Capítulo Tres

Elena Voncelli.

Apagué mi cabeza de sus razones retumbar que lo que ideé está mal. Desabroché mi sostén y lo tiré a la cama.

Él aún seguía con sus ojos cubiertos y cerrados, no decía ninguna palabra. Se quedó porque sintió lo que sentí, ningún hombre lo hizo cuando estaba conmigo. Era sólo desahogo y ya.

Sin embargo, con Alessandro es diferente. Él lo desea, en sus ojos, en su piel lo puedo ver. Me acerco a él a pasos lentos. Y estando frente a él, quité sus manos sobre sus ojos.

— Yo…— tartamudea al verme ante él.

— Tómame, ahora. — le ordeno con voz suave.

— ¿Segura?

— Hazlo.

Tomó en sus manos mi cintura y la acercó a su boca, y comenzó a besarme.

Dio con mi deseo en qué parte quiero, y cómo lo quiero.

Su lengua en mi piel me llevó dejarlo todo atrás, a dar un gran nivel gusto.

Se apoderó de mi cintura con su boca, pero con sus manos me estaba dando lentas acaricias en zona intima.

Al sentirlo gimo de placer, tomándolo por sus cabellos. Y prosiguió en hacerme suya con su boca.

Desperté mirándome fijamente, un sueño muy real, más vivido que imaginado.

Lancé un suspiro ahogado, mi piel sudaba. Agradecí que sólo fuese un sueño, pero con él tenía otros planes, y no era de amor.

Roberto Ramírez.

La miré a los lejos y sentí que el corazón se corrugó de la emoción. Por años buscándola, en cada rincón del país, y no daba con los rastros de ella.

El encuentro, el tenerla conmigo, se formó en un imposible, una cruel pesadilla.

Es parecida a su madre, a la hija de traición que me encargué de quitar del camino.

Deduje en ella que sería diferente, para mí Elena es parte de un plan para alcanzar lo quiero, sé que su padre, al que tanto confié toda palabra me engañó de la peor manera.

Pero, con mis aliados de la DEA, tomé justicia de su mal.

Rompió el pacto que tenía con su padre en Italia, vendió toda la mercancía de droga a los mejores y se agarró para sí mismo todo el dinero. En fin, me dejó en un gran desastre.

Él, Francesco Voncelli, pensó en acabar conmigo, se creía que tiene todo el poder para destruirme, sin recordar qué, hierba mala nunca muere.

Pero, él está bajo perfil de algún ente de la justicia, comandó a un grupo de hombres, sus “amigos de mafia” a rescatarla. Sin embargo, le valió madres, su show se lo tiré, y sé que en algún punto del país, Elena está bajo mis brazos, sin aún conocerlo.

— Señor presidente de la República de Colombia, es usted todo un sortario. — alude Ricardo con sus brazos abiertos entrando a la oficina. — La suerte está de su lado. — aseguró mirándome con malicia.

—Nací para ganar, jamás para perder, mijo. — halago con hombría. — A ver, qué noticias me traes, y que seas buenas, porque si son malas, al quien sea le corto los huevos, y lo sabes. — agrego palmeando mi mesa de escritorio.

— Lo sé, señor presidente. Pero, esto es bueno para usted. — zanjó Ricardo tomando asiento frente a mí. — Su nieta, está a sus pies. — soltó de una vez, y me levanto de mi silla.

Lo deseé escuchar.

Grité de la emoción, y aplaudí con alegría. — Sé que el plan con él funcionaría, es todo un haz. — dije con una sonrisa.

— Por alguna razón lo llaman… el tigre…— anuncia Ricardo, y yo asiento.

— Envíale buena parte de dinero, dile que pronto estaré cara a cara con él. — acomodo mi corbata. — Para acordar la entrega.

— Perfecto, y felicidades, señor presidente. Su plan ha sido todo un éxito. — dice Ricardo y me abraza.

— Ahora es momento de realizar la otra parte. Elena debe creer que su padre no es lo que ella piensa. — declaro con voz firme.

Francesco Voncelli.

Lanzo un golpe al teléfono de la comisión, suelto una maldición, la ira crece en mí.

Una vez él se salió con la suya.

Lo maldigo una y otra vez.

Enseguida llegó el oficial azotando la reja con el rolo, al lado de él.

Roberto Ramírez.

— Tienes visita. — anuncia con su típica voz gruesa.

— No veré a nadie. — zanjé mirándolo a él con el odio ardiendo en mis ojos.

— Déjenos a solas, señor oficial. Estaré bien. — indica él con la sonrisa que dan ganas de partirla en pedazos.

El oficial se retira. — Vete a la m****a, Roberto. — solté acercándome a él. Y él se aleja de mí retrocediendo un poco. Y alzó un sobre blanco.

—Eres un mal agradecido, estoy aquí por lo que me pertenece, Voncelli. — declaró con voz dura.

— Lo único a lo que perteneces es al infierno, Ramírez.—dije sin titubear.

Roberto se ríe. — Somos harina del mismo costal, y lo sabes. —sonrió. — Por cuya razón, firmarás.

— Nunca haré lo que me pidas, de ti no quiero nada.

— Lo tendrás que hacer, hijo de m****a, porque si no lo haces, quedarás sin hija. A mi no me tiembla el pulso en dispararle en la cabeza. — amenazó él.

— A Elena no la toques, imbécil, es mi hija. Disparate los huevos si quieres, pero a ella me la dejas en paz. — digo muy cerca del él. Y le escupo.

Él se limpia el rostro con una sonrisa cínica. — Pensé que la vida de Elena es valiosa, pero veo que no lo es. — soltó amenazante. — Un buen padre daría la vida por su hija, en cambio, tú. — me señala. — la ofreces a la muerte, Voncelli.

— No dejaría que nada malo le sucedería, no soy como tú. — lo señalo. — Vendiste a tu hija a los narcos de Italia a cambio de poder político, eres una m****a. Tú la mataste, yo jamás lo haría con Elena. — expresé con dolor mezclado con el resentimiento.

Roberto metió su mano por las rendijas de la reja de la celda y me tomó por el cuello. — Eres hombre muerto, Voncelli.

— Qué manera de resolver las cosas, entrándole a balazos a los demás, eres un perdedor, Ramírez .— zanjé ardido contra su rostro maquillado.

— Véndemela o morirá. — advierte queriéndome intimidar.

— No. — desasí con voz dura.

— Perfecto. — y sacó su teléfono. — Tú lo decidiste. — y marcó.

Maldigo.

No puedo hacerle esto a Elena, exponerla, ni menos hacerla morir. Es mi niña, mi única razón de ser. Respiré hondo, un dolor intenso se atrasó en mi alma, mi corazón se paraliza.

Sin desearlo, ni quererlo. Accedí.

— Firmaré. — anuncio casi sin voz. — No seré un padre como tú. — una lágrima se resbala por mi mejilla.

Roberto se echo a reír, bajó el teléfono de su oreja. — Gracias, Elena es la mejor mercancía que me robaste, Voncelli. —dice con una sonrisa cínica de la quiero borrar a balas.

Extendió el papel con la pluma, lo coloqué sobre la pared y firmé con la respiración acelerada, con el corazón ardiendo en dolor. “Te amo, hija mía.” Expresé en un susurro bajo, casi inaudible.

— Un placer de hacer negocios contigo, Voncelli. — expresó él con una gran sonrisa de orgullo y se retiró.

Al irse me solté en llanto, cayendo de rodillas al frío suelo de la celda.

Alessandro Cowell.

Ella se aparece frente a mí con timidez, viéndola lucir mi camisa de Homero, se veía muy sensual y dulce. Podía ver qué venía en busca de algo, pero tenía miedo.

—¿Todo bien? — inquiero acercándome.

—Yo no sé qué sucede, y quiero saberlo. — me dice con voz baja.

—Lo único que debes tener es que serás mía para siempre. — susurré en sus labios.

Con suavidad la tiré en mi cama, e inicié en besar su seno derecho removiendo con mi lengua su pezón, bajando con lentitud con mi mano a su zona intima.

Elena se estremecía bajo mi piel, gemía, gruñía con una dulzura atada a una sensualidad que me da acceso a más.

Abre sus piernas dándome una cómoda, excitante entrada, su humedad suelta en su braga de encaje le da bienvenida a mis dedos, y con ritmo suave los introduzco.

Elena gritó en italiano con sus ojos cerrados, mordiéndose los labios. — Ti auguro amore.

Sonreí. El corazón de Elena Cooper está en mis manos.

Proseguí en su petición, y en un momento, me movía en su interior, con placer, con ardor, con pasión. Ella seguía mi ritmo con fuerzas aclamando por más, le di con ímpetu contra sí, y gritó de placer.

Clava sus uñas en la piel de mi espalda, y gimió con dureza, en un abrir y cerrar de ojos, se posiciona encima de mí, y se balanceó fuera de sí, yo tomé sus nalgas en mis manos y la apreté a más, enfocando en la unión de nuestros cuerpos, amándose con un goce descomunal.

Elena tomó el control de todo, sin dejarme a nada, su manera de hacerme suyo, es alucinador, el mover de su cadera sobre mí, sus gemidos, sus expresiones en italiano, enteramente me enloquece.

En minutos, ambos soltamos en gritos de placer, arriábamos al máximo, en una sola voz, el clímax nos arropó.

Sin duda alguna, uno es del otro.

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