Elena Voncelli.
Apagué mi cabeza de sus razones retumbar que lo que ideé está mal. Desabroché mi sostén y lo tiré a la cama.Él aún seguía con sus ojos cubiertos y cerrados, no decía ninguna palabra. Se quedó porque sintió lo que sentí, ningún hombre lo hizo cuando estaba conmigo. Era sólo desahogo y ya.Sin embargo, con Alessandro es diferente. Él lo desea, en sus ojos, en su piel lo puedo ver. Me acerco a él a pasos lentos. Y estando frente a él, quité sus manos sobre sus ojos.— Yo…— tartamudea al verme ante él.— Tómame, ahora. — le ordeno con voz suave.— ¿Segura?— Hazlo.Tomó en sus manos mi cintura y la acercó a su boca, y comenzó a besarme.Dio con mi deseo en qué parte quiero, y cómo lo quiero.Su lengua en mi piel me llevó dejarlo todo atrás, a dar un gran nivel gusto.Se apoderó de mi cintura con su boca, pero con sus manos me estaba dando lentas acaricias en zona intima.Al sentirlo gimo de placer, tomándolo por sus cabellos. Y prosiguió en hacerme suya con su boca.Desperté mirándome fijamente, un sueño muy real, más vivido que imaginado.Lancé un suspiro ahogado, mi piel sudaba. Agradecí que sólo fuese un sueño, pero con él tenía otros planes, y no era de amor.Roberto Ramírez.La miré a los lejos y sentí que el corazón se corrugó de la emoción. Por años buscándola, en cada rincón del país, y no daba con los rastros de ella.El encuentro, el tenerla conmigo, se formó en un imposible, una cruel pesadilla.Es parecida a su madre, a la hija de traición que me encargué de quitar del camino.Deduje en ella que sería diferente, para mí Elena es parte de un plan para alcanzar lo quiero, sé que su padre, al que tanto confié toda palabra me engañó de la peor manera.Pero, con mis aliados de la DEA, tomé justicia de su mal.Rompió el pacto que tenía con su padre en Italia, vendió toda la mercancía de droga a los mejores y se agarró para sí mismo todo el dinero. En fin, me dejó en un gran desastre.Él, Francesco Voncelli, pensó en acabar conmigo, se creía que tiene todo el poder para destruirme, sin recordar qué, hierba mala nunca muere.Pero, él está bajo perfil de algún ente de la justicia, comandó a un grupo de hombres, sus “amigos de mafia” a rescatarla. Sin embargo, le valió madres, su show se lo tiré, y sé que en algún punto del país, Elena está bajo mis brazos, sin aún conocerlo.— Señor presidente de la República de Colombia, es usted todo un sortario. — alude Ricardo con sus brazos abiertos entrando a la oficina. — La suerte está de su lado. — aseguró mirándome con malicia.—Nací para ganar, jamás para perder, mijo. — halago con hombría. — A ver, qué noticias me traes, y que seas buenas, porque si son malas, al quien sea le corto los huevos, y lo sabes. — agrego palmeando mi mesa de escritorio.— Lo sé, señor presidente. Pero, esto es bueno para usted. — zanjó Ricardo tomando asiento frente a mí. — Su nieta, está a sus pies. — soltó de una vez, y me levanto de mi silla.Lo deseé escuchar.Grité de la emoción, y aplaudí con alegría. — Sé que el plan con él funcionaría, es todo un haz. — dije con una sonrisa.— Por alguna razón lo llaman… el tigre…— anuncia Ricardo, y yo asiento.— Envíale buena parte de dinero, dile que pronto estaré cara a cara con él. — acomodo mi corbata. — Para acordar la entrega.— Perfecto, y felicidades, señor presidente. Su plan ha sido todo un éxito. — dice Ricardo y me abraza.— Ahora es momento de realizar la otra parte. Elena debe creer que su padre no es lo que ella piensa. — declaro con voz firme.Francesco Voncelli.Lanzo un golpe al teléfono de la comisión, suelto una maldición, la ira crece en mí.Una vez él se salió con la suya.Lo maldigo una y otra vez.Enseguida llegó el oficial azotando la reja con el rolo, al lado de él.Roberto Ramírez.— Tienes visita. — anuncia con su típica voz gruesa.— No veré a nadie. — zanjé mirándolo a él con el odio ardiendo en mis ojos.— Déjenos a solas, señor oficial. Estaré bien. — indica él con la sonrisa que dan ganas de partirla en pedazos.El oficial se retira. — Vete a la m****a, Roberto. — solté acercándome a él. Y él se aleja de mí retrocediendo un poco. Y alzó un sobre blanco.—Eres un mal agradecido, estoy aquí por lo que me pertenece, Voncelli. — declaró con voz dura.— Lo único a lo que perteneces es al infierno, Ramírez.—dije sin titubear.Roberto se ríe. — Somos harina del mismo costal, y lo sabes. —sonrió. — Por cuya razón, firmarás.— Nunca haré lo que me pidas, de ti no quiero nada.— Lo tendrás que hacer, hijo de m****a, porque si no lo haces, quedarás sin hija. A mi no me tiembla el pulso en dispararle en la cabeza. — amenazó él.— A Elena no la toques, imbécil, es mi hija. Disparate los huevos si quieres, pero a ella me la dejas en paz. — digo muy cerca del él. Y le escupo.Él se limpia el rostro con una sonrisa cínica. — Pensé que la vida de Elena es valiosa, pero veo que no lo es. — soltó amenazante. — Un buen padre daría la vida por su hija, en cambio, tú. — me señala. — la ofreces a la muerte, Voncelli.— No dejaría que nada malo le sucedería, no soy como tú. — lo señalo. — Vendiste a tu hija a los narcos de Italia a cambio de poder político, eres una m****a. Tú la mataste, yo jamás lo haría con Elena. — expresé con dolor mezclado con el resentimiento.Roberto metió su mano por las rendijas de la reja de la celda y me tomó por el cuello. — Eres hombre muerto, Voncelli.— Qué manera de resolver las cosas, entrándole a balazos a los demás, eres un perdedor, Ramírez .— zanjé ardido contra su rostro maquillado.— Véndemela o morirá. — advierte queriéndome intimidar.— No. — desasí con voz dura.— Perfecto. — y sacó su teléfono. — Tú lo decidiste. — y marcó.Maldigo.No puedo hacerle esto a Elena, exponerla, ni menos hacerla morir. Es mi niña, mi única razón de ser. Respiré hondo, un dolor intenso se atrasó en mi alma, mi corazón se paraliza.Sin desearlo, ni quererlo. Accedí.— Firmaré. — anuncio casi sin voz. — No seré un padre como tú. — una lágrima se resbala por mi mejilla.Roberto se echo a reír, bajó el teléfono de su oreja. — Gracias, Elena es la mejor mercancía que me robaste, Voncelli. —dice con una sonrisa cínica de la quiero borrar a balas.Extendió el papel con la pluma, lo coloqué sobre la pared y firmé con la respiración acelerada, con el corazón ardiendo en dolor. “Te amo, hija mía.” Expresé en un susurro bajo, casi inaudible.— Un placer de hacer negocios contigo, Voncelli. — expresó él con una gran sonrisa de orgullo y se retiró.Al irse me solté en llanto, cayendo de rodillas al frío suelo de la celda.Alessandro Cowell.Ella se aparece frente a mí con timidez, viéndola lucir mi camisa de Homero, se veía muy sensual y dulce. Podía ver qué venía en busca de algo, pero tenía miedo.—¿Todo bien? — inquiero acercándome.—Yo no sé qué sucede, y quiero saberlo. — me dice con voz baja.—Lo único que debes tener es que serás mía para siempre. — susurré en sus labios.Con suavidad la tiré en mi cama, e inicié en besar su seno derecho removiendo con mi lengua su pezón, bajando con lentitud con mi mano a su zona intima.Elena se estremecía bajo mi piel, gemía, gruñía con una dulzura atada a una sensualidad que me da acceso a más.Abre sus piernas dándome una cómoda, excitante entrada, su humedad suelta en su braga de encaje le da bienvenida a mis dedos, y con ritmo suave los introduzco.Elena gritó en italiano con sus ojos cerrados, mordiéndose los labios. — Ti auguro amore.Sonreí. El corazón de Elena Cooper está en mis manos.Proseguí en su petición, y en un momento, me movía en su interior, con placer, con ardor, con pasión. Ella seguía mi ritmo con fuerzas aclamando por más, le di con ímpetu contra sí, y gritó de placer.Clava sus uñas en la piel de mi espalda, y gimió con dureza, en un abrir y cerrar de ojos, se posiciona encima de mí, y se balanceó fuera de sí, yo tomé sus nalgas en mis manos y la apreté a más, enfocando en la unión de nuestros cuerpos, amándose con un goce descomunal.Elena tomó el control de todo, sin dejarme a nada, su manera de hacerme suyo, es alucinador, el mover de su cadera sobre mí, sus gemidos, sus expresiones en italiano, enteramente me enloquece.En minutos, ambos soltamos en gritos de placer, arriábamos al máximo, en una sola voz, el clímax nos arropó.Sin duda alguna, uno es del otro.Elena Voncelli.Desperté abrazada a él, sintiéndome diferente, protegida, con mi respiración en calma, a su ritmo normal, de una manera que jamás la sentí en mi vida.Al principio me negué a tener que traer a la realidad aquel sueño, pero la razón apagó todo y dejé hablar al corazón. Estoy experimentando una experiencia única a su lado, y sé que apenas es el comienzo de un todo. Sé que no lo conozco completamente, pero el corazón sí, en mí percibo de conocerlo toda una vida, como si Dios lo encomendó sólo para mí. Aunque en mi cabeza están las razones que no deseo escuchar, ni las haré.En mis pensamientos apunta a dejarlo, a irme al lugar en el que estaba presa día y noche, en realidad, no tenía vida allí, pese a que mi padre me decía."Allí estarás a salvo, hija. Confía en mí"Un hecho que en mí no procedía a tener, la había arropado la duda, el dolor, y más la muerte de mamá.El modo de ser de Alessandro es atractivo, aventurero, es… ¿me enamoré?Me sonrojé al preguntarlo interna
Alessandro Cowell.La invitación a viajar a las mejores playas del mundo, es un lujo. Nunca en mi vida viví una vida llena de dinero, de comida, de ropa, de todo que quiera. Crecí un barrio llamado “La muerte” aquí en Colombia, mi madre vendía empanadas en las calles, y mi padre era un adicto al alcohol. Éramos escasos en todo, jamás llegué a tener nada, lo poco que mi madre Esmeralda me daba, mi padre Octavio lo destruyó en sus peleas.No crecí en cuna de oro, por la razón que conocí al camino fácil, el mismo que conllevó a cometer delitos, tras delitos, creando un peligroso expediente. Me involucré con los mayores narcotraficantes para la entrega de mercancías, ajustar cuentas con los deudores que hoy en día son cadáveres. Duré muchísimos años en ello, envuelto en la mafia, pero en una perdí todo, y caí en manos de la justicia.Pasé diez años en la cárcel, intentando salvarme de todo, enfrentarme a grandes y peores hombres que yo, sus acciones eran múltiples y pesadas que las mías
Francesco Voncelli.—No lo quería hacer, Alberto. Pero él muy desgraciado, hijo de perra me amenazó con matarla. —le digo a Alberto. Y me llevo las manos a la cabeza.—La vendiste al diablo. —anuncia él y sé lo dice y por qué lo dice.—La mandé al infierno en una firma, Alberto…— vocifero dolido.—Y sí, porque hoy Elena ya no está en Colombia. — suelta él mostrándome fotografías de mi hija en una sala de un aeropuerto. — Recibí la información por la mañana. —agrega mirándome.Tomé las fotografías y las comencé a ver, y el corazón se partió en pedazos.Mi niña…En una está sola, y otra está al lado de un hombre.—¿Quién es él? —le pregunto Alberto señalándolo en la fotografía.Alberto suspira.Y yo me alerto.—Lo llaman “El tigre” trabajó por años contigo en un buen momento muy atrás en Italia, ahora es un aliado de Roberto. —saca un sobre blanco de su maletín.— Aquí está su expediente.— dice extendiéndome el sobre.Lo tomé enseguida y lo comencé a leer el documento del sobre.—Su nomb
Alessandro Cowell.Y al fin llegamos a Cancún, y la buena vibra del ambiente nos embargó. En el aterrizaje todo fue chiste, el miedo me invadió y Elena aprovechó, tomó mi celular y grabó.Nos reímos al ver el vídeo, yo gritando como un demente, pidiendo auxilio y ella riéndose a carcajadas.—Qué divino hotel, Ale. —dice con la boca entreabierta. — Es ideal.—Bienvenida a Cancún, y a la suite más exquisita del lugar. —anuncio como un promotor de turistas. Y Elena se ríe. —Vivirás la mejor experiencia de la mano de expertos….Me empuja. —Cállate, que nos sacarán de aquí a patadas. —dice sonriéndole a las personas que nos veían mientras caminaban.—Ay, no, pues, qué molleja. —digo mirándola colocándome las manos en mi cintura.Elena se ríe. — ¿Hablas maracucho? —inquiere un poco cohibida.—Para usted. —le un gesto de reverencia. — Sé hablar en todos los idiomas y acentos del mundo.Elena se sonroja con una sonrisa. Su expresión es hermosa.—Eres un bilingüe… — dice mirándome.—Lo que qui
Alessandro Cowell.El aliento expiró de mí.El oscuro pasado llegó en el equivocado momento, y al lado de la persona menos indicada.Elena.— ¿Diego Torres, eres tú? —volvió a insistir él, al hombre que jamás deseé en la vida.Elena me miró con los ojos entrecerrados, confundida. Está esperando por mí reacción.No puede conocer mi verdadera identidad, no.Y él me tomó por el hombro, y me volteó de un solo jalón. Me miró, y agrandó sus ojos.Oh, por Dios, no.Estoy a espalda de ella.—Señor, está usted equivocado. —digo en un acento desconocido, es para despistar, y me quedé mirándolo con la frente arrugada.—Oh, perdón. —le sonríe a Elena. — Te asimilé a un viejo amigo. — dice él tendiéndome la mano. — Pensé que eras…—Pues, como ves, no lo soy. —contesto interrumpiéndolo y dándole una mala mirada.Él conoce que sí lo soy, pero sé está colando el muy cabrón.—Ah, sí. —dice y tiró sus ojos a Elena. — ¿Usted es? —le pregunta dándose un paso más delante de mí.—Mi novia. —zanjé con los d
Elena Voncelli.Me desperté a unos minutos de llegar al hotel en el que nos estábamos hospedando. Y él me tomó de la mano y la lleva a sus labios, y la besa.—Qué delicioso duermes, Elena…— expresó mirándome con los ojos llenos de brillo.Pero, me frené.¿Me llamó Elena?¿Cómo conoce mi nombre?Todo en mí cabeza está hecho revoltijo.Lo miré con los ojos entrecerrados. — ¿Cómo conoces mi nombre? — pregunto. — Creo no habértelo dicho. —declaro.Y sí, yo poco digo mi nombre. Porque la mayoría del mundo me conoce.Soy la hija del líder de la mafia de Italia.Es imposible que nadie pueda reconocerme, salí en pantallas por meses, y lo peor, en las secciones de noticias de sucesos.En sí, quedé tachada como una oveja negra.Alessandro sonrió y me da un apretón de mano. —Te vi en las noticias, es inevitable no conocerte. —aclara, y me desplomó.Conocía la verdad, y aún está a mi lado. ¿Por qué no se alejó de mí?¿Por qué está aquí sabiendo lo que soy?Asentí con el corazón comprimido.Pero
Alessandro Cowell.El peso de la misión sobre cae en mi y me hiere en el corazón. La presión de amarla a todo dar me golpea en lo más profundo de mi ser. Y duele no poder hacerlo con toda la libertad.La veía dormir en mi pecho desnudo, abrazada a mi, su respiración en calma, su corazón latiendo con amor y paz, en sus labios se formó una sonrisa de felicidad.Verlo es tener en cuenta que he dado lo mejor de mí y está dando buenos resultados.La veo y no puedo evitar no enamorarme de ella, no puedo arrancarla de mi corazón, de mi cabeza. Quisiera imaginar que nada es real, que sólo es producto de mi imaginación; pero no, es real como el aire que respiro.Es bella, dulce, sensual, cálida, divina, es sólo ella. Y sé que el día en el que la deba entregar a Joseph, su abuelo, no quiero dejarla ir de mi lado.Sería mi último día de vida.Daría la vida por Elena, sé que es muy prematuro sentirme de una manera no ideada, no planeada, sin embargo, se siente más de lo que se espera, me lleva m
Roberto Ramírez. Estar al lado de mi coneja es tocar cielo, es hablar con Dios.La muy condenada me da en el punto en el que quiero, me deja ser toda una bestia, le agrada lo salvaje y duro que puedo serlo.La edad no me complica a nada, no hay mal que por mí no venga, ni nada que una pastilla no cure.La aspirina del placer.Y soy prueba de ello.Le doy con dureza por detrás, tomándola del pelo, y dándole nalgadas, gruño por la excitación, la coneja gime con placer y pide más.Le encanta que le dé con rudeza, entre más duro sea mejor se goza, es la finalidad del buen sexo, es una buena mujer para tener sexo.No es como Eva, toda encapotada, muy pesada, fría, ni un dedo movía, se ponía toda nerviosa y con unos dramas estúpidos, un infierno viví al lado de ella, no sirvió para nada, sólo me dejó una niña que al crecer me traicionó.Pero las oportunidades existen, y la coneja es una.Su visita a mi oficina es una delicia, es un escape de la rutina.Ricardo entró sin avisar, al vernos s