El sol de la bella Italia, un sol dorado y fragante a jazmines, se filtraba entre las hojas de los cipreses del cementerio, despertando a Calvin de su letargo. Yacía aún sobre la lápida de su padre, el cuerpo pesado, entumecido por el frío de la piedra. El roce de una escoba contra el suelo lo hizo desperezarse. Un anciano de rostro curtido, arrugado como una pasa, y manos callosas, lo observaba con paciencia.—Buenos días, señorito —le dijo con voz suave, no quería asustarlo.Calvin se levantó, desperezándose. La rigidez en su espalda le recordó la incómoda postura de la noche anterior. Sin mediar palabra, con la mirada perdida en el horizonte, se dirigió hacia su coche, un elegante deportivo negro que contrastaba con la sobriedad del lugar.El rugido del motor resonó en el tranquilo cementerio, despertando a los pájaros que dormitaban en las ramas. Calvin salió del estacionamiento a toda velocidad, dejando una nube de polvo tras de sí.Al llegar a la mansión, una construcción impone
El sol de la tarde bañaba la bella mansión de Rafael con una luz dorada, filtrándose entre las cortinas pesadas del salón. Valentina y Berlín, sus nietos, habían llegado de sorpresa después de semanas sin saber de él. Ambos lo adoraban, pero últimamente sentían que algo en él había cambiado. Se veía más delgado, su piel estaba pálida y, aunque intentaba sonreír como siempre, su mirada tenía un cansancio que no podían ignorar. —Abuelo, ¿seguro que estás bien? —preguntó Valentina, cruzándose de brazos con el ceño fruncido. —Por supuesto, mi niña —respondió Rafael con su tono habitual—. Solo estoy un poco cansado. Es la edad, eso es todo. Berlín no estaba convencido. Desde pequeño, había aprendido a leer a su abuelo como un libro abierto. Rafael era un hombre fuerte, testarudo y orgulloso, pero también era un pésimo mentiroso. —Abuelo —dijo con firmeza—, dime la verdad. Algo no está bien. El anciano suspiró, frotándose las sienes. Pensó en seguir fingiendo, en seguir ocultand
El sol de la tarde bañaba los tejados de Roma con una luz dorada, mientras el sonido de las campanas de una iglesia cercana resonaba en el aire. Desde la ventana de su habitación, Marina observaba la ciudad que había sido su hogar por tanto tiempo. Dónde pasaba las mejores noches junto a sus amigas. Aunque todo había cambiado cuando Berlín regreso de Inglaterra y apareció Valentina.Respiró hondo y con pasos firmes, salió de su habitación y caminó por el pasillo hasta la sala, donde sabía que encontraría a su tía. Lucrecia, como siempre, estaba sentada en el sofá leyendo una revista.Cuando Marina entró, ella levantó la vista y le dedicó una mirada inquisitiva.—¿Todo bien, querida? —preguntó, dejando la revista a un lado.Marina asintió, usando su mejor cara de lamento.—Tía… necesito hablar contigo.Lucrecia la miró con atención.—Te escucho.Marina tomó aire, sus ojos vidriosos por las lágrimas que amenazaban con salir, decidió ir directo al punto.—Me voy. He decidido regresar con
El salón estaba casi listo. La decoración en tonos marfil y dorado cubría cada rincón, los arreglos florales perfumaban el ambiente, y las luces cálidas daban un resplandor mágico. Valentina recorría el lugar con los brazos cruzados sobre el pecho, sintiendo una mezcla de emoción y ansiedad. Todo estaba saliendo según lo planeado.—Se ve hermoso, ¿verdad? —preguntó su madre, mientras ajustaba los últimos detalles del vestido, alisando con delicadeza la tela blanca.Valentina asintió con una sonrisa temblorosa, sus manos aferrándose al borde de su falda como si necesitara anclarse a algo.—Sí… Es perfecto —susurró, dejando que su mirada recorriera su reflejo en el espejo.El vestido caía con una elegancia etérea, ajustándose a su figura de manera impecable. Las delicadas aplicaciones de encaje parecían bordadas con hilos de luna, y el velo traslúcido le daba un aire casi irreal. Pero lo que más la conmovía no era el vestido en sí, sino el significado detrás de él.—Estoy muy feliz, aun
El amanecer trajo consigo una luz dorada que se filtraba por las ventanas, iluminando la enorme casa donde se ultimaban los preparativos para el gran día. El aire estaba impregnado con el dulce aroma de las flores frescas y el sonido de pasos apresurados llenaba los pasillos.En la habitación de su apartamento, Valentina despertó con el corazón latiendo con fuerza. Parpadeó varias veces antes de asimilar dónde estaba y lo que aquel día significaba. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios. "Hoy es el día… Hoy me convierto en la esposa de Benjamín"—¡Despierta, dormilona! —canturreó Jazmín, mientras entraba a la habitación con una taza de café en la mano.—Ya estoy despierta —respondió Valentina con una sonrisa somnolienta, incorporándose lentamente.—Pues te advierto que a partir de ahora no tendrás ni un minuto de descanso. Mamá, tu mamá y las damas de honor están en la mansión terminando los últimos detalles. Y aquí —le pasó la taza de café—, esto te ayudará a sobrevivir.Valentin
Flashback El sol apenas comenzaba a teñir el cielo con destellos dorados cuando, en la gran casa de Laura, la actividad era frenética. Entre flores, vestidos y últimos preparativos, nadie notó la llegada del auto negro que se estacionó con discreción frente a la entrada trasera.El conductor, un hombre de traje oscuro y rostro serio, descendió del vehículo con calma y se acercó a la puerta de servicio. Golpeó suavemente, esperando con paciencia.La puerta se abrió y apareció Lourdes, la joven encargada de ayudar con los niños y la casa. Al verlo, frunció el ceño con curiosidad.—¿Puedo ayudarlo?—Soy el chofer —respondió el hombre con voz firme, mostrando un gesto impaciente—. Me enviaron para llevar al niño con su madre antes de la ceremonia.Lourdes parpadeó, sorprendida.—¿Con la señorita Valentina?—Sí. Me pidieron que lo lleve al apartamento donde está esperando. Quieren que pase un rato con ella antes de la boda para calmar sus nervios.Lourdes dudó por un momento. No recordaba
La noche estaba oscura y el aire helado parecía arrastrar un presagio funesto. Valentina avanzaba con cautela por el camino de tierra, sus pasos resonando entre el silencio. Su vestido pesaba un poco, sus pies dolían por los zapatos, pero a ella solo le importaba su hijo. Había seguido las indicaciones que recibió de Marina, con el corazón, latiéndole en el pecho como un tambor de guerra. Frente a ella, una bodega vieja y olvidada se alzaba como una sombra en medio del terreno baldío. La madera podrida y el óxido en las bisagras le daban un aspecto aterrador, pero Valentina no dudó. Empujó la puerta y entró. Dentro, el olor a humedad y encierro la golpeó de inmediato. La luz era escasa, apenas proporcionada por un par de velas temblorosas colocadas en esquinas estratégicas. Y entonces lo vio. —¡Valerio! —exclamó Valentina, corriendo hacia él. El niño estaba en un rincón, abrazado a sí mismo, con los ojos hinchados de tanto llorar. Su pequeño cuerpo temblaba, sacudido por solloz
El murmullo en la iglesia se intensificó cuando la gran puerta de madera se abrió de golpe. Todos los invitados, vestidos de gala y con sonrisas expectantes, se pusieron de pie. Creían que finalmente la novia había llegado.Pero cuando la silueta de Marina apareció en el umbral, la expectativa se transformó en asombro. Un murmullo inquieto recorrió las bancas.Benjamín, de pie en el altar, sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Su rostro palideció.—No puede ser… —murmuró, sintiendo el peso de la mirada de Marina sobre él.Marina avanzó lentamente, con el vestido que claramente usaría Valentina. Haciendo juego con la pureza de la decoración blanca de la iglesia. Sus tacones resonaban en el suelo con un eco amenazante.La madre de Benjamín llevó una mano a la boca. El sacerdote dio un paso atrás, confundido. La novia sin duda no era ella.—¿Qué haces aquí, Marina? —preguntó Benjamín con voz tensa.Ella se detuvo frente a él y sonrió con frialdad.—Vine a que tomes una desici