Roberto Ramírez.Que felicidad la mía, la muy desgraciada creerá que la amaré como el abuelo que sueña en su pendeja cabeza, que solo piensa en el hoy y no en el mañana. Me parece lo correcto que sea de esa manera y que no sospeche de lo que por mí cabeza atraviesa contra ella.Verónica me sonríe con esos ojos audaces, diciéndome lo muy desesperado que estoy, con que los días pasen y pueda acabar con ella de una sola vez, le sonreí en respuesta a lo que en su mente piensa y no sé equivoca, luché por muchísimos años contra la bandida de Juliana, contra la traidora de Eva, ahora me falta ella, y nadie podía juzgarme de lo que pienso y decido hacer.Nisiquiera la propia DEA es incapaz de detenerme a que no suceda, estoy más que aliado con el mal para dejar que mí macabra mente deje fluir lo que ella piensa.La veo sonreír y disfrutarse la vida como toda una joven, que espera a que solamente llegue un chico y la tome como suya, como lo hizo Diego Torres.Él creería que jamás me enteraría
Diego Torres.Dejarla ir es unos de los hechos más difíciles que me ha tocado vivir en la vida, odio perder lo que amo, y más estar atado a que no puedo volverlo a mí.Ni a mi madre, ni a Elena.Le doy un golpe agudo al volante, mis ojos se empañan de lágrimas, mi cuerpo se tensa por completo, aprieto mis dientes, y chillo de dolor.La lluvia comenzó a caer, y sólo quedé mirándome a través del retrovisor del auto con mi mirada perdida en Elena, en lo que viví a su lado, en el cómo comenzó todo, especialmente el día que prometí amarla para siempre, y sé que lo haré. Mi corazón le pertenece, a ella y a nadie más.Dejo fluir mi pena, con la mayor libertad posible, dejé calar lo que me espera, la soledad, el vacío y la ausencia de un amor que jamás morirá en mí.Me emundezco, me entrego al silencio, y al deseo de lo contrario, de lo inexistente, la lluvia cae con furia, y no detenía estar.A las horas, un hombre tocó el vidrio de mi ventana, un oficial.Una multa.Ruedo los ojos.Aprieto
Verónica Wilson (La impostora)No, Elena no puede asesinarlo.Es hijo de mi jefa, y debo salvarlo a él.No sé cómo disimular delante de él, está feliz, con el corazón inflado de orgullo, Elena actuó de la manera más rápida posible.Debo hacer algo ya.— Es una fiera la niña, ¿no crees?— me dice él mirándola salir en la camioneta a toda una velocidad.— No lo creo, Roberto, la acabas de cagar, Diego conoce las intenciones y los planes que tienes con ella, y si Elena lo consigue será el fin de todo. — zanjé mirándolo de mala manera. — Debiste decir lo que te dije, que un robo, Elena ama a Diego. — le espeté ardida.Él niega con la cabeza. — No lo creo, mija, estás fuera de órbita, Elena es más pendeja de lo que crees, no podrá, además Diego jamás sabrá la libertad que le prometí dar, sólo lo usé, y ahora es perseguido por la DEA. — se sonrié y acerca más a mi. — con el mismo destino con que acabó a Francesco Voncelli. — me asegura él y se da la vuelta y gira, y entra a la casa.Yo niego
Verónica Wilson.No, Dios mío.Roberto Ramirez nos había descubierto, y de lo peor, miró a Juliana, a Francesco, a todos con los ojos aterrorizados, la vida de Elena está en su fin, y si no llegamos a tiempo, será demasiado tarde.—Di una palabra, Verónica, ¿qué te dijo Isabel? — me aborda Juliana acercándose a mi.Niego con la cabeza, todos están a la espera de lo que diré. — Roberto descubrió a Isabel, la encontró con el celular en la mano, en la llamada que me acaba de hacer, la estaba amenazando, ya no tenemos tiempo de que perder, no más, iremos a atacar. —sugiero de inmadiato.— Claro que no, debemos ir por Elena, ya no está la señal de Isabel, debemos encontrarla como ha de lugar. — objeta Francesco mirándome con determinación.Asiento, Juliana se coloca nerviosa, todos atentos a lo que se nos viene. Es momento de actuar.Roberto Ramirez.Ay, pobre de Elena, no conoce en qué manos cayó rendidamente. Sonrío internamente.No ha dejado de llorar, de quejarse, de decir que lo lamen
Elena Cooper.No, no es cierto lo que él me está diciendo.—¿Matarme? — inquiero en un hilo de voz, sin aliento en mí.Caí, caí en lo que él me dijo que no debía caer.—Oh, sí, como lo escuchaste. — me afirma con la voz determinante.Y lo observo aterrorizada.—No... tú no puedes hacerlo. Soy de tu sangre, soy la única persona que te queda en el mundo, no puedes hacerlo, abuelo. — le reclamo mirándolo fijamente a él.Él se echó a reír.—Oh, pero qué mala cabeza tienes, Elena, tienes toda la información más errónea de mí. — me explica acercándose más, y un frío aterrador recorre por mi cuerpo.—Eres lo que me dijo él...— suelto en voz débil, dando un paso atrás, colocándome a la defensiva.Mi corazón palpita erraticamente, con un pánico que me desarma.—¿Quién? ¿El cabrón del que te enamoraste? ¿Al hombre que le abriste las piernas mientras se llenaba los bolsillos de dinero por tenerte y llevarte al matadero? — comienza a decirme subiendo el tono de voz fuerte.Asiento sin dejar de mi
Juliana miró con ansias, con los ojos contraídos en lágrimas el reloj analógico colgado en la pared de la habitación del hotel, en el que se llevaría a cabo la ceremonia nupcial. En un par de horas se convertiría en su esposa, la aclamada señora De Voncelli, sólo de él.Su respiración subía y bajaba con rapidez, deseó que las agujas del reloj se detuvieran, que la realidad impuesta por su padre fuese una idea descabellada, que todo fuese irreal, una pesadilla. Pero no, en cada pálpito sentía la presión del tener que cumplir el propósito que jamás quiso conceder, menos con él. El pánico cubrió su delgado cuerpo; que estaba envuelto en una toalla de baño color blanco. Después de aquel día, en que fue vendida a él, al hombre que amó en su adolescencia, al mismo que en un trágico accidente acabó con su vida de modo esporádica.Porque para él jamás estará con vida, ni vivir para amarlo.El hecho de recordar la llevó a tocarse la cicatriz que traza en medio de su pecho, mientras que en su
Elena Voncelli.Hoy soy libre de ir, y de tener el placer en mis manos. Por muchos años esperé estar en el lugar que me hará ganar el deseo, y es el indiciado para el comienzo de todo.La vida no era justa conmigo, sus días estaban en contra de mí, las expectativas de la existencia son inválidas a la sed de venganza. Pero, nació lo real, lo inicial de una ardua competencia. Y no me dejaré vencer, no ésta vez.Ser Voncelli es un desafío, un riesgo, un peligro, llevar el apellido marcó mi vida, la historia de mi destino.No existe el ser bueno, sólo maldad.Veo la fotografía de mi madre abrazada con mi padre, y la ausencia de no tenerlos aquí en mí clava fuerte. Su dolor es el motivo de la razón de lo que soy, y de lo que seré por siempre.Estoy anclada a la cruel verdad, a lo que otros labios dicen de mí.Sin embargo, decidiré apostar, a dar lo mejor.Dejo de ver la fotografía, inhalo hondo y doy salida.Mi padre, Francesco Voncelli está en prisión, la deuda del pasado me arrojó a la
Elena VoncelliSolté el gatillo del arma, sin tener noción a quién apuntaba, el forcejeo entre él y yo, al sentir la bala fría adentrar a mi cadera solté un aullido de dolor, me doblé en su regazo.Él se quedó mirándome con horror de lo que había hecho. — Joder, pequeña, ¿por qué lo hiciste? — me aborda con las manos nerviosas tocando la herida. Yo sentía mi respiración irse, el dolor agudo me descolocó por completo, y sin más lo miré fijamente. — Sálvame, por favor— rogué con la voz débil y caí inconsciente.Francesco Voncelli.La llamada de Alberto alteró lo peor. El plan perfecto terminó siendo un absoluto desastre.Camino de un lado a otro con las manos en mi cabeza, en mi celda, el policía que vigila de mí me observa bajo perfil, y se posiciona en caso de alguna acción que pueda hacer.El deseo de acabar con él crece cada vez más.El policía recibe en su radio la orden de visita. Y en un sólo gesto de sus ojos lo entendí.Alberto al llegar a mi celda, soltó todo. — Roberto la e