A pesar de sus diferencias con su hermano mayor, no deseaba que las cosas llegaran tan lejos. Pero Faris también entendía que debía mantener la calma, pues cualquier movimiento en falso podría levantar sospechas. La última vez que había hablado en contra de sus decisiones, las consecuencias no habían sido agradables. La situación era peligrosa, y él no debía, ni podía, despertar la ira de los demás.Así que, como siempre, se mantuvo en silencio. Sus ojos se posaron en Kael, viendo cómo se preparaba para llevar a cabo la misión que su padre le había asignado. Faris sabía que Kael no tenía intenciones nobles; su hermano estaba obsesionado con el poder, y si podía aprovechar cualquier debilidad de Alexander, lo haría sin pensarlo dos veces. Sin embargo, no podía actuar sin levantar sospechas, y se mantenía inmóvil, observando a la distancia.El plan del rey parecía claro, si la fugitiva estaba en la casa de los Arden, Kael y su comitiva no perderían tiempo en capturarla. No importaba si
—¿Tu familia? —repitió con desdén —¿Acaso ya olvidaste que pudimos haber formado una familia juntos? Que todo esto no tendría que haber ocurrido si no me hubieras abandonado por él.Los ojos de la mujer brillaron con una mezcla de ira y dolor. Su pecho subía y bajaba con rapidez por la intensidad del momento, pero no iba a permitir que Kael viera su vulnerabilidad.—Lo que tuvimos quedó en el pasado, Kael —dijo con voz firme, aunque sus manos temblaban ligeramente al sostener a su hija —Fue un error…Kael entrecerró los ojos y su mandíbula se tensó. Se inclinó más cerca de ella hasta que su rostro quedó a escasos centímetros del suyo.—¿Un error? —susurró con veneno —¿Eso es lo que fui para ti? ¿Después de todo lo que te di, de todo lo que sacrificamos juntos? ¿Después de haberme jurado que me amarías por siempre?La joven sostuvo su mirada, pero en su interior, su corazón latía con fuerza, recordando los momentos en que esas mismas palabras de Kael la envolvían en un torbellino de pa
—Esto no ha terminado —advirtió con voz ronca —No me iré con las manos vacías.El hermano de Celeste lo miró con el mismo desprecio y se limpió la sangre del labio.—Si alguna vez vuelves a acercarte a mi esposa o a mi familia, te juro que no saldrás vivo de esta casa.Kael soltó una carcajada amarga y se giró, pasando su mirada por Sonya una última vez antes de darse media vuelta y ordenar a sus hombres que atrapen al hermano de la fugitiva.Kael respiraba con dificultad, con el rostro ensangrentado, pero aún con una sonrisa torcida en los labios. Se pasó la lengua por el labio partido, probando el sabor metálico de su propia sangre, y miró al hombre que yacía en el suelo, agotado, pero con la furia aún encendida en sus ojos.El silencio que siguió fue breve. Kael, aún con la adrenalina recorriendo su cuerpo, chasqueó los dedos y se giró hacia sus guardias.—Arréstenlo… Creo que es momento de que tenga su morada tras las rejas de los separos —ordenó con frialdad.Los soldados, sin cu
Se dejó caer en la silla frente al ventanal, observando la oscuridad de la noche. Afuera, su enemigo y esposo de Sonya yacía encadenado, derrotado. Pero… ¿era eso suficiente? No.Kael aún no había terminado con ellos.La historia entre Sonya y él estaba lejos de concluir.Sonya se había hecho una promesa desde aquella noche en la que se vio obligada a olvidar el ardiente, pero apasionado, amor que sentía por Kael, uno de los herederos del rey Salim. No fue una decisión fácil; su corazón se desgarró con cada paso que la alejaba de él, pero el peligro que la acechaba no le dejaba opción. Sabía que quedarse significaba exponer no solo su vida, sino la de la más preciada joya que llevaba en su vientre.Los días previos a su partida fueron un tormento. En cada rincón del palacio, en cada susurro del viento nocturno, encontraba recuerdos de Kael. Su risa, su mirada intensa, el calor de sus caricias… Todo aquello que había sido suyo y que ahora debía abandonar para siempre.Pero no estaba so
Nizarah alzó una ceja, dando un paso dentro de la habitación sin esperar invitación.—¿No tengo derecho? —repitió, con una sonrisa amarga —¿Y tú tienes derecho a odiarme por algo que nunca fue mi culpa?Él sintió que le faltaba el aire.Nizarah lo miró con una intensidad que lo quemaba vivo.—Mírame a los ojos y dime que no me necesitas tanto como yo a ti —susurró.El silencio entre ambos fue una sentencia. Porque, aunque quería, aunque debía… no pudo.Kael cruzó los brazos, apoyado contra la pared de piedra fría. Su mirada era dura, impenetrable, pero en su interior ardía el desprecio.—Esto se acaba aquí, Nizarah —dijo con voz firme, sin rastro de duda —No seguiré siendo tu amante.Nizarah dejó escapar una suave risa, ladeando la cabeza mientras jugaba con un anillo en su dedo. Caminó lentamente hacia él, con la seguridad de quien sabe que el poder está de su lado.—No digas tonterías, Kael —susurró, deslizando un dedo por el borde de su propio escote —Tú y yo nos necesitamos. Sabes
—Entonces, ¿es todo? ¿Esto es lo que hacen con los traidores? ¿Una sentencia rápida y limpia, sin honor ni justicia? —su voz retumbó en el salón, desafiante, como si no pudiera aceptar lo que se le venía.El portavoz no respondió, pero en su mirada había algo de indiferencia.—Nada que añadir, Arden. El juicio está cerrado.Con esas palabras, la sentencia quedó sellada. El silencio volvió a llenar el salón, más pesado que nunca. Ibrahim fue escoltado fuera del salón, su destino ya marcado.El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo de un tono rojo sangriento mientras la multitud se agrupaba en la plaza frente al palacio, ansiosa por presenciar la sentencia de Ibrahim Arden. Los murmullos llenaban el aire, un crisol de emociones que variaban desde la curiosidad hasta la indignación. Los ojos de los pobladores estaban fijos en el escenario, donde el portavoz del rey acababa de emitir su veredicto.Entre la multitud, Sonya se mantenía oculta bajo una capa simpl
El aire pesado de tensión cambió de inmediato, y todos los ojos se volvieron hacia el trono del rey. Salim, el rey, observaba desde su asiento elevado con ojos fríos como el hielo, viendo cómo una plebeya desafiaba la voluntad del reino con una daga en mano. Su mirada era implacable, su juicio final ya pronunciado.—Todo aquel que desobedezca la decisión del rey será ejecutado —dijo con calma, su voz grave vibrando en cada rincón de la plaza.La multitud contuvo la respiración, y los guardias, que hasta ese momento estaban indecisos, se apresuraron a rodear a Sonya. Los metales de sus armaduras tintinearon al unísono, creando un sonido siniestro mientras avanzaban hacia la joven, quien aún mantenía la daga apuntando al portavoz, su mirada desafiante fija en Salim.Sonya, aunque su cuerpo temblaba por la presión de los guardias acercándose, no bajó la daga. Su pecho subía y bajaba con rapidez, y por un momento, su rostro mostró una mezcla de frustración y desesperación. Ella sabía que
—No te vayas... —susurró con desesperación, mientras la sangre de Ibrahim manchaba su ropa y la suya.Pero lo único que recibió a cambio fue un último aliento, uno que terminó con un susurro de amor en sus labios, que apenas ella alcanzó a escuchar. "Te amo..."Y entonces, Ibrahim Arden se desvaneció en sus brazos.El cuerpo de Ibrahim estaba en sus brazos, su vida desvaneciéndose en un mar de sangre. El suelo bajo ellos parecía arder, y el mundo, en ese instante, se redujo a un infierno personal de Sonya. Sus ojos buscaban desesperadamente algún indicio de vida en Ibrahim, pero él ya no respondía, su rostro pálido y su respiración quebrada.Un desgarrador grito salió de sus labios, uno tan lleno de dolor que resonó en cada rincón de la plaza. Era un grito visceral, un lamento que rasgó su alma, un eco de desesperación que nació de un amor roto y una pérdida irreversible.—¡NOOOOOOO! —gritó, su voz temblando, quebrándose con cada palabra. Su cuerpo se encorvó mientras abrazaba a Ibrah