«Capítulo Tercero»

«Capítulo tercero»

Metí mi cabeza en la colcha maltrecha cuando sentí que me tironeaba un dolor en la garganta, la tenía seca. Me levanté y busqué la jarra de agua.

Ibeth subió con una sonrisa —¡Anna! ¡Eres la mejor! —. Me mostró su anillo de compromiso, muy bonito, modesto, pero le lucía. Me apretó en un abrazo para agradecer por las cosas que le había preparado para que ese muchacho cayera a sus pies.

Habían pasado ya dos años. Ni yo entendía cómo. Tal vez, me concentré tanto en mejorar mi habilidades de bruja que ni me di cuenta de que ya tenía trece años y que ahora hasta tenía mi periodo. Eso me alegro, significaba que era una mujer. Debía preparar todo para la celebración de que mi cuerpo estaba maduro. Sería una joven bruja muy pronto. No es como si no lo fuera, sino que mi magia sería más poderosa según me lo contó mi madre en su momento.

Ibeth me dejaba la puerta abierta para que saliera. No intente escapar nunca y tampoco tenía intenciones. Así era mi vida. La verdad, me acostumbré a vivir así durante todo ese tiempo.

Era primavera y recogí flores para hacerme una corona. Quería pastel de la cocina, pero solo podría robarlo hasta la noche. Metí las cosas en la cesta de mimbre y me relaje sobre un tronco hueco. Me comí una galleta que le robaba a la mamá de Mabelle cuando las dejaba enfriar en las noches, pensaba que las ratas se las llevaban. Escuché voces suaves. Eso me sacó de mi risa por la pobre cocinera. Alteró un poco mis sentidos porque nadie venía a esa hora. Me iba a poner en marcha. Era Velkan que había tirado la pelota muy lejos. Era raro porque siempre salía más tarde. Bufé molesta, sin percatarme de que ya estaba por donde yo me devolvía y me miró extrañado. Yo me hice la tonta. —¿Quién eres?

Levanté la vista, —¿Qué te importa? —, hice como si nada y recogí mi cesta.

—¿Qué llevas ahí? —ignoró mi descortesía.

—Cosas.

—Oye. Estas en mis tierras y si no respondes...

—¿Desde cuándo la tierra le pertenece a alguien? —Yo podía tomar lo que deseara. Después de todo me arrebataron lo que supuestamente era mío. Además, Como odio que me amenacen y más este mequetrefe que veía desde que era un pequeño tonto. Corrección, seguía siendo un pequeño tonto —¿Vas a matarme? —, pase por su lado y me agarró el brazo. La fuerza con la que me jaló hizo que la capucha roja se cayera revelando mi cabello negro amarrado en una trenza mal hecha, robusta, larga y viese mi rostro.

Sus ojos ambarinos se quedaron clavados en los míos, estaba analizando mi cara como si fuese una especie de rareza y sus mejillas enrojecieron mucho. Era un rarito. —¿Cómo te llamas? —soltó de forma final y yo jale mi brazo con fuerza. Su mano se adhería a mi muñeca como un ancla en las profundidades del mar.

—Anna.

—¿Dónde vives? —me atreví a subir por fin mi cabeza para verlo bien. Nunca lo había tenido tan cerca. Sus cabellos platinados estaban largos, le llegaban hasta la mitad de la espalda, los pómulos de ángulos perfectos y levantados, sus cejas largas y frondosas le daban una exquisita mirada que acentuaba el par de ojos ambarinos con pupilas en forma gatuna. Muy guapo.

—¿Me sueltas? —. Le señalé con mis pupilas mi muñeca y la liberó suave. Me la masajeo un poco —Vivo en el castillo —. Señale la torre.

Él se quedó pensativo al ver ese lugar, como si nunca hubiese caído en cuenta de que se erguía aquella estructura —¿Cómo? Jamás olvidaría a una chica como tú ¿A qué clan perteneces?

—A ninguno —. Me volví a acomodar la tela sobre la cabeza. —Mi familia está muerta.

—¿Eres una ladrona o algo así?  —. Lo mire mal. —Lo siento. ¿Anna? Quiero dar contigo cuando te vayas.

Sonreí. —Vivo en esa torre, literalmente —. Miró y asintió suave —Pero no le digas a nadie ¿Si?

Asintió.

—Bien. Luego me buscas, Velkan —. Estaba caminando cuando él entró en sus cabales de nuevo. Se dio cuenta de que no me había dicho su nombre y yo lo sabía. —A lo mejor me encuentras rondando por ahí —. Levanté mi mano para despedirme del muchacho mientras le daba la espalda y me metía por una bajadita que me cubriría del resto.

Sentí sus pisadas aproximarse, pero se detuvo porque probablemente Mabelle logró dar con él. —¡Velkan! Me has asustado. Te tardaste demasiado.

Él estaba parado ahí, miraba el sitio por donde me había ido. Sus labios se entreabrieron un poco y respiró más profundo de lo normal porque tenía el estómago revuelto.

—Oye, ¿Qué te ha pasado? —Su otro amigo, el hermano de Mabelle, Almos. Lo codeó y zarandeó un poco. Por fin atendió.

—He visto a una chica —. Se pasó las manos por la cabeza.

—¿Y esta buena? —. Almos lo rodeó con su brazo para alejarse con su amigo de Mabelle. Era una conversación de hombres.

—Es... —estaba recordando los largos cabellos negros, la piel de jade, las mejillas suaves, sus ojos de un azul marino, profundo y los labios rojos como petalos de rosa. Se le clavó sobre todo el par de hoyuelos que se le formaban en sus labios al sonreír un poco —Bellísima.

—Ya ¿Cómo se llama? —lo instó y él se encogió.

—Anna.

—¿Anna? ¿No te habrá mentido sobre su nombre? Es muy común, pero de todas las que conozco en el palacio son muy viejas o son muy feas. Aunque no importa si te gustan las chicas feas.

Negó con la cabeza —Te juro que si la vieras, estarías igual que yo. Debe ser menor que yo, pero es hermosa.

Almos estaba intrigado y ya iba a decirle que la buscaran cuando su hermana los interrumpió enojada —Tontos. Vamos a jugar. Dejen de hablar de la feita esa. —le tiró la pelota a su hermano y él asintió.

Mabelle estaba un poco enojada con Velkan por no prestarle atención, estaba distraído. Sus pensamientos retornaban a la cara de Anna. Quería buscarla.

Esa noche, Velkan sintió que algo en su cuerpo estaba cambiando, se tambaleó hasta apoyarse en una viga y luego, logró llegar a su habitación sin saber cómo por la bruma espumosa de emociones que crecían. La luna se alzó sobre el cielo y sus dedos partieron la mesa de una sola estocada. La primera transformación siempre es dolorosa.

La sirvienta escuchó el ruido y fue a ver qué sucedía. Al verlo ensimismado en un rincón se acercó para tocar su espalda y ver lo que le pasaba. —Su alteza ¿Está bien? —el roce de los dedos de la mujer lo alteró y la tomó con fuerza de la mano, se la partió y ella chilló debajo de él. Los ojos ambarinos brillaban cómo metal derretido y sintió un impulso de comerse aquella muchacha de un mordisco. Era inexperto, se lanzó sobre ella aplastando y arrancándole la garganta de una sola cerrada certera de su boca con sus dientes ya más largos de lo normal, sintió un sudor frío bajarle por la espalda y se asustó al ver sus dedos alargarse, llenarse de pelo blanco ungido en rojo carmesí y sus uñas que parecian acero negro, indestructible.

Los que lograron avisar al rey estaban heridos. Él era un hombre viejo y podía controlar su poder, tenía que ayudar a su hijo por lo que fue a los aposentos que ya estaban destruidos. Las plumas de las almohadas volaban por los aires, la madera de las vigas estaba astillada y los cuerpos de sirvientes eran un camino rojo que lo condujo al paradero de su hijo.

Velkan quería arrancarse la piel y tenía la ropa destrozada mientras sentía el instinto de matar corriendo por sus venas. El era un lobo Alfa. Su aullido hizo que otros lobos, otros clanes tuvieran el deseo de transformarse en ese instante, incluso lobos con experiencia que se transforman a voluntad y eso era algo que solo sucede una vez cada seiscientos u ochocientos años. Un lobo que tuviera tal poder sobre los otros de su manada, no él no tenía ninguna todavía porque no había sido iniciado y aun así, los instó a unirseles.

Hasta su padre sintió la fuerza de su hijo y estaba muy feliz de que él fuese así de poderoso. —Hijo. Tranquilo —. Fue a él con cuidado y él muchacho se resistía. —Deja de resistirte a la transformación...

Intentó atacar a su padre y él no pudo contenerlo aunque era muy fuerte. También, se obligó a sí mismo a transformarse porque tenía que cuidarlo de que no hiciera daño a más personas en el palacio. Ambos eran del mismo tamaño y de pelaje blanco, erguidos en dos patas. No eran lobos comunes como el resto de los subordinados.

Gruñó bajo el agarre de su padre. Logró contenerlo hasta que llegaron los otros líderes de los clanes. Su hijo le dio un par de mordidas y tenía una fuerza bruta que con un buen entrenamiento lo haría parte de los lobos más poderosos que habían existido.

Anna se desmayó en el suelo con los dientes apretados porque sintió la primera transformación de Velkan. En respuesta, su demonio la estaba consumiendo en un apretón fuerte que la hizo doblegarse, retorcerse como un gusano —¡Diablos! —sus gritos llegaban a los oídos de todos, pero eran ignorados porque estaban concentrados en contener a la bestia del palacio.

Sentía la columna fracturarse y fue hasta que se desmayó en el piso que logró descansar.

Susurró el nombre del príncipe muy asustada, muy triste de lo que estaba viviendo en ese momento.

Al unir sus vidas, parte de su demonio podía sentirlo Velkan.

Despertó por una gota que empezó a clavarse en la mejilla. Estaba totalmente sudada y con un dolor de cabeza, muy agudo que le dificulta concentrarse. Sabía que él se había transformado por primera vez.

Respiró hondo y fue a su pequeño baño para limpiarse la cara. Se la lavó y decidió ir por agua.

Sin embargo, se sintió más fuerte de lo normal porque al verse en el espejo los lóbulos oscuros que había bajo sus ojos desaparecieron. En el espejo vio el brillo azulado de sus ojos y levantó una mano hacia un libro que estaba en la mesita donde comía que salió disparado hacia sus dedos. La telequinesis solo era un poder infernal que ni su madre logró dominar y se preguntó ¿Cómo? Todo tenía una explicación mágica o lógica, pero la tenía.

Bajo a su cuarto de magia y ya apestaba a sangre de tantos sacrificios que hacía. Entre las cosas había un espejo que cubría con una manta negra y lo jaló para tenerlo en frente. Puso las velas alrededor, cubrió con la misma manta la ventanita y cerró la puerta. Hizo una estrella de sal alrededor y se sentó en medio, reflejada por el gran espejo para tomar un poco de sangre de rata del cuenco y hacerse una cruz invertida en la frente. Cerró sus párpados y dejó que su fuerza se liberara. Los cabellos ingrávidos empezaron a levantarse y las velas apagadas flamearon con furia. Abrió muy lento sus ojos y vio a su madre en el espejo, frente a ella. Erzsebeth Bathory, la bruja más poderosa le sonrió a su preciosa hija.

Ella estaba entusiasmada y quiso acercarse, pero eso haría que rompiera la conexión.

—Madre —habló suave con ella, —Tu que eres la más bella. Ayúdame y guíame —un siseo suave llego a los oídos de Anna en un susurro de muchas voces que lento fueron extinguiéndose hasta que encontró la de su madre.

—Hija mía. Por fin, lograste conseguir los sacrificios necesarios. Eres digna de los Bathory.

La chica estaba inquieta porque ella no asesinó a nadie, sus sacrificios alimentaban su cuerpo, pero no le daban todo ese poder. —¿Cómo he logrado todo este poder solo con sangre de ratas y gallinas? Es imposible.

Su querida madre sonrió. Ella desapareció del espejo y mostró la habitación del príncipe Velkan. Descansaba en su cama con los cabellos cubriendo la cara y amarrado con cadenas de plata que lo inmovilizaban por completo. —Unir tu vida a la de él te ha dado ese poder. Como pensábamos, tú eres una verdadera Bathory. No me equivoque al darte mi poder.

Anna lo pensó bien —Él mató cuando estaba transformado... nuestro demonio se alimenta de las vidas que toma.

La voz de su madre llegó a sus oídos —Si mi niña —. Su madre salió del gran espejo caminando muy lento hasta apoyarse frente a ella. Le levantó el rostro muy suave —Debes hacer que él siga entregándonos vidas— se sentó frente a ella y la abrazó —, ahora, encaminarlo según tus deseos te ayudará a cumplir con nuestra venganza.

—Si, madre —. Le dio un beso en la frente a su hija y se levantó para entrar de nuevo en el espejo como una seda, un alma suave que se adhería al interior de un pozo.

Anna cerró el vínculo que había hecho para dejar que ella saliera y recogió todo. Cubrió el espejo con la manta y lo volvió a meter en su lugar.

Ahora, debía buscar los cuerpos de los que mató anoche mi perrito. Una sonrisa malvada salió de mis labios y entusiasmada, bajo dando vueltas de alegría. Esto era maravilloso.

No solía salir de día, sobre todo en las mañanas. Me escabulló por los pasillos secretos hasta llegar a la parte de atrás, donde hicieron unos pozos no tan profundos para meter los cadáveres o lo que quedaba de ellos. Sonreí y regresé al castillo. Tenía que venir cuando todos durmieran para extraer lo que necesitaba.

Aproveche para buscar más cosas que servirán para mis menjunjes. Unas flores de menta y otras cosas que son para mi uso personal como sándalo y lavanda. Me gusta ponerlas en el agua, en mis largos baños.

Me como el pollo asado con mucho gusto después de deshuesar la carne y dejo a Ibeth parlotear cuanto desee. —Hoy muchos de los sirvientes estamos de luto... es que es terrible e imposible. No puedo creer que murieran los sirvientes del príncipe. Escucha, niña.

—Anna —replicó.

—Anna —. Se toma un vaso de agua y golpea la mesa con fuerza. —Nadie quiere encargarse de sus aposentos ahora y me han nominado para el puestecito.

Los ojos de Anna brillan con mucho encanto al escuchar eso. —¿Y si me hago pasar por sirvienta?

—¿Qué dices? — está insegura sobre mis palabras, aun no descubre mi deseo.

—Puedo ser una sirvienta, la de él y así no matará a nadie. Creo que estas muy al tanto de mi poder.

Ella enmudece por un momento —No sé. Si se dan cuenta sería un problema.

—Por Dios. Nadie se fija en la servidumbre. Tu lo sabes —. Ibeth lo piensa mucho. La verdad es que sí sería una buena idea y así no le tocaría esa sentencia de muerte.

—Bueno. Lo pensaré —. Se pone de pie, limpia su delantal y parte con la bandeja del día anterior.

Es una buena idea. Yo lo tendría bien vigilado al príncipe. Mi madre dijo que debía encaminarlo en la decadencia y el asesinato.

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