El día de la boda llegó.
Huir no pudo. El momento que deseaba vivir cualquier mujer al lado del amor de su vida, su caso distaba de ser un "deseo", ocurría. Retuvo las lágrimas. Sus temblorosas manos sostenían el ramo de flores cuidadosamente elegidas, su vestido blanco de encaje caía en suaves pliegues que acariciaban el suelo, reflejando la luz de la ceremonia con un brillo casi etéreo. Se vio a sí misma en los ojos de todos los presentes, un panorama lleno de sonrisas falsas. Alexander emanaba en sus grisáceos ojos solo desprecio hacia su futura esposa. Pero una parte de él la contempló , admirando el delicado bordado que adornaba su escote y las mangas de tul que le daban un aire de inocencia, pero eso no apartaba de su corazón, el aborrecimiento que surgía hacia ella. Lo que hacía que el palpitante corazón de la joven intentara encontrar la calma en medio de la tempestad de aquellos orbes. De no ser por el pensamiento que le que recordaba que su medio hermano estaría bien si se casaba, que no estaba siendo una decepción para su padre, se habría detenido y llorado. Pero el recordatorio la mantenía en equilibrio y evitaba en derrumbe físico. Emocionalmente sentía el colapso. Asfixiaba estar así. Y eso le rompía el corazón. A pesar de que no estaría bien viviendo bajo el mismo de techo que su madrastra quién durante todos esos años la había maltratado, desconocía poder estar a salvo con su futuro marido. A sus veintidós años, estaba atada a una vida que no quiso, presentía que sería un infierno. Lo confirmó cuando Marcos la entregó finalmente a Alexander, el hombre ni siquiera sostuvo su mano. Se vio obligada a mantenerse segura, "llena de felicidad", nada fácil. Y, cuando llegó el momento de expresar los votos, la falsedad reinó con ahínco. —Yo, Alexander Whitmore, te prometo a ti, Lauren Green, ser tu compañero y mejor amigo. Te elijo hoy y siempre, en los días de sol y en las tormentas de la vida. Te ofreceré mi amor, mi apoyo y mi respeto, y juntos construiremos un futuro lleno de felicidad y comprensión. Te amaré todos los días de mi vida. Después de su farsa declaracion, solo creíble para los presentes, deslizó el anillo en su dedo anular, ocasionando que hubiera un toque en sus pieles. Fue extraño, pero sintió insectos alados en su estómago y un ardor que se desplazó por cada parte de su ser. ¡Estaba perdiendo la cabeza! No podía sentirse así por un extraño. Cuando fue su turno, buscó con la mirada a su madrastra. Margaret al lado de Marcos, el pequeño Jack era el único que le sonreía. Tan inocente que no sabía lo que ocurría en realidad. De pronto se cruzó en su campo aquel hombre, Damián, el tío de Alexander. Este solo dio un asentimiento de cabeza. Llenó de aire sus pulmones y se dirigió al novio. Ese hombre tenía una mirada tan desértica al mismo tiempo fría y vacía. La dureza de su expresión le aterraba. —Yo... Lauren Green, te quiero a ti, Alexander Whitmore, como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida. Luego de eso le puso el anillo. Una sonrisa obligada se dibujó en su boca, solo fingía, a regañadientes. —Los declaró marido y mujer, puede besar a la novia —finalizó quién oficiaba la boda. En medio de los aplausos el hombre se inclinó dejando un sutil beso en sus labios, suficiente para desestabilizar su mente y cuerpo. —Sé que te has casado por dinero, eso te convierte en una cualquiera, y ¿sabes lo que odio? A la gente que solo quiere un estatus a costa de los demás —apuntó dejándola con el corazón en un puño, atemorizada. Ese hombre, ¿cómo podía decir eso? Ella ni siquiera quiso ese matrimonio, solo no tuvo opción, aunque en el fondo, gracias a la unión marital, el pequeño Jack no le faltaría nada, porque tristemente por su cuenta Margaret no movería un solo dedo para darle una vida plena al niño. Cuando se alejó, esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos grisáceos, aquel gesto mentiroso dictaminó que su futuro, no sería nada fácil, que estaba frente a su propio infierno, sin embargo se sintió atraída a ese fuego que emanaba aquel impacable trajeado.Lauren se detuvo en el umbral de la habitación, su corazón latiendo con fuerza. Allí estaba, en la víspera de su noche de bodas, una mujer casada pero aún virgen, sin saber qué esperar. Miró a su alrededor, observando los detalles elegantes de la habitación, pero todo parecía extraño y amenazador.Alexander entró detrás de ella, cerrando la puerta con un clic que resonó en el silencio. Lauren se estremeció involuntariamente, sintiendo la tensión eléctrica que crecía entre ellos. Durante la ceremonia, habían mantenido las apariencias, sonriendo y saludando a los invitados, pero ahora, a solas, ya no podían esconder la incomodidad que los rodeaba.—¿Estás lista, Lauren? —preguntó Alexander, en un tono que intentaba sonar suave, pero que delataba su impaciencia. Parecía que solo se estaba burlando de ella, claramente no estaba preparada para acostarse con él. Lauren tragó saliva, sus ojos evitando el contacto visual. —Yo... no estoy segura —admitió en voz baja, sintiéndose repentiname
La sala de juntas de la compañía Whitmore se encontraba en silencio tenso. Los empleados intercambiaban miradas inquietas, murmurando entre ellos sobre el inesperado anuncio que Damián Whitmore, el hermano de difunto ejecutivo, estaba a punto de hacer.Damián, se aclaró la garganta y se puso de pie al frente de la sala. Todos los ojos se posaron en él con expectación. —Queridos colegas —comenzó, con voz grave—, los he convocado aquí para comunicarles una importante decisión que se ha tomado. Después de todo es algo esperado, tras la muerte de mi hermano Darren Whitmore, es momento de anunciar la voluntad de mi hermano. Los empleados intercambiaron miradas perplejas y suaves jadeos se escucharon en la sala. ¿Acaso Damián estaba loco? Alexander era tan exigente y gruñón... ¿Acaso sería el nuevo director de la compañía Whitmore? —Es por eso que, tras una cuidadosa deliberación, he nombrado a mi sobrino Alexander Whitmore como sucesor de Darren Whitmore, es su voluntad y la estoy cumpl
Días despuésAlexander decidió salir a despejar su mente. Se dirigió a un bar cercano, una vez allí, se sentó en la barra y pidió un trago. Sus ojos recorrieron el local hasta que se toparon con la figura de una mujer sentada sola en una mesa.Alexander se acercó a ella y entabló una conversación. La mujer, claramente interesada, coqueteaba descaradamente con él. Aunque Alexander no amaba a Lauren, sentía en el fondo que estaba mal. Él no pudo evitar dejarse llevar por el momento. Conversaron durante un rato, pero antes de que la situación se descontrolara, Alexander se excusó y se marchó del bar.Al llegar a la mansión, Alexander se encontró con Lauren, quien entrecerró los ojos al verlo. Ella había notado su ausencia y, aunque temía enfrentarlo, no pudo contener la curiosidad. —¿Dónde has estado? —quiso saber, su voz temblando ligeramente.Alexander la miró con desdén, sin inmutarse por la acusación implícita en su pregunta.—Eso no es de tu incumbencia —escupió con frialdad—. Yo
Un día después...Esa misma noche, cuando Alexander regresó a la mansión después de una reunión de negocios, se encontró con una ausencia sospechosa. Al preguntar a la sirvienta, esta le informó que Lauren se había retirado a descansar temprano, sintiéndose indispuesta.—¿Al menos ha cenado? Matilda negó con la cabeza y se sintió apenada, ella también había intentado que la joven comiera algo, pero todo intento fue en vano y finalmente se había resignado, no quería tampoco obligarla. —No, lo siento señor. —Maldita sea. ¿Tienes idea de lo enfadado que estoy? Te pedí que la vigilaras muy bien y si no quería comer, pues obligala. —Sí, tiene razón. Sinceramente comió solo un poco en el almuerzo. Aún así, sé qué debí ser más insistente y convencerla. —Olvídalo —resopló —. Vuelve a tu labor. Ella asintió y al poco tiempo se marchó.Alexander resopló con desdén, no tenía que darle la mayor importancia a esa mujer, si en realidad quería morirse dejando de comer, pues era su problema. Su
Mientras tanto, Alexander se puso furioso. Cuando se dio cuenta de que Lauren no estaba cerca, la buscó por toda la clínica, también afuera recorriendo las calles con su automóvil, maldiciendo entre dientes. Nadie se atrevía a desafiarlo de esa manera. Iba a encontrarla y traerla de vuelta, cueste lo que cueste.No lo consiguió. Cuando llegó a casa, Matilda estaba limpiando, como solía. La sirvienta se dio cuenta que el hombre estaba como una fiera y ella trataba de disimular el nerviosismo, no quería que él notara que ella ayudó en la huida. Aunque en realidad nunca lo sabría. —Señor, ¿qué puedo hacer por usted? —¿Lauren te comentó algo sobre escaparse? —¿Qué? ¿Huyó? Él chasqueó la lengua. —Imposible, todo lo hizo en secreto, mierda. Ella tragó duro. —Tal vez podría llamar... —dejó la oración a medias recordando que Lauren ni siquiera tenía un teléfono —. Lo siento, señor Alexander. Sé que esto es un gran problema. —Ella me las pagará —sentenció envalentonado. Ella se apart
Lauren no pudo evitar que su mente divagara hacia su hermano Jack, un pensamiento que la perseguía como una sombra oscura. La preocupación por él crecía en su pecho, un nudo que se apretaba cada vez más. No quería que nada malo le sucediera, pero su propia vida estaba en juego. La libertad que tanto anhelaba dependía de su capacidad para escapar de aquel hombre detestable que había hecho de su vida un infierno. Huir era su única salvación, y eso era lo que hizo. Pero cada día que pasaba la acompañaba el miedo de lo que podría ocurrirle a Jack. Esa angustia la ahogaba, como si una mano invisible presionara su garganta.Ahora en aquel enfrentamiento telefónico, había dejado salir sus sentimientos reprimidos. Las palabras habían brotado de su boca como un torrente, llenas de dolor y rabia.—¿Por qué quieres que me quede a tu lado si me odias sin motivos? —le había preguntado, su voz temblando, pero firme—. ¿Por qué debería seguir sufriendo al lado de una persona tan malvada? Nunca te ama
Dos meses después... Lauren caminaba con pasos pesados por las calles bulliciosas de la ciudad, su vientre abultado bajo la chaqueta gastada que llevaba. Cada paso era una lucha, un recordatorio constante de la carga que cargaba sobre sus hombros. Ser una futura madre soltera, sin trabajo y sin hogar, era una realidad que la aterrorizaba cada vez más.Esos días se sentía más débil, a duras penas se alimentaba, su piel estaba pálida. Había recorrido las calles durante horas, buscando desesperadamente una oportunidad, un trabajo que le permitiera ganar un poco para alimentarse y comprar lo que necesitaba. Pero en cada lugar, las miradas de desaprobación y los rechazos la hacían sentir aún más insignificante.Finalmente, llegó a un pequeño café en una esquina. Tomando aire profundamente, empujó la puerta y se acercó al mostrador, donde una mujer de mediana edad la observaba con curiosidad.—Disculpe, ¿están buscando personal?— preguntó Lauren, con un hilo de voz.La mujer la miró de ar
Mientras Camila le mostraba el resto de la casa, Lauren notó la presencia de un hombre mayor, de aspecto serio pero amable, que parecía observarlas con curiosidad.—Ah, permíteme presentarte a Samuel, mi mayordomo. Ha trabajado conmigo durante años y es de gran ayuda en la casa. — habló la mujer.Samuel se acercó y asintió cortésmente.—Bienvenida, señorita Lauren. Espero que se sienta cómoda aquí. Lauren le devolvió el saludo, sintiendo que poco a poco los nervios se iban. Más tarde, mientras cenaban juntos, Camila le contó a Lauren sobre su propia historia. Cómo, tras la trágica pérdida de su hija, había caído en una profunda soledad que parecía no tener fin.—Desde entonces, he intentado llenar ese vacío, pero nada ha funcionado. Hasta que te vi allí, bajo la lluvia, y supe que tenía que ayudarte —pronunció con lágrimas en los ojos.Lauren escuchó con atención, sintiendo en carne propia el sufrimiento de Camila, ella también había perdido a sus padres, sabía lo que era perder par