Mauro Moretti entra al hospital, topándose con el médico que acaba de atender a su hijo. —¿Doctor, cómo está mi hijo? —pregunta con voz temblorosa. —Lo siento, Sr Moretti. —Baja la mirada— Su hijo murió.Como un puñal que se clava en un costado, Mauro recibe aquella noticia. Claudia queda paralizada, en shock, sin decir ni una palabra. —¿Qué está diciendo? Mi hijo no puede estar muerto. —Las lágrimas recorren su rostro y una oleada de arrepentimiento lo arrastra, no puede creer que la vida no le haya permitido disculparse con él y decirle que lo amaba, que lo amaba a pesar de que fuera diferente a él, sensible y dispuesto a luchar por el amor de la persona a quien quería. —Hicimos lo que pudimos, pero sufrió un infarto. En verdad lamento su muerte. Mauro abraza a su esposa y por segunda vez, sienten algo especial –aunque doloroso– que los une. Aquella información pronto se expande en todos los medios de comunicación, llegando a los oídos de Antonella, quien finalmente log
Antonella despierta, aún somnolienta se sienta en la cama, bosteza y frota sus ojos, toma su móvil esperando tener respuestas de alguno de sus amigos, pero se llena de ansiedad al ver que no hay señales de ninguno de ellos. Mira la hora, ya es media mañana. Se le había hecho tarde, tenía tantas cosas por hacer y producto del agotamiento emocional terminó quedándose dormida. El sonido de la bocina de un coche frente a su casa, le recuerda que Fabiano se comprometió a buscarla para llevarla esa mañana a hacer las diligencias pendientes. —¡Joder! —exclama, se levanta de la cama con el móvil en la mano para salir y disculparse con él. Justo en ese momento, recibe un mensaje en su móvil, es de Fabiano, quién le dice que debe darse prisa. Le contesta con un “Ya salgo”, deja el móvil en la mesa y corre al baño para asearse. En tanto, en la oficina y luego de revisar varios archivos, Blas logra encontrar el documento que su jefe le ordenó llevarle esa mañana. —Tenga Sr Miller, aqu
—Sabes, era él —dice con pesar. —¿Quién, no entiendo? —pregunta Fabiano, algo confundido. —Marcos, mi amigo. —contesta entre suspiros.— No puedo creer lo pequeño que es el mundo. —Lo siento, debías quererlo mucho. —La verdad, hablé pocas veces con él… —Hace una pausa y piensa en lo inadecuado que puede ser, mencionar que era la ex pareja de su mejor amigo— Era amigo de mi mejor amigo, y ahora resultó ser el hijo del gran amor de mi madre. —Mucha coincidencia en verdad. Siempre se rumoreó que era algo raro, ¿me entiendes? —¿Y qué con eso? Era un excelente ser humano. Cambió su bolero para permitir que llegara en el peor momento de mi madre. Nunca tendré como agradecerle eso que hizo. Fabiano guarda silencio, su opinión al respecto, resultaba innecesaria. —¿Y bien, a donde necesitas que te lleve ahora? —Creo que a casa, aunque me gustaría ir al hospital, no serviría mucho que vaya, ninguno de ellos me conoce. —afirma y Fabiano asiente. —¿Almorzamos juntos? —invita es
—¿Y? —Fabiano sonríe— ¿Qué te pareció la pasta? —pregunta. —Realmente me parece buena, como dices. —Me alegra que te haya gustado —coloca su mano sobre la de ella y acaricia con su pulgar, Antonella aplana sus labios.— Creo que tendré que ir a pagar la cuenta —dice al ver la gran cantidad de clientes en el concurrido restaurante. Ella asiente. Mientras Fabiano paga la cuenta, Antonella aprovecha de ver su móvil, escucha aquel mensaje de Blas y una mezcla de emociones de sorpresa con enojo y frustración, se apoderan de ella. —¿Enojado? —murmura— Soy yo quien debería estarlo. Fabiano se acerca por detrás y apoyando sus manos sobre el espaldar de su silla, se inclina para susurrarle al oído:—¿Hablando sola? Antonella, sobresaltada por aquella interrupción, se gira hacia él y su rostro queda de frente y muy cerca al de su ex. Fabiano la mira fijamente, mientras saborea sus labios. Incómoda por aquella situación, ella se levanta del asiento. —Debo ir al baño, ¿me esperas en
Antonella, mira el almanaque digital sobre su escritorio. Ver la proximidad de aquella fecha, era un poco estresante para ella. Su madre, no hacía otra cosa que esperar ansiosa la noche de navidad sólo con la esperanza de ver a su hija llegar acompañada de algún pretendiente. Sin embargo, el sueño de su madre de verla frente al altar, no es el sueño de Antonella. Ella es una mujer liberal, con convicciones diferentes, segura e independiente. Decir que no creía en el amor es exagerar un poco; mas, si de ella dependía, jamás se casaría por complacer a los demás. Blas entra en la oficina, coloca sobre el escritorio el lote de carpetas, dejándolos caer abruptamente para que su amiga volviese a la realidad. Antonella dio un brinco sobre la silla al escuchar el estrépito cerca de ella:—¿A ver, qué tiene mi geme, que está fuera de cobertura y sin señal satelital? —dice, cruzándose de brazos y elevando su ceja izquierda. —¡Qué me has asustado, tío! —exclama.—Es que entro a tu ofic
Antonella toma su agenda electrónica y se dirige a la oficina de su jefe. Toca la puerta y entra sólo cuando escucha que este aprueba su entrada. —¡Adelante! —ella entra y se aproxima al escritorio. —Dígame Sr Miller ¿En qué puedo servirle? —¡Siéntese por favor! —ella obedece y lo mira nerviosa, agitando su pierna izquierda.— ¿Podría dejar de mover su pierna? —le ordena y ella coloca la mano sobre su rodilla para evitar aquel movimiento que como una especie de TIC nervioso se activa cuando se encuentra ansiosa. —Sí, señor. Disculpe. —Necesito que agende para después de la celebración de navidad, un vuelo para Francia, con un pasaje de ida y tres de regreso. —¿Cómo dijo? Disculpe no entiendo. —Qué debe reservarme un boleto de ida —hace una señal con su mano— para Francia y tres boletos de regreso. ¿Entendió? —¡Ah! Viajará con dos personas más desde Francia. —¿Está segura que no se le cayó a la enfermera de los brazos cuando estaba recién nacida? —Antonella eleva sus h
Albert baja del auto, camina hacia la entrada, marca la contraseña y la puerta se abre. Escuchar la dulce voz de su hija y ver sus hermosos y grandes ojos azules, es la única razón por la que vale la pena para él, regresar a aquel lugar. Un lugar que pasó de ser el más importante en su vida para convertirse –desde hace dos meses– en su infierno.—Papá, llegaste —Shirley corre hacia su padre.—Hola mi princesa —la levanta entre sus brazos.— ¡Qué grande estás! —la niña sonríe y besa su mejilla.— ¿Y Sam, dónde está? —En su cuarto, viendo video juegos. ¡No se aburre! —refunfuña la pequeña.—Vamos a verlo, necesito que también me dé un abrazo así tan rico como el tuyo. Albert sube las escaleras con Shirley en brazos. Toca la puerta de la habitación de su hijo, quien está tan entretenido en el computador que no escucha cuando suena la puerta. El padre abrie lentamente, coloca a su pequeña en el piso y ella corre hacia su hermano.—¡Llegó papá, Sam! Vino a vernos. —El chico se quita
Albert abre la puerta de su oficina, se sienta en el sillón de cuero, se lleva las manos al rostro. De pronto, mira sobre el escritorio el retrato familiar de la navidad anterior, contempla los rostros sonrientes y se pregunta a sí mismo: ¿Cómo puede una imagen guardar tanta felicidad y luego convertirse en el peor de los recuerdos? Él escucha los pasos aproximarse, deja el retrato en su lugar y entrelaza los dedos de sus manos. Marta entra, cierra la puerta y se aproxima a él: —Aquí tienes. Léelo bien. —Le entrega la carpeta, él la abre, lee el documentos y se dispone a firmarlo. Se queda pensativo, levanta el rostro y la mira con enojo: —No entiendo como puedes apartarme de mis hijos, Marta. —Por Dios, no exageres Albert. Será sólo un fin de semana. —esgrime. A ella no parece importarle en lo más mínimo el sufrimiento de aquel hombre. —Es la Navidad. Ya pedí sus regalos. ¿Ahora qué hago con eso? —pregunta desconcertado, tratando de hacerle recapacitar y cambiar de opi