El sol poniente arrojaba destellos dorados sobre la extensión de colinas que Eleanor y Constantino atravesaban. A medida que avanzaban, las sombras de las colinas ondulantes creaban un tapiz de misterio y peligro. Un viento suave susurraba entre la hierba alta, cargado de un aire fresco que apenas mitigaba la tensión palpable entre los dos.Constantino, con una sonrisa forzada, intentó aliviar el ambiente tenso – El paisaje es hermoso, ¿no crees, Eleanor? Aunque la belleza de estas tierras palidece ante tu desdén.Eleanor, con la mandíbula tensa, apenas asintió. Los recuerdos del daño pasado resonaban en su mente mientras caminaban por el borde de un precipicio emocional. Sin embargo, frente a los demás, mantenían una fachada de cordialidad que solo ellos conocían como una máscara.La colina se abrió en un claro, revelando una pradera salpicada de flores silvestres. Un arroyo serpenteaba por el paisaje, reflejando la luz del sol de manera juguetona. Aunque el entorno parecía idílico,
Para Eleanor, los días fluían como un río cuya corriente se volvía predecible y monótona. El cielo, antes despejado, ahora parecía cubierto por nubes grises que no dejaban pasar la luz del sol. La atmósfera, cargada de una melancolía palpable, se reflejaba en la expresión de Eleanor, cuyos ojos revelaban el peso de la soledad.Sus días, una repetición interminable de acciones monótonas, se volvían pesados por la insistencia de dos figuras no deseadas: Lorena y Valeria. Ambas, como sombras incómodas, intentaban colarse en su refugio, pero Eleanor había dictado órdenes claras de negarles el acceso.– No deseo verlas, que se les informe que estoy ocupada – dijo Eleanor con firmeza, instruyendo a los guardianes del templo.Pero incluso entre los solicitantes, se encontraba Marckus, quien recientemente se había comprometido con Valeria, y buscaba que Eleanor hablara con ella, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder.– Estimada santa, por favor, necesitamos hablar con Varia… ella quiere v
El gran día de Maximiliano, el cual todos celebraban con entusiasmo, había llegado. Como el gran duque protector del reino de los demonios, su boda era un acontecimiento que llenaba de alegría a la comunidad demoníaca. Los buenos deseos fluían por doquier, y la expectación por la unión inminente de Maximiliano y su futura esposa creaba un ambiente festivo en la catedral.Maximiliano, vestido con ropajes ceremoniales, se movía entre los invitados con una sonrisa forzada. Aunque el mundo demoníaco celebraba su unión, su corazón latía con un eco melancólico y después de recibir innumerables felicitaciones, Maximiliano decidió retirarse por un momento y buscar un refugio en una habitación alejada de la sala principal en la catedral. Desde la ventana de aquella estancia, tenía una vista privilegiada de la entrada principal, donde los invitados llegaban y se dirigían hacia la majestuosa catedral para presenciar la ceremonia.Mientras observaba el bullicio desde la ventana, Maximiliano no po
Eleanor se encontraba inmersa en sus deberes cotidianos, buscando refugio en el trajín del día para silenciar el dolor que latía en su corazón. El recuerdo de Maximiliano, ahora convertido en un demonio casado, era un tormento constante que intentaba enterrar bajo las responsabilidades que su papel demandaba.Las últimas semanas habían transformado el imperio humano en un bullicioso epicentro de visitas. Delegaciones de diversos reinos se agolpaban en el palacio, convirtiéndolo en un enjambre de intrigas y alianzas. Sin embargo, el templo, donde Eleanor cumplía con su papel de santa, no se quedaba atrás. La llegada constante de embajadores elevaba la actividad del lugar. Frente a ella, un grupo de embajadores aguardaba pacientemente, ansiosos por tener una reunión con ella. Eleanor, con su vestimenta sagrada, irradiaba una calma que contrastaba con la tormenta interna que la acosaba.– Santa Eleanor, agradecemos tu tiempo en estos días tumultuosos – expresó con respeto el embajador de
Luisa, con su vida forjada en la adversidad desde el principio, emergió en este mundo en el seno de una familia de agricultores, ella nació como la tercera entre cuatro hermanos. La existencia transcurrió serena, en el abrazo cálido de padres y hermanos amorosos. Aunque los días eran difíciles y en ocasiones, la sombra del hambre se cernía sobre ellos, el pueblo que los albergaba tejía un manto de solidaridad. En esa comunidad unida, donde cada vecino era un eslabón en la cadena de apoyo mutuo, Luisa encontró refugio y razón para amar con todo su corazón a su pequeño rincón en el mundo.La paleta de colores que pintaba su infancia estaba marcada por campos cultivados con esfuerzo, y la risa de sus hermanos resonaba como un eco alegre en las tardes soleadas. Los rayos del sol acariciaban su cabello castaño y hacían destellar sus ojos color miel, testigos silenciosos de los momentos que compartían en familia. Las dificultades se convertían en lecciones de vida, y la belleza de la simple
El día en que Luisa y las demás chicas partieron hacia la capital, el sol se alzaba majestuoso, pintando de dorado los campos verdes que rodeaban el pueblo. Un carruaje modesto pero cómodo, conducido por el forastero de la capital, esperaba para llevarlas hacia lo desconocido. El aire fresco transportaba consigo el perfume de la tierra y las flores silvestres, envolviéndolas en una atmósfera de anticipación y nerviosismo.Luisa, acomodada en el carruaje junto a Marta y las demás, observaba cómo su pueblo quedaba atrás. La carretera de piedra se extendía ante ellas como un sendero que llevaba hacia un destino incierto. La inquietud se mezclaba con la emoción en el corazón de Luisa, quien se aferraba a la esperanza de que esta decisión contribuiría al bienestar de su comunidad.– ¿Te sientes bien, Luisa? – preguntó Marta, con una mirada que buscaba más allá de las palabras.Luisa asintió con una sonrisa, pero en sus ojos brillaba una mezcla de antelación y preocupación – Sí, Marta. Solo
Guiada por el ama de llaves, Luisa cruzó los pasillos hasta la habitación del señor Julius. Este rincón de la mansión destilaba un aire de melancolía. Las cortinas de terciopelo pesado apenas permitían el paso de la luz, creando una atmósfera íntima y sombría. Muebles antiguos, con la pátina del tiempo, se alineaban en un orden que contrastaba con la aparente desolación del espacio.Cuando Luisa entró, la escena fue una revelación impactante. El señor Julius, aquel héroe de su infancia, yacía en la cama con una apariencia desaliñada. Aunque sus rasgos mantenían la elegancia y belleza que lo caracterizaba, la sombra del desgaste y la amargura se reflejaban en sus ojos.– Señor Julius, le presento a Luisa, su nueva sirvienta exclusiva – anunció la ama de llaves con un tono respetuoso.Julius, con un suspiro apenas audible de forma cansada y agresiva, apartó la mirada de Luisa – No necesito a nadie. Puedo cuidar de mí mismo.La ama de llaves, sin embargo mantuvo una firmeza que revelaba
Mientras continuaba con sus labores cotidianas, Luisa sentía la atmósfera pesada que se cernía en presencia del señor Julius, y en el ala de la mansión que este ocupaba.Un día, mientras limpiaba la sala principal, escuchó pasos lentos y pesados apoyados en su bastón que resonaban en el suelo pulido. Se volvió y vio al señor Julius acercándose con la mirada perdida en la distancia.– Señor Julius – dijo con un tono respetuoso, pero la mirada distante del hombre herido apenas registró su presencia.Julius gruño, su tono cargado de amargura – ¿Acaso no tienen nada mejor que hacer que llenar esta mansión con sus inútiles servicios?Luisa, sin intimidarse, respondió con calma – Estoy aquí para servir, señor. Si hay algo que pueda hacer para facilitar su día, solo dígamelo – Los pensamientos internos de Luisa se enredaban entre la voluntad de ayudar y la resistencia evidente de Julius.El rostro de Julius se contrajo en una expresión de desprecio – No necesito a nadie. Me ocuparé de mis a