Diego Torres.Ahora sé que puedo morir con el alma cargada de emociones que jamás pensé sentir, y decirle a Elena la verdad.No podía esconderlo más, en algún momento él vendrá por ella, y la subirá a su trono y la hará una mujer importante, una persona de bien.La veo mirar un punto fijo en la pared, está sumida en sus pensamientos, y yo en los míos, cada quién en su mundo.Después de haberle contado la verdad pensé que me mataría, pero no lo hizo. Es un hecho que obligó a reconocer que me burlé de su noble corazón.Elena nunca sería capaz de apuntar contra aquel que le hizo el bien, aunque fuese una mentira.Sé que para Elena soy un hombre distinto a los demás, que a mi lado en pocos días vivió los momentos más felices de su vida, cargado de amor, libertad, felicidad, paz, de todo lo que se merece tener.Pero a mi lado, siendo Diego Torres no lo podrá cumplir, mi vida depende de la justicia, de lo que harán, y que Elena al ver a su abuelo Roberto Ramírez le dirá todo lo que le dije,
Roberto Ramírez.Respiro, una y otra vez. La vida es buena a veces, pero en otras te saca lo peor de ti.No merezco estar enrabietando por lo demás, es una punzada en el trasero. Me cabrea de inmediato.Miro de arriba abajo Ignacio su excusa me parece ante una basura, una niñez.—Pensé que eras el más listo, él audaz del grupo, pero resultaste ser una rata, al igual que la demás.— le grito mirándolo con ira.—Patrón, la verdad, fue esa. La teníamos en nuestras manos pero escapó de inmediato. — vuelve a decirme y parte en rabia.Me acerco a él más. Y le lanzó un golpe hacia su ojo derecho. — No seas cabrón, pendejo. Si la viste, le fuera disparado y ya. — y le vuelvo a dar pero en el otro.—Patrón, pero la presa era suya, y sigue siendo suya, no mía. Lo pensé hacer, pero sé que a usted le correspondía hacerlo. — continúa diciéndome y más aumenta mi ira.—¡Cállate, imbécil! — exclamo cerca de su rostro, y comienzo a darle múltiples golpes en su cuerpo, no lo dejaré hasta no verlo envuel
Diego Torres.La miré y está dolida, pero con la respiración acelerada de al fin podrá estar en familia.—Serás feliz, Elena Cooper, eres lo único que le queda en el mundo, Roberto nunca dudó en que eres una mujer muy especial, y que permanece dentro de ti, el corazón de tu madre. — le expreso mirándola cabizbaja.— No lo sé... — no sabía como llamarme.—Llámame Diego, es mi nombre real. — le digo con confianza.Elena asiente. — No es fácil, todo es demasiado difícil, muy pronto, empecé sin nada, ahora soy millonaria, poseeo una fortuna que me robé, y no me arrepiento de ello, acabé con unos enemigos de mi padre, aperturé en mi país un expediente muy peligroso, y más que soy la nieta del presidente de Colombia, todo en un abrir y cerrar de ojo...— soltó y tomó asiento en la cama de su habitación.—Sé que es muy prematuro, pero con el pasar de los años estarás mejor, y sólo será un mal recuerdo. — le aseguro con la voz suave.— No lo creo, en la vida no se encontrará la manera de lidia
Verónica Wilson (impostora)Nunca me llegué a sentir muy apego con alguien, con Elena es fácil de hacerlo.Es una dulzura de corazón.Tal como lo es su tía, a la mujer que imito.Me agradó conversar con ella de un tema muy importante, difícil de roer en jóvenes hoy en día, inclusive en adultos también.Sobre todo en mí.Grabé la información por medio de mi transmisor, escucho en mi oído las indistinta conversaciones entre Verónica y Juliana.Si, Elena se enamoró del hombre que la secuestró para llevar a cabo el plan de Roberto Ramírez.Él, Diego Torres no tiene la culpa, él no conoce las intenciones del corazón de Roberto, lo que le demostró fue una fachada falsa.Porque no me cabe la menor duda que él la salvaría de semejante bestia que se hace llamar “ abuelo Cooper” de tan sólo imaginarlo me dan ganas de vomitar.Pido permiso de ir al baño, la voz de Verónica en mi oído me rechina.Al adentrarme al baño, enciendo el botón de habla.—Tienes que evitarlo, Isabel, Elena no pude amar a
Francesco Voncelli.Llegar a un lugar del no has sido feliz, sólo ser víctima de las ambiciones de mi padre, no es agradable el sentir que ahora estoy sintiendo dentro de mí.Recordar el inicio de todo, de un comienzo aterrador.Del que hoy en día es la sombra maligna que me persigue en lo oculto.Dejé a Alberto en la casa con Gabrielle, para la próxima acción que vendría después, quería enfrentarlo solo.No quería correr riesgos, ya no.Lo miro todo, sin dejar rastro alguno, sin cambio ni modificaciones, es la misma porquería de lugar en el que me convertí en unos de los que jamás deseé ser.Continuo con mi andar, al llegar a la puerta de entrada coloqué el código que me permitiría el acceso.Abrió la puerta, y entré.Observo a mi alrededor, no había nadie. Proseguí en mi plan.Saco mi arma de mi cintura y voy caminando apuntando en diferentes posiciones, sentidos.Una voz llegó a mis oídos, me giro y lo encaro.Era él.Federic.—Te di la mano, ahora me das en la espalda. — me dice
Roberto Ramírez.Que felicidad la mía, la muy desgraciada creerá que la amaré como el abuelo que sueña en su pendeja cabeza, que solo piensa en el hoy y no en el mañana. Me parece lo correcto que sea de esa manera y que no sospeche de lo que por mí cabeza atraviesa contra ella.Verónica me sonríe con esos ojos audaces, diciéndome lo muy desesperado que estoy, con que los días pasen y pueda acabar con ella de una sola vez, le sonreí en respuesta a lo que en su mente piensa y no sé equivoca, luché por muchísimos años contra la bandida de Juliana, contra la traidora de Eva, ahora me falta ella, y nadie podía juzgarme de lo que pienso y decido hacer.Nisiquiera la propia DEA es incapaz de detenerme a que no suceda, estoy más que aliado con el mal para dejar que mí macabra mente deje fluir lo que ella piensa.La veo sonreír y disfrutarse la vida como toda una joven, que espera a que solamente llegue un chico y la tome como suya, como lo hizo Diego Torres.Él creería que jamás me enteraría
Diego Torres.Dejarla ir es unos de los hechos más difíciles que me ha tocado vivir en la vida, odio perder lo que amo, y más estar atado a que no puedo volverlo a mí.Ni a mi madre, ni a Elena.Le doy un golpe agudo al volante, mis ojos se empañan de lágrimas, mi cuerpo se tensa por completo, aprieto mis dientes, y chillo de dolor.La lluvia comenzó a caer, y sólo quedé mirándome a través del retrovisor del auto con mi mirada perdida en Elena, en lo que viví a su lado, en el cómo comenzó todo, especialmente el día que prometí amarla para siempre, y sé que lo haré. Mi corazón le pertenece, a ella y a nadie más.Dejo fluir mi pena, con la mayor libertad posible, dejé calar lo que me espera, la soledad, el vacío y la ausencia de un amor que jamás morirá en mí.Me emundezco, me entrego al silencio, y al deseo de lo contrario, de lo inexistente, la lluvia cae con furia, y no detenía estar.A las horas, un hombre tocó el vidrio de mi ventana, un oficial.Una multa.Ruedo los ojos.Aprieto
Verónica Wilson (La impostora)No, Elena no puede asesinarlo.Es hijo de mi jefa, y debo salvarlo a él.No sé cómo disimular delante de él, está feliz, con el corazón inflado de orgullo, Elena actuó de la manera más rápida posible.Debo hacer algo ya.— Es una fiera la niña, ¿no crees?— me dice él mirándola salir en la camioneta a toda una velocidad.— No lo creo, Roberto, la acabas de cagar, Diego conoce las intenciones y los planes que tienes con ella, y si Elena lo consigue será el fin de todo. — zanjé mirándolo de mala manera. — Debiste decir lo que te dije, que un robo, Elena ama a Diego. — le espeté ardida.Él niega con la cabeza. — No lo creo, mija, estás fuera de órbita, Elena es más pendeja de lo que crees, no podrá, además Diego jamás sabrá la libertad que le prometí dar, sólo lo usé, y ahora es perseguido por la DEA. — se sonrié y acerca más a mi. — con el mismo destino con que acabó a Francesco Voncelli. — me asegura él y se da la vuelta y gira, y entra a la casa.Yo niego