Capítulo Treinta cinco.

Roberto Ramírez.

Qué maravilla de mujer. Toda una belleza admirable.

Jadeo con deseo, verla envuelta en ese conjunto diminuto, en que se le observa cada atributo es una bendición.

—Perdón por haberte colgado de ese modo por la llamada.— me dice Verónica con los ojos de amor. — A último momento se presentó un inconveniente, pero ya lo resolví. — añade y acerca a mi.

— No me debes explicaciones, sé que eres una mujer muy ocupada, y que como futuro esposo debo darte el espacio que mereces.— le expreso mirándola sonreírme.

Toma en sus manos mi corbata y la jaló hacia ella. — Eres el mejor. — declaró y me besa con ansiedad en mis labios.

La tomé por el cuello y la acerqué a mí y profundizo el beso, y a ella le pareció buena idea.

Enseguida se subió en mi regazo y comienza a mover sus caderas en un vaivén pasional, prohibido, nada bueno.

Tal como me gusta, a lo duro, a lo salvaje.

Gimo contra sus labios, apretando sus nalgas, ella suelta un susurro de placer.

Verónica decide avanzar y es lo
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