—Hechicera… ¿Qué haces aquí? —Con una sorpresa, hasta cierto punto hipócrita, el príncipe reaccionó a su encuentro. Simplemente parecía un tierno cordero frente a la voraz loba que no tardaría en empezar atacar. —¿Qué estás haciendo? —La voz de la hechicera salía apenas en un susurro, lo suficiente para que el príncipe pudiera escucharla. —No sé de qué estás hablando. —En verdad el príncipe parecía confundido, como si fuera una persona totalmente distinta a aquel chico que la buscó ese día en su taller y la sedujo de forma atrevida y sin contemplaciones. —¿No sabes? ¿Quieres que te recuerde? —Acercándose la hechicera de forma amenazante no lograba que el príncipe cambiara su postura incrédula—. ¿En verdad no recuerdas tu petición? ¿No recuerdas cómo insististe en que te convirtiera en humano? ¿No recuerdas lo que hiciste para convencerme? —Fue un grave error… lo admito, nunca tuve que pedirte algo así, no estaba consciente de lo que implicaba hacer eso y regresé arrepentido, lleno
Después de un momento de silencio la sirena solo tocó su mejilla esperando tal vez ver sangre o sentirla reventada, pero solo se sentía caliente, inflamada, le ardía y tuvo que agradecer estar bajo del agua, en el mar no se llegaba a advertir cuando alguien lloraba, solo bastaba mantener la boca cerrada y los ojos bien abiertos. —No vuelvas a acercarte a mí de esa forma, ¿entendiste? —Ya más tranquila, la hechicera se levantó, alisando cada tentáculo como si fuera un vestido y se acercó con naturalidad hacia la sirena, como si nada hubiera pasado, como si el golpe no lo hubiera hecho. Mientras Cirice apretaba los dientes llena de coraje, la hechicera la tomaba por el mentón y la hacía voltear hacia ella, valorando qué tan grave había sido la bofetada y aunque por dentro sentía una pizca de arrepentimiento por lo que hizo, sabía que no tenía que demostrar debilidad, no iba a dejar que la sirena se percatara de la chispa de culpabilidad que había dentro de ella, simplemente no porque n
Tenía sus órdenes claras y sabía que no tenía derecho a improvisar mucho, lo importante era cumplir. Antes de atravesar ese pequeño estrecho de arena que separaba su escondite del malecón no pudo evitar voltear hacia atrás. Esperaba ver al Tiburón viéndola fijamente, intentando alcanzarla, pero no era así, mientras se internaba en el mundo de los humanos, Köpek decidía regresar al mar sin voltear atrás, ensimismado en sus pensamientos. Por un momento tal vez la sirena esperaba algún reclamo, alguna llamada de atención de parte del tiburón, pero al ver que solo había provocado cierto malestar en él, ahora se sentía peor que en un principio.Después de recorrer todo el malecón el nombre de una taberna se le vino a la mente, «Saint Marie», un lugar donde la mayoría de los visitantes no españoles iban a beber y a despejar su mente. Al ser esta tierra dominio de los españoles, no era tan fácil pasar desapercibido entre ellos. El Saint Marie era el mejor lugar donde pasar el rato sin meters
Cooper no tarda mucho en llegar y ver la arena blanca debajo de sus pies y las olas invadiendo la orilla. Un nuevo barco está en el malecón, es pequeño y de él están bajando un cargamento de lo que parece ser azúcar. Ve con curiosidad al hombre que está a cargo, un regordete pelirrojo que sonríe y saluda a todos con amabilidad. Los hombres empiezan a apilar las cajas a un lado mientras el hombre paga su entrada a Cuba sin pesar; ve hacia el cielo con una sonrisa como si fuera un día soleado y hermoso, ninguna nube negra parece cambiar su actitud. Le causa curiosidad a Cooper por su forma tan alegre de comportarse y este no tarda en acercarse dispuesto a hablar, algo dentro de él le dice que posiblemente sea bueno averiguar algo más de ese regordete individuo. —Vaya… es un buen cargamento de azúcar —dice Cooper mientras levanta la tapa de una de las cajas con curiosidad. El hombre, dueño del cargamento, de inmediato se acerca. Es un hombre de baja estatura, apenas y la coronilla le l
—Bradley, Bradley… la curiosidad mató al gato. —Tavernier se dobla en carcajadas y solo le da unas palmadas en la espalda al mercader encaminándolo hacia afuera de la bodega—. Gracias por el encargo, espero que el resto de tu cargamento sea bien pagado.—Lo fue, lo fue… no puedo quejarme.Con eso último Tavernier se despide dejando a los tres hombres solos, le hace una señal a uno de los guardias que están ante las puertas de la enorme casa, este camina hacia ellos dispuesto a guiarlos hacia la salida evitando que se distraigan con cualquier cosa. No pueden estar vagando por el lugar. Al llegar a la puerta ambos piratas ven hacia la fortaleza que significa esa hacienda, no será tan fácil llegar al diamante para ninguno de los dos.—Oigan, chicos… gracias por ayudarme. Con esa exclamación ambos voltean hacia Bradley que con una sonrisa sincera y en verdad agradecida extiende un morral de cuero. Cuando lo deja caer en la mano de Cooper este se siente pesado. —Una buena paga, como lo pr
Por un momento Cooper ve con precaución a Morgan quien está embriagado de poder, su voz empieza a arrastrarse por efectos del alcohol y su mirada destila un brillo que muestra codicia. —¡Vaya! Encontraste al traidor. De repente la aparición de Hornigold sobre la playa acompañado de Bonny los hace despegarse del tema. Este que alguna vez creyó ciegamente en Cooper se acerca de forma amenazante hacia él, como si estuviera dispuesto a golpearlo. —¡Espera! ¡Espera! No es ningún traidor. —Morgan brinca frente a Cooper queriendo defenderlo, con las manos hacia delante evitando que Hornigold quiera lanzar el primer golpe—. Entramos a la hacienda de Felipe VI, ahí está el joyero Jean Baptiste Tavernier. —¿Cómo es que entraron? Ese lugar es impenetrable. —Se asoma por el hombro de Hornigold, Bonny, llena de curiosidad, aún con los brazos cruzados, pero con la mirada cargada de dudas. Morgan le da un golpe en el pecho a Cooper haciendo que este lance un pequeño quejido de dolor. —Nuestro ca
—Uno… o tal vez dos años. —Cuando responde Morgan ella no evita voltear hacia él con miedo, con temor en el pecho. Parece mucho tiempo el que tendría que estar sola. —Bien… pero solo eso, no más. —Toma del rostro a Morgan intentando que este la mire directamente a los ojos, buscando encontrar una pizca de compromiso. —Así será… Ya verás Caroline, traeré suficiente dinero para que tengamos la casa que te mereces, traeré finas telas y joyas, serás la envidia. Mientras Morgan puede imaginarse todo un mundo de posibilidades y todas las aventuras que tendrá surcando el mar junto con los piratas, volviéndose un corsario, consiguiendo dinero fácil, Caroline simplemente se hunde cada vez más en la tristeza como si pudiera presentir el final. ψ —¿Entonces Cooper? ¿Estás listo? —¿Listo? ¿Listo para qué? La voz temblorosa de Cooper saca de su sueño de borracho a Morgan, se da cuenta que está sobre una de las mesas de la taberna, a su lado una cortesana duerme plácidamente, acurrucada sobre
Se despoja de sus ropas mientras su cuerpo hace lo de siempre, cambia su anatomía de forma mágica y fluida, ya tiene práctica haciéndolo. Deja su ropa guardada en el cofre que después cubre meticulosamente para que no sea encontrado y sale con cuidado, sabe que a plena luz del día puede tener algún observador y debe ser más precavida. Sale a hurtadillas de la cueva y ve hacia ambos lados tratando de distinguir alguna clase de peligro, pero está totalmente sola y los barcos están muy lejos como para que algún marinero pueda descubrirla. Se acerca corriendo hacia el mar, el agua choca con sus piernas, su piel se siente fresca con el contacto del agua; siempre disfruta regresar a su hogar. Pese a todo, incluso a la bruja y sus responsabilidades hacia ella, sentir el agua subiendo por sus piernas, fresca y relajante, plasma una sonrisa en su rostro. Dando pequeños brincos llega a la zona más profunda donde sus pies dejan de tocar la arena, se zambulle de una sola intención y su par de pi