Después de unos días de tranquilidad en la mansión Virtus, la calma se vio alterada con la llegada apresurada de la abuela de Lila, que provenía de otro territorio. Su nombre resonaba con elegancia y misterio: Lorena Lumiere. Su llegada a la mansión fue tan rápida como la luz, y Eleanor pudo notar la tensión en el ambiente cuando la abuela Lumiere acaparó a la niña con un fervor inusual.El salón principal, adornado con tapices antiguos y muebles suntuosos, se convirtió en el escenario de la inesperada visita. La abuela Lorena, de presencia imponente y mirada decidida, exigía que el nombre de la niña fuera cambiado a otro que la difunta madre de niña había elegido antes de su nacimiento.El duque, respetuosamente, no se opuso a la solicitud de la su suegra – Entiendo tu deseo, Lorena. Si eso es lo que deseas para Valeria, así será.Eleanor, observando la escena desde un rincón del salón, notó la resistencia en sus propios sentimientos. La abuela Lumiere, con manos hábiles, pronunció l
En el estudio privado de Constantino, las sombras danzaban sobre las paredes cubiertas de libros antiquísimos. La suave luz de las lámparas de escritorio creaba un ambiente íntimo, permitiendo que los pensamientos del duque se movieran en la penumbra mientras reflexionaba sobre los cambios que habían llegado con la llegada de Valeria. Constantino, rodeado de la fragancia a antiguo cuero de sus libros, dejó que su mente divagara entre los recuerdos y las nuevas emociones que habían surgido en su vida. A pesar de la gratitud por tener a su hija de vuelta, un halo de intriga y desconcierto giraba en torno a Eleanor, la mujer que había salvado a su hija. Sentado frente a un escritorio de roble tallado, Constantino se dejaba llevar por un monólogo interno. "Eleanor... su nombre resuena en mi mente como un eco persistente", murmuraba, sus dedos trazando círculos nerviosos sobre la superficie pulida. La luz de las velas resaltaba la intensidad en sus ojos. En la penumbra, el duque recordab
Eleanor se encontraba en su habitación, un refugio de paz decorado con suaves tonalidades y detalles delicados. La luz de la lámpara de noche creaba una atmósfera serena.Al mirar por la ventana, contempló el cielo estrellado que se desplegaba sobre la mansión Virtus. La quietud de la noche contrastaba con la agitación del día a día. Valeria, la pequeña que ahora era la luz y vida de la mansión, casi había completado su adaptación a ese nuevo hogar.Eleanor suspiró, consciente de que pronto llegaría el momento de partir y regresar al templo. Aunque sabía que estaba cumpliendo con su deber, la idea de dejar a Valeria le generaba una sensación de melancolía porque se había convertido en una figura casi maternal para la niña, y la separación no sería fácil.Antes de acostarse, Eleanor recordó que hace un momento compartieron la lectura de un cuento. Valeria, con sus seis años, había declarado que ya era una niña grande y que hoy podía dormir sola, una afirmación que llenó de orgullo y te
Eleanor, sumida en sus pensamientos y afectada por las pesadillas que la había perturban sus últimas noches, buscó refugio en uno de los apacibles jardines de la mansión. Entre la frescura del césped y el perfume de las flores, buscó un rincón tranquilo para descansar y alejar los recuerdos desagradables de su mente.Mientras se recostaba a la sombra de un majestuoso rosal, las imágenes de la pesadilla se agolpaban en su mente, y el rostro del duque Constantino la inquietaba más de lo que estaba dispuesta a admitir. Suspiro profundamente, intentando despejar su mente de esos pensamientos oscuros.De repente, una voz interrumpió sus reflexiones. Era Claus, el paladín, quien se acercaba con paso firme, portando su armadura que resonaba suavemente.– Eleanor, ¿te encuentras bien? He notado que algo te preocupa desde hace unos días – preguntó Claus, mostrando una genuina preocupación en su mirada.Eleanor, agradecida por la compañía, le contó vagamente sobre sus pesadillas sin mencionar
En la mansión Virtus, un halo de misterio se cernía sobre los pasillos mientras la luz de las lámparas creaba sombras danzarinas. Constantino, el duque de Virtus, aprovechó la ausencia de Lorena y Valeria para adentrarse en el territorio prohibido, la habitación de Eleanor.Después de concluir sus asuntos en su oficina, Constantino se encaminó hacia la habitación de Eleanor. La puerta de madera maciza, tallada con detalles elegantes pero ominosos, se abrió sin un sonido imperceptible. La habitación, decorada con muebles antiguos y cortinas que apenas dejaban pasar la luz, parecía sumida en un silencio cómplice.Eleanor, ajena al intruso en su santuario, descansaba sobre la cama. Las sábanas, suaves como un susurro, acunaban su figura mientras el aire estaba cargado de la tensión de lo prohibido. Constantino, con su figura imponente, cerró la puerta con cuidado, sumiendo la estancia en un silencio. El aire estaba denso, impregnado de la tensión que acompañaba a los encuentros clandestin
Entre el susurro melodioso de los pájaros que danzaban en la mañana, Eleanor se encontró sumida en la penumbra de su propio agotamiento. La luz del día emergía tímidamente, filtrándose a través de las cortinas entreabiertas, pintando la habitación con tonos suaves de amanecer.La joven yacía adormecida en el suelo junto a la ventana, su figura envuelta en la delicadeza de la luz matutina. Las sombras danzaban en su rostro, destacando los rasgos marcados por la noche de insomnio y tormento emocional.En la penumbra, los reflejos dorados de las plumas de los pájaros se proyectan sobre las paredes, creando un juego efímero de luces y sombras. Eleanor, con la cabeza inclinada hacia un lado, parecía ajena al bullicio alegre de la naturaleza que anunciaba un nuevo día.Su respiración tranquila, un susurro apenas audible, revelaba la fatiga acumulada. Los destellos intermitentes de luz acariciaron su rostro, revelando los rastros de lágrimas secas que habían surcado su piel durante la noche.
El caos en el palacio se había apoderado de los pasillos. Maximiliano, con expresión preocupada, trató de mantener la calma mientras coordinaba la búsqueda de Eleanor. La algarabía de sirvientes y guardias era difícil escuchar los pensamientos, pero sabía que su prioridad era encontrar a la santa desaparecida.Después de un tiempo de búsqueda infructuosa en los pasillos y salones del palacio, a Maximiliano se le ocurrió revisar los jardines. A paso rápido, se dirigió hacia el área exterior del palacio, donde la serenidad de los jardines contrastaba fuertemente con el bullicio interior.Caminando entre arbustos y flores, llegó a una parte más apartada de los jardines. Fue entonces cuando sus ojos captaron algo inusual, un muro cubierto por una exuberante cortina de rosas rojas. La intensidad de los colores destacaba en medio del entorno verde y vibrante.Maximiliano se acercó con curiosidad, examinando las rosas. Sin embargo, notó que esta maravilla floral se extendía solo en una parte
La habitación de Eleanor despertó con la suave luz del amanecer que se filtraba por las cortinas. Las sirvientas, ansiosas por cumplir con su deber, se movían con destreza, sus pasos apenas audibles sobre el suave tapiz que cubría el suelo. Eleanor, aún entre las sábanas, observaba el bullicio organizado a su alrededor.– Buenos días, santa Eleanor – saludó con una reverencia la principal de las sirvientas, sosteniendo un vestido negro con detalles blancos.– Buenos días – respondió Eleanor con una sonrisa amable, agradecida por el cuidado que le ofrecían - No es necesario algo tan elegante.Las sirvientas, sin embargo, eran persistentes en su empeño por vestirla con esmero. Con movimientos precisos, la ayudaron a ponerse el vestido, destacando la sensación que Eleanor prefería.– Los santos suelen vestir colores m&aa