Capítulo III

Donovan Bristol

—Señor Bristol que bueno que ha llegado a su consulta, —la médica me da la mano en forma de saludo y la tomó para luego tomar asiento.

—Últimamente tengo mi agenda llena, —anuncio a lo que ella asiente.

—Pero igual debe poner como prioridad su condición, —hago una mueca pero sé que ella tiene razón. —Lo cite porque le estaré cambiando su medicamento, —anuncia.

—¿Por qué motivo?

—Como le comente estos medicamentos suelen tener efectos secundarios, —asiento recordando cuando lo dijo. —El que lleva ha disminuido su conteo de esperma según el análisis que le hicieron, —alzo mis cejas.

—¿Entonces quedare estéril? —Niega.

—Su producción disminuyo, pero eso no implica que quedara estéril pero si sigue con el medicamento que lleva puede quedarlo dentro de varios años más, —nunca me he imaginado con hijos a mi lado. Tengo treinta y un año, no me relaciono sexualmente con mujeres por lo que no se si quiera tenerlos, es un tema que no he debatido conmigo mismo.

—Comprendo, —mascullo.

—Este que le indicare tiene sus efectos también, —escribe la recepta y me la entrega.

—¿Cómo cuáles?

—Excitación, sueño, falta de apetito, entre otros. Siempre funciona diferente en los paciente, —lo que menos quiero son los dos últimos y el primero supongo con una ducha de agua fría puede resolverse.

—¿Algo más? —Niega, me pongo de pie y me despido de ella.

En el camino a mi apartamento hago parada en una farmacia para comprar lo indicado. Estando en mi hogar me quedo en bóxer y preparo algo para cenar, reviso mi teléfono encontrando mensajes de mi madre, ruedo los ojos ya que no se cansa, no estoy interesado en hablar con ella. Su vida de lujo seguirá junto a su esposo e hijastro, son dos zánganos y solo saben derrochar dinero en cosas caras, pero me vale poco mientras se mantengan lejos de la empresa de mi difunto padre. El timbre de mi casa me saca de mis pensamientos, frunzo mi ceño sin entender quién viene a esta hora, pero recuerdo que debe ser Alexandro, camino a esta y abro sin importarme mucho estar en ropa interior, me quedo de piedra al ver que es el mismo Alex y lo malo es que viene en compañía de dos mujeres.

—Oh… Donovan, —saluda y entra como perro por su casa junto a su dos acompañante que no disimularon ni un segundo al mirar mi cuerpo «Juro que lo matare» cierro la puerta y camino hacia mi habitación para poder colocarme un pantalón de chándal y una musculosa. Cuando regreso a la sala ya Alexandro tiene una botella de vino y varias copas servidas, siento mi ojo izquierdo tener un tic nervioso, inhalo y exhalo para calmarme.

—Alexandro, —lo llamo mirándolo sin expresión alguna, camina hasta mi y me pasa la copa que tomó a regañadientes. —¿Me puedes explicar que es todo esto? —Atrapo el puente de mi nariz con mi dedo indicie y pulgar mientras picoteo mi pies en el suelo.

—Venga no te enojes, solo quiero que te diviertas un poco. —Ruedo los ojos.

—Te estás pasando, Alexandro. Sabes bien que odio que otras personas invadan mi espacio, —hace una mueca.

—Lo siento mucho, pero ya estoy aquí y tengo dos bombones conmigo, por cierto la rubia es para ti, —mira a las chicas y le guiña un ojo.

—No quiero absolutamente nada. Solo quiero que te vayas de mi apartamento, —mascullo tensionando mi quijada conteniendo mis impulsos de querer echarlos a patada de mi casa.

—Eres un agua fiesta, —reprocha, —Solo toma una copa conmigo y me voy ¿Sí? —suspiro.

—Bien, —refunfuño para beber de mi copa, camino hasta un sofá individual tratando de ignorar todo a mí alrededor. Escucho en silencio los chiste de Alexandro y me recuerda mucho a cuando éramos unos adolescente, él siempre fue el de las citas y salidas con chicas, yo por mi parte era el raro nerd con frenos que nadie se acercaba hasta que entre a la universidad y cambie mi apariencia, pero ya mi prioridad no era estar con mujeres sino terminar de estudiar y conseguir mi título universitario antes de que mi padre fuera consumido por el cáncer.

—¿Por qué tan callado? —Miro a la chica que me sonríe.

—No tengo nada que comentar, —contexto serio.

—Comprendo, eres algo reservado, —bebo de mi copa y asiento, —Tu amigo y mi amiga están íntimos, —dirijo mi mirada a ellos y están literalmente teniendo casi sexo en mi sofá.

—Maldita sea, —mascullo bajo poniéndome de pie para irme a otro lado, mi oficina.

—Oye yo tampoco quiero ver el espectáculo, —anuncia la chica ingresando a mi lugar privado con la botella de vino y la copas, suspiro y señalo el sofá para que se ponga cómoda, Alexandro y yo tendremos una plática bastante seria después de esto.

(…)

Después de que Alexandro hizo sabrá Dios que cosa en mi sofá, se marcharon de mi apartamento y tuve que sufrir las insistentes insinuaciones de mi acompañante, negándome rotundamente a tener algo más que una plática con ella, suspiro caminando por la sala para recoger todo el caos que dejaron aquí y al terminar me fui a mi habitación para darme una ducha luego voy directo a mi cama, tomó la pastilla para dormir y a la mañana siguiente despierto a las seis y como ya es costumbre hago yoga, mi desayuno y parto a la empresa.

—Buenos días señor Bristol, —la asistente de Alexandro me recibe cuando se abren la puerta del ascensor.

—¿Qué no te necesita Alexandro? —Cuestiono caminando a mi oficina mientras ella se coloca a mi lado.

—Mientras no tenga su secretaria ejecutiva, yo estaré a su lado, —anuncia a lo que asiento ya que por un lado me beneficia.

—Bien, Alexandro me lo debe por hacer fiesta imprevista en mi casa, —mascullo. —¿Qué tengo para hoy?

—Un desayuno con tu madre, —me sorprende encontrarla dentro de mi oficina provocando que ya mi humor este de perros.

—Déjanos solo Esther, —cierro la puerta y camino hasta mi sillón, me siento y la observo. —¿Qué haces aquí?

—Así le hablas a tu madre, —suelta airando su pelo, —Debes respetarme jovencito, —ruedo los ojos.

—Sino mal recuerdo, tu cuenta esta forrada en billete para que lo mal gaste junto a tu gigoló, —suelto y ella me mira indignada.

—Fabricio es un excelente hombre, —comenta.

—Él y su hijo son unos zánganos, —señalo y enciendo mi computador, —Sino te hace falta dinero ¿Qué quieres?

—Vengo a refrescarte que hace en el testamento de tu padre hay una cláusula que te prohíbe…

—Se perfectamente lo que dejo mi padre estipulado en su testamento, —y se la razón por la que me ese viejo descarado dejo eso allí, no quiere que me quede solo toda la vida.

—Te recuerdo que esa cláusula te da un plazo de tres años y ya te queda uno, —suspiro.

—No he tenido tiempo de pensar en ello ¿me quitaras la empresa? —Cuestiono con sarcástico, no creo que ella sea capaz de tal cosa.

—Claro, Gabriel está preparado para tomar el mando, pero solo será hasta que cumplas lo acordado, —anuncia la miro indignado.

—¿Piensas poner en la mano de ese parasito todo por lo que mi padre ha trabajado? —Interrogo con mi ceño fruncido.

—Repito, solo será de manera provisional,  —reitera. Llevo mis dedos al puente de mi nariz tratando de no gritarle y ser descortés con ella.

—Te has vuelto totalmente loca, —mascullo.

—Solo quiero cumplir la voluntad de tu padre, —se pone de pie y toma su bolso. —Tienes un año para casarte.

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