—Sí, yo tampoco dije nada. Tranquila.Fernando pareció relajarse un poco y, de pronto, cambió de tema.—Mañana es el cumpleaños de Bárbara, nos invitó a su fiesta.Y yo asentí sin dudar, confirmando mi asistencia, tras lo cual, Fernando por fin respiró aliviado, y, con aparente buen humor, me acompañó a la salida. ...Al llegar a casa, descolgué la foto de nuestra boda y, con unas tijeras, la hice pedazos. Sin embargo, no me detuve ahí: el portarretrato de la mesa también acabó destrozado, y el anillo de compromiso, ese diamante que alguna vez me emocionó tanto, lo arrojé al inodoro, sin pensarlo dos veces. Esa noche, Fernando no volvió a casa.A la media noche, revisé las redes sociales, y vi que Bárbara Lombardi había publicado una selfi.Detrás de ella se veía la mano de un hombre, sin anillo de matrimonio, pero con el reloj que yo misma le había regalado a Fernando.Eran las once de la noche, y ellos seguían juntos.A la mañana siguiente, vi que Bárbara había hecho una
En cuanto terminé de hablar, un murmullo recorrió a todos los presentes, mientras Fernando, pálido por la sorpresa, me jalaba del escenario con brusquedad.—Mariana, ¿qué demonios estás haciendo?Apenas iba a responder cuando Bárbara se acercó para sacarlo del apuro.—Fer, no te molestes. Ya sabes cómo es Mari, a veces actúa sin pensar. Déjame hablar con ella a solas, no tomes tan en serio lo que dijo.Acto seguido, me dedicó una sonrisa forzada y me llevó hacia un rincón apartado. Lejos de las miradas de Ricardo y Fernando, dejó caer la máscara. —Ay, Mariana, ¿de verdad crees que a Fernando le asusta divorciarse de ti? Qué ocurrencia la tuya. No tienes ni idea de todo lo que ha hecho por mí estos años, ni de cuánto dinero ha gastado. —Hizo una breve pausa, sonriendo con burla, antes de añadir—: ¿Qué se siente no poder tener hijos? Porque yo sí voy a ser mamá. Y. quién sabe, igual y Fernando le deja toda su fortuna a mi hijo.La mención del bebé encendió mi cólera. Así que era
Justo en ese momento, me llamó Laura.—Mariana, ¡tengo que contarte algo! ¡No vas a creerlo!—¿Qué pasó?—¡Lo de tu mamá! Tal como sospechábamos, no fue tal como dijeron. ¡El detective ya dio con el dueño de la cuenta!Al escuchar a Laura, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Sentí una presión en el pecho tan fuerte que apenas podía respirar, como si estuviera a punto de ahogarme.El accidente que mató a mi madre... fue obra de Bárbara Lombardi. ¡La había asesinado!Y Fernando, el hombre que amaba, me había estado engañando.Amaba a Bárbara con una devoción enfermiza, al punto de buscar a un mecánico cualquiera para que cargara con la culpa, todo para que ella, la mujer que idolatraba, evadiera la justicia.Fernando no había reparado en gastos por ella, le había conseguido un chivo expiatorio e incluso había sacrificado nuestro matrimonio para protegerla.Todo con tal de asegurarle una vida feliz.Qué afortunada era Bárbara.Hasta la cárcel que merecía, otro la estaba cumpliendo
Mientras tanto, Fernando se quedó helado ante mis acusaciones. No daba crédito a lo que oía.Sin perder tiempo, llamó al médico de la familia.La respuesta que recibió fue tajante: aunque remotas, las posibilidades de un embarazo existían incluso tomando anticonceptivos. La probabilidad era mínima, eso sí.Después, intentó llamarme con desesperación, una y otra vez, pero mi teléfono ya estaba fuera de servicio.Acto seguido, Fernando contactó al asistente que lo había ayudado a encontrar un chivo expiatorio tiempo atrás y le ordenó que me localizara de inmediato.Pero la casa estaba desierta. Sobre la mesa, solo encontró los papeles del divorcio que yo había dejado firmados....En el hospital, el asistente irrumpió en la habitación de Bárbara, con la respiración agitada.—Señor Villareal, no hay nadie en la casa. La señora dejó los papeles del divorcio firmados y… desapareció.Fernando se quedó inmóvil por un instante, sin asimilar del todo lo que oía.Tardó unos segundos en reacciona
Apenas salió del hospital, su asistente lo llamó.—Señor Villareal, revisé las cámaras. Hace tres días su esposa estuvo afuera de su estudio, pero no entró, se fue.—¿Hace tres días?En ese instante, recordó algo.Corrió desesperado hacia su carro y arrancó a toda velocidad rumbo a casa.Durante el trayecto, no paró de llamar a Mariana, pero su teléfono siempre indicaba que estaba apagado. Tampoco contestó ninguno de sus mensajes.Nunca antes había pasado algo así.Antes, sin importar lo tarde que él regresara o lo temprano que se marchara, Mariana siempre lo esperaba en casa, siempre lo despedía en la puerta.En tres años de matrimonio, apenas habían discutido; los pocos roces o momentos desagradables, ella siempre los había tragado en silencio.Su repentina partida tomó a Fernando completamente desprevenido.Abrió la puerta principal. El interior de la casa lo recibió con un vacío inusual.El retrato de bodas había desaparecido de la pared. En las habitaciones, no quedaba ni un solo
Por otro lado, yo ya había dado con la familia del mecánico.Su esposa era una mujer sencilla, que sacaba adelante con dificultad a sus tres hijos.—Señora, nosotros ya aceptamos el dinero de ese hombre... Si de verdad hacemos lo que usted dice, ¿cree que mi esposo pueda salir libre?No podía asegurárselo.—Voy a pedirle a la abogada que haga todo lo posible por ayudarla. Queremos hacer todo lo posible para que su esposo regrese aquí con su familia, a cuidar a sus hijos.Se cubrió la cara y rompió en llanto.Fernando les enviaba tres mil dólares al mes.Aunque era más de lo que ganaba su esposo, nadie sacrificaría décadas de libertad si no fuera por pura y llana necesidad.—Yo puedo darle dinero cada mes. Más de lo que él le da. Solo le pido que convenza a su esposo de decir la verdad. Que busque justicia para él y también para mi mamá.—Él no tuvo nada que ver. El verdadero culpable sigue libre, como si nada.La mujer asintió. Estaba dispuesta a hablar con su esposo.No esperaba que t
En la sala del tribunal, Fernando se hundía en su asiento, despojado por completo de la arrogancia que solía definirlo.Permaneció en silencio, con la mirada perdida, hasta que el mecánico y su esposa se presentaron. Solo entonces, un destello de pánico puro quebró la impasibilidad de sus ojos.—Su Señoría, fue este hombre quien me buscó para que yo cargara con la culpa de esa mujer.—Ella vino a mi taller, supuestamente para una revisión, y me preguntó cómo podía hacer para que los frenos de su carro fallaran.—Al principio pensé que bromeaba, así que le dije unos detalles… pero entonces me pidió que yo mismo manipulara los frenos.—Me negué, claro. Nunca imaginé que ese carro terminaría teniendo un accidente de todas formas. ¡Su Señoría, yo soy inocente!Esta vez, me había asegurado de tener todas las piezas. Nadie se imaginaba que la esposa del mecánico había guardado una grabación de aquel día.—Mi esposo acababa de conseguir un trabajo nuevo y yo quería grabar ese momento, para qu
—Señor Villareal, las pastillas anticonceptivas están listas, tal como usted lo indicó. ¿Desea que se las siga suministrando a su esposa?La respuesta de Fernando fue cortante, desprovista de cualquier emoción:—Sí. Que no las deje. Casarme con ella fue solo un arreglo temporal. En mi corazón, Bárbara es la única que debe ser la madre de mis hijos.El gesto de Fernando se tiñó de una melancolía fingida.—Desde que murió la mamá de Mariana… tuve que sacrificar demasiado para proteger a Bárbara… incluso renunciar a la idea de ser padre. Nadie puede ocupar el lugar de Bárbara en mi vida. Ni siquiera un hijo de Mariana. —Pero si se administra por mucho tiempo ese tipo de anticonceptivo puede llegar a ser bastante dañino para su cuerpo —repuso el médico, luego de vacilar por un momento—. Incluso si deja de tomarlo, podría ser muy difícil que se embarace en el futuro.Un asomo de duda cruzó la mirada de Fernando, pero rápidamente fue reemplazado por una determinación fría y tajante.