384. SALVANDO A MI HIJA

KATHERINE

Me quedé por un segundo tendida sobre la tierra, recuperando la respiración, mirando a las copas lejanas de los árboles, metiendo oxígeno fresco a mis pulmones.

Tosí un poco en voz baja y me incorporé, sentada.

A mi lado el pozo de piedra por donde había salido.

A lo lejos, se pintaba vagamente la silueta del castillo contra el cielo atardeciendo, los últimos rayos naranja del sol.

Esta parecía ser alguna salida secreta de la morada del Duque.

Me levanté, sin más tiempo que perder; cada segundo contaba.

Limpié rápidamente la suciedad en las palmas de las manos, revisé ese sello rojo, concentrada; la señal no se había desvanecido y me llevaba a una dirección en esta intrincada arboleda.

Desgarré los faldones de mi vestido con rabia, desechando varias capas, necesitaba más agilidad, casi me habían hecho tropezar varias veces y pesaba.

Con los botines más libres, comencé mi carrera hacia el lugar donde se dibujaba la línea roja.

*****

Agazapada detrás de los arbustos, llevé la
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