistas. Y Elena se ríe. —Vivirás la mejor experiencia de la mano de expertos….Me empuja. —Cállate, que nos sacarán de aquí a patadas. —dice sonriéndole a las personas que nos veían mientras caminaban.—Ay, no, pues, qué molleja. —digo mirándola colocándome las manos en mi cintura.Elena se ríe. — ¿Hablas maracucho? —inquiere un poco cohibida.—Para usted. —le un gesto de reverencia. — Sé hablar en todos los idiomas y acentos del mundo.Elena se sonroja con una sonrisa. Su expresión es hermosa.—Eres un bilingüe… — dice mirándome.—Lo que qui
Alessandro Cowell.El aliento expiró de mí.El oscuro pasado llegó en el equivocado momento, y al lado de la persona menos indicada.Elena.— ¿Diego Torres, eres tú? —volvió a insistir él, al hombre que jamás deseé en la vida.Elena me miró con los ojos entrecerrados, confundida. Está esperando por mí reacción.No puede conocer mi verdadera identidad, no.Y él me tomó por el hombro, y me volteó de un solo jalón. Me miró, y agrandó sus ojos.Oh, por Dios, no.Estoy a espalda de ella.—Señor, está usted equivocado. —digo en un acento desconocido, es para despistar, y me quedé mirándolo con la frente arrugada.—Oh, perdón. —le sonríe a Elena. — Te asimilé a un viejo amigo. — dice él tendiéndome la mano. — Pensé que eras…—Pues, como ves, no lo soy. —contesto interrumpiéndolo y dándole una mala mirada.Él conoce que sí lo soy, pero sé está colando el muy cabrón.—Ah, sí. —dice y tiró sus ojos a Elena. — ¿Usted es? —le pregunta dándose un paso más delante de mí.—Mi novia. —zanjé con los d
Elena Voncelli.Me desperté a unos minutos de llegar al hotel en el que nos estábamos hospedando. Y él me tomó de la mano y la lleva a sus labios, y la besa.—Qué delicioso duermes, Elena…— expresó mirándome con los ojos llenos de brillo.Pero, me frené.¿Me llamó Elena?¿Cómo conoce mi nombre?Todo en mí cabeza está hecho revoltijo.Lo miré con los ojos entrecerrados. — ¿Cómo conoces mi nombre? — pregunto. — Creo no habértelo dicho. —declaro.Y sí, yo poco digo mi nombre. Porque la mayoría del mundo me conoce.Soy la hija del líder de la mafia de Italia.Es imposible que nadie pueda reconocerme, salí en pantallas por meses, y lo peor, en las secciones de noticias de sucesos.En sí, quedé tachada como una oveja negra.Alessandro sonrió y me da un apretón de mano. —Te vi en las noticias, es inevitable no conocerte. —aclara, y me desplomó.Conocía la verdad, y aún está a mi lado. ¿Por qué no se alejó de mí?¿Por qué está aquí sabiendo lo que soy?Asentí con el corazón comprimido.Pero