«Capítulo Segundo»

«Capítulo Segundo»

Suspiré al terminar mi comida. Ya no era horrorosa, ni podrida porque el rey creía que si me alimentaba bien, su hijo también viviría bien. Fue un buen plan después de todo.

Había una criada que me traía las comidas y le dije que podría hacerle un menjurjes y pociones para su cutis dañado si me traía cosas que le pedía o me dejaba salir en las noches al bosque, un rato al menos para conseguir plantas y esas cosas.

Su nombre era Ibeth. Lo escuche cuando otra empleada la llamó desde las escaleras de caracol que eran casi interminables desde la punta, en donde estaba. —Vamos, niña —. Abrió la puerta y fue detrás de mí con una lámpara de aceite. La torre parecía que alguna vez fue un almacén donde guardaban artilugios viejos.

Yo tenía mucho frío cuando salí y por eso, no me tardé en recoger plantas. Además casi todas las personas de este territorio eran licántropos. No quería que uno me matara y se llevara conmigo a mi prospecto de salvación. El invierno era duro, no había forma de escapar por mi cuenta.

Esperaría a la primavera. A lo mejor podría escapar si sobornaba a Ibeth con algo muy tentador. Lo estaba pensando porque si soy muy sincera era mejor tener a mis enemigos cerca. Todavía hay que evaluar mejor todo. No debo apresurarme. Pronto cumpliría once años, creo.

Me preparaba un regalo muy bonito.

—Rápido —soltó la sirvienta y yo me apure a meter las ramas en mi ropa roñosa, —Debo regresar al castillo.

—Oye, Ibeth —. Estaba en la entrada de la puertecilla escondida entre arbustos que daba a la base de la torre. —Se me ha acabado el hilo rojo ¿Me puedes traer más? —. Asintió, pero levantó su ceja castaña, esperaba su pedido. —Mira —. Saque una mezcla de magia y especias —Todas las noches antes de dormir —. Le entregué el tarrito de vidrio que me trajo para poner la mezcla.

—Hasta el otro mes —, se lo metió en el bolsillo y luego, un poco inquieta me miró. —Niña...

—Anna —le aclaré.

—Anna —dijo con desdén —¿Tendrás alguna cosa para un chico? —No entendí lo que quería, ladeé la cabeza y arrugué el centro de mi frente. Ella se aclaró la garganta un poco y me susurró —Ay, tú me entiendes. Algo para que un chico se me declare.

—Una poción de amor —. Sus ojos lo confirmaron —Te costará —me encogí, —No tengo los ingredientes para eso, pero si me los consigues y ajustamos un intercambio justo. Bueno.

—Mañana me das la lista de cosas y lo consigo —. cerró la puerta con llave y me dejó la lámpara. Yo empecé a subir hasta un saloncito que logre abrir para meter mis cosas de brujería. Trancaba la puerta con un cordón que amarraba a un clavo que había en la ventana, uno que usaban seguramente para subir por medio de una polea los objetos al cuartucho donde dormía en una cama vieja que, estaba unas escaleras más arriba.

Me metí y saqué las plantas para ponerlas en la mesa y tomar lo que necesitaba. Había un libro viejo que se usaba para llevar el inventario, pero yo lo tomé para hacer anotaciones de las cosas que hacía. Olfatee mi último experimento caótico: Intenté hacer con el un ácido que desintegra el metal, pero no funcionó. Quería abrir un candado viejo que reposaba en una puerta de la base de la torre. Creo que daba al castillo y podía entrar a mi antojo, a cualquier lugar.

Una rata quedó atrapada en la trampa que puse para ella. La saqué y la puse en un tazón de metal donde no podía escapar. Mi demonio estaba hambriento, y sediento de sangre y hace tiempo, no le hacía ningún sacrificio. Mi madre mataba a sus sirvientas, a alguna que otra chica incauta que llegaba a sus manos. Tenía que hacerlo o las consecuencias serían catastróficas.

Se me vino a la mente la escalofriante escena de tortura a la que me sumian en el castillo cuando recien habia llegado. Habían degollado a mi madre y me hicieron besar su cabeza en descomposición. Tal vez, un día le serviría la cabeza del rey a su hijo mayor.

Clave en el pequeño roedor la piedra puntada que usaba para mis sacrificios. Ore al diablo un rato y luego, tome la sangre para pasarla por mis extremidades. El alo de vida que sentí, una inhalación profunda que me dio fuerza fue suficiente. Al menos, por esa semana.

Escuché los aullidos de los lobos, en la distancia del interminable mar de árboles frondosos y puntiagudos. Me comí la sopa de gachas y el cordero ahumado rapido. Estaba rico. Miré la luna llena con temor porque tenía que buscar una solución a la dolorosa transformación de hombre lobo.

Todavía no había indicios de que Velkan fuese a transformarse, pero sucedería en cualquier momento y no, no quería sentir como se me partía cada hueso del cuerpo cuando eso sucediese. Hablando de ese tonto y mimado, no lo habia visto ultimamente.

Le pregunté a Ibeth sobre el príncipe menor. Ella no me dio muchos detalles porque no se encargaba de él, más allá de limpiar su habitación. Me contó que ahora, le daban clases intensivas porque ya tenía catorce años y se había perdido de mucho. Cuando estuvo en estado vegetativo tan solo tenía ocho, pero su cuerpo siguió avanzando, su mente no y era muy infantil e inocente para los niños de su edad. El rey decidió que era mejor mantenerlo en el castillo alejado de muchachos como él y también, solo se le permitía tener amigos de edades inferiores.

Me trajó el hilo rojo y sonreí porque podría continuar con la costura de una capa roja que confeccione a partir de una cortina muy fina encontrada entre las cosas. Quería hacerle un recogido para que la pudiera ir ajustando a medida que crecía.

Esa mañana, después de que se fuera la sirvienta con la bandeja del día anterior. Por fin logré ver al peliblanco jugando abajo con una chica. Era una niña menor que él y en un grito escuche su nombre — ¡Mabelle, pasame la pelota!— alce mis cejas un poco por ese chico, era unas dos cabezas más grande que ella y siempre terminaba haciéndole comer nieve al darle con el balón. Me reí de lo tonto que era.

De verdad, me entretenía mucho las cosas que hacia el principito, Velkan. Menudo idiota, si me pegara con un balon se lo hago desinflar con esos colmillos de perro. Solté una carcajada profunda y tuve que limpiarme las comisuras de los ojos, de las lágrimas que me salieron por estar tanto tiempo entre risas.

La pobre niña se fue de cara, me hizo tanta gracia.

Se puso a llorar, pero el hermanito de la mocosa vino a ayudarla. Velkan también parecía preocupado y la ayudó al extender su mano.

La función terminó cuando él debía volver a sus estudios. Suspiré y me metí en mi laboratorio de nuevo para ver qué tal iba el ácido. Sonreí de forma amplia al ver que se derritió un clavo de metal con los productos que le pedí a Ibeth. Algunos eran para hacer su poción tonta del amor, pero otros para usarlos en mi beneficio personal. Entrar a mi antojo al castillo.

Eran pasadas las doce cuando apliqué un poco de ácido en el candado viejo y di brincos de alegría cuando la materia sólida empezó a caerse. Qué maravillosa era la alquimia y la química. Metí mi cuerpo en la capa roja que me llegaba hasta los tobillos y emprendí camino por los pasillos oscuros con mi lamparita. No eran parte de los lugares concurridos del castillo. Parecía un sitio abandonado.

Al ver a mi alrededor lo oscuro, frío y solitario. Entendí que eran en realidad los pasadizos secretos. Podía andar por todo el castillo sin ser vista. Llevaba lo que sobraba de hilo conmigo para no perderme. Solo tenía que recogerlo del carrete que llevaba. Pensé en que sería bueno empezar a hacer un mapa para ubicarse en todo momento. A lo mejor, estos pasillos me llevarían a las habitaciones reales y lograba matar al rey dormido. No, muy facil. ¡Que sufra! ¡Si!

Tantas posibilidades.

Los días pasaron muy rápido, a mi parecer y por las mañanas tenía unos círculos morados por pasar en la noche de exploradora. Ya hasta me podía meter a la cocina y sacar algunas cosas: comida, hierbas, hasta me robé una gallina para sacrificar unos días antes y conseguí un candado para la puerta de la torre, para que cuando Ibeth entrara no viera nada sospechoso y la llave era toda mia.

Llevaba una manzana en la boca. Escuché un murmullo detrás de la entrada secreta. Era el tonto de Velkan que todavia andaba despierto y jugaba con sus amigos sentado junto a ellos en la biblioteca. El tiempo lo pasaba como los oídos del lugar y me di cuenta que su amiga. La tal Mabelle era la hija de la cocinera. Había una abertura en la pared y escuche sus historias de terror sobre el diablo. ¡Que tontería! Mi madre si conocía al diablo y fue él quien le concedió la belleza eterna. No era para nada aterrador, no como ellos pensaban. Al menos.

Terminé mi manzana mientras oía las historias de terror sobre hombres encorvados, brujas y espíritus que mencionaba Mabelle...

Me apoyé mucho en la abertura y la estantería dio la vuelta para empujarme fuera. Ellos escucharon el ruido y pegaron un grito. Corrieron los muy cobardes e intenté volver a presionar del otro lado rápido, para que no me vieran. Sería un problema si avizaban a alguien sobre una chica misteriosa.

Velkan no corrió, se quedó investigando. No conseguía hacer que cediera esa m*****a puerta secreta. Maldije por lo bajo, pero se empezó a mover después de un momento y metí el cuerpo.

Gire mi rostro un poco para cerciorarme de que el grupito no estuviera allí. Sin embargo, los inconfundibles cabellos blancos eran alumbrados por la luz de la luna, su piel brillaba bajo esa luz que golpeaba su mirada petrificada. Abrió un poco la boca y yo llevé mi dedo a mis labios e hice un siseó suave para que guardara silencio. Me metí rápido en el interior y tenía el corazón dando tumbos certeros.

"Que tonta" . Me reprendí. Nadie debía verme, menos la familia real.

Respiré un poco cuando le preguntaron a él que había pasado, el motivo de quedarse ahí parado y dijo que vio a un fantasma, uno que llevaba una tunica roja.

Desde ese día existe la leyenda de que hay un espíritu que ronda el castillo, uno que se lleva a los niños y mora en las tumbas subterraneas.

Yo casi no termino de reirme con esa historia.

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