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Capítulo 2. ¿Qué es esto?

Tuve que releer varias veces esa nota antes de hallar la llave a su despacho. ¿Qué quería Keith Richards de nosotros, si nos había abandonado de la manera más cruel? Metí nuevamente la llave en el pequeño sobre y corrí a mi habitación para guardar el sobre grande con la notificación dentro de uno de los cajones de mi buró.

Ese era el único lugar seguro de toda la casa y el sitio menos pensado para Levi buscar. Me senté al borde de la cama y me mordí el labio, indecisa. ¿Acaso era una broma? Agarré mi celular y marqué a su número con incertidumbre. Más le valía a Keith Richards ayudarme. A los tres intentos, contestó.

—Despacho de Keith Richards, ¿quién habla?

Elevé los ojos al techo y reuniendo el valor suficiente para contener mis palabras, repliqué.

—Tessa Morgan. Acabo de leer tu recado.

—¡Hola, Tessa, querida! Pensé que no llamarías pronto.

—Interceptar correos ajenos es un delito.

—Lo es, pero si se trata de algo de vida o muerte, es justificable.

—Mejor dime de qué va todo esto. Nos abandonaste hace un año luego de que mis padres fallecieran, así que no me vengas con rodeos y dime lo que estás planeando —musité.

—Escucha, Tessa, lamento haberme marchado en ese entonces, yo no sabía que hacer al respecto. Perdí gran parte de mi patrimonio cuando tus padres fueron acusados de fraude, así que decidí alejarme por un tiempo del país y de todos, pero ahora que he vuelto, me enteré que todavía sigues cargando con esa deuda y quiero ayudarte.

—¿Pensaste que me zafaría de eso tan fácilmente? —Reí secamente y lo oí suspirar del otro lado de la línea—. Mis padres aparte de heredarnos deudas, nos dejaron sin nada, literal. Desde hace un año no descanso como se debe porque tengo dos trabajos y, además, también tengo a Levi. Mi hermano tiene que ir a la universidad, independientemente de esa enorme cantidad de dinero que tenga que pagar.

—Lo sé, pequeña, lo sé, es por eso que me arrepiento de haberlos dejado a su suerte. —Sonó sincero y me obligué a calmarme.

—¿Y qué planeas? Sé que no vas a pagar la deuda por nosotros —aguijoneé.

—Planeo ayudarte a conseguir el dinero para pagar los intereses y ponerte al corriente sin que tengas que seguir siendo notificada sobre el embargo de tu casa.

—Ningún trabajo puede darme lo suficiente, Keith. Ya he probado de todo y si consigo uno más, moriré. —Me rasqué una ceja, evaluando la posibilidad de animarme a tener un tercer empleo y sacrificar por completo los fines de semana con Levi y mi estado de salud; ya que llevaba alrededor de seis meses perdiendo cabello por tanto estrés y también muchos kilos, y sabía que, si perdía un par de kilos más, yo estaría entrando a una etapa alarmante de delgadez y anemia. Me encogí ante ese pensamiento.

—Por el momento, logré conseguir el dinero suficiente para liquidar los intereses y algunos meses por adelantado —le oí decir y parpadeé—, solo es cuestión que aceptes mis condiciones.

—¿De qué hablas? —Tragué saliva, pensando en algo promiscuo. Enseguida sacudí la cabeza y recordé a Keith Richards. Él tenía casi la edad de mi padre y me miraba como una hija o sobrina, y estaba segura que, aunque fuese un idiota, no sería capaz de proponerme algo indebido.

—Escucha, enviaré los fondos a tu cuenta bancaria y lo vas a depositar directamente al banco para quedar libre de todo ese problema…

—Keith, pero…

—…y mañana ven a verme a mi despacho a eso de las tres de la tarde para comer y hablar al respecto, ¿te parece bien?

—Lo haré, pero dime de qué se trata —balbuceé.

—Tranquilízate, Tessa, no te precipites, jamás haría algo que te dañara, y lo sabes.

—Es extraño, Keith, ¿de dónde sacaste ese dinero? Es muchísimo.

—Te lo explicaré mañana, pero quiero asegurarme de que aceptarás las condiciones sin hacer ninguna protesta. Es por el bien de todos, en especial de Levi, ¿acaso no quieres darle un buen futuro?

—¡Sí! Por Levi, lo que sea.

—Perfecto, entonces te veo mañana a las tres en mi despacho. Pero quiero que esto quede entre nosotros, ¿está bien? Cuando llegue el momento, ambos se lo contaremos a Levi, mientras no.

—¿Por qué? Es mi hermano y tiene derecho a saberlo.

—Lo entiendo, pero se opondrá sin miramientos, conozco bien a Levi. Así que, si quieres ayudarlo, no abras la boca hasta que sea necesario.

Asentí, a sabiendas que no me miraba y me limité a susurrar un ligero “sí” antes de que él colgara, dejándome en ascuas. Un largo rato me quedé mirando a la nada, con la mente al cien, pensando en todo lo que me había dicho ese idiota. ¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué de repente quería ayudarnos? ¿Y por qué tenía que mantener en secreto su ayuda? Y para cerciorarme de que estuviera diciendo la verdad, chequé mi cuenta bancaria y entorné los ojos. Me acerqué demasiado a la pantalla del celular sin poder creerlo. Mi cuenta tenía muchos ceros. Pasé la lengua sobre mi labio inferior y comencé a hacer la transacción hacia el Banco Empresarial de Boston, dándoles su merecido.

 Cuando terminé, una inmensa paz me inundó, pero fue sustituida fácilmente con el temor. Esa millonada de dinero no había sido gratis y mucho menos un milagro. Keith Richards me había ayudado a salir de ese agujero, pero quería algo a cambio, y según él, no era nada dañino, pero tenía que ser un secreto. No obstante, para tranquilizarme, retomé la tarea de doblar la ropa en el área de lavado en lo que se me ocurría qué preparar para la cena. Preparé salteado de vegetales con un poco de carne de res, el platillo favorito de Levi y subí a ducharme. A los diez minutos, escuché la puerta y la voz de mi hermano subiendo la escalera.

—Huele delicioso, me daré una ducha antes —anunció en voz alta para que yo lo escuchara desde mi habitación.

—¡De acuerdo! —repliqué.

Al cabo de quince minutos exactamente, yacíamos en el comedor, cenando animadamente. Lo que me gustaba hacer a la hora de cenar era escuchar a Levi hablar de lo que le gustaba porque sus ojos brillaban de alegría y emoción, y para mí eso era más que suficiente para darme ánimos por varios días.

—… y Dominic me pagó 300 dólares por las pinturas.

—¿Qué? —Volví a dejar el tenedor sobre el plato—. ¿Por las tres pinturas solamente te dio 300 dólares? ¡Es muy poco para tu talento! —sisé.

—No, no —añadió, riéndose—, por cada una.

Y dicho eso, sacó un enorme fajo de billetes sobre la mesa. Casi mil dólares. Alcé las cejas, vislumbrando el dinero en medio de nuestra cena.

—Estaba pensando en guardar 500 dólares y usar los 400 restantes en ir de compras —le oí decir cuando guardó nuevamente el dinero.

—¿Ir de compras? —Tragué un vegetal y lo miré con el ceño fruncido.

—Sí, ambos necesitamos ropa nueva, Tessa. Y si se te ocurre decir que no, juro por Dios que te llevo arrastrando a la tienda —gruñó. Él estaba decidido y como había ganado ese dinero de manera extra, no pude negarme. Levi tenía razón. Tenía un año que no teníamos ropa nueva y la que teníamos ya estaban poniéndose muy raídas y de muy mal gusto.

—Está bien, pero no ropa carísima ni de marca. Ropa normal —sentencié—, si no, no hay trato.

—Lo sé, lo sé. ¿Te parece que vayamos mañana, a la hora de la comida? A esa hora estás libre antes de ir a tu otro empleo —propuso. Enseguida recordé la cita con Keith y me revolví incómoda en el asiento.

—No puedo, Levi. Lo siento —me disculpé—, pero el martes estaré libre a esa hora.

—¿Por qué no puedes? Yo no puedo el martes porque voy a la academia. —Juntó las cejas de manera acusadora. No quise mirarlo a los ojos, por lo que me centré en la cena—. Tessa, contéstame.

—Trabajo como recepcionista, ¿recuerdas? Mi jefe me pidió trabajar horas extras —repliqué, tratando que la mentira no fuera muy obvia—, además me pagará por ese tiempo. Por eso es que no puedo ir de compras mañana, pero el martes sí, lo prometo, o bueno, el miércoles. 

Me animé a mirarlo, pero me desconcerté al ver su expresión. Odiaba esa expresión que ponía cada que sabía que yo mentía para no hacerlo sentir mal. Pero para que creyera más mis palabras, me encogí de hombros y adopté mi máscara de piedra, que le era difícil de descifrar. Pero sus ojos oscuros, los cuales estaban estrechados, parecían un par de rendijas negras adheridas a su rostro.

—No me mires de esa manera, Levi —le reproché y me di a la tarea de picar con el tenedor un vegetal.

—No estarás pensando en conseguir un tercer empleo, ¿o sí? —siseó.

—¡En lo absoluto! Ya te dije que trabajaré horas extras —insistí.

—Bien, entonces pasaré por ti en cuanto salgas.

—No, no puedes —dije precipitadamente y me detesté por ello. Levi hizo una mueca y frunció el ceño, irritado.

—Si estás diciendo la verdad, ¿qué tiene de malo que vaya a recogerte? —Volvió a presionarme, me vi obligada a decirle la verdad, o al menos, parte de la verdad.

—De acuerdo —mascullé exasperada, lanzando los cubiertos al plato—, Keith Richards me citó a su despacho, ¿estás contento?

—¿Ese miserable? —apretó las mandíbulas. Y yo asentí—. ¿Qué quiere de ti, de nosotros, Tessa?

—No tengo idea. —Me encogí de hombros, desviando la mirada—. Por eso iré, de todos modos, lo mandaré al infierno, así que no te preocupes.

—Quiero ir.

—No.

—¿Por qué no? —protestó, sacando el labio inferior. Ese era el gesto de pucheros con lo que lograba salirse con la suya.

—Ya te dije la verdad, ahora debes estar satisfecho. Cuando vuelva, te contaré todo —prometí, aunque era mentira.

Levi nunca se enteraría de nada, sea cual fuere la condición de Keith. Terminamos de cenar y entre los dos lavamos los platos. Él lavaba y yo secaba. Como apenas eran las nueve de la noche, encendimos el televisor para distraernos.

El día sí que había sido complicado, o al menos en parte. Sentada en el sofá, junto a mi hermano menor, disfrutando de un mal programa, pero divertido y entretenido, era lo que me fascinaba. El dinero o los lujos habían pasado a segundo término. Levi era lo más importante que tenía en la vida y por él, yo estaba dispuesta a todo. 

A las ocho de la mañana del día siguiente, me alisté para el trabajo, desayuné rápidamente, dejándole el desayuno listo a Levi antes de marcharme y me miré por varios minutos al espejo.

No me gustaba el uniforme de recepcionista, que consistía en una falda recta muy corta, por encima de las rodillas, en la que resaltaba mis caderas anchas y provocaba ser víctima de miradas acosadoras de los hombres por las calles, ni de los tacones de plataforma negros o la estúpida camisa de escote pronunciado al frente que yo lograba disimular con una pañoleta negra atada al cuello.

Las reglas de ese trabajo eran ser impecable y agradar las miradas de los clientes del Bufete de abogados que solicitaban de sus servicios, y obviamente, yo trabajaba para el despacho enemigo de Keith Richards desde hacía seis meses. Verifiqué una vez más mi maquillaje en el espejo, cogí mi bolsa y salí a la calle, donde mi taxi diario me esperaba, a petición de mi jefe, un señor adorable de edad avanzada, al que milagrosamente le caí muy bien, según él, por el parecido a su nieta que había fallecido tres años atrás.

De ocho de la mañana a dos de la tarde era mi horario de trabajo y de cinco de la tarde a once de la noche trabajaba en una pizzería, atendiendo las llamadas de pedidos.

—Buenos días, ¿tiene una cita con el licenciado Peter Carrick? —saludé y pregunté amablemente a un joven muy apuesto de cabello castaño y espectaculares ojos grises que parecían haber sido labrados del hielo. Y, a juzgar por su vestir elegante y pulcro, llegué a la conclusión que era algún tipo de ejecutivo millonario.

—No necesito tener una cita para verlo, él es un amigo de la familia —me contestó agresivamente y ni si quiera me miró. Cuadró los hombros y se abrochó el botón faltante de su traje de sastre color gris humo que le ceñía el cuerpo ancho y musculoso. A regañadientes, parpadeé, saliendo del ensimismamiento.

—No puede pasar a verlo sin una cita —repliqué. Yo era la encargada de permitir el acceso a las personas al bufete con solo presionar un botón y hacer deslizar las puertas.

—Solo presiona el maldito botón para abrir la puerta. —Se volvió hacia a mí, mirándome de arriba abajo con descaro y retuve el aliento ante su mirada hostil y colérica. Jamás había visto unos ojos grises tan furiosos, y estaba segura que nunca vería otra mirada peor que la suya.

—Sigo órdenes, lo lamento —me rehusé a cumplir su capricho con la frente en alto.

—Bien, de acuerdo, llamaré al jefe del bufete y haré que te corran a patadas —amenazó, sacando su celular del interior de su saco. Tragué saliva. Sin embargo, vislumbré al licenciado Peter Carrick acercarse a la puerta de cristal y presioné el botón de inmediato. El joven malhumorado guardó nuevamente su móvil con un gesto burlón y me dedicó una mirada fulminante antes de entrar.

—Gracias, Tessa, y discúlpame por este mal entendido. Se me olvidó decirte que hoy vendría William Flynn a verme —se disculpó—, haces un buen trabajo.

Asentí, sintiéndome orgullosa y sonreí. Mantuve mi sonrisa hasta que el estúpido y arrogante riquillo desapareció junto con el licenciado Carrick. Continué saludando y despidiendo clientes con normalidad.

A eso del mediodía, me senté a beber un poco de agua al ver que todo estaba tranquilo, pero esa tranquilidad se fue por la borda cuando percibí movimiento del otro lado de la puerta. Era el junior canalla que ya se marchaba, gracias a Dios. Presioné el botón y lo dejé salir.

Lo observé detenidamente hasta que puso un pie en la acera, y en todo el transcurso de su caminar, jamás volteó a verme ni una sola vez. Encogiéndome de hombros, le di un sorbo más a mi botella con agua y retomé mi trabajo. A las dos en punto, cambié mis zapatillas por unos zapatos cerrados de piso para mayor comodidad.

Paré un taxi y me dirigí al despacho de Keith Richards. En el camino, verifiqué mis mensajes y llamadas, todas de Levi, dándome las gracias por el desayuno y avisándome que iría con Dominic a su casa; y que después iría a trabajar, y cuando yo llegase a casa, cenaríamos.

A él le gustaba cenar a las once de la noche conmigo a pesar de que era muy tarde y por eso lo amaba demasiado. Llegué a mi destino a las 2:20 de la tarde.

Aún quedaban cuarenta minutos antes de nuestro encuentro, así que entré a una biblioteca pequeña pasando la calle, justo enfrente del despacho de Keith. Me senté en una mesa aislada de los demás, había encontrado un libro de Derecho, donde leí minuciosamente mis derechos, por si en caso tenía que decírselos a Keith Richards a la cara en el momento de escucharlo hablar de sus condiciones.

Confiaba en él, más no en su proposición. Poco después, le mandé un mensaje a su celular, avisándole que ya estaba ahí, a lo que me respondió con un simple “entra”. Rodé los ojos, entregué el libro y crucé la calle. Saqué la llave que me había dado y entré a hurtadillas a su despacho, el cual estaba desértico.

—Hola, Tessa, tanto tiempo. —Él apareció detrás de un estante de libros. Pestañé al verlo. No había rastro del Keith Richards que yo conocía. Había subido considerablemente de peso, la barba abundante no le favorecía en lo absoluto y mucho menos la cola de caballo. Sus ojos azules no tenían brillo a pesar de que sonreía. Hasta eso, su cabello rubio cenizo tenía bastantes canas.

—Este lugar está abandonado. —Observé y arrugué la nariz al percibir el polvo y suciedad flotando en el aire.

—Tuve que dejarlo por los motivos que ya te he dicho —dijo y se rascó la barba—, vamos a comer, yo invito. Es necesario que hablemos pronto de las condiciones.

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