Regalo de cumpleaños
Una joven muchacha despertaba sobre su cama, sobresaltada, su rostro estaba empapado en sudor, tenía el pulso acelerado y su cuerpo temblaba. Había vuelto a tener aquel sueño, su corazón latía sobrecogido al recordar la espada hundiéndose en su interior. Tocó su pecho, justo donde la afilada hoja había penetrado, y se tranquilizó al percatarse de que no había herida alguna. Un poco más calmada suspiró, en las últimas semanas no había soñado otra cosa, cada vez que cerraba los ojos veía aquel barco de velas blancas meciéndose en las profundidades de la noche, a los piratas que de un lado a otro se movían, y por alguna razón que no entendía sentía que de algún modo los conocía.
Apenas unos minutos después, se elevó de la cama, llevaba su camisón de seda blanco y estaba descalza, su melena larga y lacia se movía de un lado a otro cuando esta se dirigía al cuarto de baño. Aún temblorosa posó las manos sobre el lavabo mientras levantaba la cabeza mirándose a sí misma en el espejo. Tenía un aspecto horrible, las ojeras, mucho más pronunciadas que el día anterior, en su hermoso rostro blanquecino se marcaban. Tras abrir el grifo de agua fría, hacía un calor enorme, enjuagó su rostro con abundante agua, y sin apenas secarse volvió su mirada al espejo, donde su reflejo mojado le devolvía la mirada.
Meciendo su cabello negro volvió a la cama, la noche aún permanecía acechándola, cerró los ojos volviéndose hacia el otro lado, temiendo volver a soñar, cansada, quedando entonces envuelta en las sombras de su pesadilla.
***
Los alegres jilgueros cantaban sin cesar, pues la mañana había llegado y a todos querían saludar, unos revoloteaban sobre la casa, otros se hallaban en el alfeizar, y los más pequeñas al suelo corrían, pues había algunas migas que picar. Un sol radiante, sobre la ventana de la joven irradiaba la luz del despertar, mientras la muchacha se levantaba cabreada y sacudía su cabello alborotándolo un poco más.
Se sentía frustrada, pues se había pasado la mitad de la noche dando vueltas en la cama intentando alejar a los piratas de su mente, pero no había tenido suerte, pues cada vez que cerraba los ojos sentía aquella afilada hoja penetrando en lo más profundo de su pecho. Se sentó sobre la cama, apartándose el cabello de la cara, y alzando la vista hacia su mesilla de noche. El reloj marcaba que eran más de las 10.
Debía bajar a desayunar, aunque no tenía demasiadas ganas de enfrentarse al día, ya que sospechaba que su madre le habría preparado un cumpleaños lleno de grandes sorpresas, como solía hacer cada año cuando llegaba la fecha de su nacimiento.
Aún recordaba como el año anterior le había dado un gran susto en la cocina, derramando miles de papelitos de confeti sobre ella. Negó con la cabeza, intentando alejar aquellos pensamientos de su mente, pues no le apetecía nada volver a pasar por lo mismo un año más.
Se puso en pie sin demasiados ánimos por hacerlo, caminó con dificultad hacia la puerta de su habitación, abriéndose paso por aquel caos que la adornaba. La estantería de madera junto al escritorio estaba totalmente desordenada, recordaba como la noche anterior había estado buscando libros de historias infantiles, aquellos libros que su abuela solía leerle cuando era una cría, pues tenía la intención de leerlos en la guardería en la que trabajaba. Habían pasado tan sólo dos años desde que trabajaba en aquel hermoso lugar, y se sentía realmente agradecida de poder dedicarse a ello, aunque desde fuera podría parecer que odiase su trabajo, los que la conocían sabían muy bien que amaba a los críos. Le gustaba contar historias y leyendas notando como los pequeños ponían gran interés en ellas. Solía ser una persona bastante solitaria y triste, pero cuando estaba rodeada de sus alumnos era realmente feliz.
Tras echar una última ojeada a la habitación y negar con la cabeza, pensando en que quizás debería de ordenar aquel desastre antes de que su madre entrase en él para limpiarlo, bajó a desayunar.
En cuanto llegó a la cocina su madre, su tía y su hermana mayor la saludaron con un persistente “Feliz Cumpleaños”. Emily las miró con desgana, mientras dirigía la mirada a la enorme pancarta de Feliz Cumpleaños que se sostenía sobre ellas, era de un amarillo chillón y con unas desgastadas letras rojas. Recordaba como su madre la había comprado cuando ella tenía unos 5 años de edad, la primera vez que vio aquella pancarta se sintió la persona más feliz del mundo junto a sus padres, pero ahora ya no había nada de felicidad en su rostro, ya no había nada que celebrar, tan sólo era un día más en la vida de Emily Forbes.
Habían pasado 15 años desde su último feliz cumpleaños, ahora aquel día ya no significaba nada para ella, los días de su vida iban pasando, y ella sentía como si aún tuviese 7 años, sentía que se había quedado estancada en el tiempo desde que su padre murió. Todos los días eran iguales, sin sobresaltos, todo era parte de aquella rutina que ya comenzaba a agobiarla, pero no estaba dispuesta a hacer nada para que su vida cambiase. Ya casi se había acostumbrado a ella, ya nada cambiaría, y ya había dejado de importarle el quedarse atrás.
Se sentó en la mesa de la cocina, dispuesta a tomarse el gran desayuno que su madre había preparado: eran huevos revueltos con bacon.
La abuela Anny había vivido en la residencia desde que su padre murió, recordaba como la mujer había ingresado por sí sola en el centro de mayores pues no quería ser una carga para su nuera. Por alguna razón Anabeth, la madre de la joven, nunca la dejó visitarla, es más solía pensar que aquella mujer estaba algo chiflada.
La mujer parecía estar avergonzada de no haber permitido a su pequeña que viese a su abuela. Ya que, siendo consciente de la buena relación que su hija menor tenía con la madre de su esposo, la alejó sin ninguna razón aparente, aunque en el fondo, ella tenía sus propias razones. Por su parte, Emily la miraba totalmente perpleja por aquella situación. Si su madre planeaba sorprenderla, lo estaba consiguiendo.
La visita de la abuela Anny Emily peinaba su cabello en su tocador, había ordenado su habitación, se había duchado, y en aquel momento, se preparaba para la llegada de su abuela.Volver a ver a verla después de tanto tiempo, era algo que nunca hubiese podido imaginar, ya pensaba que no volvería a hacerlo jamás. Podía recordar la última vez que la había visto, apenas unos días después de la muerte de su padre…Una pequeña de unos 7 años de edad observaba desde el asiento trasero del coche, con las manos y el rostro pegados al cristal, como su querida abuela y
El brazalete encantado La velada había sido de lo más agradable, sin contar aquella extraña historia que la abuela había contado, su madre había hecho cordero para la cena, y su hermana mayor los había deleitado con una de sus deliciosas tartas de chocolate.Emily estaba sorprendida de habérselo pasado tan bien, la verdad era que se lo había pasado mucho mejor de lo que esperaba, había disfrutado realmente de aquel cumpleaños. Y aquella historia sobre el brazalete había mantenido a su padre alejado de su cabeza durante todo el día, así que por un momento lo agradeció.La muchacha subió a su habitación, estaba exhausta,
Un sueño muy real Emily caminó por cubierta descalza, negando con la cabeza a cada paso, no podía ser, no podía estar realmente allí, seguramente estaría soñando. ¿Cómo podía estar en su sueño? ¿Cómo…? Pero entonces, la respuesta vino a ella cuando recordó la historia que su abuela le había contado sobre el brazalete…¡No! – Profirió rotundamente, percatándose de que sobre su muñeca se hallaba aquella joya de la que su abuela le había hablado, aquel brazalete maldito – No, no, no, no, no… - negaba mientras se lo quitaba y lo lanzaba
Giro Inesperado Emily, calada hasta los huesos, bajo una maloliente tela de lino; que alguien había puesto sobre ella, sentada sobre una vieja silla de madera, en el camarote del capitán, tiritaba mientras observaba aquel antro. Aquel lugar parecía sacado de una película, el escritorio delante de ella estaba repleto de cartas y artilugios de navegación, una vacía botella de ron, un frasco con algunas plumas, algunos libros y diarios viejos, algunas velas sobre éste alumbraban la estancia. Un enorme cofre a la derecha que seguramente contenía algún tesoro y un pequeño plato de comida que estaba en mal esta
La pérdida de un buen amigo.La batalla que en popa tenía lugar, era de todo menos singular, los piratas luchaban con dureza contra sus enemigos, con espada en mano, deseando acabar con la vida de sus semejantes, con la única finalidad de obtener la victoria.William Drake era uno de los piratas más temidos de los siete mares, su reputación le precedía, y ningún marinero se atrevía a enfrentarse a él, excepto, por supuesto, Barba Negra.Dos piratas con un destino común luchando duramente, con espada en mano, en un combate de uno contra uno, con rabia y odio en sus ojos, desde el principio de los días, desde incluso antes de conocerse estaba escrito que sucedería, que serían enemigos de
La venganza de la reina Ana. Un negro navío, con velas rojas, mecido por las olas, navegaba. Un imponente capitán pirata, junto al timón iba dando las órdenes a su tripulación, aquí y allá, y estos le iban obedeciendo. Miró hacia el horizonte, observando la mar calmada, en aquella turbia mañana que los dioses habían propiciado.Un tiempo después, en su confortable y amplio camarote, una joven dama despertaba, observando el lugar en el que se encontraba.Aquella estancia, cubierta por un gran ventanal con forma de sirena, repleta de grandes cofres de tesoros por allá por donde la joven
CAPÍTULO 8Tortuga El capitán Barba Negra caminaba por el muelle, junto a Emily, que llevaba un hermoso vestido blanco que el capitán había elegido para ella y una cinta marrón sobre su cabeza. Tras ellos, la venganza de la reina Ana echaba el amarre, mientras el resto de la tripulación desembarcaba, todos parecían ser feroces piratas.No os separéis, los hombres en este tiempo, no son nada caballerosos – anunció el capitán mirando hacia la joven, y notando en ella el miedo que esperaba sembrar.La muchacha y el capitán caminaron a paso ligero por las pobladas calles de la isla, mientras la tripulaci
El verdadero corazón de un pirata. El capitán Drake corría por el muelle, escuchando como Barba Negra le maldecía desde atrás, observando dichoso, como su nave dejaba el muelle, hizo un último esfuerzo y aceleró la marcha, llegando justo a tiempo, a decir verdad, se lanzó en un salto hacia el navío y se agarró con ansias a uno de los cabos, siendo ayudado después por el señor Smith para subir al barco.William se acomodó bien su vestimenta y miró hacia el capitán Teach, que le observaba malhumorado al presenciar como su enemigo se alejaba más y más del muelle. Sonrió triunfante, mientras cedí