Lauren se detuvo en el umbral de la habitación, su corazón latiendo con fuerza. Allí estaba, en la víspera de su noche de bodas, una mujer casada pero aún virgen, sin saber qué esperar. Miró a su alrededor, observando los detalles elegantes de la habitación, pero todo parecía extraño y amenazador.
Alexander entró detrás de ella, cerrando la puerta con un clic que resonó en el silencio. Lauren se estremeció involuntariamente, sintiendo la tensión eléctrica que crecía entre ellos. Durante la ceremonia, habían mantenido las apariencias, sonriendo y saludando a los invitados, pero ahora, a solas, ya no podían esconder la incomodidad que los rodeaba. —¿Estás lista, Lauren? —preguntó Alexander, en un tono que intentaba sonar suave, pero que delataba su impaciencia. Parecía que solo se estaba burlando de ella, claramente no estaba preparada para acostarse con él. Lauren tragó saliva, sus ojos evitando el contacto visual. —Yo... no estoy segura —admitió en voz baja, sintiéndose repentinamente abrumada por la situación. Alexander se acercó un poco más, su mirada fija en ella. —Somos marido y mujer ahora. Es nuestro deber consumar este matrimonio. Las palabras de Alexander cayeron sobre Lauren como un peso aplastante. Deber conyugal. Era lo que se esperaba de ella, lo que se esperaba de todas las mujeres en su posición. Pero el miedo y la incertidumbre la paralizaban. —Por favor, Alexander. Yo... necesito más tiempo —suplicó, encogiéndose ligeramente —. No quiero hacerlo. La mandíbula de Alexander se tensó, y Lauren pudo ver la frustración reflejada en sus ojos. —¿Más tiempo? —resopló—. No tenemos todo el tiempo del mundo, Lauren. Lo haremos hoy. Lauren sintió cómo el pánico la invadía. Por un segundo pensó que podría zafarse de aquella obligación. Pero ese hombre parecía un león y ella su presa. No la dejaría ir. —Yo... no puedo, Alexander. Por favor, entiende —imploró, dando un paso atrás, como un animal acorralado —. ¡No puedes obligarme! Alexander dio un paso al frente, acercándose más a ella. —¿Entender qué, Lauren? ¿Que te niegas a cumplir con tus deberes? —Su voz se elevó, revelando la creciente irritación—. ¿Crees que puedes escapar de esto? Si te gusta el dinero fácil, asume esto. Lauren se estremeció, sintiendo cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. —No sabes lo que dices —soltó apretando los dientes, a lo que él soltó una carcajada y la tomó por los hombros. —¿Ah no? Porque ahora mismo tu madrastra, tío y hermano están en una de las propiedades que obtuvieron gracias a esto. Eres una aprovechada que no ha perdido el tiempo, y ahora no quieres continuar con esto. ¿Quieres que me enfade? —escupió con odio. Ella tragó con dureza. —No es eso. Yo... tengo miedo —admitió en voz baja, avergonzada de su debilidad. Alexander la miró con intensidad y algo más que Lauren no pudo descifrar. —¿Miedo? —bufó—. Eres mi esposa ahora, Lauren. Es tu deber complacerme. Lauren sintió que le faltaba el aire. Las palabras de Alexander eran como dagas que se hundían en su alma. Deber. Complacer. Conceptos que le resultaban tan extraños y aterradores. —Por favor, Alexander. Necesito más tiempo. Yo... no puedo —susurró, casi suplicando. Alexander la miró fijamente por unos instantes, su expresión tornándose más dura. Luego, sin previo aviso, se acercó y la tomó del brazo, tirando de ella con fuerza. —No hay más tiempo, Lauren —gruñó, su voz grave y firme—. Eres mi esposa y harás lo que te digo. Lauren sintió que el pánico la invadía mientras Alexander la empujaba hacia la cama. Intentó resistirse, pero él era más fuerte. Su corazón latía con fuerza mientras luchaba inútilmente, suplicando una y otra vez que se detuviera. Pero Alexander no se detuvo. Con manos torpes, comenzó a despojarla de su vestido de novia, ignorando los sollozos y los ruegos de Lauren. Ella se retorcía y lloraba, sintiéndose impotente ante la brutalidad de su esposo. Cuando Alexander finalmente la tomó, no sin antes protegerse, Lauren se sintió invadida por un dolor tanto físico como emocional. Gritó, suplicando que se detuviera, pero sus gritos se ahogaron en los sonidos de la noche. Lágrimas ardientes le recorrían el rostro mientras se retorcía, incapaz de escapar de aquel acto lejano a la delicadeza. Finalmente, Alexander se detuvo, jadeando, consciente de lo que acababa de hacer. Miró a Lauren, que yacía en la cama, deshecha en llanto, y un atisbo de remordimiento cruzó por su rostro. Sin decir una palabra, se levantó y salió de la habitación, dejando a Lauren sola con su dolor y su desesperación. Lauren se acurrucó en la cama, abrazándose a sí misma mientras sollozaba. Se sentía sucia, rota, traicionada. Todo lo que había temido se había hecho realidad, y ahora se encontraba atrapada en un matrimonio que le había arrebatado la dignidad. Mirando por la ventana, Lauren vio la luna llena proyectar su tenue luz sobre la ciudad. Se sintió en la nada, en cenizas... condenada a vivir en las sombras de una relación que nunca eligió. Con el corazón destrozado, comprendió que su vida, tal como la conocía, había llegado a su fin. *** Desnuda, en la mañana abrió los ojos y la luz del exterior la cegó. Como una avalancha, cada una de las imágenes regresaron a su cabeza y la condenaron a revivir el mal recuerdo. Se sentó en la cama y se cubrió el rostro. Se levantó de la cama, aunque su deseo fue cerrar los ojos y no despertar nunca más, no sucedió. Una sirvienta le llevó el desayuno y la dejó en la habitación encerrada. No era necesario preguntar para saber que seguía órdenes del aquel hombre malvado. La comida se miraba exquisita, aún así no tenía hambre. No comería un bocado, se negaba a hacerlo. ¿Por qué comería si su vida seguiría siendo igual de detestable? Morir se pintaba como la mejor opción, pero la inanición se volvió difícil cuando le dio más hambre. —Sé fuerte Lauren, sé fuerte —se animaba con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta. Casi al anochecer la puerta se abrió de golpe, la débil Lauren sostuvo la mirada de su marido y suspiró. Alexander se aflojó la corbata y caminó hasta ella. —¿Por qué te niegas a comer? ¿Quieres morir? —regañó —. Me haces esto porque quieres ver el mundo arder, ¿quieres que sea un monstruo contigo? —Eres una bestia conmigo —emitió en un hilo, él se apretó el tabique de la nariz —. Y quiero morir. Déjame morir, Alexander. —Muere, hazlo si eso es lo que quieres. El hombre salió de allí dejándola sola. Más tarde Lauren quedó atrapada y tuvo que comer el alimento frío, porque a pesar de la situación terrible, ella en realidad no quería morir.La sala de juntas de la compañía Whitmore se encontraba en silencio tenso. Los empleados intercambiaban miradas inquietas, murmurando entre ellos sobre el inesperado anuncio que Damián Whitmore, el hermano de difunto ejecutivo, estaba a punto de hacer.Damián, se aclaró la garganta y se puso de pie al frente de la sala. Todos los ojos se posaron en él con expectación. —Queridos colegas —comenzó, con voz grave—, los he convocado aquí para comunicarles una importante decisión que se ha tomado. Después de todo es algo esperado, tras la muerte de mi hermano Darren Whitmore, es momento de anunciar la voluntad de mi hermano. Los empleados intercambiaron miradas perplejas y suaves jadeos se escucharon en la sala. ¿Acaso Damián estaba loco? Alexander era tan exigente y gruñón... ¿Acaso sería el nuevo director de la compañía Whitmore? —Es por eso que, tras una cuidadosa deliberación, he nombrado a mi sobrino Alexander Whitmore como sucesor de Darren Whitmore, es su voluntad y la estoy cumpl
Días despuésAlexander decidió salir a despejar su mente. Se dirigió a un bar cercano, una vez allí, se sentó en la barra y pidió un trago. Sus ojos recorrieron el local hasta que se toparon con la figura de una mujer sentada sola en una mesa.Alexander se acercó a ella y entabló una conversación. La mujer, claramente interesada, coqueteaba descaradamente con él. Aunque Alexander no amaba a Lauren, sentía en el fondo que estaba mal. Él no pudo evitar dejarse llevar por el momento. Conversaron durante un rato, pero antes de que la situación se descontrolara, Alexander se excusó y se marchó del bar.Al llegar a la mansión, Alexander se encontró con Lauren, quien entrecerró los ojos al verlo. Ella había notado su ausencia y, aunque temía enfrentarlo, no pudo contener la curiosidad. —¿Dónde has estado? —quiso saber, su voz temblando ligeramente.Alexander la miró con desdén, sin inmutarse por la acusación implícita en su pregunta.—Eso no es de tu incumbencia —escupió con frialdad—. Yo
Un día después...Esa misma noche, cuando Alexander regresó a la mansión después de una reunión de negocios, se encontró con una ausencia sospechosa. Al preguntar a la sirvienta, esta le informó que Lauren se había retirado a descansar temprano, sintiéndose indispuesta.—¿Al menos ha cenado? Matilda negó con la cabeza y se sintió apenada, ella también había intentado que la joven comiera algo, pero todo intento fue en vano y finalmente se había resignado, no quería tampoco obligarla. —No, lo siento señor. —Maldita sea. ¿Tienes idea de lo enfadado que estoy? Te pedí que la vigilaras muy bien y si no quería comer, pues obligala. —Sí, tiene razón. Sinceramente comió solo un poco en el almuerzo. Aún así, sé qué debí ser más insistente y convencerla. —Olvídalo —resopló —. Vuelve a tu labor. Ella asintió y al poco tiempo se marchó.Alexander resopló con desdén, no tenía que darle la mayor importancia a esa mujer, si en realidad quería morirse dejando de comer, pues era su problema. Su
Mientras tanto, Alexander se puso furioso. Cuando se dio cuenta de que Lauren no estaba cerca, la buscó por toda la clínica, también afuera recorriendo las calles con su automóvil, maldiciendo entre dientes. Nadie se atrevía a desafiarlo de esa manera. Iba a encontrarla y traerla de vuelta, cueste lo que cueste.No lo consiguió. Cuando llegó a casa, Matilda estaba limpiando, como solía. La sirvienta se dio cuenta que el hombre estaba como una fiera y ella trataba de disimular el nerviosismo, no quería que él notara que ella ayudó en la huida. Aunque en realidad nunca lo sabría. —Señor, ¿qué puedo hacer por usted? —¿Lauren te comentó algo sobre escaparse? —¿Qué? ¿Huyó? Él chasqueó la lengua. —Imposible, todo lo hizo en secreto, mierda. Ella tragó duro. —Tal vez podría llamar... —dejó la oración a medias recordando que Lauren ni siquiera tenía un teléfono —. Lo siento, señor Alexander. Sé que esto es un gran problema. —Ella me las pagará —sentenció envalentonado. Ella se apart
Lauren no pudo evitar que su mente divagara hacia su hermano Jack, un pensamiento que la perseguía como una sombra oscura. La preocupación por él crecía en su pecho, un nudo que se apretaba cada vez más. No quería que nada malo le sucediera, pero su propia vida estaba en juego. La libertad que tanto anhelaba dependía de su capacidad para escapar de aquel hombre detestable que había hecho de su vida un infierno. Huir era su única salvación, y eso era lo que hizo. Pero cada día que pasaba la acompañaba el miedo de lo que podría ocurrirle a Jack. Esa angustia la ahogaba, como si una mano invisible presionara su garganta.Ahora en aquel enfrentamiento telefónico, había dejado salir sus sentimientos reprimidos. Las palabras habían brotado de su boca como un torrente, llenas de dolor y rabia.—¿Por qué quieres que me quede a tu lado si me odias sin motivos? —le había preguntado, su voz temblando, pero firme—. ¿Por qué debería seguir sufriendo al lado de una persona tan malvada? Nunca te ama
Dos meses después... Lauren caminaba con pasos pesados por las calles bulliciosas de la ciudad, su vientre abultado bajo la chaqueta gastada que llevaba. Cada paso era una lucha, un recordatorio constante de la carga que cargaba sobre sus hombros. Ser una futura madre soltera, sin trabajo y sin hogar, era una realidad que la aterrorizaba cada vez más.Esos días se sentía más débil, a duras penas se alimentaba, su piel estaba pálida. Había recorrido las calles durante horas, buscando desesperadamente una oportunidad, un trabajo que le permitiera ganar un poco para alimentarse y comprar lo que necesitaba. Pero en cada lugar, las miradas de desaprobación y los rechazos la hacían sentir aún más insignificante.Finalmente, llegó a un pequeño café en una esquina. Tomando aire profundamente, empujó la puerta y se acercó al mostrador, donde una mujer de mediana edad la observaba con curiosidad.—Disculpe, ¿están buscando personal?— preguntó Lauren, con un hilo de voz.La mujer la miró de ar
Mientras Camila le mostraba el resto de la casa, Lauren notó la presencia de un hombre mayor, de aspecto serio pero amable, que parecía observarlas con curiosidad.—Ah, permíteme presentarte a Samuel, mi mayordomo. Ha trabajado conmigo durante años y es de gran ayuda en la casa. — habló la mujer.Samuel se acercó y asintió cortésmente.—Bienvenida, señorita Lauren. Espero que se sienta cómoda aquí. Lauren le devolvió el saludo, sintiendo que poco a poco los nervios se iban. Más tarde, mientras cenaban juntos, Camila le contó a Lauren sobre su propia historia. Cómo, tras la trágica pérdida de su hija, había caído en una profunda soledad que parecía no tener fin.—Desde entonces, he intentado llenar ese vacío, pero nada ha funcionado. Hasta que te vi allí, bajo la lluvia, y supe que tenía que ayudarte —pronunció con lágrimas en los ojos.Lauren escuchó con atención, sintiendo en carne propia el sufrimiento de Camila, ella también había perdido a sus padres, sabía lo que era perder par
—No, en realidad no sabe de mi embarazo, tampoco quería convertirse en padre... Esto es un poco complicado. —Descuida, no te voy a presionar, si no te sientes preparada solo guarda silencio, lo entenderé. —Él y yo nos casamos hace poco, pero todo fue sin amor, algo arreglado, al final huí y exigí el divorcio, ha sido un milagro que desistió de buscarme y, me dio el divorcio. Nunca se enteró de mi embarazo y no tengo intenciones de ponerlo al tanto, de todos modos será imprudente de mi parte, a él no le interesaría un bebé, él sería capaz de pedirme que aborte y yo no soy un monstruo... —se detuvo sin poder evitarlo y ya comenzaba a sollozar. —No lo imaginé, lo siento mucho. Eres una chica bastante fuerte, y es cierto, no necesitas a ese hombre. Es un infeliz —añadió bajito. —Lo es, ahora estoy en esta situación, tú has sido mi salvación. Sin embargo, sé que debo apañarmelas por mi cuenta, esta es mi responsabilidad. Ella tomó su mano. —No debes presionarte, quizás es extraño que