El Regreso de la esposa Paralítica: Destinada al hermano de mi Ex
El Regreso de la esposa Paralítica: Destinada al hermano de mi Ex
Por: Aurora Love
CAPÍTULO 1: EL DÍA EN QUE TODO CAMBIÓ

CAPÍTULO 1: EL DÍA EN QUE TODO CAMBIÓ

La velocidad del auto que conduce mi padre aumenta de forma progresiva mientras conduce por la autopista. Solo vamos los dos, pero no cruzamos palabra. Estoy molesta con él y lo sabe.

—Sophie ¿vas a seguir enojada conmigo? —pregunta desviando apenas la mirada del camino.

—No quiero hablar contigo —contesto cruzándome de brazos.

Estoy intentando controlarme para no explotar de la furia en este momento.

—Hija, de verdad lo lamento, no era mi intención olvidarme del aniversario de fallecimiento de tu madre, es solo que hoy Lilian tenía un evento importante y…

—Mira papá, nunca te recriminé nada. No me quejé cuando te casaste con una mujer que podría ser otra de tus hijas, no me quejé cuando la hiciste mi madrastra a pesar de que a penas nos llevamos tres años de diferencia, ni cuando le diste tanta potestad de nuestras cosas, dinero, casas y hasta en la empresa. Pero ¿olvidarte de mi madre? Eso sí que no te lo voy a perdonar —sentencio después de haberlo interrumpido.

Él me mira con los ojos abiertos, sorprendido por mi repentina honestidad. Desde que mi madre murió hemos estado solos y aunque me incomodó en un principio que se casara con Lilian, sé que merece ser feliz, así que me lo callé.

—No sabía que te sentías así —admite finalmente.

—Eso no me importa, pero no te voy a perdonar haberme dejado plantada en el cementerio mientras tú estabas divirtiéndote en una fiesta —protesto y aparto la mirada.

En ese momento mi padre intenta tomar mi mano, pero yo forcejo y no lo dejo.

—¡Sophia, escúchame! —exclama.

—¡No! ¡No quiero! Y suéltame. Es más, estaciona aquí, me voy a ir caminando.

Hago el amago de abrir la puerta, incluso con el auto en movimiento, esperando que mi exagerada reacción lo haga detenerse en seco. En cambio, mi padre intenta evitar que abra la puerta, y en su afán, el volante se desvía. Todo se vuelve un caos en un instante.

Mi padre intenta volver al carril para evitar estrellarse contra el camión que viene en frente. Mi corazón se acelera y en ese instante que me doy cuenta de la imprudencia que acabo de cometer.

Él logra regresar al carril con los brazos tensionados en el volante. Lo está apretando tan fuerte que sus nudillos están blancos del esfuerzo.

—Lo siento —susurro.

No obstante, noto que la cara de mi padre sigue inmersa en el shock. No se despega del volante y de pronto la manilla del acelerador comienza a subir al mismo tiempo que la velocidad.

—Papá ¿qué estás haciendo? —pregunto, sintiéndome repentinamente aterrada.

—No puedo detenerlo, no sé qué pasa.

Nos miramos, pero incluso antes de que podamos reaccionar, el auto choca con un muro bajo que divide la separación de una encrucijada. El impacto es brutal.

El cinturón de seguridad me clava en el asiento con fuerza, impidiendo que salga volando por los aires hacia adelante, pero las piernas… siento un dolor agudo cuando se aplastan contra el panel del auto. El metal cede, deformándose como si fuera de papel bajo la presión del choque, y mis rodillas se estrellan contra el tablero con una fuerza que me arranca un grito de dolor.

El auto gira de forma violenta a la derecha, arrastrando el chasis por el asfalto, mientras el vidrio del parabrisas se hace añicos y vuela a nuestro alrededor. Por un momento, todo es un vórtice de sonido ensordecedor: el chirrido de los neumáticos, el crujido del metal retorciéndose y los gritos ahogados de mi padre.

Finalmente, el auto se detiene con un golpe seco. Queda inclinado de manera peligrosa sobre un lado. Respiro con dificultad, el pecho se me sube y baja agitado mientras intento orientarme en medio de la confusión del accidente. El olor a gasolina y a caucho quemado me llena los pulmones, haciéndome toser. Intento moverme, pero estoy atrapada, mis piernas están atrapadas bajo el peso del panel aplastado, y un dolor agudo me recorre desde los muslos hasta los pies.

—Papá… —logro susurrar.

Giro mi cabeza con dificultad para mirarlo, pero lo que veo hace que el miedo se convierta en puro horror. Mi padre está inclinado hacia el volante, su rostro está cubierto de sangre. Su camisa blanca está empapada en un tono carmesí oscuro que se expande lentamente, manchando todo a su alrededor. Hay vidrios rotos esparcidos por el interior del auto, algunos incrustados en su piel, otros caídos como lluvia sobre el asiento.

Mi respiración se acelera mientras intento procesar lo que está ocurriendo. Intento mover mis manos para alcanzar su hombro, para sacudirlo y hacer que despierte, pero mis brazos están débiles, y el dolor en mis piernas me roba toda la fuerza. Estoy atrapada, inmovilizada por el peso del auto y el terror de lo que acaba de suceder.

El sonido de sirenas rompe el silencio. Veo destellos azules y rojos reflejados en los fragmentos de vidrio dispersos por el auto.

Intento mantenerme consciente, lucho contra la oscuridad que amenaza con consumir mi visión. Pero es inútil. Mis párpados se vuelven pesados, y el dolor en mi cuerpo comienza a desvanecerse, reemplazado por un frío penetrante. Mi último pensamiento antes de que todo se apague es para mi padre, esperando que, de alguna manera, alguien llegue a tiempo para salvarnos. Pero el miedo de que sea demasiado tarde me inunda mientras me dejo llevar por la inconsciencia.

***

Abro los ojos de nuevo. Por un momento no tengo idea de qué fue lo que ocurrió. No siento dolor, estoy en una cama suave rodeada de paredes blancas y monitores que miden mis signos vitales. Pronto veo una figura familiar. Mi madrastra… Lilian.

—¡Despertó! —exclama.

A su lado está mi esposo Ethan. Sonrío levemente. Verlos aquí significa que estoy viva a pesar de todo. A mi memoria llegan los últimos momentos del accidente, la visión de mi padre cubierto de sangre…

—M-Mi… papá… —consigo articular. Mi voz suena pegada y rasposa.

—Oh, Sophie… —dice Lilian con un sollozo—... tu padre murió —suelta sin más.

—¿Qué…? —Intento levantarme de la cama, necesito sentarme, necesito entender lo que sucede para no volverme loca. No puede ser… esto es una pesadilla. Pero pronto me doy cuenta de que no puedo moverme.

No puedo mover las piernas.

—¿Qué pasa…? No siento mis piernas —digo. El pánico en mi interior crece y se nota en mi voz.

—No te muevas —habla Ethan con una frialdad que me sorprende—. El doctor dijo que al parecer vas a quedar paralítica.

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