La visita de la abuela Anny
Emily peinaba su cabello en su tocador, había ordenado su habitación, se había duchado, y en aquel momento, se preparaba para la llegada de su abuela.
Volver a ver a verla después de tanto tiempo, era algo que nunca hubiese podido imaginar, ya pensaba que no volvería a hacerlo jamás. Podía recordar la última vez que la había visto, apenas unos días después de la muerte de su padre…
Una pequeña de unos 7 años de edad observaba desde el asiento trasero del coche, con las manos y el rostro pegados al cristal, como su querida abuela y su madre discutían acaloradamente frente a ella…
- ¿Pretendes que me crea esa idiotez? – Preguntaba Anabeth, parecía estar realmente enfadada por lo que la anciana acababa de contarle, y no estaba dispuesta a que involucrase a su hija pequeña en aquella locura.
- Es la única forma de protegerla – aclaraba la abuela, observando cómo su nuera se dirigía a la parte posterior del coche, abría el capó y sacaba sus maletas.
- La única forma de proteger a mí hija de todas esas estupideces es alejarla de ti – Le espetaba mientras le lanzaba las maletas frente a ella. Parecía realmente molesta por las insinuaciones de la mujer, y no estaba dispuesta a seguir escuchando más tonterías. – Mi esposo, tu hijo, murió en un atraco. No tuvo nada que ver con ningún sueño, ni ninguna premonición – Concluyó, entrando en el asiento del copiloto y cerrando la puerta tras ella.
La niña, asustada, pudo ver en aquel momento, como su abuela miraba hacia ella, mientras el coche se alejaba más y más, hasta que la mujer quedó reducida a un punto incapaz de apreciar.
Se sentía algo deprimida tras recordar aquello, pues acababa de darse cuenta de que no estaba preparada para la llegada de su abuela. Había pasado demasiado tiempo, seguramente la anciana ya no la recordaría, ya no tendrían aquella conexión especial que siempre habían sentido la una con la otra.
Dejó el cepillo sobre la mesita de madera y miró hacia su reflejo preocupada, escuchando entonces la voz de su hermana mayor:
- Emily – la llamó mientras empujaba la puerta y entraba en su habitación. Caminaba despacio hacia ella, moviendo su cuerpo de esa manera tan especial que la hacía tan hermosa. - Meredith y Samantha llegaran del campamento de un momento a otro. - anunció, llegando hasta la cama y agarrando un suave peluche rosa que le había regalado a su hermana cuando tan sólo eran unas crías. - y seguro que estarán encantadas de ver a su hermosa tía. – sonrió, para luego echar una leve ojeada al armario abierto a escasos pasos de ellas. – Imagino que usarás el vestido que te compré ayer. - Sugirió, aunque sonaba más como una orden.
- Kayla… realmente estoy agradecida - comenzó la muchacha algo avergonzada de haber recibido un regalo tan caro.
Emily siempre había admirado a su hermana mayor, aunque cada una tenía su propio carácter: Por un lado, Kayla, siempre había sido muy popular en el instituto, era bastante orgullosa y materialista, quería comprar lo mejor y conseguir lo mejor por sí misma, apenas había cuidado de su hermana menor en su adolescencia, ya que solía pensar que sus padres debían hacerlo por ella. Se sentía orgullosa de haber podido conseguir un trabajo de abogada en la capital, de haberse prometido con un militar y haber tenido dos preciosas niñas. Emily, por el contrario, era bastante solitaria y apenas tenía amigos, solía conformarse con cualquier cosa y no tenía grandes aspiraciones en la vida, su única pasión eran los niños pequeños, y solía dársele muy bien el trato con ellos.
- Sabes que no tienes por qué darme las gracias, considéralo como tu regalo de cumpleaños – contestó, dejando el peluche en su lugar, y volviendo la vista hacia el resto del cuarto, bastante sorprendida de lo recogido que estaba, ya que su hermana solía ser bastante desordenada.
- Mi cumpleaños…- murmuró la joven con desgana. - no me gusta celebrarlo. – Se quejaba, entristecida, recordando cómo años atrás, la noche antes de su fiesta, había tenido una dura pelea con su padre.
Aquella tarde-noche, el señor Forbes trabajaba duramente en un caso de asesinato, debía buscar las pruebas oportunas para empapelar al señor Royals y arremeter contra él en el juicio que se celebraría la semana próxima.
El escritorio estaba repleto de papeles de importancia, dio un pequeño sorbo a la taza de café y volvió a acomodarla sobre la mesa, sin prestar demasiada atención a ello. Entonces levantó la vista hacia la puerta, pues alguien acababa de dar unos leves golpecitos en ella, y miró asombrado como su pequeña hija de 7 años entraba en la habitación, parecía algo tímida, pero estaba tan preciosa como de costumbre…
- ¡Emily! – Exclamó, sujetando los papeles de su mesa por temor a que la corriente de aire pudiese traspapelarlos. - Entra y cierra la puerta.
La pequeña entró en la habitación y cerró la puerta tras ella, justo como su padre acababa de ordenarle, caminó cabizbaja hacia él y le miró con ojos llorosos.
- ¿qué ocurre, cielo? – preguntaba soltando la presión que irradiaba contra los folios del escritorio, y mirando a su niña de nuevo.
- Me prometiste que vendrías a mi presentación. - regañó esta mientras se arrugaba el vestido con sus manos temblorosas. - Mamá dice que no podrás estar mañana en el salón de actos.
- Lo siento tesoro, papá tiene un importante caso entre manos. - Se disculpaba el hombre, con la intención de que su pequeña comprendiese la situación, pero sabía que esta vez no lo entendería, ya que había estado preparando aquella actuación durante demasiado tiempo, y él había prometido que asistiría.
Emily levantó la cabeza molesta, mientras le miraba enfadada, pues se sentía traicionada. La verdad era que su padre y ella siempre habían estado muy unidos y se comprendían muy bien, pero desde que lo habían ascendido en el buffet de abogados, apenas tenía tiempo para estar con ella.
- ¡Lo prometiste! – gritó mientras sus lágrimas salían disparadas de sus ojos – Sabes que estuve trabajando duro para esto, incluso …
- Emily… nena, te prometo que te compensaré… - comenzó el hombre con el corazón encogido, observando como su pequeña sufría con aquella situación.
- ¡Mentira! - le espetaba la muchacha alterada. - ¡Eres un mentiroso! – Le insultaba furiosa, haciendo que su padre se sintiese el hombre más miserable de la tierra frente a su pequeño tesoro.
- Emily…- intentaba disculparse una vez más, pues quería hacerle entender a su hija que aquel caso importante podría traerles mucho dinero y prestigio. Pero no pudo hacerlo, pues en ese momento una segunda persona entraba en el despacho, haciendo que el hombre sujetase los papeles de nuevo.
- John…- Decía la señora Forbes justo en la puerta, pues acababa de escuchar los gritos de su hija. Volvió la mirada hacia la pequeña y le espetó – Emily, ¿qué son esos gritos? – La niña miró hacia su madre enfadada, pues acababa de interrumpir su conversación privada.
- ¡Ya nunca volveré a confiar en ti! – Acusó, volviendo su rostro hacia el hombre enfadada.
- ¡Emily! – Le regañó su madre mientras observaba como su hija abandonaba la habitación dando un fuerte portazo tras ella. - ¿qué ha pasado? – le espetó a su esposo, pero tan pronto como hizo aquella pregunta, comprendió lo sucedido. - No te preocupes cariño, hablaré con ella.
- Lo sé, pero… mamá hace un esfuerzo cada año, para que tu cumpleaños no sea un día triste. - comenzó su hermana entristecida, haciendo que la muchacha la mirase y volviese al presente. -deberías de agradecérselo. Ella es la que más sufre con todo esto, si no le demuestras que lo estás pasando bien se sentirá mal. - concluyó, recordando como su padre se había marchado 15 años atrás.
Emily agarraba su espada y sonreía junto a sus compañeras de la clase de esgrima, su madre les hacía a todas unas fotos, en lo alto del escenario, junto a los decorados que el señor Scarlie había preparado. Justo al oír el click de la foto volvió su rostro serio hacia la mujer, bastante desilusionada…
- Cariño, sabes que tu padre, hubiese querido estar aquí contigo…- comenzaba esta mientras agarraba a su pequeña y la miraba a los ojos. -… pero tiene mucho trabajo. Seguro que cuando termine este importante caso, te lo compensará. - añadió, dedicándole a la cría una tímida sonrisa.
- Mamá, ¿podemos irnos ya? - preguntaba Kayla mientras masticaba un chicle de forma exagerada y miraba a su madre con desesperación, volteando entonces la vista hacia su hermana menor, dedicándole una mueca desagradable.
- Nos iremos en un momento Kayla, sólo deja que haga unas cuantas fotos más a tu hermana y a ese hermoso premio que ha ganado. - Señalaba, admirando el trofeo que la pequeña mantenía entre sus manos. - Toma, aguántame el bolso. - pidió la mujer, tirándolo hacia su hija mayor.
Kayla miró a su madre con cara de pocos amigos, volviendo luego la mirada hacia su hermana con desgana, percatándose entonces de que, a escasos pasos de ella, Paul, el famoso quarterback, al que todas admiraban en el instituto sonreía hacia ella. La joven sonrió divertida, se sentía complacida de ser la chica más deseada por todos los chicos en el instituto.
En ese momento, el teléfono móvil de su madre comenzó a sonar, haciendo que la muchacha saliese de sus pensamientos. Abrió el bolso y comenzó a buscar el celular, nerviosa, su madre tenía demasiadas cosas, tan pronto como lo encontró descolgó el móvil y lo llevó a su oreja.
- ¿Diga? – Respondió la chica con esa voz de pija malcriada que la caracterizaba, mientras echaba su pelo hacia atrás y se enervaba - ¿papá? ¿hooola? – Kayla apartó el teléfono de su oreja y miró hacia la pantalla, la llamada aún estaba activa, pero nadie respondía al otro lado. Volvió a colocarse el teléfono y preguntó - ¿hay alguien?
La muchacha estaba bastante aburrida de todo aquello, miró hacia su madre, percatándose de que esta se dirigía hacia ella con su hermana menor.
- Kayla ¿quién es? – Preguntó la mujer mientras Emily sonreía tras ella.
Y en ese momento sucedió, Kayla escuchaba un disparo al otro lado del teléfono, un sonido de dolor, un golpe seco en el suelo… La joven se quedó paralizada, ni siquiera podía escuchar a su madre, tan sólo podía pensar en que quizás su padre estaba herido en algún lugar, y entonces sin poder evitarlo sus lágrimas comenzaron a caer.
- Preferiría… que de vez en cuando… sólo de vez en cuando… me dejase ver lo que realmente siente. – concluía su hermana, haciéndola salir de sus pensamientos.
- ¿Sabes Em? Mamá y tú os parecéis más de lo que crees. - y tras decir esto, con ojos llorosos, salió de la habitación de su hermana pequeña.
Emily se pasó el resto del día recibiendo regalos y sorpresas por parte de su madre, intentando parecer feliz para que la mujer no se sintiese desgraciada, deseando que el día pasase de una vez. La verdad era que su madre se había esmerado demasiado en que aquel cumpleaños fuese realmente especial.
La abuela Anny llegó bastante tarde, cuando todos reían en el salón. La cumpleañera se había puesto aquel hermoso vestido que su hermana le había regalado y había sujetado su cabello en un hermoso moño. Meredith estaba sentada en el sofá junto a ella mientras le contaba anécdotas sobre el campamento de verano. Kayla hablaba con su madre sobre la llegada de su esposo, que tendría lugar la semana próxima. Adelaida, su tía, enseñaba a Samantha algunas fotos de su difunto esposo.
Anabeth caminaba hacia la puerta nerviosa, pues acababa de escuchar el timbre, mientras todos los presentes habían cesado sus conversaciones y miraban hacia ella con sumo interés por la llegada de la anciana.
- ¿Dónde está la jovencita del cumpleaños? – preguntó la abuela entrando en la casa, haciendo que todos se levantasen del sofá y mirasen hacia ella sorprendidos de verla finalmente.
Emily acababa de percatarse de que la mujer estaba mucho más mayor de lo que recordaba, algo totalmente comprensible, pues no había vuelto a verla desde que era pequeña. Su rostro era redondo y arrugado, su cabello grisáceo mostrando los signos de la edad, sobre él un hermoso y caro sombrero blanco lo adornaba, en sus pequeñas orejas unos largos pendientes de oro. Su cuerpo delgado, luciendo un espléndido vestido marrón y sobre este un abrigo de piel de nutria. Sobre sus manos unos guantes blancos de seda, en su muñeca izquierda llevaba un hermoso brazalete con una enorme gema violeta en el centro. En aquel momento Emily perdió su sonrisa, pues aquella gema le resultaba extrañamente familiar, aquel brazalete… sentía que lo había visto antes… quizás en un sueño… Y así era, estaba segura, aquella joya era la misma que la de su sueño.
- Esta debe de ser mi pequeña Emily. - sugería la mujer con una vocecilla entrañable mientras caminaba hacia su nieta y la admiraba con su penetrante mirada de ojos azules, percatándose de que estaba mucho más bella de lo que había imaginado. – He añorado mucho a esta niña. – anunció, llegando hasta ella y abrazándola por fin.
- Abuela - la llamó Anabeth, haciendo que la mujer se soltase de su pequeña y mirase hacia ella con desgana. – ¿Has traído algo para tu nieta? – preguntó con cara de pocos amigos, pues la mujer había asegurado que tenía un regalo muy especial para su pequeña.
- Por supuesto que lo he traído. – Respondió señalando el brazalete que adornaba su muñeca - ¿Qué soy, una vieja? – preguntó enfadada, pues estaba harta de que todos la tratasen como una anciana demente que se olvidaba de las cosas. Se acercó hacia el sofá y se sentó en él, dirigiendo entonces la mirada hacia su nieta - Emily cariño. - la llamó, mientras Kayla, Adelaida, Anabeth y Samantha caminaban hacia la cocina- ven a sentarte a mi lado, quiero contarte algo.
Se sentó junto a su abuela, admirando como su sobrina se levantaba del sofá enfadada y caminaba hacia la cocina tras su madre, pues sentía que aquella anciana le había robado protagonismo.
- Ella es Meredith, tu bisnieta. – Le anunció Emily, preocupada porque la mujer no conociese a la mitad de su familia, dedicándole entonces una sonrisa sincera.
- Lo sé, tu hermana la ha traído a la residencia algunas veces. – le anunció la mujer dejando a la joven totalmente anonada. Ya que no esperaba que su madre permitiese a su hermana visitar a la abuela, pues a ella no la dejaba. - Emily… ¿recuerdas cuando eras pequeña y te contaba historias sobre piratas? – preguntaba su abuela mientras agarraba las manos de su nieta, intentando recuperar el tiempo perdido. Pero Emily tan solo pudo mantener su mente ocupada en el brazalete que acababa de volver a ver en la muñeca de la anciana.
- Abuela… este brazalete…- comenzó bastante nerviosa de verlo tan cerca, ahora que lo veía se parecía mucho más. Incluso podía sentir aquel brillo intenso que provenía de la gema violeta.
- ¿Lo has visto? - preguntó su abuela orgullosa de haber captado el interés de su nieta, y sin notar el menor atisbo de temor en los ojos de la muchacha. - Cuando eras pequeña solía contarte historias sobre él. - concluyó mientras levantaba su mano y presumía de lo hermoso que se veía aquella joya en su muñeca. Emily la miró confundida, pues no lo recordaba, no recordaba ninguna de esas historias que su abuela aseguraba contarle.- Verás… hay una leyenda sobre este brazalete…- comenzó la mujer, carraspeando un par de veces, para hacerse notar, pues necesitaba que su nieta le prestase la mayor atención posible, ya que la historia que estaba a punto de contarle era una de sus preferidas.- Al parecer… hubo… hace mucho tiempo atrás, un poderoso guerrero azteca – proseguía mientras hacía muecas y figuras con sus manos, intentando dar mayor realismo a la historia - que servía fielmente a su emperador.- hizo una pequeña pausa, notando la curiosidad de su nieta en su mirada. En ese momento se sintió feliz, pues sentía cómo si el tiempo no hubiese pasado, como si su pequeña nieta aún fuese esa pequeña curiosa cría de 5 añitos, que le pedía a cada momento historias fantásticas sobre piratas y leyendas antiguas. - Pero un día – continuaba, entonando las palabras con un ritmo especial - cometió un terrible error, se enamoró de una princesa, la cual estaba prometida con el emperador. – hizo una pequeña pausa para ver la cara de sorpresa de la muchacha, pues no esperaba que un guerrero de aquella época pudiese enamorarse – Al principio intentó luchar contra aquel sentimiento, pues en aquella época el honor era mucho más importante que los sentimientos mundanos. Pero, con el tiempo, y al enterarse de que la joven también le amaba, cedió a aquel embrujo llamado amor.
Estuvieron viéndose en secreto durante mucho tiempo, hasta que un día, comprendieron que la única forma de tener una vida juntos era marchándose de la ciudad, dejando atrás todo aquello que amaban, su hogar.
Esa misma noche, en la que guerrero y princesa habían cedido marcharse, fueron descubiertos por los guardias del emperador. - su nieta parecía totalmente preocupada por lo que les pasaría a los protagonistas de aquella historia – En aquella época, el castigo por tal gran crimen era la muerte. De nada servía que ella fuese una princesa, pues las mujeres en aquel entonces no tenían valor alguno para los hombres.
- Entonces… ¿murieron? – Preguntó la muchacha entusiasmada por aquella leyenda que su abuela le contaba.
- La muchacha fue ahorcada y el guerrero fue encerrado en un habitáculo con la salida lapidada para que muriese lentamente pensando en la traición cometida. – Volvió a detenerse, observando cómo la joven entristecía la mirada, pues aquella historia estaba resultando bastante triste – Se dice que el tiempo que estuvo encerrado, el guerrero creó un hermoso brazalete con el duradero metal de su lanza. Invocó en aquel momento a la diosa de la fuerza suprema y al dios viajero, rogando con lo más profundo de su ser que le devolviesen a su amada a cambio de aquella ofrenda que hacía en forma de joya, a los dioses. Pero la diosa suprema se negó a ayudar a un simple mortal.
Ante la negativa de esta, el guerrero colocó la joya en su muñeca e intentó resignarse a su inminente muerte.
Y entonces sucedió, cuando tenía toda esperanza perdida, el dios viajero apareció frente a él y le dijo “Esa joya que portas, joven portador, es la llave del tiempo. Con ella puedes traerla, aunque no sea ella la que viaje. El cruel destino debes cambiar, pues has sido elegido con el don de viajar. Piensa en ella ahora y déjate llevar por el canto de la aurora, pues eres tú, guerrero, el que has desatado la curiosidad de este dios que a ti obsequia con una joya similar”. El dios hizo aparecer de la nada un brazalete idéntico al que el hombre había creado y lo posó sobre las manos de este.
Pero esta joya tenía una peculiar diferencia, la gema que lo adornaba era de diferente color. – La abuela volvió a hacer una pausa y cogió aire nuevamente. - Éste es el brazalete que el guerrero creó. - aclaró la anciana mientras le mostraba la joya, pero sin quitárselo de su muñeca todavía, pues quería causar curiosidad y expectación en su nieta. Ésta, por el contrario, no tenía tales sentimientos, en aquel momento la joven comprendía a su madre, cuando esta la llamaba perturbada. ¿Cómo podía pensar que el brazalete de aquella leyenda era el mismo que se hallaba en su muñeca? - Con él, se postró ante su bella amada y regaló aquella hermosa joya idéntica, pues sólo de aquella forma ambos podrían viajar por el tiempo y burlar a la propia muerte- La abuela se calló de nuevo, observando cómo su nieta estaba realmente impaciente por escuchar la historia, sobre todo ahora que había descubierto unas pequeñas marcas en la joya idénticas a las del brazalete de su sueño...- Guerrero y princesa escaparon de la muerte, durante años, pero… un buen día… el dios viajero se apareció ante ellos y les hizo una advertencia: “
Portador y portadora, no viajar sería lo justo, pues ya juntos estáis vivos, si la muerte está furiosa pronto muerte os jurará, no os separéis pues de las joyas, que serán fieles si las acercáis, más no me culpéis si ceder las hacéis, pues ya no serán vuestras y malditos estaréis”La abuela Anny levantó la cabeza, admirando como su sobrina la miraba boquiabierta, pues tenía la sensación de que ya había escuchado esa historia, pero no lograba recordar donde, pero de una cosa estaba segura, no había sido a través de su abuela. La anciana sonrió, al percatarse de que su sobrina estaba impaciente por saber cómo terminaba aquella extraña historia.
- Entonces… finalmente… ¿murieron? - Preguntó la muchacha, olvidándose de que aquella historia era una locura, pues había una parte de ella que ansiaba saber el final de aquella misteriosa historia.
- Finalmente, cuando tuvieron a su pequeño hijo, y se sintieron a salvo, olvidaron las palabras del dios viajero. El guerrero cedió a su pequeño aquel mágico brazalete, haciendo que el escudo protector se rompiese y la muerte llegase hacia ellos para llevársela.
- ¿A quién? – preguntó de nuevo la muchacha, algo alterada, por alguna razón aquella historia la ponía nerviosa, y no lograba comprender por qué.
- A la mujer del guerrero, por supuesto. - Concluyó la anciana con un atisbo de tristeza en su rostro, aunque Emily no parecía dispuesta a conformarse con aquel final, había algo que no le cuadraba.
- Pero… ¿y el brazalete? ¿qué fue de él? – Preguntó la muchacha intentando entender más sobre aquella hermosa joya que su abuela lucía en su muñeca.
- Nadie lo sabe. Lo cierto, es que ella podría haberse salvado si lo hubiese usado, aunque dicen que… una vez que es separado de su hermano, ya no funciona de la misma manera. Pero, a día de hoy, nadie sabe que fue del brazalete, algunos dicen que se perdió en las profundidades del mar, otros que desapareció con ella, incluso los hay quienes opinan que el dios de la muerte se lo llevó como trofeo. – concluyó su abuela.
- No me refería al de ella, quiero decir, el brazalete de él, podría haberlo usado para impedir que la muerte se la llevase o algo ¿no? – preguntaba la chica como si realmente creyese aquella historia. A decir verdad, una parte de ella tenía un extraño sentimiento de añoranza, como si hubiese perdido a alguien querido, aunque no sabía bien a qué se debía aquel sentimiento, ella no había perdido a nadie en los últimos 15 años.
- No, una vez que regalas el brazalete, una vez que lo cedes a alguien más, ya no te reconoce como dueño, ahora tiene un nuevo dueño. - Contestó su abuela mientras agarraba las manos de su nieta con fuerza, intentando reconfortarla de esa manera.
- Abuela… - se quejó Emily extrañada, ya que aquello le parecía absurdo, pues ¿cómo podría un ser inanimado sentir? - hablas… como si el brazalete pudiese reconocer a su dueño.
- En cierta forma así es. - le aseguró la anciana, mientras apartaba las manos de su nieta, sentía cierta tristeza en aquel momento, pues recordaba cómo años antes, cuando ella era joven y hermosa, su madre le había cedido el brazalete. Aun se acordaba de cómo unas semanas antes de recibir el brazalete, había estado soñando con él.
- Abuela… pero…- Emily se negaba a creer que aquello fuese cierto y a pesar de aquel extraño sentimiento en su interior, sacudió la cabeza intentando alejar aquellos pensamientos de su mente…- eso… no es posible.
- Cuando tu padre se fue… intenté hacerlo funcionar ¿sabes?, intenté… intenté… volver atrás en el tiempo para salvarlo…- recordaba nerviosa, mientras se quitaba el brazalete de su muñeca, lo ponía sobre su regazo y se frotaba la muñeca como si realmente le hubiese hecho algún daño el tiempo que había estado sobre ella - pero… no pude hacerlo… - reconocía entristecida, parecía estar a punto de llorar, y la verdad era que se sentía bastante culpable de la muerte de su único hijo - pues ya no me pertenecía. - Le comunicó, asustada, aunque parecía aliviada de haberse quitado el brazalete. Realmente se había sentido preocupada durante todo el viaje hasta la casa de su sobrina, temía que el brazalete pudiese funcionar, a pesar de que ya era demasiado tarde para viajar en el tiempo, y justo en ese momento, en el que se había desprendido de él, parecía sentirse mucho más calmada. – Y entonces, comprendí que debía esperar.
- ¿Esperar a qué? - preguntó su nieta alterada mientras se levantaba del sofá, cómo si creyese que estar cerca de aquella mujer fuese perjudicial para ella. Pues le había molestado que la mujer hablase de su padre, cómo si creyese que realmente podría ser salvado.
- A que tu madre me permitiera verte – Aclaró la mujer, mientras volvía a mirarla con aire conciliador – para cedértelo. - Proseguía, mientras agarraba las manos de su nieta y ponía sobre ellas aquella valiosa joya. - Ahora el brazalete es tuyo.
- ¿Qué? - Emily miró a su abuela, para luego mirar el brazalete que esta había puesto en sus manos, le resultaba extraño que el brazalete estuviese tan frío. Su abuela lo había tenido puesto, pero el brazalete estaba helado. – Está frío. – susurró.
- Así es… desde que fue separado de su hermano. - aclaró su abuela, de nuevo parecía estar volviendo a su semblante confiado y pacífico. - la leyenda dice, que el brazalete está buscando a su gemelo, que no traerá la felicidad al portador, hasta que encuentre a su hermano.
- ¿Qué? - Emily la miraba sin comprender a qué demonios se estaba refiriendo. - ¿de qué… de qué me estás hablando? - Se quejó la muchacha harta de toda aquella pantomima, mirando a su abuela asustada, definitivamente aquella mujer había perdido la cabeza, ahora estaba claro.
- Emily… - comenzó su abuela, percatándose entonces de algo en lo que no había caído hasta entonces, temiendo en lo más profundo de su ser, que su nieta tuviese que pasar por lo mismo que ella había pasado durante tantos años atrás - ¿Cuándo viste el brazalete? – parecía estar realmente preocupada, y ahora hablaba mucho más alto que antes, ya no mostraba aquella voz tranquila y conciliadora de abuelita entrañable que solía tener - Cuando llegué y me senté aquí junto a ti, no podías quitar los ojos de él. Supuse que era porque lo recordabas de cuando eras pequeña, pero por tu expresión puedo ver que no es así, entonces… ¿dónde lo viste?
- ¿yo? Yo… - por un momento dudó sobre si debería contarle a su abuela sobre aquel sueño, no quería que ella pensase que estaba loca, pues ¿cómo podría haber soñado con un brazalete que no había visto en su vida? Y ¿cómo podría explicar aquella extraña sensación de pérdida que la albergaba? Quizás… estaba en su subconsciente, si lo había visto cuando era pequeña, tal vez… Pero en una parte de su corazón sabía que no era así, había escuchado aquella historia una vez, y recién ahora recordaba a la persona que se la había contado.
“Emily caminaba por un dulce sendero de gelatina, levantó la vista hacia los arboles de gominola y admiró a los extraños pajarillos de regaliz, miró su singular atuendo hecho con algodón de azúcar, agarró un trozo de su vestido y lo metió en su boca, mientras caminaba alegremente por el sendero cantando una alegre cancioncilla. Entonces la pequeña se paró en seco, percatándose de que el camino se había terminado y junto a ella se hallaba un profundo río de batido de fresa, se agachó junto a él, metió el dedo para introducirlo después en su boca cerciorándose de lo deliciosas que estaban aquellas aguas. Levantó la vista divertida, admirando entonces un gran barco de chocolate, sonrió distraída, cerró los ojos deseando estar en el interior del barco y volvió a abrirlos, percatándose de que se encontraba en él, observó las velas de galletas y las cuerdas de regaliz rojo, caminó hacia el timón, rompió un trozo y lo metió en su boca…
- Emily… - la llamó una voz tras ella, haciendo que esta se diese la vuelta asustada. Pero rio divertida al ver tras de sí a un pequeño zorro rojo formado por gomitas azucaradas. - Querida Emily, te he estado esperando por mucho tiempo.
Emily miró a aquel extraño animal percatándose de un peculiar brillo que provenía de su pecho, se acercó a él lentamente y admiró un destello verde que le molestaba en los ojos, el zorro la miró sonriente, convirtiéndose entonces en una rana de nubes, la rana croaba y saltaba rápidamente evitando que la pequeña pudiese agarrarla. Emily escuchó un pequeño chasquido, y la rana se convirtió entonces en un apuesto niño de su misma edad. Tenía el cabello castaño despeinado hacia un lado, sus ojos eran verdes y bajo su cuello podía vislumbrarse un antiguo medallón con una gema esmeralda en el centro. Sonrió hacia ella divertido observando como la niña le miraba sin comprender, y entonces comenzó a contarle una bonita historia sobre un brazalete mágico, haciendo que la pequeña quedase embobada por sus palabras. Al terminar la historia la miró melancólico y dijo:
- ¡Oh hermosa Emily! Sabía que vendríais a buscarme. No importa cuántas veces me olvidéis, siempre vendréis a mí, siempre me encontraréis. – el niño hizo una breve pausa para admirar como la pequeña le miraba sin comprender sus palabras – no temáis, algún día estas palabras que os digo cobraran sentido para vos… Un día os encontraréis con el guardián, cuando lo hagáis vuestros destinos se entrelazarán. Debes prometerme que pase lo que pase serás fuerte y te aferrarás a él, porque esa será la única forma de romper la maldición, todo debe acabar de la misma forma en la que empezó”
Emily permaneció callada un minuto más, ahora comprendía que había oído aquella historia en un sueño, cuando era pequeña, pero… ¿cómo podía su abuela haberle contado la misma historia? ¿Cómo sabía ella aquella leyenda que aquel misterioso niño le había contado? La muchacha sacudió la cabeza, intentando alejar aquellos pensamientos de su mente, notando entonces que su abuela la miraba bastante preocupada, ya que llevaba largo rato sin pronunciar palabra.
- Soñé con él. - terminó finalmente, con la intención de tranquilizar a su abuela, aunque no estaba dispuesta a reconocer abiertamente que había soñado con aquella historia cuando era una niña. Pero en lugar de calmarla, la alteró mucho más.
- ¿Qué soñaste? - preguntó mientras zarandeaba sus manos aterrorizada. La joven la miró sin comprender aquella reacción, ya que era imposible que supiese acerca de su sueño sobre el niño mago.
- Había un barco…- contestó mientras recordaba el sueño que aparecía en su mente noche tras noche, a lo largo de las últimas semanas. - y yo… estaba vestida como un pirata. - proseguía, sin darle demasiada importancia a sus palabras, no era nada del otro mundo en realidad.
- ¿paso algo más? - preguntó de nuevo, bastante asustada, parecía estar a punto de llorar, parecía arrepentida de haberle regalado el brazalete a su nieta sin antes haberle preguntado sobre su sueño.
- Yo… había una pelea, la gente luchaba con espadas, el sol … estaba a punto de ponerse, levanté el brazo porque me encandilaba demasiado y…- proseguía recordando el sueño, parecía como si realmente lo hubiese vivido, parecía tan real… y entonces lo recordó, el brazalete se le había caído en aquel momento. - se me cayó el brazalete. Corrí tras él, y finalmente lo alcancé, pero entonces…
- ¿entonces? - su abuela la miraba realmente estremecida, temiendo lo peor. Al mirar a la anciana se preocupó bastante, sabía que si le decía que moría en el sueño su abuela pondría el grito en el cielo, así que, por el su bien, por el bien de su salud mental decidió no mencionar nada sobre su muerte.
- Entonces desperté. - mintió, mientras bajaba la mirada asustada, recordando como la afilada hoja se había penetrado en su pecho en aquel horrible sueño. Notando como su abuela parecía calmada, en aquel momento respiraba aliviada y la miraba tranquila.
- Gracias al cielo, eso hace que me sienta más tranquila al darte el brazalete. - Aclaró mientras agarraba las manos de la joven y las cerraba con el brazalete en su interior. - He de confesarte algo, querida – Proseguía, haciendo que la muchacha la mirase con sumo interés - Cuando era niña, y antes de que mi madre me lo cediese, durante unas semanas antes de que lo hiciese soñé con él, siempre el mismo sueño. – informó la mujer, dejando a su nieta totalmente alarmada con esto. - Dicen que antes de que el brazalete pase a su nuevo dueño, este soñará con él durante un tiempo, soñará con el primer viaje que ambos realizarán juntos.
Emily miró a su abuela un momento, sin comprender el significado de sus palabras. ¿El primer viaje? ¿A qué se refería con aquello?
- ¿qué quieres decir con eso del primer viaje? - preguntó cuándo se atrevió a volver a hablar sobre aquello.
- El lugar al que te llevará, mejor dicho, el tiempo al que te llevará cuando lo uses. - Respondió la anciana mientras sonreía complaciente de que su nieta estuviese creyendo en sus palabras finalmente.
- Y lo que sueñas…- comenzó Emily de nuevo, temiendo que sus peores pesadillas pudiesen cumplirse- ¿es como una premonición? Quiero decir… se cumplirá.
- Así es. - En ese momento una parte de su corazón se sintió afligido, si lo que su abuela decía era cierto, cuando usase el brazalete moriría. Pero… ¿qué estaba pensando? Aquello era una locura. Emily volvió a sacudir su cabeza cansada, sin embargo, antes de que pudiese decidir sobre lo que creer, una pregunta vino a su mente...
- Abuela… pero… ¿Por qué no se lo diste a mi padre? - preguntó en voz alta, percatándose de que su abuela la miraba entristecida nuevamente.
- Unos días antes de dárselo él me dijo que había soñado con mi brazalete, cuando le pregunté que había soñado me respondió que había visto su muerte. - Aclaró la anciana dejando a Emily totalmente asustada. La joven miró a su abuela asustada, su padre había visto su muerte, justo como la había visto ella. - Entonces decidí que no se lo daría… - Concluyó la mujer, mientras pensaba… pero ya era demasiado tarde, el brazalete ya había elegido nuevo dueño…
- Entonces si…- comenzó de nuevo la muchacha bastante asustada por toda aquella historia referente al brazalete. - si... no quiero que eso pase… quiero decir, si no quiero que… que mi sueño se cumpla… lo único que tengo que hacer es…
- No ponerte el brazalete. - respondió su abuela dedicándole una sonrisa. Pero tan pronto como su abuela respondió, se dio cuenta de que aquello era una locura. Toda aquella historia del brazalete, era una enajenación.
- Es una historia muy… fantástica abuela. - terminó la chica sin dar crédito a las palabras que había oído. Aquella historia sobre el brazalete, sólo eran inventos de una vieja loca. Era imposible que alguien pudiese viajar en el tiempo, aunque aún no podía explicarse el haber estado teniendo el mismo sueño durante las últimas semanas, y menos aún que la historia de su abuela se pareciese tanto a la historia que aquel zorro de gomitas azucaradas le había contado en aquel sueño de su niñez.
- Tienes razón, yo también lo pensé la primera vez que me la contó mi madre – Respondía la mujer, parecía sincera, pero Emily no podía creer aquellas palabras, eran totalmente una locura. - Casi me dio un vuelco el corazón cuando viví mi primer viaje. Estaba en el colegio, terminando un examen, y al segundo siguiente me encontraba en otra época distinta, sobre el barco pirata más temido de los 7 mares.
- ¿Estuviste en un barco pirata? – Preguntó la muchacha ansiosa por saber sobre aquella historia, ya que ella soñaba a menudo con uno.
- ¿Quieres escuchar mi historia? – Preguntó mientras observaba como su nieta asentía entusiasmada. - Todo sucedió una mañana, me encontraba en clases de Labores, la señorita Peterson nos enseñaba un nuevo diseño que debíamos bordar. Hacía un calor terrible, lo que hacía que mis ojos se cerraran de par en par. Fue en ese momento cuando soñé con él, de nuevo aquel temible pirata me perseguía por cubierta, no podía entender que pretendía, que quería de mí, temía por mi propia vida, casi me había alcanzado cuando desperté sobresaltada, pues la señorita me había pillado durmiendo en clase.
- ¿tuviste un sueño? ¿ese fue tu viaje? Yo tengo sueños todo el tiempo, y no voy a ninguna parte, simplemente estoy dormida, es mi mente la que viaja. - le reprochaba la muchacha con desgana, mientras se levantaba, pues tenía la intención de ir a buscar a su madre, estaba cansada de escuchar majaderías.
- Espera - respondió su abuela, mientras la cogía del brazo, impidiéndole que se marchase. - Más tarde, tenía un examen de cuentas, odiaba esa asignatura, pero tenía que aprobarla para ser una muchacha de bien. Me encontraba sentada en mi pupitre, casi había terminado el examen, tan sólo tenía que firmarlo, así que decidí ponerme el brazalete que me había regalado mi madre sobre mi mano derecha (me lo había quitado previamente, pues me molestaba al escribir). Y entonces sucedió: De nuevo me encontraba en aquel navío, llevaba puesta las ropas de la escuela, y aún sostenía el lápiz sobre la mano. Caminé despacio, con temor, sintiendo el aire salado sobre mi rostro…
- La cena ya está lista – Decía una voz tras ellas, haciendo que ambas saliesen de su hipnotismo, y que la abuela perdiese el hilo de lo que estaba contando.
- Abuela, ¿qué pasó entonces? ¿te encontraste con aquel pirata? – preguntaba la joven, ignorando a su madre, volviéndose hacia su abuela que la miraba desorientada.
- No me acuerdo – Respondía la anciana mientras se tocaba la cabeza pensativa, intentando recordar que sucedía, pero tras ser interrumpida, había olvidado lo que sucedió entonces.