La habitación de Eleanor despertó con la suave luz del amanecer que se filtraba por las cortinas. Las sirvientas, ansiosas por cumplir con su deber, se movían con destreza, sus pasos apenas audibles sobre el suave tapiz que cubría el suelo. Eleanor, aún entre las sábanas, observaba el bullicio organizado a su alrededor.
– Buenos días, santa Eleanor – saludó con una reverencia la principal de las sirvientas, sosteniendo un vestido negro con detalles blancos.
– Buenos días – respondió Eleanor con una sonrisa amable, agradecida por el cuidado que le ofrecían - No es necesario algo tan elegante.
Las sirvientas, sin embargo, eran persistentes en su empeño por vestirla con esmero. Con movimientos precisos, la ayudaron a ponerse el vestido, destacando la sensación que Eleanor prefería.
– Los santos suelen vestir colores m&aa
Al día siguiente, Eleanor se presentó en la majestuosa sala de audiencias del palacio imperial. Grandes cortinas de terciopelo rojo adornaban las paredes, y el suelo pulido reflejaba la luz de los candelabros. Era un ambiente imponente, pero Eleanor mantenía la firmeza en sus ojos mientras esperaba ser recibida por el emperador Magnus.El emperador, sentado en su trono, la recibió con una sonrisa amable – Santa Eleanor, es un honor tenerte aquí. ¿En qué puedo ayudarte?"Eleanor tomó un momento antes de responder, observando el lujo que la rodeaba – Emperador Magnus, he venido a hablar sobre la propuesta que me hiciste. Después de considerarlo, he decidido aceptar tus términos.El emperador, satisfecho, asintió – Es una decisión sabia, Santa Eleanor. Tu lealtad será invaluable para ambos nuestros pueblos.Eleanor, aunque mantuvo la compostura, sinti
Constantino, inmerso en la penumbra que envolvía su espléndida mansión, se hallaba solo, acompañado únicamente por los susurros de sus propios pensamientos. La tenue luz de las lámparas de pared resaltaba los intrincados detalles de la madera en los antiguos muebles y la ornamentación que decoraba los tapices en las paredes.El sonido lejano de la lluvia acariciando suavemente las ventanas confería a la habitación una atmósfera melancólica. Con una botella de licor en mano, Constantino caminaba de un lado a otro, su mirada perdida en las llamas danzantes de la chimenea. Los tonos ambarinos del licor reflejaban la tormenta interna que rugía en su interior.– Eleanor... – susurró, permitiendo que el nombre resonara en el silencio de la estancia.Sus pensamientos lo transportaron al encuentro con Eleanor en su papel de santa, cuando sus destinos se entrelaza
Maximiliano cruzó los oscuros límites del reino de los demonios, atravesando pasillos y escaleras que resonaban con sus propios pasos. El ambiente estaba cargado de una atmósfera densa y un olor a azufre se filtraba por el aire. Llegó finalmente a la imponente sala del trono, donde su hermano, el rey Maximus, lo aguardaba con gesto serio pero alegre de ver a su hermano mayor de regreso en casa.– ¡Maximiliano, has vuelto! – exclamó Maximus, levantándose de su trono y estrechando los hombros de su hermano.– Sí, hermano, he logrado cerrar las negociaciones con los señores demonios – respondió Maximiliano con voz firme, aunque su mirada reflejaba una sombra de melancolía.El rey observó atentamente a su hermano mayor y notó la pesadez en sus ojos. Intrigado, le pidió detalles sobre las reuniones, pero Maximiliano evitó e
Con el paso de los días, Eleanor se acomodó en el tranquilo templo, donde una cálida bienvenida la esperaba a cada paso. El sacerdote jefe, con gestos de generosidad, le asignó una habitación que emanaba serenidad, adornada con telas suaves y toques de elegancia. Vestidos espléndidos y joyas resplandecientes se desplegaron ante ella, cortesía del mismo sacerdote, quien demostró una amabilidad que eclipsaba cualquier expectativa.En medio de aquel refugio acogedor, la presencia de Eleanor iluminaba el templo y su llegada era motivo de regocijo entre los miembros de la comunidad religiosa. Todos, con sonrisas sinceras, se esforzaban por servirla, extendiendo sus manos en gestos amables. La atmósfera se llenaba de gratitud y devoción hacia la recién llegada, que se veía inmersa en un torbellino de atenciones.Decidida a no sucumbir fácilmente a las expectativas, Eleanor se refugiaba
La noticia de la aparición de la santa se extendió como un reguero de pólvora por todo el vasto imperio. El eco de la alegría y el júbilo reverberaba en cada rincón, desde los fastuosos salones de los nobles hasta las humildes chozas de los campesinos. La esperanza se materializaba en los rostros sonrientes de la gente, y las conversaciones se tejían con anticipación y anhelos.En el bullicioso mercado, entre los puestos repletos de mercancías coloridas y fragantes, dos amigos, Martín y Luna, intercambiaban emocionados sus pensamientos sobre la llegada de la santa.– ¿Puedes creerlo, Luna? ¡Una santa en nuestra tierra! – exclamó Martín, con los ojos brillantes de expectación – Aun no me recupero de la impresión del día de la bendición.Elena asintió con una sonrisa radiante – Te comprendo totalmente, dicen que su presencia trae paz y prosperidad. ¡Imagínate lo que eso significará para todos nosotros!La plaza central del pueblo, decorada con guirnaldas y banderas, se llenó de risas y
Los días posteriores en la bulliciosa capital se vieron envueltos en una expectación palpable, alimentada por el anuncio de la inminente visita del rey de los demonios. Las calles se llenaron de un zumbido constante mientras los ciudadanos se preparaban para presenciar un evento que cambiaría el curso de sus vidas. La noticia de un tratado comercial entre el Imperio y el reino de los demonios se difundió rápidamente, susurrada en los rincones de las tabernas y debatida en los mercados abarrotados.La ciudad se transformó en un crisol de emociones encontradas, ansias de prosperidad y temores arraigados en la incertidumbre. Las tiendas se llenaron de mercaderes esperanzados, ansiosos por la posibilidad de nuevos horizontes comerciales. Sin embargo, algunos ciudadanos, cautivos de antiguos prejuicios, miraban con desconfianza el pacto con el reino de los demonios.Mientras tanto, en el corazón del bullicio, en la plaza central, un grupo de amigos se reunía para discutir los eventos que s
El sol poniente arrojaba destellos dorados sobre la extensión de colinas que Eleanor y Constantino atravesaban. A medida que avanzaban, las sombras de las colinas ondulantes creaban un tapiz de misterio y peligro. Un viento suave susurraba entre la hierba alta, cargado de un aire fresco que apenas mitigaba la tensión palpable entre los dos.Constantino, con una sonrisa forzada, intentó aliviar el ambiente tenso – El paisaje es hermoso, ¿no crees, Eleanor? Aunque la belleza de estas tierras palidece ante tu desdén.Eleanor, con la mandíbula tensa, apenas asintió. Los recuerdos del daño pasado resonaban en su mente mientras caminaban por el borde de un precipicio emocional. Sin embargo, frente a los demás, mantenían una fachada de cordialidad que solo ellos conocían como una máscara.La colina se abrió en un claro, revelando una pradera salpicada de flores silvestres. Un arroyo serpenteaba por el paisaje, reflejando la luz del sol de manera juguetona. Aunque el entorno parecía idílico,
Para Eleanor, los días fluían como un río cuya corriente se volvía predecible y monótona. El cielo, antes despejado, ahora parecía cubierto por nubes grises que no dejaban pasar la luz del sol. La atmósfera, cargada de una melancolía palpable, se reflejaba en la expresión de Eleanor, cuyos ojos revelaban el peso de la soledad.Sus días, una repetición interminable de acciones monótonas, se volvían pesados por la insistencia de dos figuras no deseadas: Lorena y Valeria. Ambas, como sombras incómodas, intentaban colarse en su refugio, pero Eleanor había dictado órdenes claras de negarles el acceso.– No deseo verlas, que se les informe que estoy ocupada – dijo Eleanor con firmeza, instruyendo a los guardianes del templo.Pero incluso entre los solicitantes, se encontraba Marckus, quien recientemente se había comprometido con Valeria, y buscaba que Eleanor hablara con ella, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder.– Estimada santa, por favor, necesitamos hablar con Varia… ella quiere v