Casandra Jerkyngs miraba el horizonte desde la cima de la colina, su mirada dorada perdida en el atardecer. Su figura esbelta y fuerte se mantenía erguida, como una estatua de poder y determinación. La brisa cálida acariciaba su cabello rubio, dorado como el sol que comenzaba a descender. A simple vista, parecía una líder poderosa, una loba indomable, y eso era cierto... en parte. En su manada, True Blood, Casandra seguía siendo la Beta, al menos de nombre. Pero la realidad era mucho más amarga.Años atrás, la manada había sido próspera, respetada y fuerte. Su padre, Alaric Jerkyngs, había sido un Alpha justo y sabio, un líder querido por todos, y su hermano Aterón, el heredero legítimo, había sido un lobo prometedor, lleno de honor y fortaleza. Casandra siempre había sido su Beta, luchando junto a su hermano, protegiendo su manada con fiereza y amor. Su vida había sido plena, marcada por la promesa de un futuro brillante para su gente.Pero todo eso había cambiado una noche. Una noch
Alec Jerkyngs caminaba con paso firme a través del largo pasillo de piedra que llevaba a su cámara privada. El eco de sus botas resonaba en la penumbra del castillo que había tomado como suyo tras la muerte de su tío y su primo. Las paredes húmedas y el aire cargado parecían reflejar la misma oscuridad que lo consumía. Sus labios esbozaban una sonrisa cruel mientras sus dedos se cerraban en un puño, anticipando la satisfacción que pronto sentiría.Desde que se había proclamado Alpha de la manada True Blood, había reinado con puño de hierro, instaurando una atmósfera de miedo y sumisión. Sin embargo, había un problema que le carcomía desde el inicio: Casandra. Esa maldita loba indomable, fuerte y desafiante, que seguía siendo un obstáculo constante. Había intentado quebrarla durante años, pero cada intento había sido en vano. Casandra no era como los demás. Su fuerza, tanto física como mental, la hacía peligrosa. Pero más allá de eso, había algo en ella que despertaba en Alec una neces
La luz del amanecer apenas comenzaba a asomar por el horizonte cuando Alec reunió a sus secuaces en el gran salón del castillo. El aire estaba cargado de expectación, un frío silencio que pronto sería roto por la violencia. Los hombres se movían inquietos, sus miradas brillaban con anticipación, conscientes de lo que estaba por suceder. Alec había estado planeando este momento durante semanas, tejiendo su red de manipulación y mentiras para asegurarse de que Casandra no tuviera salida. Hoy sería el día en que la dominaría por completo. Alec, con su postura imponente y su aura oscura, caminaba con paso firme hacia el centro del salón, su mirada fija en el trono que había usurpado. Cada paso resonaba en el eco de las paredes de piedra, recordándole que todo estaba bajo su control, incluido el destino de Casandra. Desde el asesinato de su tío y su primo, Alec había reinado como Alpha indiscutido, utilizando el miedo y la violencia para mantener a la manada sometida. Pero Casandra había
La fría mano de Alec seguía recorriendo la piel de Casandra, sus dedos grabando el dominio que anhelaba ejercer sobre ella. La tenía sujeta con fuerza, su cuerpo atrapado bajo el peso de sus secuaces y de su propia figura. La multitud alrededor miraba con morbo, deleitándose en la perversidad del acto. Los ojos dorados de Casandra destellaban de furia y miedo, su pecho subía y bajaba rápidamente mientras luchaba por controlar su respiración. Las heridas que había acumulado la dejaban débil, pero su espíritu indomable seguía luchando.Alec sonrió con malicia, su mirada oscura rebosaba de triunfo. Sabía que el momento de marcarla como suya estaba cerca. Inclinó su rostro hacia el de ella, su aliento caliente contra su cuello mientras sus colmillos comenzaban a sobresalir, listos para hacer la marca definitiva que la uniría a él de manera irremediable.—Este es el final, Casandra —susurró con una voz ronca, su lengua rozando la piel sensible de su cuello—. Pronto serás mía, y no habrá es
La oscuridad la había abrazado por completo. Casandra flotaba en ese vacío interminable, sintiendo el peso del agotamiento, el dolor físico que aún latía en sus heridas y el eco de la voz masculina que había escuchado antes de sucumbir. Sin embargo, algo comenzó a cambiar en su entorno. Un brillo suave, plateado y cálido se abrió paso en el abismo, expandiéndose lentamente a su alrededor. Era como si una luz celestial iluminara un lugar más allá de los sueños, una luz que ofrecía consuelo y sanación. De repente, Casandra sintió cómo el peso de su cuerpo desaparecía. Ya no había dolor, ni miedo. Estaba flotando, ingrávida, en lo que parecía ser un mundo completamente nuevo. Poco a poco, sus pies tocaron algo sólido, y cuando abrió los ojos, se encontró de pie en un claro que le resultaba familiar. Estaba nuevamente en el lago de la luna, pero no era como lo había conocido. Este lago brillaba de una manera casi mágica, sus aguas cristalinas reflejaban el cielo estrellado y la luna lle
Casandra estaba sentada junto al lago, sus pies sumergidos en el agua cálida y cristalina, compartiendo un momento de paz en la presencia de la diosa de la luna. El aire a su alrededor era puro, cargado de una energía que parecía provenir de otro mundo. A pesar de la serenidad del momento, su mente comenzaba a girar lentamente hacia su pasado, hacia aquellos momentos en los que descubrió el poder de la sumisión, un poder que la había aterrorizado tanto como intrigado. Un poder que la había separado de los demás. Mientras la luz plateada de la luna brillaba suavemente sobre las aguas, Casandra se dejó llevar por esos recuerdos. En silencio, se permitió regresar a esos momentos de su juventud, cuando descubrió por primera vez que era diferente a los demás, cuando comprendió que poseía algo que los otros no podían ver ni sentir. Y, sobre todo, cuando decidió ocultarlo. Todo comenzó cuando era solo una adolescente, apenas desarrollando sus habilidades como Beta. Era una joven fuerte y d
La calma del lago de la Luna envolvía todo el entorno, creando una atmósfera mística que parecía atemporal. Casandra, con los pies aún sumergidos en el agua templada, observaba el reflejo de la diosa a su lado. La presencia de la deidad la llenaba de una paz que hacía tiempo no sentía, pero las palabras que resonaban en su mente la mantenían alerta. Tenía un poder que no entendía del todo y que había ocultado durante toda su vida, pero la diosa no lo veía como una maldición. Aun así, la inquietud se aferraba a ella. La diosa de la Luna, con su aire sereno y sabiduría infinita, desvió la mirada hacia Casandra, como si estuviera leyendo cada uno de sus pensamientos más profundos. —Has cargado con este poder en silencio durante mucho tiempo, Casandra, —comenzó a decir la diosa—. Pero no debes temerlo. Aunque te hayas sentido aislada por ello, lo que tienes es un don. Y como todo don, solo debe ser usado cuando es necesario. Casandra la miró, sus ojos dorados
El lago de la Luna se mantenía sereno, reflejando un cielo sin estrellas que parecía extenderse hacia el infinito. Casandra seguía sentada junto a la diosa, sintiendo el peso de sus palabras anteriores sobre los siete poderes ancestrales. Sin embargo, una sensación inquietante comenzaba a arraigarse en su pecho. Algo en la mirada de la diosa había cambiado, algo que insinuaba que lo que iba a decir ahora sería incluso más importante, más aterrador. La diosa fijó sus ojos luminosos en Casandra, su expresión imperturbable, pero cargada de un peso inusual. —Casandra, —empezó, su voz baja pero firme—, tu lucha no termina en Alec. Hay algo mucho más oscuro acechando tras él. Casandra frunció el ceño, un nudo formándose en su estómago. Alec ya era una amenaza enorme, con su brutalidad, sus secuaces, y su ansia desmedida de poder. ¿Qué más podía haber? —Alec no está solo en su ambición de dominar tu manada y extender su tiranía. Está aliado con un mal an