En la mansión Virtus, un halo de misterio se cernía sobre los pasillos mientras la luz de las lámparas creaba sombras danzarinas. Constantino, el duque de Virtus, aprovechó la ausencia de Lorena y Valeria para adentrarse en el territorio prohibido, la habitación de Eleanor.Después de concluir sus asuntos en su oficina, Constantino se encaminó hacia la habitación de Eleanor. La puerta de madera maciza, tallada con detalles elegantes pero ominosos, se abrió sin un sonido imperceptible. La habitación, decorada con muebles antiguos y cortinas que apenas dejaban pasar la luz, parecía sumida en un silencio cómplice.Eleanor, ajena al intruso en su santuario, descansaba sobre la cama. Las sábanas, suaves como un susurro, acunaban su figura mientras el aire estaba cargado de la tensión de lo prohibido. Constantino, con su figura imponente, cerró la puerta con cuidado, sumiendo la estancia en un silencio. El aire estaba denso, impregnado de la tensión que acompañaba a los encuentros clandestin
Entre el susurro melodioso de los pájaros que danzaban en la mañana, Eleanor se encontró sumida en la penumbra de su propio agotamiento. La luz del día emergía tímidamente, filtrándose a través de las cortinas entreabiertas, pintando la habitación con tonos suaves de amanecer.La joven yacía adormecida en el suelo junto a la ventana, su figura envuelta en la delicadeza de la luz matutina. Las sombras danzaban en su rostro, destacando los rasgos marcados por la noche de insomnio y tormento emocional.En la penumbra, los reflejos dorados de las plumas de los pájaros se proyectan sobre las paredes, creando un juego efímero de luces y sombras. Eleanor, con la cabeza inclinada hacia un lado, parecía ajena al bullicio alegre de la naturaleza que anunciaba un nuevo día.Su respiración tranquila, un susurro apenas audible, revelaba la fatiga acumulada. Los destellos intermitentes de luz acariciaron su rostro, revelando los rastros de lágrimas secas que habían surcado su piel durante la noche.
El caos en el palacio se había apoderado de los pasillos. Maximiliano, con expresión preocupada, trató de mantener la calma mientras coordinaba la búsqueda de Eleanor. La algarabía de sirvientes y guardias era difícil escuchar los pensamientos, pero sabía que su prioridad era encontrar a la santa desaparecida.Después de un tiempo de búsqueda infructuosa en los pasillos y salones del palacio, a Maximiliano se le ocurrió revisar los jardines. A paso rápido, se dirigió hacia el área exterior del palacio, donde la serenidad de los jardines contrastaba fuertemente con el bullicio interior.Caminando entre arbustos y flores, llegó a una parte más apartada de los jardines. Fue entonces cuando sus ojos captaron algo inusual, un muro cubierto por una exuberante cortina de rosas rojas. La intensidad de los colores destacaba en medio del entorno verde y vibrante.Maximiliano se acercó con curiosidad, examinando las rosas. Sin embargo, notó que esta maravilla floral se extendía solo en una parte
La habitación de Eleanor despertó con la suave luz del amanecer que se filtraba por las cortinas. Las sirvientas, ansiosas por cumplir con su deber, se movían con destreza, sus pasos apenas audibles sobre el suave tapiz que cubría el suelo. Eleanor, aún entre las sábanas, observaba el bullicio organizado a su alrededor.– Buenos días, santa Eleanor – saludó con una reverencia la principal de las sirvientas, sosteniendo un vestido negro con detalles blancos.– Buenos días – respondió Eleanor con una sonrisa amable, agradecida por el cuidado que le ofrecían - No es necesario algo tan elegante.Las sirvientas, sin embargo, eran persistentes en su empeño por vestirla con esmero. Con movimientos precisos, la ayudaron a ponerse el vestido, destacando la sensación que Eleanor prefería.– Los santos suelen vestir colores m&aa
Al día siguiente, Eleanor se presentó en la majestuosa sala de audiencias del palacio imperial. Grandes cortinas de terciopelo rojo adornaban las paredes, y el suelo pulido reflejaba la luz de los candelabros. Era un ambiente imponente, pero Eleanor mantenía la firmeza en sus ojos mientras esperaba ser recibida por el emperador Magnus.El emperador, sentado en su trono, la recibió con una sonrisa amable – Santa Eleanor, es un honor tenerte aquí. ¿En qué puedo ayudarte?"Eleanor tomó un momento antes de responder, observando el lujo que la rodeaba – Emperador Magnus, he venido a hablar sobre la propuesta que me hiciste. Después de considerarlo, he decidido aceptar tus términos.El emperador, satisfecho, asintió – Es una decisión sabia, Santa Eleanor. Tu lealtad será invaluable para ambos nuestros pueblos.Eleanor, aunque mantuvo la compostura, sinti
Constantino, inmerso en la penumbra que envolvía su espléndida mansión, se hallaba solo, acompañado únicamente por los susurros de sus propios pensamientos. La tenue luz de las lámparas de pared resaltaba los intrincados detalles de la madera en los antiguos muebles y la ornamentación que decoraba los tapices en las paredes.El sonido lejano de la lluvia acariciando suavemente las ventanas confería a la habitación una atmósfera melancólica. Con una botella de licor en mano, Constantino caminaba de un lado a otro, su mirada perdida en las llamas danzantes de la chimenea. Los tonos ambarinos del licor reflejaban la tormenta interna que rugía en su interior.– Eleanor... – susurró, permitiendo que el nombre resonara en el silencio de la estancia.Sus pensamientos lo transportaron al encuentro con Eleanor en su papel de santa, cuando sus destinos se entrelaza
Maximiliano cruzó los oscuros límites del reino de los demonios, atravesando pasillos y escaleras que resonaban con sus propios pasos. El ambiente estaba cargado de una atmósfera densa y un olor a azufre se filtraba por el aire. Llegó finalmente a la imponente sala del trono, donde su hermano, el rey Maximus, lo aguardaba con gesto serio pero alegre de ver a su hermano mayor de regreso en casa.– ¡Maximiliano, has vuelto! – exclamó Maximus, levantándose de su trono y estrechando los hombros de su hermano.– Sí, hermano, he logrado cerrar las negociaciones con los señores demonios – respondió Maximiliano con voz firme, aunque su mirada reflejaba una sombra de melancolía.El rey observó atentamente a su hermano mayor y notó la pesadez en sus ojos. Intrigado, le pidió detalles sobre las reuniones, pero Maximiliano evitó e
Con el paso de los días, Eleanor se acomodó en el tranquilo templo, donde una cálida bienvenida la esperaba a cada paso. El sacerdote jefe, con gestos de generosidad, le asignó una habitación que emanaba serenidad, adornada con telas suaves y toques de elegancia. Vestidos espléndidos y joyas resplandecientes se desplegaron ante ella, cortesía del mismo sacerdote, quien demostró una amabilidad que eclipsaba cualquier expectativa.En medio de aquel refugio acogedor, la presencia de Eleanor iluminaba el templo y su llegada era motivo de regocijo entre los miembros de la comunidad religiosa. Todos, con sonrisas sinceras, se esforzaban por servirla, extendiendo sus manos en gestos amables. La atmósfera se llenaba de gratitud y devoción hacia la recién llegada, que se veía inmersa en un torbellino de atenciones.Decidida a no sucumbir fácilmente a las expectativas, Eleanor se refugiaba