Capítulo 3
Busqué a Laura, mi amiga y abogada, para que me imprimiera dos copias del convenio de divorcio.

—Oye, Mari —comenzó a decir, mirándome, dubitativa—. Sobre lo de tu mamá... hay algo que no me cuadra.

—¿A qué te refieres?

—Todo fue demasiado fácil, ¿no crees? Hasta parecía que ya tenía preparado qué hacer si el responsable no confesaba. Que apareciera de la nada para entregarse y confesar… Aunque sí encontraron pruebas, no sé… sigo pensando que todo se resolvió demasiado rápido. Algo no me cuadra.

Sentí una punzada en el pecho. Como si, de pronto, las piezas empezaran a encajar en mi mente.

—Laura, ¿crees que podrías ayudarme a investigar una cuenta bancaria?

Sin embargo, ella se apresuró a negar con la cabeza, asegurándome que eso era trabajo para un detective privado, del cual me pasó el contacto.

Sentí como si algo invisible me impulsara, como si la verdad estuviera a punto de revelarse. Por lo que, con el convenio en la mano, me dirigí al Grupo Magno.

Apenas crucé la entrada, escuché a unos empleados cuchicheando entre ellos.

—¿Es la amiga del señor Villareal? Dicen que acaba de volver del extranjero. La verdad, yo creo que hacen mejor pareja —dijo uno.

—Opino lo mismo —acotó una muchacha—. Es guapísima, tiene mucho más estilo que la esposa actual del jefe.

—¿Y viste su bolsa? —preguntó otra—. ¡Está cubierta de diamantes! No me quiero ni imaginar lo que cuesta.

A pesar de todo aquello, continué caminando y no me detuve hasta llegar a la oficina del último piso, de cuyo interior provenía una voz muy familiar.

—Bárbara, ya ha pasado un mes sin que nos veamos. He querido buscarte tantas veces, pero no encontraba el pretexto.

—Sí... es que estoy intentando quedar embarazada, y Ricardo no me deja salir sola, ya sabes cómo es.

—Ah, ¿sí?

El tono de Fernando era pura desilusión, aunque intentó disimularlo con una sonrisa forzada.

—Así que vas a ser mamá... Felicidades.

—Gracias. Y… bueno, gracias también por lo de hace tres años. Todo fue gracias a ti...

—Eso ya quedó atrás. Mientras tú seas feliz, nada más importa. Sé que no lo hiciste a propósito.

Bárbara sonrió con satisfacción, arrastrando un poco las últimas palabras.

—Desde niños decías que serías mi caballero, que siempre me protegerías. Me conmueve tanto recordarlo... Lástima que a Mariana seguro no le gustaría nada oír esto.

Bárbara siempre encontraba la manera de lanzarme indirectas; como si ella fuera la gran víctima y yo la villana de la historia.

Sin embargo, esta vez me aferré a esa frase clave: «Lo de hace tres años»

Lo único que yo sabía era que, tres años atrás, mi madre había muerto atropellada, y que, poco después, Bárbara se marchó al extranjero «a estudiar», y Fernando me propuso matrimonio...

Ese fue el comienzo de todas mis desgracias.

Las ideas empezaban a aclararse en mi mente, pero, aun así, fingí ignorancia y empujé la puerta para entrar, haciendo que la sorpresa se dibujara en el rostro de Fernando.

—Mari, ¿qué haces aquí? ¿No estabas mareada? ¿Por qué no te quedaste a descansar en casa?

Ante aquella pregunta, esbocé una sonrisa y clavé la mirada en Bárbara.

—Vine a ver si mi esposo no tenía escondida a alguna visita inesperada… en su oficina.

Bárbara pareció sorprendida e hizo ademán de hablar, pero yo ya había apartado la vista.

—Me dijiste que te llamara si te extrañaba, pero no contestas.

Fernando tomó su celular, visiblemente nervioso. En la pantalla se veían dos llamadas perdidas mías. Estaba claro que lo había puesto en silencio a propósito para poder hablar con Bárbara sin interrupciones.

—Vaya, Mariana, no sabía que controlaras tanto a Fernando. Si sigues así, lo vas a cansar —repuso Bárbara, acomodándose el cabello con un gesto calculado, mientras sus ojos brillaban con suficiencia—. A los hombres hay que darles espacio, ¿sabes? Necesitan un poco de libertad.

—Gracias por el consejo —respondí con una sonrisa helada—. Aunque hay algunos que, por más que los cuides, nunca sabes en qué están planeando.

Fernando se puso aún más nervioso, y se acercó a mí de inmediato, tomándome la mano.

—Yo no soy así, Mariana. Bárbara y yo solo somos amigos, tú lo sabes...

Sin embargo, al ver su nerviosismo, no pude evitar sonreír.

En el fondo, no le importaba lo que yo pensara. Lo que en verdad le preocupaba era mi reacción hacia Bárbara.

Temía que yo la confrontara.
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP