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Capitulo 3. Visita a su Jefe

Eileen regresa a su casa después del susto que había recibido… aun todo su cuerpo temblaba de miedo. Dejo las cosas sobre la mesa y noto que su contestador tenía un mensaje. Presiono el botón rojo para escuchar.

Era su jefe, el señor Romel… le notificaba que la quería ver por la mañana, ella solo suspiro. Encamino sus pasos hasta la habitación, necesitaba una ducha para relajar su cuerpo. Y dormir, sobre todo dormir. Al día siguiente tendría que pasar buscando su coche para luego ir a casa de su jefe.

[…]

Lión sube hasta su piso, yéndose directo hasta el bar donde se sirve un trago. Unos segundos después el timbre de la puerta de su apartamento suena. Este camina hacia ella con la copa en su mano. En cuanto abre la puerta sonríe abiertamente.

—Sabía que vendrías a mí.

La pelirroja se queda en el marco de la puerta sin saber bien que fue lo que la motivo a seguir a su jefe, pero allí estaba plantada ante el mordiéndose el labio. Lion pilla lo rosado de sus mejillas, y ensancha aún más su sonrisa. Se acerca a la joven envolviendo su cintura con su brazo.

—¡Lo pasaremos muy bien! Le dice para luego besarla mientras arrastra su cuerpo hasta el interior del apartamento.

Por la mañana…

Eileen busco su coche en el taller, luego se dirigió hasta la casa de su jefe. Lo había pensado mucho la noche anterior, no pensaba decirle absolutamente nada del ataque de los tíos. Lo que menos deseaba era preocupar al viejo, ya suficiente tenía con su enfermedad y con que estuvieran acosándolo para vender el museo.

La joven introdujo el coche dentro de la mansión del viejo, era una casa enorme solo para un anciano. No comprendía como era que estaba solo, sin familia que lo apoyara. ¿Sería esa la razón por que ella no lo abandonaba? Le daba tantos sentimientos. Era un abuelo, y ella nunca conoció a los suyos ¿esa era la razón?

Se bajó del coche, tomo su bolso y algunas carpetas… ella tenía llave de esa casa, por lo tanto no tenía que estar esperando por alguien que le abriera. En cuanto entro la recibió una extraordinaria decoración, tan elegante y sofisticada. Nunca se cansaba de halagar esa casa. Era hermosa.

Subió los escalones, ya que sabía que el señor Romel casi nunca salía de su habitación. Llego a la primera recamara que se encontraba abierta, la chica entra fijándose que la señora del servicio se disponía a servirle el desayuno.

—¡Eileen! Mi niña, pasa. Qué bueno verte esta mañana.

—Usted me mando a llamar, lo recuerda. Esta sonríe.

—¡Ah sí! Lo había olvidado. Siempre olvido las cosas.

—No pasa nada. Esta se sienta en el enorme sofá frente a un gran ventanal. —Dígame que necesita.

—Ayer he recibido una llamada muy inquietante, esas personas siguen muy insistentes en querer comprar mi museo.

La señora termina por servir el desayuno para luego marcharse dejándolos solos. Eileen guarda silencio por un momento. Si el viejo quería vender ella no podía hacer nada más, era comprensible. Estaba viejo y cansado, quizás se quería deshacer de ese dolor de cabeza.

—¿Y usted que les respondió?

—¡Que no! El museo no está en venta, eso ya lo sabes. Dice tomando un pedazo de fresa. —Pero me temo que estas personas seguirán insistiendo, y cada vez será peor.

—¿Quiere que les ponga una denuncia o algo parecido? Solo para que lo dejen de molestar.

—Solo aumentara nuestros problemas. Se volverán agresivos, es mejor ignorarlos.

—Entiendo.

—Debes tener mucho cuidado, porque si a mí me están molestando seguramente no tardan en acosarte a ti. ¿O ya lo han hecho y no me has hablado de ello? Este la mira con aquellos ojos verdes, cansados y llenos de ojeras.

—No. Para nada. Miente.

—Bueno. Responde no pareciendo convencido. —Si llegasen a molestarte, quiero que me lo hagas saber. ¿Esta entendido?

—Sí, claro. No se preocupe.

La joven  medio sonrió al viejo que la miraba como si ella fuera su nieta, Eileen no podía negar que el anciano era dulce. Y tan vulnerable, quizás si se debía pensar en la opción de vender aquel museo después de todo. Porque, ¿Qué iba a pasar cuando el ya no estuviera? A manos de quien iba a quedar la empresa.

 —Señor Romel… ella mira sus manos y luego a él. —No ha pensado la posibilidad de vender el museo.

—¿Qué dices? Por supuesto que no, y menos a esa banda de mafiosos que solo lo quieren destruir para convertirlo en un maldito hotel casino. Además, no podría venderlo.

—¿Por qué?

—Era el sueño de mi amada esposa, ella siempre deseo tener un museo. Pero para cuando estuvo listo ella había fallecido y no logro verlo en vida. Responde con tristeza.

Eileen no conocía esa parte de la vida de su jefe. Ahora comprendía porque estaba tan unido a ese lugar, era especial para él. Una importante parte de su vida, ya que le recordaba a su esposa.

—¿Lo entiendes, Eileen?

—Si. Lo entiendo.

—Pase lo que pase, no accedas nunca a venderlo. El museo no debe ser vendido, debe prevalecer. Estoy seguro que a mi amada esposa le hubiera gustado. Sonríe el anciano.

—No se preocupe, lo ayudare.

—Gracias, sabes Eileen… me recuerdas a ella. Tu carisma y personalidad. Son tan parecidas. Este la mira con cariño. —Si hubiéramos tenido una hija, estoy segura que hubiera sido muy parecida a ti.

—¿Por qué nunca tuvieron hijos, señor Romel?

—Porque yo no podía dárselos. Responde con tristeza.

La rubia se sintió fatal por ser tan entrometida… esas cosas eran personales, y allí estaba ella indagando en la vida de su jefe. A veces tenía que cerrar la boca, para variar.

—Lo siento mucho señor, no debí preguntar tantas cosas.

—Este bien, no pasa nada. Ella lo entendía, aun así deseo casarse conmigo. Era una mujer increíble, ¡como tú!

—Muchas gracias.

—Y por eso que he pensado en algo, necesitas salir un poco más y no trabajar tanto. Necesitas tener una cita, salir con un hombre Eileen.

—Señor Romel ¿de qué está hablando? Pregunta con ojos como platos.

Ella pestañeo, acaso su jefe estaba haciendo de casamentero…

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