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Capítulo 2. REENCUENTRO

AYRTO

La mujer castaña desaparece de mi vista, no pude evitar no ver su trasero redondo en esos pantalones, me ha pillado observándola, pero no me importa, me apuro, abro él porta equipajes de mi Bentley y saco una bolsa deportiva, busco el cierre interior donde se encuentra lo que busco.

 «Preservativos»

En el edificio se encontraba mi ligue esperando desnuda en la cama, lista para satisfacerme. Aun con la mano en el porta equipajes, miro pensativo el edificio. Esos ojos azules de la mujer castaña, habían provocado que mis pensamientos que estaban enterrados salieran a la luz. Un pasado que me había causado dolor, e inclusive la mujer de quien me había enamorado aparecía de nuevo en mi mente: Su larga melena rubia moviéndose de un lado a otro, sus labios rosas, su piel pálida, su sonrisa y su baja estatura, o solo yo era yo que empezaba a estirarme. Pero eso de saber que me había enamorado, solo lo supe cuándo ella se había largado a Francia sin despedirse de mí. Y claro, no podía faltar lo que Jackdiel había dicho:

«Anne-Lise confirma que eres un gay reprimido, Goldman»

Recuerdo que había apretado mis manos en forma de puño y le había quebrado la nariz. Jackson, que era mi mejor amigo en ese entonces, lo defendió, dejando roto el labio inferior y un gran moretón en sus costillas. Era obvio que defendería a su hermano gemelo, pero lo que no creía era que Jackson, me había confesado ese día que estaba enamorado de Anne-Lise y al enterarse de la apuesta de su hermano y mía, me golpeó.

Me amenazó con que me alejara de ella, bueno no solo de ella, me alejó de la pandilla que habíamos formado desde pequeños: Los gemelos Duncan, Anne-Lise y yo. Los mejores amigos por años.

Regreso a mi realidad, bajando la puerta del porta equipajes de un golpe y entro al edificio. Toco la puerta del departamento de Rachel.

Rachel Reynolds. El ligue de hace cinco años, en una de esas visitas que hizo ella a Estados Unidos, cruzamos números y llegó la casualidad que vivía en Los Ángeles, al otro lado de la ciudad donde sus padres vivían y desde entonces, follábamos cada vez que quería.

Solo una llamada con una noticia bastó para que regresara a Londres, llevaba un fin de semana en la ciudad y mis padres ya habían pedido que ayudara unas semanas más en la empresa, ya que mi padre estaba recién operado del corazón. Yo, como hijo único, sin pensar dos veces y molesto por no saber de la operación, hice maleta y me prometí a mí mismo, estar solo unas semanas en lo que mi padre Alfred se recuperara, ya después yo regresaría a mi negocio propio en el corazón de Los Ángeles.

Después de dos horas intensas de sexo, me abrocho mi camisa blanca y meto mis pies a mis zapatos. Podía ver la ansiedad de Rachel al ver que tenía prisa por irme. No tardaba en hacer preguntas.

—¿A dónde vas con tanta prisa? —pregunta Rachel.

—Tengo una cena con mis padres y padrinos.

—¿Y no puedes llevarme? —pregunta arrepentida al ver mi reacción. Esto no es una relación, ella lo sabe de sobra.

—No. Recuerda esto Rachel…—me acerco a ella que está desnuda en la cama y tomo su barbilla de manera posesiva—Tú solo eres mi… diversión. Mi vida privada y familiar es lo que es: P R I V A D A—remarco cada letra. Rachel asiente.

Era lo que ella había aceptado. Solo yo, ella y su cama. Follar y follar. Solo eso. No tenía derecho a pedir más y por mí ella soportaría con tal de tenerme en su cama cuando a mí me apeteciera ya sea aquí o los meses que ella se quedaba en Estados Unidos. Sé que siente algo más por mí, pero yo no estoy interesado. Nunca me volvería a enamorar, el amor solo causa, dolor.

Salgo a toda prisa del edificio de ladrillos, subo a mi Bentley del año, miro el cielo que está a punto de romper en una tormenta, me detengo en el semáforo que está en rojo. Pongo música para el transcurso del camino. Estoy insatisfecho, pero un poco relajado. Por más que exigía en la cama con Rachel, tardaba mucho en llegar a un clímax. Tenía que usar en veces mi mano para poder tener un clímax decente. Y eso me irritaba. Rachel es hermosa, pelo corto y rubio, un cuerpo de infierno, pero no me llenaba. Ni viendo cómo se tocaba… Me ponía. A veces pienso que tengo un problema psicológico. Me distrae de mis pensamientos las gotas de lluvia que empezaron a caer sobre mi auto y maldigo. Odio manejar con lluvia. Ya que no es seguro.

Al girar mi rostro antes de avanzar, reconocí a la castaña extendiendo su mano para tomar un taxi, pero este no se detenía. Puedo ver el rostro de frustración de la mujer. Y eso por mi extraño que fuese, me irrita. Su maleta estaba empezando a mojarse y ella se cubría con una revista en la cabeza.

Maldigo entre dientes por lo que voy a hacer. Prendo las intermitentes y bajo el vidrio del copiloto. Estiro mi cuerpo para ver a la castaña.

—¡Hey! —grito desde mi lugar. La castaña se gira y baja la vista hasta mí.

—¿Qué? —dice mientras se cubre de la lluvia.

—¿A dónde vas? —la mujer duda en decir o inclusive en hablar conmigo.

—Al norte—pienso en que tiene suerte la castaña. Claro, si aceptara el aventón.

—Yo voy al norte, cerca de la autopista principal. ¿Te sirve un aventón?

La castaña no dice nada. Pero creo que eso de subirse en carros con extraños no va con ella. ¿Y con quién si, Goldman?

Leo el rostro de duda, decido darle un empujón. Bajo del auto y me acerco a la mujer. Agarro la maleta, pero la castaña insiste en que no.

—¡Anda mujer, que nos vamos a empapar y pescar un resfriado! Puedes apuntar las placas del auto y enviarlas a alguien de confianza, si eso te da seguridad.

Finalmente, me entrega la maleta, camino hasta él porta equipajes dejando la maleta, me regreso a toda prisa y le abro la puerta a la castaña, pero ella se niega a entrar, camina hasta la parte trasera de mi auto y toma una foto a las placas. Pongo los ojos en blanco. La castaña se sube al auto, entro intentando limpiar mi rostro húmedo por la lluvia, la mujer a mi lado teclea a gran velocidad, por un momento me quedo mirando su perfil, me es tan familiar.

El semáforo regresa al verde después de unos segundos.

— ¿Quieres música? —pregunto sin quitar los ojos del camino.

—No, gracias—y la castaña sigue observando por la ventanilla. Nos estaba acercando a la autopista principal.

—¿Por dónde quieres que te deje? —pregunto. El corazón se me empezó acelerar cuando la castaña me da la indicación.

Es cerca de la casa de mis padrinos, la casa de Anne. La castaña me señala una esquina, cerca de unas residencias grandes. Pide que la bajase como a seis casas de distancia, ahí mismo. La lluvia se había calmado, bajo a toda prisa, intentando que mi pasado no me atrapara y me paralizara en este momento, le entrego la maleta y la castaña se acomoda la bolsa en su hombro. Me da las gracias y yo sin responder inmerso en mis pensamientos, arranco hecho un diablo. Las llantas del auto sacan humo y me doy vuelta en “U” para alejarme lo más antes posible.

«Aléjate, Ayrton, aléjate» me digo para mí mismo. Tenía que alejarme de ese lugar. Me traía recuerdos no gratos. Era la casa de la mujer de quien me he enamorado y había traicionado con tal comentario haciendo mi vida un infierno antes de marcharme a Estados Unidos. Aunque era obvio la reacción a las palabras que le había dicho de la apuesta, pero no sabía cómo manejar el fuego que se estaba formando con solo haberla besado. Tenía que alejarme para evitar quemarme… y quemarla.

Me detengo en seco, dando un fuerte freno casi a punto de salir a la autopista.

«La cena»

Cierro los ojos, irritado. Doy un fuerte golpe con mi puño en el centro del volante. ¿Cómo sobrevivir a los recuerdos de esa casa?

«Pero ella está en Francia, Ayrton, deja de ser un total cabrón»

Tomo aire y luego lo suelto lentamente. Tengo que hacerlo dos veces más para calmar el acelerado corazón. Reversa y un fuerte acelerón, me hace regresar al mismo camino al que llevé a la castaña, ni supe dónde llegó, ya que ni me despedí y ni la vi acercarse a alguna casa en particular.

Entro a la calle donde se encuentra la casa de mis padrinos y en la que también estaban mis padres esperándome. Solo a dos cuadras de donde viven ellos y donde me estoy quedándome unas semanas antes de regresar a Estados Unidos. Llego a la casa que se encontraba al fondo de la calle. Es hermosa. La protegían unos muros de piedras rústicas y árboles gigantes del otro lado. Un portón de fierro pesado, con figuras doradas, le daban un hermoso toque. Presiono el botón para que se abran las puertas y segundos después desde adentro dan la autorización. Entro por el sendero y estaciono mi auto cerca de un árbol a unos cuantos metros de la entrada. Bajo y me arreglo la camisa, tomo la americana que cuelga en un gancho de ropa detrás de mi asiento y me la pongo, luego aliso nervioso mis pantalones.

Estoy jodidamente nervioso y no entendía el por qué, ni que me fuera a encontrar a Anne-Lise. La chica rubia de pelo largo y ondulado, esa sonrisa que la distinguía con sus hermosos hoyuelos y esos ojos azul cielo.

 «Calma, Goldman»

Escucho voces en el jardín, así que decido entrar por la puerta que daba directo al lugar. Cuando empujo la puerta, puedo visualizar una mesa grande debajo de una pérgola de madera, enredaderas con flores en los barrotes y también del techo colgaban, estaban en medio del gran jardín. Se encontraban mis padrinos y mis padres entre risas y risas. Admiraba mucho ese cuarteto de amigos. Yo soñaba con tener un grupo así, pero lamentablemente se había esfumado hace años. Levantaban las copas de vino, como si estuvieran recordando viejas historias. Y eso era una de las cosas que me encantaban de mi infancia, escuchar historias de ellos. Me acerco lo suficiente como para que mi madre Constanza se diera cuenta.

—¡Hijo! ¡Ayrton! ¡Ya llegó, Alfred! —mi madre se levanta y avanza hasta mí. Me abraza efusivamente. Y yo arrugo el entrecejo a tal gesto. ¿Qué le pasa?

—¿Todo bien? —pregunto curioso.

—Ahora, todo estará bien hijo. Tu padre ha preguntado por ti.

—Hijo, toma asiento.

Todos me miraron y se hicieron un gesto con los ojos entre ellos, Alfred, mi padre, está sentado en un sillón reclinable, recostado cuidadosamente sin hacer mucho esfuerzo por su operación, aunque no debería de estar ahí, pero no se podía pelear con él.

—No, mejor ve a la cocina para que nos traigas la botella de vino que trajo…—se queda callado por un momento—… tus padrinos del último viaje a Europa.

Sonríe, pero creen que no me he dado cuenta de lo que estaba pasando, algo traman. Finalmente, asiento mientras me suelto del abrazo de mi madre Constanza. Antes de ir a la cocina por la botella de vino, saludo de beso a mis padrinos y me dirijo a la cocina. Conocía la casa como la palma de mi mano, pero, por una parte, me lastimaba estar aquí con el recuerdo de Anne-Lise. O Anny como yo le decía de cariño.

Estaba a unos pasos de entrar a la cocina, empujo la puerta vaivén y solo escucho maldecir a alguien del otro lado al mismo tiempo que se escuchan vidrios romperse fuertemente contra el suelo.

Cierro los ojos.

Es la segunda vez en el día que pasaba esto. Primero con la mujer castaña que he lanzado al suelo sobre su trasero, ahora a otra, debe de ser Lola, la cocinera de mis padrinos. Al escuchar silencio, en los siguientes segundos del pequeño percance, estiro la mano para empujar la puerta con cuidado y entrar a ayudar. Pero solo puedo ver a una mujer castaña sentada sobre su trasero, cubriéndose el rostro y maldiciendo.

Al separar sus manos, levanta su mirada y nos encontramos. Los dos nos quedamos en estado de shock.

—¡¿Tú?!—decimos al mismo tiempo.

He descubierto que la castaña que estaba sentada en el suelo sobre su trasero, cubierta de vino, pan y queso… era Anne-Lise.

«Mi pequeña Anny»

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