Capítulo 8

Ambas me tomaron por los brazos y me jalaron fuertemente haciéndome pasar.

- Ven Tommy, siéntate ¿Quieres tomar algo? - Preguntó una de las chicas.

- ¿Quieres algo de comer? - Preguntó la otra, acercándome un racimo de uvas.

- Gracias preciosas. Que atentas son -

Ambas se miraron, sabía que tramaban algo. Se sentaron una a cada lado mío y entrelazaron sus dedos por mis cabellos jugando con el.

- Nos gustas mucho Thomas - Dijeron en coro.

- Y ustedes a mí - Sonreí.

Una de ellas comenzó a lamer el exterior de mi oído, mordisqueaba mi lóbulo, provocando que mi piel se erizara, mientras la otra desabrochaba mi chaqueta haciendo que resbalara por mis hombros, hasta caer en el sofá.

Debo admitir que me puse algo nervioso. Ambas mujeres se habían puesto de acuerdo para hacerme caer ante sus provocaciones, y yo realmente me estaba desplomando.

Bajó lentamente de mi oído a mi cuello, las partes más sencibles de mi ser. La otra dama, más atrevida, lamió mis labios haciéndome perseguirlos para que mi lengua se encontrara con la suya. Era un completo éxtasis de emociones. La sangre me fluía con rapidez. Sabía perfectamente a dónde se dirigía todo esto y a pesar de eso me sentía con ganas de continuar.

Aquella que estaba atrapada en mi yugular se despegó tan solo para desabrochar su blusa. Mi sorpresa fue que ya no traía su sostén puesto. Fue más fácil para mí poder ponerle mis manos encima, acariciarlos con fuerza y pegarlos a mi rostro, como si quisiera hundirme en ellos y ahogarme de placer en medio de ese par de grandes melones.

La que estaba sumergida en los fluidos de mis labios no perdió el tiempo tampoco. Subió su falda hasta su cintura e inclinó su cuerpo, poniendo su cara justo en mi cremallera para desabrochar mi pantalón. Sus nalgas sobre salían y yo no pude evitar verlas, eran tan firmes y redondas, no me pude negar y las acaricié. De nueva cuenta me llevé una sorpresa, ya no traía puestas sus bragas.

Solo podía pensar en que mi sueño más húmedo se estaba haciendo realidad con este par de ardientes jovencitas. Cualquier hombre daría lo que fuese por estar en mi lugar en ese preciso momento.

Metí uno de los pechos en mi boca y lamí su duro pezón, mi lengua se movía en círculos enardeciendola, podía escuchar algunos agudos gemidos salir de sus labios.

Pasé mi mano por el trasero de la otra y llegué hasta su clítoris. Con la punta de mis dedos, índice y medio, la empecé a estimular. Se mojó tan rápido, era como si mis dedos hicieran magia. Introduje un dedo dentro de su estrecha vagina, proseguí metiendo el segundo.

Los quejidos de ambas resonaban en mis oídos, era como escuchar el canto de unas sirenas en la superficie del mar.

Sacaron de entre mis pantalones mi viril y duro miembro, sentía que ya estaba húmedo. La primer chica bajó la mano a mi par de testículos, deteniéndose ahí para masajearlos con delicadeza, a la vez que la otra me masturbaba con suavidad. Estaba tan exitado, tan extasiado, pero de pronto una imagen se hizo ver dentro de mi cabeza. Los hermosos ojos verde esmeralda de Betty se reflejaron ante mi mente. Abrí los ojos y me levanté de golpe.

- ¿Pero que demonios me pasa? ¿Acaso mi subconsciente no me permitirá disfrutar de este exquisito momento? - Me dije a mi mismo con rabia.

- ¿Thomas? -

- ¿Estás bien muñeco? -

Ni siquiera pude responder.

- Aamm... Recordé que tenía algo importante que hacer -

Tomé mi chaqueta y salí corriendo de ahí, dejando a las chicas con cientos de preguntas.

Caminé por las calles con la cabeza agachada, mirando al suelo. Me sentía defraudado por mi mismo, era como si mi mente me estuviera jugando sucio, no me respondía. Deseaba a todas esas mujeres pero yo mismo me impedía estar con ellas sin que lo ordenara.

Estaba a punto de doblar la esquina cuando ví a Betty afuera de la puerta de una casa. Ella estaba por entrar y un hombre mayor estaba por salir. No era mi intención espiar, pero la verdad es que no estaba listo para que me viera después de aparecer en mis pensamientos sin mi permiso.

Ambos cruzaron camino. Y el hombre detuvo a Betty.

- Hija -

- Hola padre, buenas noches - Saludó con la mirada al suelo.

- Me alegra verte. Julious quiere que nos reunamos mañana para hablar de la boda -

- ¡Pero, padre! Yo... Ya te he dicho que no quiero casarme con ese hombre Ni siquiera lo conozco, además he notado que es un ebrio apostador -

Quedé impresionado, llegue justo en el momento perfecto.

- Pues lo lamento mucho, ya hice un trato con él -

Aquel viejo hombre subió a su coche y se marchó sin dejarla hablar. Esperé a que Betty entrara a su casa para poder seguir mi camino.

Volví al castillo, subí las escaleras y me tumbe en mi cama. Quedé profundamente dormido, estaba totalmente cansado después de tantas aventuras por una sola noche.

Al día siguiente me levanté muy temprano. Quería hacer algo de investigación, debía saber quién era ese tal Julious. Tomé mi laptop y me puse en marcha.

- Hola hermanito, veo que estás estudiando - Dijo Terrence.

- Así es -

- Bien, pues no te interrumpo más - Dió media vuelta, pero lo detuve. Tenía algo importante que preguntarle.

- Oye tú... Amm... -

- Dime -

- ¿Aún existen los matrimonios arreglados? -

- Pues, no deberían ¿Porque lo preguntas? -

- ¡Aaah! No nada más, simple curiosidad - Dije rascando mi nuca.

- No te preocupes. La realeza ya no hace eso. Prefieren que desposes a una joven de buena familia, con dinero y todo eso, pero tampoco es como que sea obligatorio, en estos tiempos ya puedes contraer matrimonio con una plebeya -

- ¿Y entre la gente común? ¿Ellos siguen dando a sus hijas para que se casen con hombres adinerados? -

- No creo que sea correcto que hagan eso... ¿A qué se deben todas estas preguntas? ¿Conoces a alguien que esté pasando por esta situación? -

- No, no yo... Olvídalo ¿Quieres? - Me levanté y salí de ahí.

Ya tenía toda la información que necesitaba. Ese tal Julious era dueño de una fábrica en dónde el padre de Betty trabajaba como obrero. Hace un par de años se convirtió en un apostador compulsivo, y junto a su jefe hacía reuniones dónde jugaban al poker y apostaban miles de dólares.

Perdió mucho dinero y estuvo a punto de perder su casa, pero Julious le perdonó la deuda a cambio de darle a su hija para casarse con ella.

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