Alistair se encontraba ante una encrucijada: ¿cómo proteger las fronteras del imperio humano sin desvelar la verdadera naturaleza de su tarea a los demás? La solución parecía clara: enviar a miembros de la raza de los dragones de incógnito para vigilar las fronteras y mantener a raya cualquier amenaza y eliminar a las aberraciones. Sin embargo, esta decisión no estaba exenta de dilemas y preocupaciones.Sabía que él mismo debía liderar estas expediciones, no solo por su capacidad como guerrero, sino también por el profundo sentido de deber hacia su esposa. – ¿Estás seguro de que esto es lo correcto, Alistair? – preguntó con preocupación uno de los lores, rompiendo el silencio tenso que se había instalado en la sala.Asintió con determinación, aunque en su interior el conflicto emocional era evidente – Sé que es arriesgado, pero es necesario. No quiero que Luisa cargue más con los pesares que la atormentan.El resto de los lores asintieron y su majestad, aunque algunos aún mostraban
El momento temido llegó inexorablemente, Luisa partió de este mundo. En la mansión de Alistair, la sombra del pesar se extendió por cada rincón, envolviendo el lugar en una atmósfera de tristeza y melancolía. Alistair, una sombra de su antiguo yo, deambulaba por los pasillos como un alma en pena, su vitalidad menguante con cada día que pasaba. Muchos susurraban en voz baja, dudando de que el noble dragón pudiera sobrevivir más allá de la semana.Para los dragones, dotados de poderes extraordinarios como la magia, la longevidad, la fuerza y la belleza, existía una maldición que pesaba sobre ellos: el vínculo tan profundo con sus parejas que los condenaba a perecer si estas morían. No era el dolor físico lo que los consumía, sino el tormento emocional de vivir en un mundo sin su otra mitad. Esta verdad, guardada celosamente entre los dragones, era su mayor secreto, pues si llegara a ser conocida, pondría en peligro a todas las parejas de su raza.Alistair, inmerso en su dolor y desesper
Para los dragones, cuya longevidad era legendaria, las heridas emocionales eran tan profundas como el tiempo mismo, requiriendo años para cicatrizar por completo. Sin embargo, cada día, el pequeño Raymond parecía encontrar un rayo de esperanza entre las sombras del pasado que lo aquejaban.Aunque las cicatrices del dolor y la pérdida nunca desaparecerían por completo, Raymond comenzaba a descubrir la luz en medio de la oscuridad. Pequeñas risas y sonrisas se asomaban tímidamente en su rostro, como las primeras flores que brotaban en primavera después de un largo invierno. Aunque el peso de su soledad seguía presente, ahora había algo más, un destello de alegría que iluminaba su camino hacia su sanación.Pero el verdadero cambio, el que transformaría su vida para siempre, llegó de la manera más inesperada. Una tarde, mientras exploraba los alrededores del invernadero de su majestad, Raymond encontró un halcón herido, su plumaje manchado de sangre y sus ojos llenos de dolor. El niño, cu
Julius, de pie en la frontera, observaba el horizonte con una mezcla de cansancio y esperanza. El paisaje árido y desolado se extendía ante él, marcado por los estragos de la lucha contra las aberraciones que amenazaban el Imperio. Los escombros y ruinas eran testigos mudos de su sacrificio diario, para ser concretos 20 años de sacrificio. – ¿Cómo estás hoy, Julius? – preguntó una voz a su espalda.Se giró para ver a su compañero de batalla, Mateo con la mirada cargada de preocupación. Mateo era uno de los pocos que entendían el peso que Julius llevaba sobre sus hombros.– Cansado, pero seguimos adelante – respondió Julius con un suspiro.La conversación era breve, pero el entendimiento entre ambos era profundo. Ambos compartían el peso de la responsabilidad de proteger al reino, aunque cada día parecía más difícil mantener la esperanza.Mientras observaban el paisaje desolado, Julius no pudo evitar que su mente vagara hacia el pasado. Los recuerdos de aquellos días oscuros, cuando
Eleanor quería saber más sobre la madre de Raymond, pero él parecía sumido en sus propios recuerdos y pensamientos, tal vez en un tiempo lejano. Sus ojos miraban al horizonte, como si buscara respuestas en el pasado. Finalmente, con voz serena pero distante, dijo – Mis padres siempre demostraron amor el uno por el otro, y honestamente, pese a que mi madre era humana, ella nunca habló solo del imperio, ni de su vida antes de llegar a conocer a mi padre. No lo entendí, porque solo era un niño, así que no conozco más allá de lo que pasó antes de que nuestra familia se formara. Pero sí sé que mi madre fue una persona amada por todos, y que mi padre la amó profundamente.Ella escuchaba atentamente, tratando de captar cada matiz en las palabras de Raymond. El ambiente estaba cargado de una mezcla de nostalgia y tristeza, reflejada en el susurro del viento que acariciaba las hojas de los árboles cercanos. La verdad es que ella esperaba una historia más extensa respecto a la mujer llamada Lui
Cinco años después.El Imperio Humano había florecido de una manera que nadie se había imaginado. Las calles de la capital eran un bullicio constante de actividad y color. Los edificios, antes grises y austeros, ahora estaban adornados con banderines y estandartes de diferentes colores, representando la diversidad de reinos con los que ahora comerciaban. Los mercados estaban rebosantes de productos exóticos: frutas tropicales de las islas del sur, especias picantes de los desiertos orientales, y artesanías intrincadas de los bosques élficos. La mezcla de aromas y sonidos creaba una atmósfera vibrante y cosmopolita.Viajeros de diversas razas caminaban por las calles, sus ropas y acentos agregando una capa más de riqueza cultural a la ciudad. Incluso algunos humanos, impulsados por la nueva era de exploración, se habían aventurado fuera del imperio. Regresaban con historias y descubrimientos qu
Durante este periodo, Valeria, la hija de Constantino, intentó acercarse a Eleanor en varias ocasiones. Los jardines del palacio, llenos de flores de colores brillantes y fuentes de mármol que emitían un suave murmullo de agua, eran testigos silenciosos de estos intentos, Valeria solía buscar a Eleanor en los rincones tranquilos del templo y del palacio.– Eleanor, ¿podemos hablar? – preguntaba Valeria con suavidad, su voz cargada de esperanza y cariño.Eleanor, sin embargo, siempre encontraba una excusa para rehuir estos encuentros. Sus ojos, que antes brillaban con calidez, ahora estaban apagados, reflejando un vacío interno. Sentía que su vida había perdido el propósito, que cada día se deslizaba en una monotonía sin fin. Su corazón, antes lleno de amor y compasión, ahora se sentía pesado y adormecido.—Lo siento, princesa estoy ocupada &
– Gracias, Rose. No sé qué habría hecho sin tu ayuda – dijo Eleanor, su voz temblando ligeramente por la emoción.– No hay de qué, mi señora – respondió Rose, con una mezcla de preocupación y alivio en su mirada.Eleanor apretó los labios, conteniendo las lágrimas que amenazaban con brotar. Con la cabeza gacha y sorprendida de que Rose la reconociera en su estado tan lamentable, se disculpó tímidamente:– Rose, lamento llegar sin avisar, pero el rey Maximus me envió una carta urgente, así que vine a toda prisa. Lamento si mi visita es inoportuna.Rose, con expresión comprensiva, se inclinó respetuosamente ante la santa y respondió con humildad – Lamentamos mucho este trato, santa. Nosotros, como humildes sirvientes, debemos tratar con cuidado a nuestros nobles invitados, y realmente me disculpo.