-¡Mierda m****a!-
Gritó Helena mientras corría hacia su primer día en el trabajo, nuevamente el Bus le había fallado y solo faltaban 5 minutos para las 9 AM, ¡No podía ser impuntual en su primer día!
Llevaba sus zapatos de taco en sus manos, porque había aprendido la lección, se quitaría las zapatillas viejas pero cómodas al entrar.
Cruzó la calle, esta vez mirando hacia ambos lados y entró a la empresa hecha un rayo. Mientras corría hacia la recepción, la hebilla de uno de los zapatos se enganchó en su remera nueva de hilo.
-¡No puede ser!- exclamó frustrada y tironeó, estirando un largo hilo y descociendo la blusa- No no no- Negó mientras trataba de desenganchar el hilo, sin ver hacia adelante.
-¡Cuidado!- Gritaron de fondo.
Pero cuando Helena levantó la vista hacia adelante ya había chocado de frente con alguien y cayendo ambos al suelo.
Helena levantó el zapato, el hilo se había soltado, pero cuando miró su blusa, un gran escote se había hecho mostrando el inicio de sus pequeños pechos y su brasier rojo. Si, era rojo, porque se había teñido en la lavarropa con una media roja del niño que se había infiltrado.
-¿Acaso no ves por donde caminas, inútil?- gritó una mujer con tonada extranjera.
-¡Como lo siento!
Helena se arrastró hacia ella e intentó levantarla sujetándola del brazo.
-¡No me toques!- Gritó la mujer golpeando la mano de Helena. La pelirroja la soltó y la mujer volvió a caer. Se escucharon gritos de sorpresa de fondo y Helena observó con pánico como todos alrededor miraban la escena alarmados.
La mujer era sorprendentemente hermosa, como ella nunca lo había sido ni en sus mejores épocas, tenía el cabello dorado y brillante con ondas perfectamente hechas, un cuerpo despampanante, la envidia y el deseo de cualquiera, con unos pechos grandes y redondos, que Helena dudaba que fueran reales, una cintura estrecha y unas caderas curvas debajo de su outfit ajustado completamente rosa.
La mujer se levantó a duras penas, porque llevaba unos tacos aguja color rojo muy empinados y miró con furia en sus ojos verdes y felinos.
-Realmente lo siento señorita, es que venía apurada y…
-No me interesa- la interrumpió y la observó de arriba hacia abajo. Con disimulo Helena tapó su escote con su mano- La próxima vez no seas tan torpe, no tienes ni idea de con quién te chocaste.
La mujer le pasó por al lado de una shoqueada Helena, golpeando su hombro con fuerza y alejándose con elegancia, volteó a ver a helena una vez más y dijo:
-Mujerzuela.
Helena no quería creer lo que había escuchado a sus espaldas, prefirió ignorar el insulto de la mujer desconocida y caminar hacia el ascensor. Aún tenía dos minutos para presentarse, debía pasar primero por el baño y arreglar su escote, tenía razón, parecía una mujerzuela no una empleada de oficina.
Subió al ascensor y miró su blusa en el espejo
-Está arruinada- bufó tratando de hacerle un nudo en medio, justo cuando el ascensor se detuvo y se abrieron las puertas. Helena volteó rápidamente, al ver que en reflejo se dibujó el rostro tenso y malhumorado de su nuevo jefe.
-B-buenos días- dijo la pelirroja, tratando de ser amable e iniciar desde cero.
El hombre entró, las puertas se cerraron, apretó el botón del último piso y se apoyó a un costado ignorando completamente a la mujer.
Helena tragó saliva nerviosa y miró hacia otro lado. Era un ascensor pequeño, sus cuerpos estaban muy cerca y no pudo evitar temblar al sentir el perfume carísimo y afrodisíaco del hombre que la estaba drogando. Miró el tablero, aún faltaban muchos pisos, y sentía que no pasaba más el tiempo.
Sebastián miró de reojo a la pequeña mujer que parecía una pulga. Tenía puestas unas zapatillas viejas y roídas, sus piernas flacas temblaban y su rodilla tenía la herida cicatrizada del accidente. Sus dedos se movieron curiosos, querían tocarla, pero los cerró con fuerza conteniendo el impulso. Siguió subiendo con sus ojos de onix por el escuálido cuerpo y se encontró con que la mujer tapaba de forma descarada su escote.
Sebastián rio por ello
-¿Qué es lo gracioso?- exclamó con fastidio la mujer, sus palabras salieron antes de que pudiera pensar.
¿No era capaz de saludar como una persona con educación y encima se burlaba de mí?
Sebastián la miró a los ojos, con su mirada almendrada de pupilas lúgubres. ¿Realmente quería enfrentarlo?
Sebastián le demostraría quien manda.
- ¿Realmente crees que me interesa verte el escote?
- ¿Cómo se atreve?- exclamó indignada la colorada.
-¿Realmente te crees la gran cosa no?
Rápidamente se puso delante de ella, encerrándola en la esquina.
-Aléjate.
Sebastián sonrió de forma lasciva, mostrando sus colmillos relucientes.
-¿Crees que me muero por probarte, sirvienta?- Levantó su mano- ¿Crees que me muero por verte sin ropa?- sostuvo la mano de Helena
-No te atrevas
-Vamos, si es lo que quieres- tironeó la mano de Helena estirando la remera- déjame ver tu pecho plano e insulso.
Justo en ese momento las puertas del ascensor se abrieron, habían llegado al último piso.
Sebastián se alejó rápidamente, con una gracia que la dejó desconcertada.
-¿Sebi?
Helena miró sorprendida a la mujer rubia, que observaba a ambos extrañada.
-Hola Katlyn, tu avión llegó antes- exclamó con tranquilidad mientras acomodaba su corbata.
La nombrada miró a Helena con una mirada intensa que hizo temerle más a ella que a su nuevo jefe
- ¿Que hace acá la torpe?
Sebastián miro a Helena con sospecha
-¿Ya se conocen?
-Me chocó en la recepción.
Sebastián rio por lo bajo, parecía que la mujer realmente era torpe
-Es mi nueva secretaria- Sentenció Sebastián
-Es broma ¿Verdad? ¿Esta mojigata?
Sebastián salió del ascensor y Helena caminó detrás él como una sombra.
-Helena es su nombre- la corrigió
-Hola- Saludó tímidamente la pelirroja, tragándose sus insultos hacia la rubia.
La mujer la tomó del brazo y le habló al oído -Y yo soy Katlyn Walker, la prometida de Sebastián. - Luego la soltó con fuerza y salió hecha un humo hacia el otro lado.
¿La prometida? ¡Pues claro! Era tan obvio que un ogro como él solo podía salir con una arpía como ella.
-¿Qué esperas para seguirme?- gritó Sebastián que ya estaba lejos.
Helena respiró hondo y corrió para alcanzarlo.
-Este es tu escritorio, aquí está la agenda con los contactos de la empresa y en este programa vas a cargar las reuniones del señor Aller-
Una señora de unos 60 años muy amable le explicaba su nuevo trabajo, pero Helena no podía dejar de mirar de reojo a Sebastián, que la observaba sin disimulo desde su escritorio, que justo daba al de ella.
-¿Quedo claro?
-Si muchas gracias eh...
-Carmen es mi nombre, cualquier cosa me preguntas
-Gracias Carmen.
Helena revisó los teléfonos y la información de la empresa, pero no había forma de concentrarse, los ojos acosadores de su jefe se clavaron a la distancia en su pecho. Abrió y revolvió el cajón del escritorio y encontró un alfiler de gancho, abrochando su escote.
Maldito pervertido, pensó.
-Busca a una tal Helena- Ordenó la rubia a una de las empleadas de su prometido. - Si ella, Helena Deluna…- repitió la mujer- ¿Quién es? Averígualo ya
La mujer buscó información en los archivos de la computadora.
-Por lo que veo señorita Walker se postuló para el puesto de secretaria presidencial.
-¿Y que hizo para conseguir el puesto? ¿Se acostó con mi prometido?
La mujer balbuceó sin saber que responder
-Aquí dice que recursos humanos rechazó su postulación
-Entonces se acostó con él la muy zorra
-No lo sé, pero el señor Aller insistió en contratarla.
-Tú y yo nunca hablamos de esto ¿Entendiste?
-Si señorita
-Señora
-Lo siento, señora Walker
-¡Señora Alller!- Gritó la mujer.
Esa mujer iba a pagar, ¿Se creía que podría venir y robarle a su prometido con su cuerpo raquítico y sus pechos caídos? Estaba loca.
Helena vio como Sebastián se levantaba de golpe y buscaba algo por todos lados, tímidamente se acercó a su oficina
-Señor, ¿lo ayudo con algo?
-Sí, cierra la puerta y no molestes
Helena le hizo caso a regañadientes, por lo menos de esa forma no lo vería por un rato
-¿Dónde m****a está?
El joven jefe buscaba con desespero su billetera, no recordaba haberla agarrado por la mañana, ¿Hace cuando que no la tenía?
Marcó el número de su gerente.
-Perdí mi cartera. ¡No sé en donde, por eso te estoy llamando!!- Gritó al teléfono- Busca en los registros de las cámaras. ¡Cuanto antes!
El joven CEO sabía que quien tuviera su cartera desearía no haberle robado a Sebastián Aller
Sebastián miraba en silencio la pantalla de su computadora, donde se mostraba un video en blanco y negro que develada al ladrón de su cartera, más bien ladrona, porque la persona era nada más ni nada menos que su secretaria, ¡A quien había contratado para el mejor puesto! No podía creerlo, había sido bueno con ella después de todo, ¿Así le agradecía? -Voy a llamar a la policía inmediatamente- exclamó su gerente, levantando el tubo del teléfono. Rápidamente el CEO apretó el botón cortando la llamada- ¿Señor? -Por el momento no voy a tomar cartas en el asunto. -Pero señor Aller es una ladrona -Lo sé. Sebastián dirigió una fría mirada hacia el hombre, quien intimidado salió de la oficina sin decir más nada. No sabía porque, pero no quería alejar a la mujer de él, prefería tenerla cerca y tener esa carta guardada para un futuro. Helena tocó la puerta de la oficina de su jefe y esperó. -Pase- escuchó la voz grave del heredero y respiró hondo cerrando los ojos “Vamos Helena tú p
Sebastián no tiene idea de cuánto tiempo ha estado observando en silencio a Helena desde su oficina. La ha visto teclear sin parar, con sus dedos largos y delgados, relamerse sus finos labios dejando una capa fina de brillo haciendo que el joven heredero se relamiese los propios, imaginando a qué saben los de su secretaria. “Seguramente a cerezas frescas” Pensó -¡Helena!- gritó una voz chillona que irritó al CEO y lo hizo volver a la realidad- ¿Te enteraste de que Katlyn va a hacer una despedida de soltera? Un grupo de mujeres rodeó a Helena alejándola de su visión. -No sabía… -Ay Carlita ¡pero si estamos todas invitadas! -¿A si? -Sí, tú también -Agradezco la invitación chicas, pero no puedo dejar a mi hermanito solo, diviértanse ustedes -Ay vamos Helena, ¿Realmente te lo vas a perder? ¡Va a ser la fiesta del año! -Claro, después de la boda- corrigió otra -Si si, pero en esta va a haber stripper Las chicas rieron divertidas y sonrojadas por eso Pero a Helena realmente
-¡Filma esto!- Exclamó Katlyn a una de las chicas, quien encendió la cámara de su celular y comenzó a grabar a Helena. La secretaria presidencial bailaba en el medio de la pista, danzando con movimientos lentos y con los ojos cerrados, la joven drogada levantó lentamente su falda por encima de sus muslos blancos como el papel, mostrando el inicio de su ropa interior ancha color rosa para nada sexi. -Haz un acercamiento a eso- señaló divertida la rubia- ¡La mejor despedida del mundo!, no necesito strippers con esto. Helena se sentía en un sueño psicodélico, todo le daba vueltas, no podía ver nada ni a nadie y las luces de colores del boliche parecían fuegos artificiales que molestaban en sus ojos sensibles a la luz, la música sonaba tan fuerte que la sentía en su cerebro. “Necesito bailar, necesito moverme” Gritaba en su cabeza bailando con más fuerza, sentía que si dejaba de moverse se apagaría. -Que calor…- balbuceó aún con los ojos aún cerrados, sintiendo todo su cuerpo con una
-Piérdanse idiotas- gruñó uno de los amigos de Alan a los dos hombres que apretaban a Helena en medio de la pista, los nombrados gruñeron molestos de que otro hombre quisiera arruinarles la fiesta, pero cuando se giraron hacia donde venía la voz sus rostros pasaron a uno de terror, el otro amigo de Alan se acercó poniéndose al lado. -¿No escucharon? ¡Lárguense! ¡shu! ¡fuera! Ambos apretaron con fuerza las muelas con el cuerpo temblando de la ira, no podían gritarles ni pelear, ya habían perdido la batalla y a la chica, porque ellos y todos los demás que estaban en la pista sabían quiénes eran esos dos hombres de camisas de telas costosas, pantalones a medida y relojes del valor de una casa, eran los amigos o más bien ¨Los secuaces¨ así les decían algunos, de Alan Aller, que prácticamente era el dueño del lugar, casi todas las noches estaban ahí zumbando, molestando a la gente y llevándose las mejores mujeres, ellos elegían y ya no había nada más que hacer. Sin protestar, se aleja
-Ahora largo- -Pero Alan ¿No quieres que filmemos o algo? -Sí, ¿porque no nos divertimos un rato cada uno? La noche está en pañales. Alan frunció el ceño con molestia y sus ojos marrones parecieron volverse negros al clavarse en los rostros de sus dos amigos, quienes tragaron saliva nerviosos arrepintiéndose de la sugerencia de divertirse los tres con Helena. Alan no quería compartir a la colorada que ahora estaba acostada detrás suyo en la cama de un motel barato, porque sí Alan podría ser asquerosamente rico, pero no gastaría un centavo de más en una noche con una mujerzuela. La quería sola para él, a veces compartía con los idiotas de sus compañeros de fiesta, pero está vez era distinto, estaba más que ansioso por cerrar la puerta y quedarse a solas con ella. -No- sentenció cerrando de un portazo la habitación. Todo se quedó en silencio, Alan aún estaba con su cuerpo hacia la puerta cuando escuchó un gemido bajo detrás suyo, sintió el sonido excitante y femenino recorrer
Sebastián se despertó en la mullida cama de su pent-house, la luz de la mañana entró por el gran ventanal molestando su visión y sintió un fuerte dolor de cabeza producto de lo consumido en la noche. -Argh- se quejó esquivando los rayos blancos girándose hacia el otro lado, encontrándose con la mujer pelirroja que aún dormía plácidamente, pero no por el cansancio de una noche salvaje, porque el joven heredero perdió su racha y su fama de ser un don juan en la cama, ahora se sentía avergonzado, con su ego por el piso, no ha sido capaz de disfrutar a la hermosa mujer ni ella de confirmar lo que estaba en boca de todos y que todas las mujeres querían confirmar por cuenta propia. Que no había otro como Sebastián Aller en la cama. “Lo siento, no puedo” Exclamó saliendo de encima de la hermosa mujer y sentándose a un costado completamente humillado. No podía quitar la imagen de la joven que hace días vagaba por su mente, fue mala idea elegir a una pelirroja para saciar el deseo que tenía
Helena no sabe cuánto tiempo caminó desde el motel de media estrella hasta su pequeño departamento del otro lado de la ciudad, con su vestido roído en la parte de abajo, sus pies descalzos porque era imposible para ella apurar el paso con los zapatos de fiesta, sus piernas apenas enjuagadas con el agua de la canilla para disimular lo sucedido, su cabello suelto hacia los costados tratando de tapar las marcas de su piel desnuda, la incomodidad de usar la ropa interior arruinada y manoseada por alguien más cubriendo su parte íntima adolorida y que suplicaba por ser lavada con fuerza cuanto antes para quitar la sensación de suciedad y lo peor de todo es que a cada paso que daba sentía que una parte de su alma se iba por su boca en cada suspiro agitado, las puntadas de dolor no le tuvieron piedad a la pobre mujer, que trataba de no pensar en ello y aceleraba más y más el paso, deseando llegar a tiempo a su trabajo para no ser despedida. Llegó a la puerta de su monoambiente y antes de abr
Helena dejó a su hermanito con la vecina y caminó hacia su trabajo. Ya era muy tarde, había fracasado, perdiendo su racha de puntualidad y se odió por ello, revisó una vez más su billetera con la esperanza de encontrar algo de dinero doblado entre los papeles, pero no, seguía vacía. No podía tomar un taxi, ni siquiera un bus y todavía le faltaba como 20 minutos más de caminata. Mientras caminaba a duras penas, tratando de no renguear mucho y pensando en qué excusa sería la mejor para explicar el motivo de su atraso pasó por la puerta del hospital donde pasó casi toda su vida por su padre y luego su hermanito enfermo. Se detuvo un segundo mirando la entrada, sintiendo el latir de sus entrañas pidiendo ser curadas. Se había enjuagado por todos lados, pero aun así el dolor persistía. “Quizás podría entrar y que me atiendan” Meditó. Pero luego pensó en la gran deuda que tenía con el hospital.“No, no puedo endeudarme aún más” Negó frenéticamente abrazándose a sí misma y continuando con