Asentí, sin saber que hacer o decir. Cogió su abrigo y salimos a la calle. Caminamos calle abajo y abordamos su automóvil. Al menos seguía teniendo un vehículo presentable. De camino a alguna parte, pude notar que sufría de un tic extraño en la mano izquierda, ya que le temblaba considerablemente al maniobrar con el volante, pensé en preguntarle, pero supuse que sería algo descortés, y me mantuve callada.
—¿Cómo está Levi? —preguntó, cortando el silencio.
—Mejor que bien, consiguió una beca para asistir a una academia de arte los martes, jueves y sábados en la tarde—respondí con orgullo.
—Es muy talentoso. Recuerdo sus pinturas—lo elogió y estuve de acuerdo—con esta proposición, Tessa, Levi podría ir a estudiar a grandes escuelas de arte en todo el mundo.
Tragué saliva. ¿Qué clase de condición era, para conseguir tanto dinero y a cambio de qué?
—Suena estupendo, pero…
—Cálmate, hija. En cuanto comamos, lo sabrás.
El restaurante que eligió fue el más lujoso de la ciudad, y me pregunté si todavía contaba con tanto efectivo como para pagar algo de ese lugar. Incómoda, bajé y lo seguí, aferrando mi bolso al brazo. Tenía tiempo desde la última vez que pisé un sitio como ese y mi cabeza no podía cavilar que de nueva cuenta me viera enfrascada en medio de personas amantes del dinero. Elegimos una mesa reservada hasta el fondo, al lado de una enorme pecera con peces betas de varios colores, ondeando sus colas majestuosas en la plenitud del cristal. Keith pidió la especialidad para ambos y nos quedamos mirando fijamente, sin decir una palabra. Era incómodo y algo perturbador. Postré mi atención con desdén en la servilleta que curiosamente tenía el nombre del restaurante bordado en una esquina de la misma, haciéndolo ver elegante. Pronto llegó la comida: Filete de carne de res, verduras y puré de papas, acompañado de ensaladas y de bebida agua de limón. Boquiabierta, miré horrorizada toda esa comida, que podía bastar para tres días entre Levi y yo. Anonadada, comencé a comer después de que él comenzara. Cuando sentí que mi falda se rompería y mis botones de la blusa estallarían, comprendí que ya no podía más y que había terminado de comer, pero Keith acabó con todo su plato poco después.
—¿Y bien? ¿Me dirás por fin de qué va todo? —insistí. Quería que fuera al grano. Keith Richards se llevó una mano a la barba y me escrutó la mirada, intentando erróneamente ver alguna emoción o interés dentro.
—Te haré unas preguntas, quiero que me contestes con la verdad, ¿de acuerdo?
—Depende—objeté.
—Tienes que ser honesta, porque, al fin y al cabo, ya aceptaste ese dinero para salvar tu hogar y no hay vuelta atrás.
—Te recuerdo que fuiste tú quién me depositó el dinero sin dejarme opinar—sisé.
—Lo hice porque sé que necesitabas ayuda, Tessa.
—Toda acción, debe tener su beneficio, Keith. Mejor dime, ¿qué vas a ganar tú a cambio de que yo acepte cualquier condición?
—Eres muy lista—sonrió.
—Desde hace un año aprendí a leer el lenguaje corporal de las personas y adivinar segundas intenciones.
—En mi caso, mi intención no es mala—repuso con el ceño fruncido—tengo dos, la primera eres tú, planeo ayudarte a salir de ese problema, y lo segundo; reanudar mi trabajo como abogado. Ahí lo tienes, eso es todo.
Sus palabras sonaron demasiado honestas y sinceras, que tuve que morderme los labios.
—Agradezco de corazón ese gesto de tu parte, pero si se trata de algo que no está en mis manos aceptar, tendrás que entender mi decisión—sentencié. Keith suspiró y asintió.
—¿Me permites hacerte las preguntas? —preguntó, ansioso—son un poco personales, pero necesito saber.
Intimidada, no tuve otra opción más que asentir y prepararme mentalmente.
—Bien, tengo el presentimiento de que me arrepentiré después, pero estoy lista—contesté.
Sorpresivamente, le vi sacar una hoja de papel doblada varias veces y la deslizó hasta mí. Incrédula, mi mirada pasó de la hoja a él y otra vez a la hoja. ¿Acaso era un formulario?
—Léelo—me instó—y aquí tienes este bolígrafo para contestar de manera escrita, ya que así es mejor.
Ignorando a qué se refería, acepté el bolígrafo y desdoblé el papel. Había seis preguntas ahí, hechas por él, desde luego. Le envié una mirada perpleja antes de comenzar a leerlas y a responderlas.
¿Hace cuánto fue tu primera relación sexual?
¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales?
¿Has estado embarazada?
¿Has tenido enfermedades venéreas?
¿Cuántas parejas has tenido a lo largo de tu vida?
Entorné y de inmediato lo miré con desprecio.
—¿Qué clase de preguntas son estas? —espeté, ofendida.
—Te dije que guardaras la calma y respondieras con honestidad, Tessa.
—Pero esto es algo más que personal, es íntimo—mascullé, humillada—y de ninguna manera voy a responderlas.
Lancé el bolígrafo con rabia en la mesa, rebotó y cayó al suelo de manera precipitada, captando la atención de algunas personas del restaurante. Keith, con aire abrumado, recogió el bolígrafo y lo colocó en medio de la mesa.
—Tienes que hacerlo, Tessa. Esa es parte de la condición. Sé que para una mujer es algo humillante, pero es la única manera, lo digo en serio—añadió con pesar—no te pido que las contestes en cinco minutos, empero debes hacerlo. Te doy hasta el viernes para que me mandes por mensaje la fotografía de las preguntas contestadas, ¿está bien? Y una vez que tenga las respuestas, volveremos a vernos aquí mismo.
—No.
Me negué rotundamente. ¿En qué diablos estaba pensando?
—Hazlo—ordenó—o de lo contrario, te embargarán la casa y de paso, iremos a la cárcel.
Aquello me desconcertó. ¿La cárcel? Keith no me dio tiempo de protestar, se levantó de un salto del asiento, cogió su abrigo, dejó dinero en la mesa y se marchó muy rápido, sin darme oportunidad de hablar o asimilar lo que acababa de decir. Avergonzada, tomé mi bolso, mi dignidad del suelo y la humillación hecha papel con seis malditas preguntas personales; y salí del restaurante. Eran casi las cinco, y tenía el tiempo contado para llegar a la pizzería, cambiarme el uniforme y comenzar la jornada. El trabajo resultó menos agotador porque mi cabeza estaba pensando en esas preguntas y en la palabra “cárcel” que solo hacía eco en las paredes de mi cerebro a cada segundo. Y a las once en punto de la noche, me cambié nuevamente a mi ropa de recepcionista y fui en búsqueda de un taxi.
—Estás pálida.
Di un respingo cuando la voz de uno de mis colegas de la pizzería habló, demasiado alto para haber aparecido de repente. Ni siquiera noté su presencia hasta ese momento.
—Lo siento, no quise asustarte, Tessa—se disculpó. El chico tenía dieciocho años, un año menor que mi Levi y me causaba ternura.
—No te preocupes, Hunter. Estoy pensativa, eso es todo—expliqué sin entrar en detalles.
—¿Quieres que te acompañe a casa? Ya es muy tarde.
—Oh, no es necesario—me negué. Había olvidado que él tenía coche, lo cual me pareció curioso que estuviera en la parada de taxis conmigo.
—Anda, insisto. Además, estás muy pálida y temo que te vayas a desmayar o algo.
—Está bien, gracias, Hunter—accedí. Y solo porque tenía razón. Sentía que todo me daba vueltas y mis piernas temblaban a cada paso.
—Mi coche está cruzando la calle, vamos.
En casa, me despedí del chico y entré. Todo estaba muy oscuro y me pregunté si Levi ya se había dormido, ya que siempre que llegaba, él estaba esperándome. Dejé mi bolso en el perchero y subí a rastras por la escalera, deseando poder recostarme. Recordé que me había enviado un mensaje anunciándome que cenaríamos juntos, cambié de rumbo y me dirigí a su habitación. Me dolían los pies y la alfombra ayudaba bastante, pero al instante que abrí la puerta de la recámara de Levi y encendí la luz, palidecí. Él no estaba, la estancia estaba vacía.
Bajé corriendo por mi celular y le llamé sin pensarlo dos veces. La típica canción de llamada de mi hermano sonó en la sala y crucé el pasillo alterada. Mi corazón dejó de latir erráticamente en el segundo que lo vi. Levi estaba profundamente dormido en el sofá, con el teléfono en el pecho y unas cajitas envueltas en bolsas de plástico. Hamburguesas. Sonreí y dejé mi celular en la mesa del centro para acercarme a acariciarle el cabello a mi pequeño hermano. Le quité el teléfono de encima y guardé las hamburguesas para desayunarse al otro día. Subí por una sábana para taparlo en lo que yo me ponía el pijama para acompañarlo en la sala. Mientras me cambiaba de ropa, nuevamente el temor de la propuesta de Keith Richards inundó mi mente. Cerré los ojos y respiré hondo varias veces. Si aceptar su condición implicaba que le daría la vida que Levi se merecía, lo haría. Esa noche dormí en el otro sofá, o bueno, intenté dormir. En la mañana, mis ojeras asustaron a mi reflejo y a mi hermano. Si de por sí tenía ojeras, esta noche fue la cereza del pastel de mi horrible aspecto. Desayunamos en silencio las hamburguesas, y él estuvo disculpándose por haberse quedado dormido, pero por supuesto, no tenía la culpa.
—Mañana pediré el día en la pizzería para ir de compras, ¿te parece?
—¿Hablas en serio? —preguntó con emoción infantil.
—Sí. Así que a eso de las seis de la tarde saldremos o cuando salga del bufete—dije.
Más tarde, antes de subir a mi taxi, Levi salió a despedirse de mí con algo en sus manos.
—Póntelo antes de llegar a tu trabajo—pidió con una sonrisa. Fruncí el ceño al aceptar la pequeña bolsita azul de regalo.
—¿Qué es?
—Es algo que te hará lucir más hermosa. ¡Nos vemos en la noche!
—Eh, gracias—miré la bolsita y después a él—mucho éxito en la academia.
Abordé el vehículo y vi el interior de la bolsita con interés. Era una nueva pañoleta color dorada con mis iniciales a los bordes, muy hermosa y al fondo, había unos pendientes del mismo color en forma de gota. Dios. De seguro eran carísimos. Me debatí en usarlo o mantenerlo dentro de la bolsa para luego confrontarlo y exigirle saber cuánto había gastado en aquello, ya que el dinero era fundamental para los dos. Pero después me imaginé la expresión de su rostro al escucharme regañarlo y se me encogió el corazón. Suspiré y me quité la pañoleta de siempre y la sustituí por la nueva. Me puse los pendientes y mordí el interior de mis mejillas. Ya tendría tiempo de lamentarme después. Y para que se notara más mi pañoleta dorada y los pendientes, me amarré el cabello en una cebolla, mirándome un poco diferente. Retoqué el labial antes de bajar. Pensé que mi día iba a ser estupendo, pero fue un error haber pensado de esa manera, pues cuando me disponía a entrar a la recepción, una persona salió corriendo en dirección opuesta a la mía y pasó empujándome fríamente con tal fuerza que acabé sentada sobre mi trasero a mitad de la acera.
—Lo siento—se disculpó de manera rápida, y extendió su mano hacia a mí sin mirarme. Se la estreché con furia y tiró de mí para levantarme—ten más cuidado.
Si les está gustando, no olviden dejarme comentarios y corazones <3 nwn se los agradecería mucho.
Me quedé petrificada al observarle el rostro. Se parecía un poco al antiguo junior irritante del día anterior, pero más guapo y más impecable. Su cabello azabache estaba algo desordenado y su perfecto traje sastre color azul rey le quedaba ajustadamente a la medida. Parpadeé como una idiota al notar la frialdad y desasosiego en su mirada aceitunada que miraba a todas partes, menos a mí. Y hubo un error. Aparte del junior estúpido de ayer, este tenía peor la mirada, una que causaba terror. Era oscura, a pesar de que el color de sus ojos era de un tono verde aceituna. Pero al menos tenía modales. Cuando reaccioné, él ya se había marchado en su Camaro color escarlata a toda velocidad. Frunciendo el ceño, recogí mi bolso y entré despotricando mentalmente a mi escritorio. El día fue bastante tranquilo, sin mencionar mi caída estúpida con ese hombre misterioso. Pasé la mayor parte del tiempo mirando el celular, hallando la manera de distraerme y no pensar en esas preguntas. ¿Cómo podrí
Bien, si con anterioridad había pensado que Keith Richards había perdido la cordura por completo, me equivoqué. Fue justamente en ese momento en el que me di cuenta de que él padecía de sus facultades mentales. ¿Alquilar mi vientre? ¡Estaba realmente enloquecido! Lo miré con incredulidad y me animé a reír, como quién no quiere la cosa, haciendo lo posible para descifrar si era una mala broma y que en algún segundo él se echaría a reír conmigo, pero no fue así. Keith se mantuvo inexpresivo, observándome. —Por favor, dime que no hablas en serio—dije, después de mi arranque de nervios. —Lo es, Tessa. —¿En qué estás pensando? —me alteré—no voy a rentar mi cuerpo para darle un hijo a alguien que no conozco. Jamás he estado embarazada y te consta. —¿Ni siquiera por dinero? Levi y tú lo necesitan muchísimo. —Si lo que querías es que vendiera mi cuerpo, me lo hubieras dicho—sisé—y lo habría hecho a mi manera, no con esta estupidez. —No vas a tener sexo con la persona que solicita
—Estoy aquí—anuncié, colocando mi bolso sobre una mesa parecida a un escritorio y a continuación, me senté en un taburete.—¿Quieres algo de beber? —Keith apareció de una de las puertas con una sonrisa en los labios. Fruncí el ceño al inspeccionar su aspecto. Sin lugar a dudas, estaba retomando su antiguo aspecto: delgado y apuesto. —Agua estaría bien—contesté y alcé las cejas—vaya, ¿te estás ejercitando o haciendo dieta?—Ambas cosas. Es un lío retomar mi cuerpo de siempre, pero lo estoy logrando—se jactó de mi elogio y se metió nuevamente por la puerta en busca de mi bebida. En lo que volvía, dediqué el tiempo a fisgonear los nuevos adornos que alegraban ese antiguo despacho. Antes, era todo sencillo, pero elegante. Ahora, había cuadros de pinturas de flores o de campos con llanuras verdes, cascadas y demás. Como si de despacho hubiera cambiado a un centro de rehabilitación para personas con neurosis. Regresó casi al instante y se sentó en la silla opuesta a la mía, poniendo la b
Cerré la laptop, fatigada mentalmente. Ordené dentro de dos carpetas cada una de las cartas de renuncia y alisté mi ropa para el día siguiente. Me entristecía abandonar mis dos empleos, pero acababa de aceptar una oferta perfecta para darle una mejor vida a Levi; y no iba a desperdiciarla. A las siete y media de la mañana del otro día, yacía abordando el taxi de siempre para ir al despacho. Le había dejado como era de costumbre, el desayuno a mi hermano, y podía irme tranquilamente a renunciar. Llegué a mi destino con la frente en alto. Me arreglé la blusa y la falda nueva que Levi me compró y aferré mi bolso al hombro con la carpeta. Cuando puse un pie dentro, un escalofrío me recorrió el cuerpo; pero no porque estaba a punto de mandar al demonio a todos los que trabajaban ahí, sino porque me crucé frente a frente con el maldito y arrogante junior irritante. Él esperaba, como parecía ser su personalidad, ansioso y molesto a que alguien se dignara a abrirle la puerta corrediza. Co
—Toma, quédate con el cambio, muchas gracias—me dijo la chica, dejándome más de cien dólares extra. La observé salir a confrontarlo y luego regresé a la cocina, quedándome con su obsequio. La verdad es que ese chico, casi hombre, porque era muy joven, quizá unos años mayor que yo, se me hizo conocido; como si lo hubiese visto en alguna parte; pero lo peor era que sentía que tenía un leve parecido a William Flynn, el irritante junior. Sacudí esa idea de mi mente y terminé el trabajo a las seis de la tarde. En casa, Levi me recibió con una cena hecha por él y pastel de chocolate, mi favorito, festejando que por fin había mandado al diablo mis trabajos. Aunque hubiera preferido que fuese por haber conseguido uno mejor, pero no objeté nada. Cenamos y festejamos alegremente con Dominic. A su amigo le regalé los cupones que recibí en la pizzería con un buen descuento por su gratitud hacia mi hermano y se le iluminó el rostro. —Ya tenemos comida a mitad de precio por dos meses—cantur
Me quedé un enorme rato estupefacta, viendo la puerta por donde mi futuro patrocinador de dinero se había marchado y me obligué a reaccionar cuando los gritos de una mujer me sobresaltaron de repente. Volví el rostro hacia un costado y divisé a una señora de entrada en los cincuenta años, con el rostro desagradable, gritándole al pobre chico, es decir, al dependiente de la farmacia con desprecio.—Te atreviste a venderle anticonceptivos sin una receta médica, ¿acaso estás loco? ¡El protocolo dice que sin receta no se le surte! —vociferó y el chico se encogió detrás de la caja registradora. Él debía tener alrededor de diecinueve años cuanto mucho y se le notaba a simple vista su inexperiencia. Impasible, tuve que salir de la farmacia sintiéndome mal por el pobre chico, ¿Qué culpa tenía, si de seguro nadie se lo explicó antes? Pero la verdad es que, si yo hubiera estado en su lugar y Barnaby Flynn me gritase de esa manera, me habría desmayado o bien, si hubiera tenido suerte, me habrí
Me hubiera gustado seguir despotricando a mi antojo, pero ese susurro de perdón me obligó a cerrar la boca y quedarme inmóvil.—Perdóname, Tessa. Es que has cuidado de mí desde que nací y verte en apuros hace que mi instinto de hermano sobrepase los límites. Ahora más que nada entiendo cuando te preocupas mucho por todo lo que puede pasarme si no tengo precaución en mis acciones, así que lo siento, ¿de acuerdo? Debí sentarme contigo para que recuperes las fuerzas para continuar. Sé que es importante para ti recuperar tú antiguo yo, y quiero que sepas que te apoyo totalmente—hizo una pausa para recuperar el aliento—ese trabajo debe ser fantástico porque te veo emocionada. Amo verte así. Desde hace tiempo no te miraba de esa manera y quiero hacer lo posible por mantener esa bella sonrisa en tu rostro por siempre.Abrumada por las lágrimas y mi sentimentalismo, salté de la cama y corrí a abrirle la puerta. Le eché los brazos al cuello a mi pequeño hermano y nos abrazamos fuerte.—Te amo
—Barnaby—contestó Keith con serenidad. Me tensé—no del todo, Tessa. Él es muy humilde y piensa en los demás, aunque no lo aparente. Tiene el carácter fuerte porque sus padres se hicieron cargo de eso, pero te aseguro que es un buen muchacho, lo contrario a su primo. William es el demonio encarnado.Pretendí estar lo más tranquila posible tras escuchar esa información. En primer lugar, no iba a tener contacto con ninguno de los dos, y en segundo, una vez teniendo a su hijo, cogería mis maletas y huiría lejos. Todo estaba perfectamente planeado.—Tessa.Lo miré con incertidumbre. Acabábamos de llegar a una clínica particular, especialmente para personas con gran estatus económico.—Solo tienes que darle un hijo, nada más—me dijo Keith antes de salir del coche.—Sí, solo un hijo, nada más—repetí, con repugnancia.A continuación, dentro de la clínica, noté que estaba algo desértica. Había una que otra persona adinerada hablando por teléfono o esperando en las impecables sillas acojinadas