Narrador desconocido.
Moscú, Rusia.
—¿Dónde está él? —le pregunté a Vlad. Se sentó en la silla enfrente de mi escritorio, detrás de él, el gran ventanal se llenaba de gotas de agua frías gracias a la lluvia torrencial.
—No pudimos rastrearlo. Su chip no se detenta, creemos que se lo ha quitado hace unos meses.
Apreté mi mandíbula intentando saciar la sed de golpearlo. Mi empleado no tenía la culpa, pero necesitaba sacar mi ira. No es bueno tener adentro las cosas, te hacen daño, te lastiman.
—¿¡Puedo saber cómo se lo quitó!? —chillé lanzando un puño a la mesa —. Sois todos unos incompetentes, unas ratas de cloaca que no sirven para nada. ¿Para est
Bianca.Los problemas venían uno tras otro, y yo no era capaz de controlarlos. Don aseguró las cuerdas de la yegua blanca para avanzar hacia otro lugar, donde esos hombres armados no pudieran hacernos daño. Supe que el helicóptero era la seguridad del mafioso, que barría a su paso a todos esos malnacidos que atacaron las tierras.—¿Crees que los demás van a estar bien? —le grité.Tuve que deslizar mis manos por debajo de sus hombros para no caer. Mi cuerpo se apretó al suyo cuando Giovanni aumentó la velocidad de los caballos, picándole las cosquillas.—Ahora solo me importa que tu estés a salvo —respondió sin emoción, concentrado en esquivar las balas —. Los demás me valen mierda.No, no. No. No. Yo no t
Horas más tarde estábamos en la pequeña casita playera, descubrí que tenía unas duchas exteriores al lado, se parecían a estas que hay en la playa para que te quites la arena cuando vuelves a casa. No podía creer que estuviera otra vez sola con Giovanni, otro ataque más. ¿Cuántos habría hasta que lo mataran o consiguieran lo que buscaban?Me pidió que me quedara afuera mientras él contactaba con su seguridad, y se informara de lo que estaba pasando. Mientras tanto, yo me quedé en la orilla con la pequeña edificación al lado, esperando a que saliera por la puerta y me diera buenas noticias.No me preocupaban la familia de Don, pero si la pequeña Stella. Esa niñita no tenía la culpa de la maldad en la que estaba rodeada.—Malas noticias —una voz masculina y familiar s
Bianca.Estaba tan expuesta a él, que por un momento llegué a pensar que me arrepentiría después. No fue así. Giovanni Lobo era un puto caramelo caliente que disfrutaba, primero hay que probar al enemigo antes de destruirlo.—¿Qué haces? —chillé cuando me agarró de las caderas y me incorporó.Tenía su polla pegada a las nalgas, estaba disfrutando de ello hasta que me volteó y me subió a su hombro como un saco de papas. Abrí mis ojos cuando deslizó una mano por mí desnudez del muslo, con una carcajada se movió.—¡Qué haces, Giovanni! —le chillé excitada aún.Veía la perfección de su trasero desde mi posición, también los tensos músculo
Priscilla.Era de noche.Estaba sola.Como siempre lo he estado, pero ahora, me trataban como una loca psicótica. Eso no era cierto, yo estaba bien arraigada a la realidad. Tanto o más que los médicos que me daban medicamentos todos los días. Ya no aguantaba más.No podía hacerlo, en serio.La hora de visitas había terminado, me encontraba a los pies de la cama mirando por la minúscula ventana, que entraba la luz de la luna. No me permití estar más tiempo sentada, me incorporé sintiéndome mareada. Tuve que agarrarme de la cama para no caer.Mi mal estado era por culpa del embarazo, por llevar al hijo de ese demonio en mi interior. Detestaba a aquel bebé. Lo detesta
Luka.La celda en la que estaba encerrado era minúscula y oscura. Las paredes olían a humedad, tuve que reprimir algunas veces las ganas de morir. Lo de morir sin luchar no era lo mío, me asqueaban esas cuatro paredes que veía a cada hora.Sabía porque estaba allí, y ella iba a venir en cualquier momento.Las muñecas las tenía en carne viva, tal como mi espalda que estaba en peores condiciones. Las heridas seguramente se iban a infectar, metiéndome en el cuerpo una fiebre de miedo, ¿que si me lo merecía? Tal vez un poquito.Afuera se escuchaba murmullos, eso me lo confirmó. El padre de Bianca era un puto corrupto de mierda, hacía tratos con los rusos, en cambio para la DEA era un agente excelente que luchaba porque la Bratvá n
Bianca.Algo húmedo, como si fuera una lengua que desplazaba por mis muslos adentrándose a mi sexo. Me hacía cosquillas sentir esa sensación por lo que solté una risita nerviosa, intenté quitar la lengua de Giovanni, ese hombre era insaciable. Pero lo único que vi al despertar, fue como un cangrejo trepaba por mi pierna y casi me hace daño con las pinzas de sus patas.Abrí mis ojos, no podía moverme.—Giovanni —lo llamé con la voz adormilada.Esa masa de músculo estaba casi encima de mí, agarrándome con sus fuertes brazos la cintura. Su cabeza descansaba sobre mis pechos, dormía plácidamente desnudo sobre mí. Su respiración caliente chocaba contra mis senos, mierda. No iba a excitarme por tenerlo tan cerca. No más.<
Bianca. No podía creerlo. Luka no podía estar muerto, ese gilipollas no podía estar tirado en medio de Roma sin vida. No estaba en la morgue esperando ser reconocido por uno de sus amigos, no era él, porque la DEA lo tenía aún retenido. Algo en mi interior, ya fuera esperanza o rechazo por la muerte, me decía que no era él. No era la persona que mejor me caía del mundo, pero algunas veces era gracioso y me ayudó a esconder mis mentiras. El helipuerto en la azotea del hospital por fin me sacó de mi trance, todos íbamos sumidos en un silencio mortal mientras viajábamos en helicóptero. Era el medio más rápido para llegar a reconocer el cadáver pronto y no morir de la angustia sabiendo si podía ser él o no. Alonzo y su hija en cuando pisé la mansión me ordenaron quedarme allí hasta que Don y su hermano volvieran, pero me negué. El abuelo me dio la razón. Así que allí estaba, moviend
Bianca.Pasaron dos días desde que regresamos a la hacienda, dos días en los que no lo vi, ni quiera olí la loción que usaba y envolvía todo a su paso. Tan solo se encerró en su despacho, no salió para comer, ya sus empleadas le entregaban la comida. En cuanto a los demás, me veían de la misma manera despectiva y me ignoraban, menos la pequeña Stella.Esa niña se había ganado mi corazón en poco tiempo.—¡Mira, tía Bianca! —me decía así, no era capaz de dejar que me llamara tía, la niña se había empecinado en que yo era la esposa de Giovanni —. El caballito blanco me está olisqueando.La pequeña Stella iba de una cuadra en otra, viendo y acariciando a los caballos con una sonrisa dulce. En la ma