~ 2 ~

*—Diego:

Quería divertirse a lo grande este verano, encontrar un amor en dicha estación y luego de disfrutar de este, volver a su aburrida vida, pero no, tenía que leer un libro de macroeconomía que a su padre le interesaba que lo leyera para que aprendiera sobre la misma. Debería estar viviendo su vida, pero allí estaba pasando el verano, leyendo como si fuera un maldito mocoso que no había hecho sus malditos deberes.

Diego suspiró cansado y le echó una mirada a su teléfono, ninguno de sus amigos le había escrito. Diego volvió a soltar un suspiro y dejó el libro a un lado.

Sus amigos parecían ocupados. Sabía que Josh y Rosé estaban teniendo el momento de su vida con sus citas, disfrutando de lo hermoso que era el amor, mientras que Leo estaba comprometido con Noelle a lo grande, tan grande que hasta había salido en el periódico local. No había visto a Leo desde hace semanas e incluso Nick estaba por su lado.

Ya no era lo mismo que hace unos meses, el compromiso de Leo lo había cambiado todo.

Debería sentirse feliz porque sabía que la familia de Noelle era pudiente y el compromiso de estos ayudará a crecer el pueblo, no que fuera uno atrasado, sin embargo, había cosas que estaban muy pasadas de moda, pero en lo referente a su amigo de infancia, conociendo como era Leo, sabía lo que tenía que estar sufriendo y esto lo ponía muy triste, ya que no sabía que podía hacer para ayudarlo.

Diego bufó molesto y decidió tomarse un respiro. No iba a seguir estudiando aquel aburrido libro cuando su mente no estaba cooperando. Debería dar una vuelta por el pueblo, era verano y el aire estaba cálido, pero fresco y eso le ayudaría a aligerar su mente.

Bajó al primer piso y vio a su madre en la sala, parecía estar tejiendo algo y se veía muy concentrada en ello. Diego salió de puntillas para escaparse y cuando salió de la casa, suspiró aliviado. Debería escaparse de casa y darles la espalda a todos, quizás eso le daría que beber a sus padres y hermanos. Era injusto que él estuviera perdiendo sus mejores años estudiando como loco por un sueño que no era suyo.

Tomó su vehículo y condujo hacia el pueblo con los cristales abajo, disfrutando de la cálida brisa y de los olores del verano. Debería escaparse ahora y conducir hacia Green Coast. Las ganas de darse un chapuzón en la playa lo llamaban, pero debía de mantenerse tranquilo si quería pedir el permiso para ir al viaje que planeaban en la casa vacacional de los Summers, así que desistió de la idea.

Mientras conducía por el pueblo, vio algunas caras conocidas de personas que estudiaban con él en la universidad. Se veían tan tranquilos, como si no tuvieran responsabilidades, y le dio mucha envidia. Era un envidioso, pero en verdad odiaba mucho su vida y cómo esta se había movido desde que cumplió los 18 hace cuatro años. En dos años terminaría la universidad y entraría de lleno en el negocio de su padre como el dirigente de la fábrica de maderas decorativas, y en donde también hacían muebles, estantes y otros tipos de acondicionamientos para lugares.

El olor a madera ya le daba náuseas, quizás era la repulsión que sentía hacia el negocio familiar, pero era así y solo deseaba que ocurriera un milagro, que uno de sus hermanos cogiera cabeza y lo liberara de aquella carga, pero sabía que no iba a pasar, así que era mejor que se olvidara de esas cosas y que se centrara en lo que era importante, estudiar y mejorar para que su padre lo dejara respirar un poco.

Pasó por uno de los lugares donde trabajaba Esmeralda y decidió estacionarse. No sabía de la chica y se preocupaba por ella. No que fuera muy cercano a esta, pero sabía lo mucho que Leo estaba enamorado de ella y era alguien cercana al grupo, así que debería ver cómo la estaba pasando.

Era la panadería local del pueblo y podía contar las veces que la pisó. No era muy amante al pan o a los postres, pues cuidaba mucho su figura, pero cuando entró, el olor a pan acarició la nariz y Diego aspiró el rico aroma. Tenía que admitir que olía maravillosamente bien.

Se acercó al alto mostrador, pero se percató de que no era Esmeralda la que estaba detrás, sino una chica bajita con unos hermosos ojos mieles. Diego le sonrió. La había visto varias veces con Esmeralda y Rosé, pero no sabía su nombre.

—Bienvenido, ¿qué te puedo servir? —preguntó la chica con una resplandeciente sonrisa.

Había visto a esta chica en el pueblo, sin embargo, no en la universidad. Sabía que era la compañera de Esmeralda, pues la seguía en las redes sociales y a veces veía a Esmeralda subiendo fotos con su compañera.

—Hola… —saludó Diego y su mirada bajó hacia la etiqueta negra en su uniforme de panadera—… Sienna —dijo su nombre y pensó que él mismo le pegaba, pues algo en ella le hacía honor a su nombre, quizás sus ojos mieles. 

Vio como las mejillas de Sienna se tornaban rosáceas y esta desvió la mirada, viéndose avergonzada.

Diego no pudo evitar sonreír. Sí, era algo que provocaba siempre y Sienna no era diferente. Entendía, no era que se creyera la gran cosa, pero no era ciego ni ignorante sobre su atractivo. Con su metro ochenta, era enorme y corpulento porque le fascinaba ir a ejercitarse tanto fuera como en el gimnasio del pueblo. Tenía un atractivo rostro, siendo sus brillantes y cautivadores ojos cafés los que llamaban más la atención. Su cabello era castaño y algo rizado, el cual últimamente lo llevaba más largo que antes, por lo cual, algunos mechones corrían por todas las direcciones. Sumándole a su gran atractivo estaba su piel algo tostada, heredada de su madre, que descendía de italianos, pero cuando lo decía, no muchos le creían.

—¿A Esmeralda no le tocaba trabajar? —le preguntó Diego tratando de continuar la conversación, ya que Sienna parecía perdida. No tenía idea de los turnos de la chica, pero había esperado verla y, puesto que no estaba aquí, era probable que le escribiera, pero antes de eso, quería confirmar su paradero.

—Ah, sí, le toca, solo que he decidido cubrir su turno, pues… —Sienna hizo una mueca—. Ya sabes —le dijo y las cejas de Diego se arquearon, pero luego comprendió. Esmeralda debía de estar llorando y triste por el compromiso anunciado de su gran amado.

—Comprendo —solo dijo Diego.

—Ya que eres su amigo, ¿esto es serio? —escuchó que Sienna preguntaba acercándose más hacia él por encima del mostrador, incluso vio que se puso de puntillas—. Me cuesta creer que ese gran chico del cual Esmeralda me hablaba le hiciera tal cosa, ¿sabes?

Diego frunció el ceño.

—Esto es serio —confirmó Diego, pues, ¿quién publicaría una noticia en el periódico local para no ser cierto? ¡Hablaban del hijo del alcalde! Sin embargo, Sienna le preguntaba por cómo era cercano a Leo y quizás solo esto podría ser una pantalla de humo como a veces pasaba. No obstante, esto era muy real.

Vio como Sienna se alejaba y ahora se veía enfadada.

—¡Qué imbécil! —espetó la chica hacia su amigo y las manos de Diego se apretaron.

No sabía lo que había pasado para que Leo decidiera aceptar este compromiso, pues sabía lo mucho que él amaba a Esmeralda, pero conociéndolo, lo hacía para protegerla de su padre y odiaba que la gente hablara de esa forma de él sin conocerlo o sin saber por qué tomó esas decisiones. No obstante, de ningún modo decidió ser grosero con esta chica que no conocía.

—No le llames así, solo su familia y él saben lo que hacen, ¿sí? —le sugirió y vio como Sienna se ruborizaba una vez más, pareciendo avergonzada por su comentario.

—Sí, bueno, tienes razón —murmuró Sienna y volvió a sonreír—. ¿Vas a ordenar algo? —preguntó y la vista de Diego bajó a los alimentos puestos en bandejas dentro de la vitrina en el mostrador.

En su mayoría eran postres como pasteles, galletas y donas, había pan, pero no era amante del pan, así que iba a pasar. Alzó la mirada y le sonrió con cordialidad a Sienna.

—No, solo vine a saber de Esmeralda —le hizo saber—. Es tiempo de que me vaya.

—Ah, comprendo —comentó Sienna asintiendo con la cabeza y Diego decidió que era tiempo de irse, pero Sienna se apresuró a decir—. ¿Puedo pedirte un favor? —pidió y las cejas de Diego se arquearon.

¿Un favor? ¿Un favor viniendo de una chica? No quiso hacer una mueca, pero se olía a que sería algo típico de una chica que había caído bajo su hechizo. 

¿Qué es lo que quería de él? ¿Su número? ¿Salir con él? ¿Dormir con él? 

La vista de Diego paseó por Sienna del otro lado del mostrador. El uniforme le quedaba justo y este no ocultaba para nada sus kilitos de más. Sienna tenía unos grandes senos y amplias caderas, no era para nada su tipo, así que sea lo que sea, amiga o no de Esmeralda, iba a declinar.

—¿Sí? —decidió preguntar para ver con que saltaría Sienna.

—¿Podrías probar estas galletas? —preguntó Sienna señalando hacia un lugar dentro de la vitrina y Diego parpadeó con sorpresa.

¿Saborear unas galletas? 

Vio como Sienna esperaba por su respuesta.

Okay, eso era algo extraño. Nunca le habían pedido tal tipo de favor. Le dio otra mirada a Sienna, quizás estaba saltando en conclusiones, Sienna no se veía como las demás chicas que pululaban a su alrededor. Era un canalla por pensar de esa forma.

—Bueno, yo… —comenzó a decir Diego, pero sin querer hizo una mueca. Estaba dudoso porque no comía postres ni esas cosas.

—No tienen mucha azúcar y son de avena —explicó Sienna como si estuviera leyendo sus pensamientos—. Las hice hoy y no he podido conseguir que alguien me dé su humilde opinión —admitió la chica viéndose algo triste y Diego se sintió mal. Seguramente la ofreció a otros clientes y estos no quisieron ayudarla.

—No soy muy de comer estas cosas, pero puedes darme cinco para llevar —aceptó Diego decidiendo ayudarla.

—¡Gracias! —exclamó Sienna, viéndose muy feliz ahora—. No tienes que pagar por ellas, son gratis —insistió la chica mientras se movía hacia un lado, apresurándose. 

Diego la vio tomar una bolsa de papel con el logo de la panadería y tomar una pinza de cocina para sacar varias galletas de la bandeja, depositándolas ligeramente dentro de la bolsa. Vio cómo depositaba más de las que Diego había pedido, pero como eran gratis, Sienna quería darle las suficientes para que tuviera una humilde opinión de estas.

Cuando terminó, la chica cerró la bolsa colocando luego una pegatina para sellar. Sienna se la pasó con una amplia sonrisa.

—Cómelas con tu novia o con tus amigos o familia, pero por favor, dame tu humilde opinión, ¿sí? —le pidió muy animada.

Diego extendió una mano y tomó la bolsa. No tenía novia, pero no le aclaro, pues no era una información que a esta chica le interesaba. También dudaba de que pudiera comerlas con sus amigos, pues cada quien estaba por su lado y menos con su familia, quien también tenía sus momentos.

—Está bien, las probaré —aceptó Diego devolviéndole la sonrisa.

—¡Gracias! —exclamó muy emocionada, tanto que fue contagiosa, pues le sacó una sonrisa a Diego—. Espero verte por aquí y recibir tu opinión, ¿Okay? —dijo la chica con el mismo entusiasmo de antes.

—De acuerdo —confirmó Diego despidiéndose con la mano y caminando hacia la salida de la panadería.

Caminó por la acera hacia donde había dejado estacionado su vehículo, subiendo poco después en este. Diego dejó la bolsa de la panadería sobre el asiento del copiloto.

No sabía por qué aceptó estas galletas, pues él no era fan de las cosas dulces, pero Sienna se había visto tan feliz y se había sentido tan mal por pensar que era una del montón. No obstante, tenía que admitir que era una chica rara, pero diferente. Era muy transparente y divertida, y entendía por qué se llevaba bien con Esmeralda. Sienna y Rosé tenían esa misma personalidad explosiva y ambas eran diferentes a Esmeralda. Más bien, eran polos opuestos, ¿no era acaso que los polos opuestos se atraen?

Diego sonrió y encendió su vehículo para poner marcha de regreso a casa, pues se había tomado su tiempo y era mejor que terminara de leer ese estúpido libro.

No planeaba ver a esta chica otra vez, pero hubo un cambio de planes en su viaje a Green Coast y más personas se unieron, como Sienna, y durante este sucedieron cosas que le hicieron cambiar de parecer. Podía decir que Sienna era muy interesante y quería saber más de ella.

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