Capitulo 56

Varios gritos de pánico estallaron al instante. Algunas personas retrocedieron de golpe, otros se lanzaron al suelo, mientras un murmullo aterrorizado recorría la iglesia como una ráfaga de viento helado. Berlín se interpuso de inmediato entre Valentina y Marina, con los músculos tensos, el rostro endurecido y los puños listos para actuar si era necesario.

La atmósfera se volvió sofocante. El eco de los jadeos y murmullos temblorosos llenaba el espacio entre los bancos, mientras el brillo dorado de los candelabros oscilaba levemente con el movimiento de la gente.

—¡Marina, suelta eso! —ordenó Benjamín, su voz grave y helada. Dio un paso hacia ella, con el cuerpo en tensión, listo para lanzarse.

Pero Marina no lo escuchó. Sus ojos, inyectados en furia y desesperación, estaban clavados en Valentina. Su mano temblaba, pero el arma seguía firme, el cañón brillando bajo la tenue luz de la iglesia.

—Tú… ¡Tú lo arruinaste todo! —su voz era un torbellino de rabia y tristeza, cargada de odio
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