387. LOCA DE PSIQUIÁTRICO

KATHERINE

El grito se quedó atascado en mi garganta.

A penas fue un borrón, sus pasos retumbaron sobre la tierra, salió del bosque profundo, sus garras enormes estiradas hacia la espalda de Francis.

Su rugido rajó la noche; el mundo entero pareció estremecerse.

Al hombre que me acorralaba poco tiempo le dio para reaccionar.

Su grito de agonía se escuchó cuando esa mano llena de un denso pelaje se aferró a su cuello, sosteniéndolo como un muñeco de trapo.

Lo alejó de mí, alzándolo sobre su cabeza.

Parecía un gigante frente a mis ojos; los suyos eran rojos, despiadados, como dos fríos rubíes.

El estruendo me estremeció, me hizo caer de golpe contra el tronco, agarrándome las rodillas, pegándolas a mi pecho como protección.

Temblaba, castañeando los dientes y solo veía en rojo, en carmesí, mientras la lluvia de sangre caía de las alturas.

Despedazó el cuerpo de Francis entre sus garras; sus fauces abiertas no paraban de rugirle enardecidas, con odio visceral.

Los órganos salieron volando
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