Capítulo 40

Tuve suerte de que William Flynn se hubiese acercado a su padre, que estaba en la cocina fisgoneando la nevera. Llegué a mi habitación y cerré con pestillo.

Sentándome al borde de la cama, me recosté poco a poco entre las sábanas. No pasó ni cinco minutos, cuando Barnaby fue a buscarme. Llamó a la puerta con sutileza, con leves golpecitos.

Abrumada, le abrí y horrorizada, le cerré la puerta en la cara a William Flynn.

¿Por qué no dejaba de acosarme?

—Abre la puerta. No pienso hacerte daño—prometió con voz jocosa, pero no le creí.

—Vete o gritaré.

Mi amenaza le causó gracia porque se echó a reír. Un escalofrío espantoso recorrió mi piel al escuchar su risa maquiavélica. ¿En dónde diablos estaba Barnaby Flynn?

Y recordé cuando le ordené que no me siguiera. Comenzaba a darme cuenta de mi estupidez.

—¿Cuánto te está pagando mi primo por salir con él, y fingir amor ante la sociedad, o peor aún, crear dos primogénitos imaginarios para robarme la fortuna de mi abuelo?

Su pregunta me tomó por
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