Capítulo Treinta.

Roberto Ramírez.

Verónica quedó plácidamente dormida en el auto, cerré rápidamente la puerta, me adentré al auto y arranqué de inmediato.

La llevé a un lugar muy lejano a la cuidad de Medellín, era un sitio que poco visitaba, era una habitación que sólo la llegué a utilizar en pocas ocasiones, era para darme momentos libres de estrés, de presiones, de estar lejos de todo.

Nadie conocía de éste lugar, solamente las que llegaban aquí, a los días dejaban de existir, podían delatar de las maldades que le hacía, quedando las muy cabrona de víctimas y dejándome a mí con cargos que al momento ellas disfrutaban, muy divinas.

Pero con Verónica, sería diferente, a ella me la comería lentamente, de tan sólo imaginarlo me excita la piel, el cuerpo entero.

Subí a la radio la música, respiré con gran alegría, con una sonrisa emblemática, una sensación de orgullo entró en mí.

Verónica Wilson había acabado con más cincuenta hombres en cada año, aproximadamente, los sometía a grandes desafíos que conl
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