Nizarah alzó una ceja, dando un paso dentro de la habitación sin esperar invitación.—¿No tengo derecho? —repitió, con una sonrisa amarga —¿Y tú tienes derecho a odiarme por algo que nunca fue mi culpa?Él sintió que le faltaba el aire.Nizarah lo miró con una intensidad que lo quemaba vivo.—Mírame a los ojos y dime que no me necesitas tanto como yo a ti —susurró.El silencio entre ambos fue una sentencia. Porque, aunque quería, aunque debía… no pudo.Kael cruzó los brazos, apoyado contra la pared de piedra fría. Su mirada era dura, impenetrable, pero en su interior ardía el desprecio.—Esto se acaba aquí, Nizarah —dijo con voz firme, sin rastro de duda —No seguiré siendo tu amante.Nizarah dejó escapar una suave risa, ladeando la cabeza mientras jugaba con un anillo en su dedo. Caminó lentamente hacia él, con la seguridad de quien sabe que el poder está de su lado.—No digas tonterías, Kael —susurró, deslizando un dedo por el borde de su propio escote —Tú y yo nos necesitamos. Sabes
—Entonces, ¿es todo? ¿Esto es lo que hacen con los traidores? ¿Una sentencia rápida y limpia, sin honor ni justicia? —su voz retumbó en el salón, desafiante, como si no pudiera aceptar lo que se le venía.El portavoz no respondió, pero en su mirada había algo de indiferencia.—Nada que añadir, Arden. El juicio está cerrado.Con esas palabras, la sentencia quedó sellada. El silencio volvió a llenar el salón, más pesado que nunca. Ibrahim fue escoltado fuera del salón, su destino ya marcado.El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo de un tono rojo sangriento mientras la multitud se agrupaba en la plaza frente al palacio, ansiosa por presenciar la sentencia de Ibrahim Arden. Los murmullos llenaban el aire, un crisol de emociones que variaban desde la curiosidad hasta la indignación. Los ojos de los pobladores estaban fijos en el escenario, donde el portavoz del rey acababa de emitir su veredicto.Entre la multitud, Sonya se mantenía oculta bajo una capa simpl
El aire pesado de tensión cambió de inmediato, y todos los ojos se volvieron hacia el trono del rey. Salim, el rey, observaba desde su asiento elevado con ojos fríos como el hielo, viendo cómo una plebeya desafiaba la voluntad del reino con una daga en mano. Su mirada era implacable, su juicio final ya pronunciado.—Todo aquel que desobedezca la decisión del rey será ejecutado —dijo con calma, su voz grave vibrando en cada rincón de la plaza.La multitud contuvo la respiración, y los guardias, que hasta ese momento estaban indecisos, se apresuraron a rodear a Sonya. Los metales de sus armaduras tintinearon al unísono, creando un sonido siniestro mientras avanzaban hacia la joven, quien aún mantenía la daga apuntando al portavoz, su mirada desafiante fija en Salim.Sonya, aunque su cuerpo temblaba por la presión de los guardias acercándose, no bajó la daga. Su pecho subía y bajaba con rapidez, y por un momento, su rostro mostró una mezcla de frustración y desesperación. Ella sabía que
—No te vayas... —susurró con desesperación, mientras la sangre de Ibrahim manchaba su ropa y la suya.Pero lo único que recibió a cambio fue un último aliento, uno que terminó con un susurro de amor en sus labios, que apenas ella alcanzó a escuchar. "Te amo..."Y entonces, Ibrahim Arden se desvaneció en sus brazos.El cuerpo de Ibrahim estaba en sus brazos, su vida desvaneciéndose en un mar de sangre. El suelo bajo ellos parecía arder, y el mundo, en ese instante, se redujo a un infierno personal de Sonya. Sus ojos buscaban desesperadamente algún indicio de vida en Ibrahim, pero él ya no respondía, su rostro pálido y su respiración quebrada.Un desgarrador grito salió de sus labios, uno tan lleno de dolor que resonó en cada rincón de la plaza. Era un grito visceral, un lamento que rasgó su alma, un eco de desesperación que nació de un amor roto y una pérdida irreversible.—¡NOOOOOOO! —gritó, su voz temblando, quebrándose con cada palabra. Su cuerpo se encorvó mientras abrazaba a Ibrah
En un territorio gobernado por el miedo y la traición, los Arden eran conocidos como una familia poderosa y desafiante, siempre al margen de las reglas que regían en el reino. Su lealtad no estaba con el rey, y eso los convertía en los enemigos de toda la nación.—¿De verdad eres la hija de los Arden? —repitió Hassan, todavía evaluando la situación, pero ahora con una nueva perspectiva. Su tono era más grave, más calculador. Sabía lo que esto significaba.—Sí. Soy Celeste Arden. ¿Qué? ¿Ahora también soy una enemiga de su clan? —respondió, su tono mordaz. La rabia y el dolor la consumían por dentro, pero no iba a ceder ante ellos, no ahora.Hassan la observó en silencio, reflexionando. Los Arden eran conocidos por su odio hacia Salim y por sus traiciones al reino. De alguna manera, esa joven, que se presentaba tan valiente y desafiante, había heredado la sangre de su familia, y eso la convertía en una pieza peligrosa, un objetivo en el tablero del juego del poder.—No eres solo la hija
Su hermano, Ibrahim Arden, muerto. Su padre, capturado y sometido a la más cruel de las torturas, ser testigo de la ejecución de su propio hijo.Un rugido de dolor escapó de su garganta.Celeste cayó de rodillas sobre la arena ardiente, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba a su alrededor. Sus manos se aferraron al suelo, los dedos clavándose en la arena como si intentara encontrar algo sólido entre tanta devastación.—¡NOOOO! —Su grito rasgó la quietud del desierto, un alarido de angustia que se elevó hasta el cielo estrellado.Las lágrimas ardían en sus mejillas, pero ella no las sintió. Solo podía imaginar el horror que había vivido su padre, la impotencia, el dolor desgarrador de ver a su hijo caer sin poder hacer nada.Hassan la miró con pesar, pero no dijo nada. Sabía que no existían palabras capaces de consolar un sufrimiento como ese.Los forajidos observaban en silencio, algunos desviaban la mirada, otros apretaban los puños. Celeste Arden no era solo la hija de su benefacto
El silencio reinaba entre el grupo mientras asimilaban la estrategia propuesta por Tharek. Todos lo miraban fijamente, algunos con cejas arqueadas, otros con expresiones de incredulidad.Beltran fue el primero en hablar, cruzándose de brazos y soltando una risa sarcástica.—¿Tú? ¿Infiltrarte en la tienda de una mujer? —ladeó la cabeza, fingiendo analizarlo —No sabía que tenías un lado tan… delicado, Tharek.Joran chasqueó la lengua y negó con la cabeza.—Sí, claro. Porque si hay alguien en este grupo que inspira confianza para llevar a cabo una misión con sigilo y tacto, definitivamente es el hombre que hace que hasta los asesinos más crueles parezcan amables.Lucan, con su expresión seria de siempre, asintió lentamente.—Tharek no tiene sangre en sus venas. Lo reemplazó con veneno hace años.Darian, que hasta el momento solo observaba la escena con una sonrisa divertida, decidió aportar su opinión:—Si la idea es capturar a la mujer sin matarla de un infarto en el proceso, quizá debe
El miedo se apoderó de ella, pero, con la misma rapidez que la centinela atacaba, Celeste se levantó, sus ojos reflejando una determinación feroz."¡Debo irme!"En un instante, ella echó a correr hacia la salida de la tienda, pero justo cuando las centinelas intentaron interceptarla, Celeste logró esquivarlas, su cuerpo ágil como una gacela. Saltó, corrió, sin mirar atrás, hasta que el rugir del desierto y la oscuridad se la tragaron.Mientras tanto, Tharek y Darion luchaban con fiereza, pero las centinelas estaban demasiado entrenadas, demasiado en sincronía. La pelea se estaba tornando desesperada. Tharek sabía que si no lograban someterlas pronto, su misión fracasaría por completo.—¡La mujer! —gritó Tharek mientras empujaba a una de las centinelas hacia atrás.—¡Ya se ha ido!"¿Qué?"Darion señaló hacia la entrada de la tienda, su rostro reflejando la frustración."¡Ha escapado!"El tiempo pareció detenerse por un momento mientras Tharek miraba hacia la entrada vacía, sin poder ha