Una mitomana

Marta entra a la habitación quitándose aquella molesta prótesis sin imaginar que Albert está sentado justo frente a ella, observándola en silencio. Un aplauso sonoro se escucha en medio de la oscuridad de la habitación.

Aunque Marta intenta arreglarse con rapidez, la luz se enciende, de pronto.

—No te molestes en volver a ponértela, Marta. —La voz grave de Albert retumba en la habitación.

—Albert puedo explicarte —responde visiblemente angustiada.

—No, no necesito que me expliques nada. ¿Cómo mierda pudiste hacer algo así? Jugar conmigo y sobre todo con nuestros hijos. —la toma de ambos brazos y la sacude con fuerza— Dime, maldita sea. ¿Cómo puedes fingir de esa manera y mentirle a Sam y Shirley, eh?

—Trata de calmarte por favor, me estás haciendo daño.

—¿Daño? ¿Qué sabes tú lo que es eso? Nunca has tenido que sufrir, siempre te has encargado de ser tú quien hiere, quien daña. —Albert la suelta de forma abrupta.

Marta cae de rodillas y desde allí, le suplica a Albert que
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