Capitulo 2

Quien había dicho alguna vez que la vida no podía ser perfecta, se había equivocado con ella. Por primera vez en su vida todo estaba saliendo justo como había deseado que sucediera.

La Rosa era una escuela genial, cada uno de los profesores eran una eminencia en sus respectivas materias, todos con estilos diferentes sin duda, pero indudablemente muy buenos. Daba gusto estudiar en una escuela así.

Además de eso, aunque sólo llevara una semana en el instituto, ella sentía que pertenecía allí; estaba tan a gusto, que parecía como si llevara años en ese lugar. Tenía la sensación de tener más libertad e independencia de la que alguna vez pensó tener.

De alguna manera siempre que asistía al colegio… No quería recordarlo, pero sentía como si Alessa siempre le hubiera hecho sombra.

Ahora todo era diferente. Se llevaba muy bien con sus profesores y compañeros, a excepción de su única clase de heurística. Pero a pesar de aquello, había logrado sacar algo bueno: Había hecho amigos con gran facilidad, no sólo en el colegio, sino que en el trabajo también.

Su empleo en la cafetería había pasado de atender mesas a llevar el orden de las notas y meterlas en la computadora a tan sólo tres días de haber estado allí.

Y como lo mejor de todo, estaba Cole.

Cada día, Cole Jordan le sorprendía con algo. Todos los días tenía atenciones con ella y la hacía sentir sumamente especial. Ningún chico la había tratado así anteriormente, para el obvio escepticismo del propio Cole, y era tan agradable saber que le gustas tanto a alguien que constantemente, sin que lo pidas o lo esperes, tiene detalles contigo: Flores, postres y todas las pláticas que habían tenido.

Cole conocía prácticamente todo el mundo y era fascinante escucharlo hablar de lugares como Sydney y los canguros; China y el río Yan Tse; de París y el Louvre; o América y los hotdogs, los partidos de basketball y el Gran Cañon de Colorado.

Y lo que era más, a menudo pensaba que, aunque fuera un completo bobo y nunca hubiera salido más allá del portal de su casa, le gustaría oírlo hablar con esa voz profunda y resonante de cantante de blues y sonrisa de Miguel Arcángel.

Lo que era bien extraño, porque antes, lo que más había apreciado en cualquier chico, era su iniciativa en las pláticas y la pasión que demostraba en su retórica… Las cosas que más le habían gustado de Emmett.

Quizá en eso consistía todo…

Cole e Emmett eran parecidos en algunos aspectos: Eran personas determinadas, con valor, inteligentes, pero de una forma distinta. Mientras Emmett podía ser terco, Cole era tenaz a un grado superlativo.

Si, ambos iban tras lo que querían con todas sus fuerzas y sin dar marcha atrás. Pero mientras Emmett era imprudente, Cole era frío en sus movimientos…

Emmett era como una ola, llegando al puerto con todas sus fuerzas y arrancando las palmeras, pero sin lograr llevárselas. A diferencia de Cole que era como una marea intensa, una y otra y otra y otra vez, hasta que esa palmera estuviera bien mar adentro.

Y esa marea definitivamente la estaba arrastrando a ella al mar.

Si, las cosas estaban saliendo tal y como las quería… Estaba finalmente dejando su pasado atrás, acostumbrándose y encariñándose a esa nueva vida que siempre había querido, y abriéndose a la posibilidad de ser feliz, por propia elección.

Realmente feliz.

Pero, cómo en los malos culebrones de televisión, eso no podía durar mucho… ¿Cierto?

.

.

Una fragante taza de café fue puesta delante de ella y miró con profundo agradecimiento a quién la había traído. Como empezaba a ser costumbre, era el apuesto Cole.

  • ¿No tuviste buena noche? —preguntó el joven de ojos azules, sentándose a su lado.

  • Recorte para depósito bancario —dijo como si eso lo explicara todo, y probablemente para él, que se movía desde pequeño entre los números y negocios, lo tenía—. Nunca imaginé que fuera tan complicado. Si no hubiera tenido todo al día en la computadora desde la semana pasada, habría sido mucho más complicado.

  • ¿No se supone que deban tener una contadora para eso? —preguntó el joven preocupado porque estuvieran exigiéndole demasiado en su trabajo.

  • Es una cafetería pequeña —dijo ella con tranquilidad, el trabajo no la molestaba—. Creo que no ven la necesidad de ello aún.

  • ¿Te dio tiempo para acabar con las ecuaciones de ayer? —preguntó el chico, desviando el tema.

  • Si, pero no estoy segura de que estén correctas —le respondió la joven castaña con cierto nerviosismo.

  • ¿Quieres que las revisemos antes de que llegue el profesor? —ofreció Cole.

  • Si, por favor —dijo ella, y él solo le respondió con una sonrisa—. Muchas gracias Cole, ¿qué haría sin ti?

  • Caerías dormida en el pupitre y suspenderías heurística —dijo con una sonrisa, y sin previo aviso puso un beso en su frente—. De algún modo un día me devolverás el favor.

Astrid bajó la vista sonrojada. No sabía cómo interpretar eso, si como una advertencia, o como un halago.

Por el momento decidió que no lo juzgaría de ninguna de las dos formas y aceptaría su ayuda con la ecuación.

En cuanto estaba sacando los libros de su mochila sintió un escalofrió en la espalda, uno demasiado conocido… Pero era imposible que lo estuviera sintiendo en ese momento y en ese lugar.

  • ¿Qué pasa gaviota? —preguntó Cole al verla perder el color en el rostro.

  • Voltea y dime por favor, que detrás de mi no está un chico con ojos color dorado mirándome.

Astrid vio voltear a Cole con naturalidad. Crawford pasó a su lado y saludó al chico con un beso en la mejilla. Cuando cruzó un par de palabras con él se alejó a su lugar y él regresó a ella.

  • No, no hay un chico de ojos dorados mirándote —le dijo con un tono incierto.

  • ¿En serio? —dijo aún con esa sensación en el pecho.

  • Pensé que eso es lo que querías oír —dijo sin mucha seriedad.

  • ¡Cole! —Astrid tenía los nervios de punta, necesitaba saber.

  • Un chico de jeans negros y una chaqueta de mezclilla azul de cabello plateado, que extraño color, y ojos como los dijiste te miró por un momento. Agitó su cabeza y después se sentó en el último asiento de la clase.

Astrid casi quiso azotar su cabeza contra el pupitre.

¡No! ¡No era posible! ¡Era simplemente imposible que esto le estuviera pasando!

Sostuvo su cabeza entre las manos y puso los codos sobre el pupitre, escondiéndose como avestruz, si los avestruces de verdad escondieran la cabeza en la tierra.

  • ¡De entre todos los colegios de Japón…! ¡De todos los de Asia! ¡De todos los del mundo! ¡¿Por qué AQUÍ?! —dijo con exasperación, ¡no era justo!

  • ¿Lo conoces? —preguntó con curiosidad Cole.

  • ¡Vaya que si lo conozco! —dijo ella con un resoplido.

Cole la miró un momento a los ojos; y por lo que pudo ver, le dio la razón a la opinión que estaba formándose de él… Era un chico demasiado inteligente para tener sólo 19 años.

  • Siempre he creído que esto es más divertido cuando hay competencia —dijo sonriente.

Astrid no tuvo tiempo para responder nada pues en ese momento el profesor llegó al aula, y acomodándose en su lugar empezó a dar la clase. Por fortuna en La Rosa tampoco existían listas de asistencia, eso le daría algunos minutos de ventaja.

La hora de clase paso rápido. Pensando que él estaba detrás de ella no pudo concentrarse un solo minuto en lo que el profesor decía.

El profesor se retiró y algunos alumnos se levantaron de su pupitre para estirarse un poco.

  • Crawford —apenas el profesor salía, la chica pronto se acercó a su amiga—, ¿traes de casualidad lentes oscuros?

  • Si, pero el día esta muy nublado —dijo mirando por un largo ventanal al fondo del aula—. ¿Para que los quieres?

  • Parezco mapache —dijo señalando sus ojeras por el trabajo, estas no eran cosa suya y ahora casi las agradecía, le daba oportunidad para usar un antifaz—. No quiero asustar a los demás.

  • Querrás decir “no quiero asustar al sexi Cole” —dijo divertida su amiga

  • ¡Crawford!

  • Lo sé, lo sé —dijo sacando sus lentes oscuros de un bolso y extendiéndoselos—. Pero dime, si tú te quedas a Cole, ¿yo me puedo quedar con el chico nuevo? Está como para servirlo con salsa de soya y ponerlo dentro de un takayoki.

  • Por mí puedes hacer lo que quieras con Emmett —dijo molesta poniéndose los lentes.

  • Oh, ¿lo conoces? —preguntó con suma curiosidad Crawford.

  • Si… —se lo pensó mejor—. No… Si. Pero no se te ocurra decirle que lo conozco, al menos no hasta que yo hable con él y no será ahora.

  • Bien, como quieras amiga.

Ella había sido completamente invisible para él una vez… ¿Por qué no lo sería de nuevo? Un peinado diferente y no podría verle la cara; quizá no la reconociera enseguida.

Se colgó con seguridad la mochila al hombro y fue a la puerta de salida. Lo vio sólo de reojo y su corazón dio un vuelco: De jeans y camiseta, tan increíblemente guapo y llamativo como siempre.

Nada más de reojo notó que se había cortado un poco el pelo y que tenía una escayola en el brazo izquierdo. ¿Qué podía haberle pasado? Su preocupación por él le pareció molesta, pero inevitable.

Que no esperara volver a verlo, no significaba que sus sentimientos hubieran cambiado; aún lo quería con toda el alma y que algo le hubiera pasado le preocupaba muchísimo.

Desvió la mirada de él enseguida y siguió su camino.

.

.

Pasó un día entero.

Increíblemente, había pasado todo un día completo sin que él se diera cuenta de que era su compañera de clase.

Era… algo doloroso pensar que habían pasado todo un día en la misma habitación, y él simplemente no había notado que estaba allí.

Quizá era simplemente que ella no le importaba un bledo.

Como había dicho, Crawford había ido a la carga, pero no había hecho grandes avances. Como siempre, Emmett era cordial, trataba de no ser grosero, pero era frío con ella; y Crawford había perdido el interés “puede ser realmente lindo, pero es más frío que el hielo”

Y no lo era, Emmett podía ser muchas cosas, pero no frío. Para su consternación, había sido testigo de toda la pasión que le había demostrado a Alessa, que había sido mucha. Ahora estaba empezando a preocuparse por su compañero… No había hablado con nadie desde que había llegado, y eso no era propio de él; podía tener un carácter muy difícil, pero no era antipático.

  • Hey Pequeña gaviota.

Astrid regresó a tierra cuando escuchó a Cole llamarla y lo miró apenada, ¿Cuánto tiempo debía haber estado tratando de llamar su atención?

  • Lo siento Cole —se disculpó—. Me distraje un poco.

  • Yo no le llamaría a eso poco – dijo sin perder nunca su buen carácter —. Pero está bien, ¿buscas el libro? Tú tienes los datos.

Se levantó de su asiento en la biblioteca, y con el cuaderno donde estaban los datos fue en busca del libro. Cuando vio a Emmett de pie en el mismo pasillo donde estaba el libro que buscaba… supo que no podía seguir postergando el momento.

Respiró hondo y tragó con cierta dificultad.

Cuando estuvo en el inicio del pasillo se detuvo para esperarlo, él buscó en una gaveta y extrajo un libro con cierta dificultad por culpa de la escayola, comparando con una nota en un papel donde debía tener los datos anotados, revisando que era el correcto volvía a su lugar y estuvieron frente a frente.

El escalofrió que sintió cuando los ojos del joven se posaron directamente sobre ella la hizo temblar, con un movimiento calculado se quitó los lentes de lectura y trato de sonreír.

  • ¿Astrid? —dijo con completa incredulidad.

  • Pensé que nunca te darías cuenta —dijo con cierto aire burlón—, Emmett

Esto debía ser una alucinación… No podía ser la misma chica. La había visto en el salón desde el día que había llegado; los enormes risos castaños le habían llamado la atención desde el principio, pero no estaba interesado en las chicas por el momento.

Pero esos risos la habían hecho destacar. No había querido ver su rostro, por que su figura a lo lejos y ese voluptuoso cabello en ondas eran suficiente tentación; verla de frente haría que le atrajera aun más, y en ese momento quería todo menos pensar en tener citas.

De todos los colegios en el mundo, en Asia o Japón, era increíble que la volviera a encontrar. La única chica que en algún lugar de su interior no había querido tener que volver a ver.

  • ¿Qué haces aquí? —le preguntó con cierta rudeza.

  • Estudio aquí —respondió a lo obvio.

  • ¡Genial! —dijo el chico con un resoplido.

  • Yo también me alegro de verte Emmett —dijo respondiendo con cierta hostilidad a la reacción del chico, por lo que respectaba a ella, había llegado primero.

  • No empieces con eso Astrid —le dijo cuando escuchó la molestia en su voz—. Sabes que no lo digo por ti, sí no porque…

  • Lo sé, y aunque no lo creas yo tampoco debería estar muy feliz, por los mismos motivo que tú, aunque yo no te he puesto esa cara —dijo defendiéndose.

  • Seguro la pusiste cuando supiste que era yo.

Nunca se le habían dado del todo bien las mentiras y no quería decírselo.

  • Pareciera que tú y yo estamos destinados a ir por el mismo camino, ¿no, Astrid? —dijo con un humor amargo.

  • No lo sé —“pero espero que no”. No quiso decirlo, porque no sabía hasta qué punto era de verdad cierto.

  • Ojala y esta vez no sea del pie izquierdo.

Él no le dijo nada más, pasó a su lado y fue a la mesa que compartía con su equipo de trabajo. Ella buscó el libro que había ido a buscar y regresó con Cole y Crawford a la mesa.

  • ¿Todo bien pequeña? —le preguntó Cole al ver su expresión desencajada.

  • Si Cole —dijo distraída—. Gracias.

Miró de reojo a Emmett y en su interior supo que no todo iba tan bien como ella quisiera.

¿Por qué la vida se empeñaba en no ser perfecta? Se había ido de Imperial College London esperando poder empezar de nuevo desde cero, y el destino le había traído de nuevo a la única pieza de su historia que de verdad quería dejar atrás… Y parecía no poder hacerlo.

Quizá Emmett tenía razón y sus caminos estaban destinados a ir por el mismo rumbo… Vaya cosa.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo