El murmullo en la iglesia se intensificó cuando la gran puerta de madera se abrió de golpe. Todos los invitados, vestidos de gala y con sonrisas expectantes, se pusieron de pie. Creían que finalmente la novia había llegado.Pero cuando la silueta de Marina apareció en el umbral, la expectativa se transformó en asombro. Un murmullo inquieto recorrió las bancas.Benjamín, de pie en el altar, sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Su rostro palideció.—No puede ser… —murmuró, sintiendo el peso de la mirada de Marina sobre él.Marina avanzó lentamente, con el vestido que claramente usaría Valentina. Haciendo juego con la pureza de la decoración blanca de la iglesia. Sus tacones resonaban en el suelo con un eco amenazante.La madre de Benjamín llevó una mano a la boca. El sacerdote dio un paso atrás, confundido. La novia sin duda no era ella.—¿Qué haces aquí, Marina? —preguntó Benjamín con voz tensa.Ella se detuvo frente a él y sonrió con frialdad.—Vine a que tomes una desici
Varios gritos de pánico estallaron al instante. Algunas personas retrocedieron de golpe, otros se lanzaron al suelo, mientras un murmullo aterrorizado recorría la iglesia como una ráfaga de viento helado. Berlín se interpuso de inmediato entre Valentina y Marina, con los músculos tensos, el rostro endurecido y los puños listos para actuar si era necesario.La atmósfera se volvió sofocante. El eco de los jadeos y murmullos temblorosos llenaba el espacio entre los bancos, mientras el brillo dorado de los candelabros oscilaba levemente con el movimiento de la gente.—¡Marina, suelta eso! —ordenó Benjamín, su voz grave y helada. Dio un paso hacia ella, con el cuerpo en tensión, listo para lanzarse.Pero Marina no lo escuchó. Sus ojos, inyectados en furia y desesperación, estaban clavados en Valentina. Su mano temblaba, pero el arma seguía firme, el cañón brillando bajo la tenue luz de la iglesia.—Tú… ¡Tú lo arruinaste todo! —su voz era un torbellino de rabia y tristeza, cargada de odio
Las luces rojas y azules parpadeaban contra las paredes de la iglesia mientras los paramédicos irrumpían con una camilla y un maletín de emergencia. Berlín se apartó de Laura, con las manos cubiertas de sangre y el rostro desencajado.—Tiene una herida profunda en el abdomen, ha perdido mucha sangre —dijo Berlín mientras uno de los paramédicos lo apartaba suavemente.Valentina, de pie junto a Benjamín, no decían nada. Solo miraban a Laura, su pecho subiendo y bajando con dificultad, sus pestañas temblando sobre sus mejillas cada vez más pálidas. —Mama, aguanta —susurro Valentina, inclinándose hacia ella mientras los paramédicos trabajaban rápido.Uno de ellos ya le había colocado una mascarilla de oxígeno, mientras otro le insertaba una vía en el brazo.—Está perdiendo la consciencia —informó uno de los médicos.—¡No! ¡Mama, quédate conmigo! —Valentina le tomó la mano con fuerza, pero su agarre era frágil.Los paramédicos aseguraron su cuerpo a la camilla y la levantaron con rapidez.
El sol de Italia ya estaba bajo en el horizonte cuando Lucrecia recibió la noticia de que debía avisar a los padres de Marina sobre su traslado a Italia. Cosa que logró Berlín con la ayuda de Gabriel Milano. Lucrecia Se encontraba en espera de los padres de Marina, mirando sin mucho interés la calle vacía, cuando el sonido de su teléfono interrumpió su letargo. Era un mensaje de voz de Claudia, su media hermana.—Dime que paso con mi hija. Lucrecia. —se escuchó el audio con la voz de una madre muy preocupada.Lucrecia no sabía cómo responderle a su hermana, Marina prácticamente estaba bajo la tutela de ella.La vida de Marina había sido bastante complicada. Siendo hija de una media hermana de Lucrecia, con un estatus muy bajo.Claudia era hija de su difunto padre que tuvo mucho antes del matrimonio con la madre de Lucrecia. Aunque Claudia se alejó de su padre cuando se casó con la madre de lucrecia. Marina desde muy pequeña se interesó por estar incluida entre la vida de su tía lucrec
El zumbido de los motores del avión apenas podía escucharse entre el murmullo de los guardias y el roce de las esposas contra las muñecas de Marina. Con la vista clavada en la ventanilla, observaba el cielo infinito, su última imagen de libertad antes de tocar suelo italiano. No había marcha atrás. Sabía que ese viaje solo tenía un destino: la prisión.Cuando el avión aterrizó en Roma, el operativo de seguridad se intensificó. Agentes armados la escoltaron a un vehículo blindado, mientras periodistas y fotógrafos se agolpaban en el aeropuerto, gritando preguntas que quedaban sin respuesta.—¡Marina! ¡Dinos algo sobre el juicio!—¿Tienes remordimientos?—¿Qué le dirías a la familia de tus víctimas?Pero ella no respondió. Mantuvo la cabeza alta, ocultando el torbellino de emociones que la devoraban por dentro.Al llegar al tribunal, la solemnidad del lugar le provocó un escalofrío. Los enormes pilares de mármol, la luz tenue filtrándose por los vitrales y la seriedad de los jueces la h
El sol de la tarde se filtraba entre los árboles cuando el auto avanzó por la amplia avenida que conducía a la majestuosa Mansión Milano. Laura, sentada en el asiento trasero, observaba con el corazón latiéndole con fuerza. Respiró hondo, sintiendo el perfume del aire libre, un lujo que había extrañado tras una larga semana en el hospital.—¿Lista? —preguntó Valentina, sonriéndole desde el asiento del conductor.Laura soltó una pequeña risa y asintió.—Más que lista.Al llegar a la entrada, la enorme puerta de hierro se abrió lentamente, revelando el imponente jardín que rodeaba la casa. En la escalinata principal, un grupo de personas esperaba ansiosamente su llegada.Laura apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que su nieto la envolviera en un fuerte abrazo. El pequeño se aferró a ella con fuerza, sus lágrimas humedeciendo su blusa.—¡Abuela! —exclamó con voz temblorosa—. ¡Pensé que te había perdido!Laura lo abrazó con ternura, sintiendo el calor de su pequeño cuerpo contra el s
Dos semanas después —Abuelo, todo estará bien —aseguró Valentina con voz suave, pero firme, rodeándolo con un fuerte abrazo. Sus brazos temblaban ligeramente, pero su sonrisa intentaba transmitirle la confianza que su corazón luchaba por sostener.Rafael Castillo, con su piel surcada por los años y sus manos cálidas, correspondió el abrazo con ternura. Sus ojos oscuros, que tantas historias habían visto, brillaban con una mezcla de emoción y resignación.—Aquí estaremos esperando por ti, abuelo —continuó Berlín, tomando su mano con delicadeza, como si al sostenerla pudiera evitar que el tiempo le arrebatara aquel momento.El viejo sonrió con gratitud. Su nieto tenía los ojos enrojecidos, pero su mirada era firme, determinada. —Si muero, quiero que sepan que soy muy feliz y afortunado de tenerlos —dijo Rafael, con la voz un poco quebrada. Sabía que sus palabras dolerían, pero sentía la necesidad de dejarlas salir, como si fueran un bálsamo para el alma.Laura, quien hasta ahora había
Los días en el hospital transcurrieron con lentitud, pero cada uno trajo pequeñas mejoras para Rafael. Al principio, apenas podía hablar sin sentir un cansancio extremo, pero con el paso del tiempo, su voz recuperó fuerza y su semblante adquirió un color más saludable.Sus nietos estuvieron con él en todo momento. Valentina le leía en voz alta sus historias favoritas, Berlín lo entretenía con anécdotas graciosas, Laura se aseguraba de que los médicos le dieran los mejores cuidados, y Gabriel, buscando que hacer, siempre estaba cerca, atento a cualquier cosa que su amigo pudiera necesitar.Finalmente, llegó el día en que el médico dio la noticia que todos esperaban:—Rafael, estás lo suficientemente estable para irte a casa. Todavía necesitarás reposo y ciertos cuidados, pero tu recuperación va por buen camino.Los ojos de Rafael brillaron con emoción.—Qué maravillosa noticia —preguntó, aunque en el fondo ya sentía que su cuerpo le pedía volver a su hogar.—Por supuesto —confirmó el m