Su salvador.

La respuesta de Mauro, destroza por dentro a su mujer.

—Ni siquiera después de muerta, puedes dejar de amarla. —solloza.— ¿Por qué no puedes amarme, por qué?

—Porque ella nunca me obligó a estar a su lado, porque me amó por lo que era y no por quién era, como lo has hecho tú. Todo lo que dices que me has dado, lo he trabajado. Nada de esto fue gratis, dejé a la mujer que me amaba para estar a tu lado y hacerme cargo de la empresa de tu padre. Perdí mi libertad y mi felicidad al lado de la mujer que he amado siempre. ¿Es poco para ti, el precio que he pagado?

—¡Que se pudra en el infierno! —espeta.

Mauro la sujeta de ambos brazos con ira, levanta una de sus manos para abofetearla, pero se contiene, se contiene como otras tantas veces en los que Claudia lo ha humillado. La suelta abruptamente y sale de aquella habitación, sintiendo una fuerte presión en su pecho.

—¡No vales, nada! No eres nadie sin mí, me oyes, Mauro Moretti, no eres nada.

En tanto, afuera de la elegante mansió
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