Semanas después.El atelier de Rosa Clará era un remolino de emociones. Telas de seda y encaje se extendían sobre las mesas, mientras que alfileres y patrones colgaban de los maniquíes como fantasmas de vestidos. Jazmín, con su sonrisa radiante, ayudaba a Valentina a probarse el vestido de novia.—¡Te ves espectacular! —exclamó Jazmín, sus ojos brillaban de emoción—. Benjamín va a quedar sin aliento.Valentina se miró al espejo, un rubor tiñendo sus mejillas. El vestido, un diseño exclusivo de Rosa Clará, era una obra de arte en sí mismo. El encaje chantilly se ajustaba a su figura como una segunda piel, mientras que la falda de tul de seda caía en cascada hasta el suelo.—Es perfecto —susurró Valentina, sus ojos llenos de lágrimas—. Siempre soñé con casarme con un vestido así.—Y lo harás —dijo Jazmín, abrazándola con fuerza—. Mi hermano es un hombre afortunado.—Y yo soy la mujer más afortunada del mundo —respondió Valentina, sus ojos brillaban de felicidad.Las dos mujeres pasaron
El ambiente en la mansión era tenso. Berlín se encontraba en su estudio, trabajando en sus proyectos, mientras que Lucrecia, con una sonrisa maliciosa en los labios, recibía a una vieja amiga de su hijo, llamada Irene.—¡Cuánto tiempo sin verte, Irene! —Exclamó Lucrecia, abrazando a la joven con entusiasmo—. Berlín estará encantado de verte.—¡Lo mismo digo, Lucrecia! —respondió Irene, su voz llena de alegría—. He venido a visitarlos después de tanto tiempo.Lucrecia invitó a Irene a pasar y la condujo al salón principal, donde se encontraban varios retratos de Berlín de niño y adolescente.—Mira, aquí tienes algunos recuerdos de Berlín. —Dijo Lucrecia, señalando los retratos—. Siempre fue un niño muy guapo y encantador.Irene observó los retratos con nostalgia.—Es verdad —dijo—. Berlín siempre fue muy especial.Lucrecia sonrió con malicia.—Y ahora es un hombre hecho y derecho —dijo—. Un hombre que necesita una mujer a su lado.Irene frunció el ceño, sin entender a dónde quería lleg
A Jazmín le había amanecido tarde. El sol ya estaba alto en el cielo, y la luz entraba por la ventana, pero ella seguía en la cama, sin poder levantarse. No había pegado el ojo en toda la noche, dando vueltas y vueltas en la cama, con la imagen de su novio abrazando a otra mujer en su cabeza.Se sentía fatal, destrozada por dentro. Las fotos la habían golpeado como un jarro de agua fría, y no entendía cómo su novio, la persona que se suponía que la amaba, podía haberla traicionado de esa manera. No le cabía esa idea en la cabeza.Se levantó de la cama con pesadez y fue al baño. Se miró al espejo y vio una cara pálida y ojeras. No se reconoció.—Estoy hecha un desastre —se dijo a sí misma, con la voz temblorosa.Se lavó la cara y se vistió sin ganas. No tenía fuerzas para ir a trabajar y mucho menos continuar con los preparativos de la boda.Jazmín se sentó en el sofá y se quedó mirando la televisión sin ver nada. No le apetecía hacer nada, solo quería que ese día gris terminara pronto
Las manecillas del reloj parecían danzar en una macabra burla, cada tic-tac resonaba como un golpe en el corazón de Valentina y Jazmín. Las horas se arrastraban con la lentitud exasperante de una tortuga, cada minuto un recordatorio de la llamada que no llegaba. Berlín no llamaba, y ese silencio helado era un eco constante en sus mentes, un fantasma que las seguía a cada paso.Intentaron concentrarse en los preparativos de la boda, pero todo les parecía mal. La sala se sentía como una jaula, las paredes se cerraban sobre ella, ahogándose en un mar de incertidumbre.—Ya no puedo continuar. —Hablo Valentina.—Tampoco yo. —Dijo jazmín pasando sus manos por su cara. La desesperación la tenía frustrada.—Voy a la empresa, por favor, avísame si mi hermano te llama.—Tú también. Yo iré a casa. Valentina sintió que el aire se volvía irrespirable. Necesitaba salir de ahí, aunque fuera por un momento. Necesitaba sentir el sol en su piel, el viento en su rostro, cualquier cosa que la distrajer
En la empresa Milano. El tiempo se había detenido para Valentina. Cada tic-tac del reloj resonaba en sus oídos como un golpe de martillo, recordándole la fragilidad de la vida y la incertidumbre del destino. La imagen de Berlín, su hermano, se proyectaba en su mente con una nitidez dolorosa.De repente, el sonido estridente del teléfono rompió el silencio opresivo. Valentina lo tomó con manos temblorosas, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.—¿Sí?—respondió, con la voz apenas audible.—Valentina...—dijo Jazmín al otro lado de la línea, con la voz temblorosa.Un escalofrío recorrió el cuerpo de Valentina. Sabía que algo malo había pasado.—¿Qué pasa, Jazmín?—preguntó, con el corazón en un puño.Jazmín dudó por un momento, sin saber cómo darle la noticia. Las palabras se agolpaban en su garganta, ahogándola en un mar de emociones.—Valentina, Berlín...—comenzó a decir, con la voz quebrada—. Está desaparecido.El mundo se detuvo para Valentina. Sintió como si un vacío se abriera b
El sol de la bella Italia, un sol dorado y fragante a jazmines, se filtraba entre las hojas de los cipreses del cementerio, despertando a Calvin de su letargo. Yacía aún sobre la lápida de su padre, el cuerpo pesado, entumecido por el frío de la piedra. El roce de una escoba contra el suelo lo hizo desperezarse. Un anciano de rostro curtido, arrugado como una pasa, y manos callosas, lo observaba con paciencia.—Buenos días, señorito —le dijo con voz suave, no quería asustarlo.Calvin se levantó, desperezándose. La rigidez en su espalda le recordó la incómoda postura de la noche anterior. Sin mediar palabra, con la mirada perdida en el horizonte, se dirigió hacia su coche, un elegante deportivo negro que contrastaba con la sobriedad del lugar.El rugido del motor resonó en el tranquilo cementerio, despertando a los pájaros que dormitaban en las ramas. Calvin salió del estacionamiento a toda velocidad, dejando una nube de polvo tras de sí.Al llegar a la mansión, una construcción impone
El sol de la tarde bañaba la bella mansión de Rafael con una luz dorada, filtrándose entre las cortinas pesadas del salón. Valentina y Berlín, sus nietos, habían llegado de sorpresa después de semanas sin saber de él. Ambos lo adoraban, pero últimamente sentían que algo en él había cambiado. Se veía más delgado, su piel estaba pálida y, aunque intentaba sonreír como siempre, su mirada tenía un cansancio que no podían ignorar. —Abuelo, ¿seguro que estás bien? —preguntó Valentina, cruzándose de brazos con el ceño fruncido. —Por supuesto, mi niña —respondió Rafael con su tono habitual—. Solo estoy un poco cansado. Es la edad, eso es todo. Berlín no estaba convencido. Desde pequeño, había aprendido a leer a su abuelo como un libro abierto. Rafael era un hombre fuerte, testarudo y orgulloso, pero también era un pésimo mentiroso. —Abuelo —dijo con firmeza—, dime la verdad. Algo no está bien. El anciano suspiró, frotándose las sienes. Pensó en seguir fingiendo, en seguir ocultand
El sol de la tarde bañaba los tejados de Roma con una luz dorada, mientras el sonido de las campanas de una iglesia cercana resonaba en el aire. Desde la ventana de su habitación, Marina observaba la ciudad que había sido su hogar por tanto tiempo. Dónde pasaba las mejores noches junto a sus amigas. Aunque todo había cambiado cuando Berlín regreso de Inglaterra y apareció Valentina.Respiró hondo y con pasos firmes, salió de su habitación y caminó por el pasillo hasta la sala, donde sabía que encontraría a su tía. Lucrecia, como siempre, estaba sentada en el sofá leyendo una revista.Cuando Marina entró, ella levantó la vista y le dedicó una mirada inquisitiva.—¿Todo bien, querida? —preguntó, dejando la revista a un lado.Marina asintió, usando su mejor cara de lamento.—Tía… necesito hablar contigo.Lucrecia la miró con atención.—Te escucho.Marina tomó aire, sus ojos vidriosos por las lágrimas que amenazaban con salir, decidió ir directo al punto.—Me voy. He decidido regresar con