Capítulo Dos.

Elena Voncelli

Solté el gatillo del arma, sin tener noción a quién apuntaba, el forcejeo entre él y yo, al sentir la bala fría adentrar a mi cadera solté un aullido de dolor, me doblé en su regazo.

Él se quedó mirándome con horror de lo que había hecho. — Joder, pequeña, ¿por qué lo hiciste? — me aborda con las manos nerviosas tocando la herida.

Yo sentía mi respiración irse, el dolor agudo me descolocó por completo, y sin más lo miré fijamente. — Sálvame, por favor— rogué con la voz débil y caí inconsciente.

Francesco Voncelli.

La llamada de Alberto alteró lo peor. El plan perfecto terminó siendo un absoluto desastre.

Camino de un lado a otro con las manos en mi cabeza, en mi celda, el policía que vigila de mí me observa bajo perfil, y se posiciona en caso de alguna acción que pueda hacer.

El deseo de acabar con él crece cada vez más.

El policía recibe en su radio la orden de visita. Y en un sólo gesto de sus ojos lo entendí.

Alberto al llegar a mi celda, soltó todo. — Roberto la encontró.

—No es posible, Alberto. Elena no debió estar ahí, no lo debió…—solté airado mirando Alberto con los ojos fuera de sí.

Un nudo en la garganta se apodera de mí.

Mi niña bonita...

— Voncelli, está jugando con fuego. Roberto enfocó cada punto para atacar, la vida de Elena está en peligro…— Me advierte Alberto mirándome con preocupación con las manos en los bolsillos de su pantalón.

Es mi hija, el único ser que me quedó en el mundo. Y Roberto quiere cobrar venganza por lo que le hice, como lo hizo con Juliana, mi esposa.

— Lo sé, Alberto. Elena no está en el deber de buscar la salida. —respiré hondo, debo conservar la calma. — Ella no… qué razón tendría para escapar… —inquiero acercándome a mi amigo. Los ojos se me llenan de lágrimas.

Huir del lugar que acomodé para tenerla a salvo, es una daga lanzada al corazón.

— La razón está a la vista, Elena no cree en ti. Su huida da a entender que permanece la duda de lo que dices, en fin, busca la verdad que no es verdad. —expresa Alberto viéndolo desde una perspectiva que revienta en mi corazón. Y escucharlo decirlo con certeza quiebra en mí.

Una lágrima rueda por mi mejilla. El antojo de comérmelo vivo me embarga aún más.

— Es así, amigo. — continua diciéndome. — Los aliados de Roberto dieron señal de datos de todo, incluso el plan que se usó para salvarla quedó en evidencia que es una mentira de lo que dicen ser que eres, o mejor dicho, de lo que le dices a Elena ser. —Aseguró Alberto con los ojos con cautela, no es fácil para él decirme todo aquello. Y lo sé, el alma se me retuerce en dolor.

— Su equipo encubierto realizó el sabotaje para darle cabida al escape de Elena, uno de ellos sabían quienes somos, y a qué íbamos…— continúa diciéndome.

Solté una maldición dándole un fuerte golpe a la pared. Alberto se acercó a mí tiende su mano en mi hombro. — Francesco…— dice con la voz caída.

Es una guerra de años, y que cada vez es desesperante.

— Es hora de actuar contra todo pronóstico , la vida de Elena está en juego, pero sobre todo su corazón, Elena conoce de lo que es verdad, sin embargo de él me espero lo peor, por su culpa Juliana nunca despertó… mató a su hija. —cierro mis ojos, y una lágrima brota. — Y lo hará con Elena.

— Y es ahora, un minuto más y Elena es parte de Roberto Ramírez. —sentencia Alberto.

Alessandro Cowell.

El corazón golpeó fuerte en mí al decirme aquello, dolió en lo más profundo de mi alma.

Enseguida la cargué en mi hombro, tomé mi bolso. —Te salvaré, mi princesa. — susurré en su oído y besé sus labios fríos.

Todo era un caotico encuentro de enemigos en el casino, el sonidos de los disparos era perturbador, todo el lugar estaba destruido, miré con cautela cada rincón, tenía a la pieza, al corazón que buscan, a la mujer que me enamoró desde aquella que la ví por la ventana llorando con fotografía en sus manos pegada a su pecho.

Y ahora que salvaré.

Sé que no puedo decirlo, ni hacerlo, pero de una forma Elena Cooper será mía.

Al salir del casino corrí al estacionamiento del lugar, de repente una camioneta negra se estampó frente de mí y rápidamente hombres apuntado con sus rifles.

—Suéltala, idiota. —me exige un hombre, pareciendo familiar su perfil.

Se acerca a mí.

Pero de inmediato, he sido respaldado, y agradecí por ello.

Y el enfrentamiento comenzó.

Sin embargo, yo me esquivé de cada hombre, soltaba golpes como podía, sin lastimarla.

Y de un pasó abordé a mi auto, le quité el seguro, la acosté, y arranqué al subirme.

Elena Voncelli.

Un mal recuerdo me despierta de golpe, su muerte me azotó otra vez. Mi pecho sube y baja en una acelerada respiración, mi piel bañada en sudor, mis ojos llenos de lágrimas.

La extraño.

Puedo sentir en mis oídos sus gritos desgarradores, erizándome, el miedo a perderla se apoderó de mi cuerpo, su sangre corría por mis manos, sus ojos mirándome en un ahogo de dolor, intenté en darle lo que podía, pedí a gritos auxilio; pero el silencio de la noche era mi respuesta.

Lloro por ella, sé que no debí insistir en ir, sin embargo, no conocía nada de lo que sucedía, hasta que lo vi a él, a mi padre, tras las rejas por múltiples delitos que desconocí hasta ese momento.

Yo lo admiraba, él nunca dio razón de dudar de lo que es. Pero, una probabilidad de culpabilidad lo involucra a todo.

Poco a poco, el creer en él se apagó en cada día que transcurría, estando sola en mi habitación, a pesar de que lo visité, ya no era lo mismo.

Jamás le di a entender lo que me ocurría, decidí no hacerlo por salvarme. Pensé que al expresarlo me convertiría en su enemiga, y acabaría como mi madre, Juliana.

A veces divago en lo que un día fue, vivir una vida feliz, estar bajo sus brazos y sentir su calor, amor. Añoro esos momentos que nunca volverán.

Ahora estoy a la deriva de un altamar de versiones, y todo apunta al hombre que rige el país.

Roberto Ramírez.

No conozco el motivo en el que me involucran a él, no he llegado. Pero, si sé que en mi corazón está una razón.

Antes que él me salvara, tenía otro pensar, su acción a mí lo cambió completamente.

Y de pronto la puerta se abre.

Es él.

— ¿Estás bien? — inquiere al entrar a la habitación mirándome de pies a cabeza.

Llevaba puesto un short de pijama color azul marino una camisa de tirante color blanco. Su físico a mis ojos es irreconocible, sus brazos agrandados por músculos trabajados, su abdomen rígido, su piel bronceada, es un completo manjar.

En sus manos está mi desayuno, pero no fijo en ello. Lo observo directo a los ojos. — Gracias por lo de anoche, me salvaste…— digo con voz baja, adormilada aún.

Y él sonríe. —No me agradezca, pero sí, lo importante es que estás a salvo. — comenta sentándose a mi lado. Y el olor de su jabón llegó a mí, y sentí dentro una sensación.

Sin embargo, decidí ignorarla. No daría más a las hormonas, con lo de anoche fue suficiente. Aunque sus ojos fijos en mí me eriza.

Y proseguí en conocerlo más. — Tu nombre…— inquiero juntando mis manos con mis piernas.

— Oh, sí. Alessandro Cowell — dice extendiendo su mano derecha con una sonrisa.

Qué nombre, escucharlo me recordó un momento, pero al instante se distorsiona en mi cabeza. — ¿Eres italiano? — pregunté de inmediato.

Él se echó a reír. — No, soy colombiano, mi padre lo es. — dice sonreído.

Y verlo decir aquello me llevo a él, a Francesco Voncelli, mi padre. Contraje mis labios.

Alessandro frunció el ceño al notar mi reacción. — ¿Todo bien?

Asentí, y en minutos desayuné con la cabeza vuelta un rollo mientras él me explicaba lo de la herida y el resposo que debía guardar.

Él continuó hablando de temas triviales, en veces reía con él, en otras lo miré con desagrado.

Su atención atraía mucho en mí.

Después que culminé de comer, decidí asearme un poco, y dormí un par de horas más, me levanté habiendo olvidado que estoy sólo con mi ropa interior y en un lugar que no es mío.

Al verlo de verme de arriba abajo me miré.

Dios mío, me sonrojé.

Alessandro soltó gesto de asombro. — Tranquila no veo nada. — y cubrió sus ojos con sus manos.

Yo reí de la vergüenza. Pero, saber que él está aquí, lo intensifica todo.

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