Capítulo 4
—Sí, yo tampoco dije nada. Tranquila.

Fernando pareció relajarse un poco y, de pronto, cambió de tema.

—Mañana es el cumpleaños de Bárbara, nos invitó a su fiesta.

Y yo asentí sin dudar, confirmando mi asistencia, tras lo cual, Fernando por fin respiró aliviado, y, con aparente buen humor, me acompañó a la salida.

...

Al llegar a casa, descolgué la foto de nuestra boda y, con unas tijeras, la hice pedazos. Sin embargo, no me detuve ahí: el portarretrato de la mesa también acabó destrozado, y el anillo de compromiso, ese diamante que alguna vez me emocionó tanto, lo arrojé al inodoro, sin pensarlo dos veces.

Esa noche, Fernando no volvió a casa.

A la media noche, revisé las redes sociales, y vi que Bárbara Lombardi había publicado una selfi.

Detrás de ella se veía la mano de un hombre, sin anillo de matrimonio, pero con el reloj que yo misma le había regalado a Fernando.

Eran las once de la noche, y ellos seguían juntos.

A la mañana siguiente, vi que Bárbara había hecho una nueva publicación. Se trataba de una foto de un vestido de alta costura de Chanel, cubierto de deslumbrantes y exagerados diamantes.

El pie de foto decía:

«¿Verdad que me das todo lo que quiero?»

«Era lógico», pensé con amargura. «En tres años jamás le pedí nada a Fernando. Por supuesto que estaba encantado de gastar su dinero en la mujer que realmente amaba».

Pero eso ya no me importaba. Ahora tenía que pensar en mi hijo… y asegurarme de obtener lo máximo posible en el divorcio.

...

La fiesta ya había comenzado cuando llegué, y vi a Ricardo en el escenario, anunciando con entusiasmo que Bárbara estaba por lanzar su propia marca de ropa, financiada por el Grupo Magno.

Todas las miradas se volvieron hacia ella, cargadas de envidia, mientras comentaban lo afortunada que era por tener dos amigos de la infancia tan entregados a ella.

En cambio, cuando me vieron entrar, las miradas cambiaron, pasando a estar llenas de burla.

Era de esperarse: mi marido financiaba la carrera de Bárbara mientras, yo me quedaba en casa.

—Fernando, ¿desde cuándo financias la marca de Bárbara sin que yo lo sepa? —lo encaré, en cuanto me acerqué—. Ese dinero es de ambos. Son bienes compartidos. ¿Cómo se te ocurre tomar una decisión así, tú solo?

—Mariana, tranquila —repuso Fernando, tensándose de inmediato—. Es solo un plan, todavía no es nada seguro. Por eso no te lo había dicho.

Solté una carcajada sin humor.

—No me importa si es seguro o no. No estoy de acuerdo, y punto.

La expresión de Fernando se endureció.

—Mariana, no es momento ni lugar para tus escenas. La decisión de invertir es mía. Tu opinión no cambia nada.

—Ah, ¿sí? Estamos casados, este dinero es de nosotros, de nuestra familia. ¿Ni siquiera puedo preguntar en qué se gasta nuestro dinero?

Al ver que la discusión subía de tono, Ricardo intervino para sacar a Fernando del apuro y me empujó con suavidad hacia el escenario.

—Mariana, por favor, ¿desde cuándo eres así? Es el cumpleaños de Bárbara. ¿No vas a felicitarla?

Miré a Fernando con desprecio; seguía con cara de pocos amigos, y no le quitaba los ojos de encima a la estrellita de la noche.

La rabia y la impotencia me ahogaban, por lo que tomé el micrófono y, mirando directamente a Fernando, hablé con claridad.

—Fernando Villareal, quiero el divorcio.
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