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Cap. 1. Cierre del refugio.

En la actualidad…

Una joven, en el interior de su habitación, sobre el escritorio, agendaba varias citas en su cuaderno, frustrada con la situación, por culpa de los últimos acontecimientos, en aquella horrible ciudad donde los ricos se aprovechaban de los pobres, donde la codicia, el dinero y el poder era lo único importante en la vida.

Cuando se presentó como voluntaria y comenzó a hacer horas extras que nadie le pagaba en aquella pobre protectora, jamás pensó que llegaría tan lejos. A pesar de no haber logrado nada, a pesar de que finalmente habían cerrado el refugio de gatos abandonados del este de la ciudad, se sentía orgullosa, pues había conseguido alojar a casi todos los felinos en varias organizaciones que luchaban por el derecho de los animales en la ciudad.

Tan sólo quedaban cinco gatitos en el refugio, y planeaba ir a por ellos esa misma tarde, justo después de dar esquinazo a su familia, y a su prometido.

  • Selena – la llamó su madre, dando dos leves golpecitos en la puerta de su habitación – Frederic está aquí, quizás quieras bajar a saludar.

  • Voy en seguida – aseguró, para luego cerrar de golpe su cuaderno, guardándolo con rapidez en su mochila, dejando esta sobre la cama, mirándose un momento en el espejo, peinando con sus dedos su rebelde melena rubia, esa que ella misma había teñido para ocultar el horrible color naranja que solía adornarla desde que tenía uso de razón. Abrió la puerta de la habitación, descubriendo el largo pasillo desierto, recorriéndolo después, bajando las escaleras, caminando hacia el salón, dónde el impertinente de Frederic aceptaba un té que su madre acababa de cederle – Buenos días, no te esperaba.

  • Tenía asuntos por esta parte de la ciudad – aseguró él, dando un par de sorbos de la taza, para luego depositarla en la pequeña y ostentosa mesilla de la sala. Caminó hacia él, moviendo su largo cabello al andar, y se detuvo junto a él, sentándose en el sofá – deberías cortar tu cabello, las mujeres poderosas no deben tener el cabello largo – insistía, con su característico tono autoritario.

  • Mañana mismo la llevaré a la peluquería – aseguraba la señora de la casa, orgullosa de sí misma – dinos, Fréderic, ¿cómo van los negocios?

  • Van estupendamente, señora Rhys, gracias por preguntar. Esta misma tarde empezarán las obras – añadió, haciendo que la pobre Selena temiese por la vida de los pequeños gatitos que aún no había podido rescatar.

Los Smith era una de las 9 grandes familias que se beneficiaba de los chanchullos de la ciudad, una de las más influyentes, y, por consiguiente, cuando se propusieron construir el mayor centro turístico para ricos, hicieron hasta lo imposible por conseguir echar a los dueños del refugio de gatos abandonados del lugar, y al final… lo consiguieron.

  • Selena, ¿a dónde vas? – preguntó su madre, justo cuando esta se puso en pie, en acto reflejo, dispuesta a marcharse al refugio, antes de que las obras pudiesen hacer daño a los pobres animalillos – haz el favor de comportarte, tu prometido…

  • Había olvidado que tenía una reunión en el restaurante – mintió, subiendo escaleras arriba, con rapidez, antes de que su madre pudiese haber dicho una sola palabra para detenerla.

Agarró su mochila, y se la colocó de forma correcta, para luego recogerse el cabello en una despeinada coleta alta, volviendo a bajar las escaleras, pero en vez de salir por la puerta principal, lo hizo por la del servicio, para evitar que su madre pudiese interceptarla, encontrándose por el camino a Maeve.

  • Niña – la llamó, cuando esta agarró una de las manzanas del frutero, roja y apetitosa, y dio su primer bocado – tu madre se enfadará si se entera de que has vuelto a trabajar en ese lugar.

  • No puedo dejar que los ricos sigan saliéndose con la suya – espetó, para luego dar un leve beso en la mejilla a su nana, saliendo de la cocina después.

Cogió tres taxis distintos para llegar a su destino, no porque estuviese lejos, sino porque no quería, bajo ningún concepto, que, si su madre la estaba siguiendo, descubriese el lugar al que se dirigía.

Se saltó la valla de seguridad, y burló al vigilante, para luego deslizarse entre las murallas con bastante agilidad, hasta entrar en las cocinas, comenzando a sisear para llamar la atención de los felinos, sacando del bolsillo pequeño de su mochila un par de latas de comida para gatos.

Los más pequeños aparecieron en seguida, seguidos, por los mayores. Los agarró, con bastante acierto, justo después de que se hubiesen terminado la primera lata, y los metió en la mochila, con sumo cuidado. Estaba más que lista para emprender la marcha, cuando el ruido de la enorme excavadora la sacó de su hipnotismo. Los mininos se agitaron en el interior de la bolsa, algo temerosos con el sonido, y ella tuvo que ingeniárselas para calmarlos desde fuera.

Salió de las cocinas, saltó las murallas, y miró hacia la izquierda, observando a la excavadora, recogiendo los escombros que la perforadora dejaba a su paso.

Fréderic tenía razón, ya habían empezado las obras, pero parecía que llevaban ya bastante rato, tan sólo se alegraba de haber llegado a tiempo de salvar a esos cinco pequeños.

Pisó tierra firme, en el mismo instante que una leve explosión se escuchaba en el lugar, haciendo temblar el suelo, haciendo que incluso las máquinas se detuviesen y los trabajadores se mirasen, sin comprender qué había sucedido.

  • ¿Vienes a por los gatos? – preguntó Frank, justo detrás de ella, el vigilante la había descubierto, y eso sólo traería consecuencias con su madre – llévatelos y vete de aquí antes de que me arrepienta de dejarte marchar – la muchacha sonrió, mientras los obreros discutían unos con otros.

  • ¿Qué demonios ha sido eso? – preguntaba uno de ellos, asustado, mientras el otro se asomaba por el agujero, observando como un extraño humo salía de él.

  • Eh – llamó hacia los demás, al vislumbrar un pequeño destello plateado – ahí abajo hay algo.

  • Espera un momento, Rhys – ordenó el vigilante, antes de que la joven se hubiese marchado a ningún lugar. Ella asintió, y vislumbró como este caminaba hacia los trabajadores - ¿por qué os detenéis?

  • Ahí abajo hay algo – repitió, el gordete hombrecillo – mirad – señaló hacia el destello, haciendo que los demás se asomasen y comprobasen que tenía razón.

  • ¿Qué es eso? – preguntó Frank, mientras Selena se acercaba a ellos, con sed de curiosidad, esa que solía traerle tantos problemas con asiduidad.

  • Parece una puerta – aseguró Bill, el flacucho que manejaba con anterioridad la excavadora.

Un segundo temblor volvió a producirse, la puerta volvió a temblar bajo sus pies, y todos intentaron mantener la calma, sin éxito.

  • ¿Qué cojones ha sido eso? – se quejaba Frank - ¿qué es lo que hay ahí abajo? – no había ni terminado de hablar cuando un tercer temblor apareció, rajando la tierra que pisaban, haciendo que el pánico invadiera sus cuerpos – pero … ¿qué coño…?

La piedra que aún no había sido intervenida, el asfalto se resquebrajó, y más humo extraño apareció, humeante, saliendo del interior de la tierra. Estaba claro que había algo ahí abajo, lo que no podían siquiera imaginar los presentes era lo que en realidad era.

Unos doce metros debajo de ellos, justo la profundidad del agujero que estaban perforando, una enorme roca con extraños símbolos, rota por la mitad, pues la broca lo había causado. Y parecía que había algo dentro de aquella enorme puerta de hierro, algo que se moría por salir al exterior, poner fin a su cautiverio.

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