CAPÍTULO 1

Regalo de cumpleaños

           

Una joven muchacha despertaba sobre su cama, sobresaltada, su rostro estaba empapado en sudor, tenía el pulso acelerado y su cuerpo temblaba. Había vuelto a tener aquel sueño, su corazón latía sobrecogido al recordar la espada hundiéndose en su interior. Tocó su pecho, justo donde la afilada hoja había penetrado, y se tranquilizó al percatarse de que no había herida alguna. Un poco más calmada suspiró, en las últimas semanas no había soñado otra cosa, cada vez que cerraba los ojos veía aquel barco de velas blancas meciéndose en las profundidades de la noche, a los piratas que de un lado a otro se movían, y por alguna razón que no entendía sentía que de algún modo los conocía.

Apenas unos minutos después, se elevó de la cama, llevaba su camisón de seda blanco y estaba descalza, su melena larga y lacia se movía de un lado a otro cuando esta se dirigía al cuarto de baño. Aún temblorosa posó las manos sobre el lavabo mientras levantaba la cabeza mirándose a sí misma en el espejo. Tenía un aspecto horrible, las ojeras, mucho más pronunciadas que el día anterior, en su hermoso rostro blanquecino se marcaban. Tras abrir el grifo de agua fría, hacía un calor enorme, enjuagó su rostro con abundante agua, y sin apenas secarse volvió su mirada al espejo, donde su reflejo mojado le devolvía la mirada.

Meciendo su cabello negro volvió a la cama, la noche aún permanecía acechándola, cerró los ojos volviéndose hacia el otro lado, temiendo volver a soñar, cansada, quedando entonces envuelta en las sombras de su pesadilla.

***

Los alegres jilgueros cantaban sin cesar, pues la mañana había llegado y a todos querían saludar, unos revoloteaban sobre la casa, otros se hallaban en el alfeizar, y los más pequeñas al suelo corrían, pues había algunas migas que picar. Un sol radiante, sobre la ventana de la joven irradiaba la luz del despertar, mientras la muchacha se levantaba cabreada y sacudía su cabello alborotándolo un poco más.

Se sentía frustrada, pues se había pasado la mitad de la noche dando vueltas en la cama intentando alejar a los piratas de su mente, pero no había tenido suerte, pues cada vez que cerraba los ojos sentía aquella afilada hoja penetrando en lo más profundo de su pecho. Se sentó sobre la cama, apartándose el cabello de la cara, y alzando la vista hacia su mesilla de noche. El reloj marcaba que eran más de las 10.

Debía bajar a desayunar, aunque no tenía demasiadas ganas de enfrentarse al día, ya que sospechaba que su madre le habría preparado un cumpleaños lleno de grandes sorpresas, como solía hacer cada año cuando llegaba la fecha de su nacimiento.

Aún recordaba como el año anterior le había dado un gran susto en la cocina, derramando miles de papelitos de confeti sobre ella. Negó con la cabeza, intentando alejar aquellos pensamientos de su mente, pues no le apetecía nada volver a pasar por lo mismo un año más.

Se puso en pie sin demasiados ánimos por hacerlo, caminó con dificultad hacia la puerta de su habitación, abriéndose paso por aquel caos que la adornaba. La estantería de madera junto al escritorio estaba totalmente desordenada, recordaba como la noche anterior había estado buscando libros de historias infantiles, aquellos libros que su abuela solía leerle cuando era una cría, pues tenía la intención de leerlos en la guardería en la que trabajaba. Habían pasado tan sólo dos años desde que trabajaba en aquel hermoso lugar, y se sentía realmente agradecida de poder dedicarse a ello, aunque desde fuera podría parecer que odiase su trabajo, los que la conocían sabían muy bien que amaba a los críos. Le gustaba contar historias y leyendas notando como los pequeños ponían gran interés en ellas. Solía ser una persona bastante solitaria y triste, pero cuando estaba rodeada de sus alumnos era realmente feliz.

Tras echar una última ojeada a la habitación y negar con la cabeza, pensando en que quizás debería de ordenar aquel desastre antes de que su madre entrase en él para limpiarlo, bajó a desayunar.

En cuanto llegó a la cocina su madre, su tía y su hermana mayor la saludaron con un persistente “Feliz Cumpleaños”. Emily las miró con desgana, mientras dirigía la mirada a la enorme pancarta de Feliz Cumpleaños que se sostenía sobre ellas, era de un amarillo chillón y con unas desgastadas letras rojas. Recordaba como su madre la había comprado cuando ella tenía unos 5 años de edad, la primera vez que vio aquella pancarta se sintió la persona más feliz del mundo junto a sus padres, pero ahora ya no había nada de felicidad en su rostro, ya no había nada que celebrar, tan sólo era un día más en la vida de Emily Forbes.

Habían pasado 15 años desde su último feliz cumpleaños, ahora aquel día ya no significaba nada para ella, los días de su vida iban pasando, y ella sentía como si aún tuviese 7 años, sentía que se había quedado estancada en el tiempo desde que su padre murió. Todos los días eran iguales, sin sobresaltos, todo era parte de aquella rutina que ya comenzaba a agobiarla, pero no estaba dispuesta a hacer nada para que su vida cambiase. Ya casi se había acostumbrado a ella, ya nada cambiaría, y ya había dejado de importarle el quedarse atrás.

Se sentó en la mesa de la cocina, dispuesta a tomarse el gran desayuno que su madre había preparado: eran huevos revueltos con bacon.

  • Tengo una sorpresa especial para ti, cariño. - Decía la mujer mientras se sentaba frente a ella en la mesa, y comenzaba a beber su té. Admirando como su hija se metía un trozo de bacon en la boca.

  • Mamá, sabes que odio las sorpresas. - Respondía la muchacha cansada de tener que repetir todos los años el mismo discurso, agarrando el vaso de zumo de naranja y dando un pequeño sorbo con la intención de tragar el trozo de panceta que tenía en la garganta.

  • La abuela Anny viene de camino. – Prosiguió la mujer, haciendo que Emily se atragantase con el zumo y comenzara a toser sofocada.

La abuela Anny había vivido en la residencia desde que su padre murió, recordaba como la mujer había ingresado por sí sola en el centro de mayores pues no quería ser una carga para su nuera. Por alguna razón Anabeth, la madre de la joven, nunca la dejó visitarla, es más solía pensar que aquella mujer estaba algo chiflada.

  • Sé cuánto deseabas verla cuando eras pequeña. – aclaró, mientas su hija le lanzaba una mirada furtiva -Y sé que nunca te permití hacerlo…

La mujer parecía estar avergonzada de no haber permitido a su pequeña que viese a su abuela. Ya que, siendo consciente de la buena relación que su hija menor tenía con la madre de su esposo, la alejó sin ninguna razón aparente, aunque en el fondo, ella tenía sus propias razones. Por su parte, Emily la miraba totalmente perpleja por aquella situación. Si su madre planeaba sorprenderla, lo estaba consiguiendo.

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