El grupo avanzaba en silencio por el espeso bosque, la atmósfera se volvía cada vez más tensa a medida que se acercaban a la zona tomada por la oscuridad. Los árboles, antes llenos de vida, ahora parecían muertos y marchitos, sus ramas desnudas y retorcidas como dedos esqueléticos. El aire estaba cargado con una sensación de opresión, y la luz del día se desvanecía, absorbida por la creciente sombra.

Elanil, caminando al lado de Lucian, parecía estar meditando algo profundamente. Finalmente, rompió el silencio, su voz firme pero cargada de emoción.

—Lucian, he estado pensando —comenzó Elanil, mirando al licántropo a los ojos—. Quiero unirme a tu grupo. Hay secretos que mi familia ha guardado de generación en generación, conocimientos antiguos que podrían ser útiles en esta batalla contra la oscuridad. Mi bisabuelo, Thalion, me enseñó muchas cosas antes de desaparecer. Puedo ayudar.

Lucian se detuvo y miró a Elanil con seriedad. Valoraba la oferta del elfo, pero también entendía las re