La luz del amanecer apenas comenzaba a asomar por el horizonte cuando Alec reunió a sus secuaces en el gran salón del castillo. El aire estaba cargado de expectación, un frío silencio que pronto sería roto por la violencia. Los hombres se movían inquietos, sus miradas brillaban con anticipación, conscientes de lo que estaba por suceder. Alec había estado planeando este momento durante semanas, tejiendo su red de manipulación y mentiras para asegurarse de que Casandra no tuviera salida. Hoy sería el día en que la dominaría por completo.
Alec, con su postura imponente y su aura oscura, caminaba con paso firme hacia el centro del salón, su mirada fija en el trono que había usurpado. Cada paso resonaba en el eco de las paredes de piedra, recordándole que todo estaba bajo su control, incluido el destino de Casandra. Desde el asesinato de su tío y su primo, Alec había reinado como Alpha indiscutido, utilizando el miedo y la violencia para mantener a la manada sometida. Pero Casandra había sido una espina clavada en su costado desde el principio. Su fortaleza, su voluntad indomable, y su rechazo constante a someterse a él lo consumían de ira y deseo. Pero eso cambiaría hoy. Con una sonrisa perversa en el rostro, Alec giró hacia sus secuaces, que lo miraban con una mezcla de admiración y temor.—Hoy —comenzó, su voz resonando con una autoridad gélida—, vamos a poner fin a la resistencia de Casandra. La he esperado durante demasiado tiempo, y esta noche finalmente será mía. No solo la marcaré como mi hembra, sino que lo haré delante de todos ustedes. Quiero que vean cómo la Beta más fuerte de esta manada se quiebra bajo mi poder. Los murmullos entre los hombres aumentaron, ansiosos por presenciar lo que prometía ser una humillación pública. Alec había reunido a su círculo más cercano de secuaces, lobos tan crueles y despiadados como él. Ellos estaban dispuestos a seguirlo en cualquier plan, por retorcido que fuera, siempre y cuando pudieran satisfacer su sed de poder y violencia. Ronan, un lobo fornido y de mirada maliciosa, se adelantó, su rostro iluminado por una sonrisa torcida. —¿Estás seguro de que la controlarás esta vez, Alpha? Casandra ha demostrado ser difícil de domar —dijo, su tono burlón. Aunque le gustaba ver la crueldad de Alec, también disfrutaba de sus fracasos previos con la feroz Beta. Alec lo miró con frialdad, sin dejarse intimidar por la duda en sus palabras. —Esta vez no fallaré —respondió con seguridad—. Ya he debilitado sus defensas, y está más vulnerable que nunca. Casandra está malherida tras su última batalla. No tiene escapatoria. Hoy la tomaré, y cuando termine con ella, sabrá que no es más que una esclava bajo mi dominio. El tono de Alec no dejaba lugar a dudas. Este no era solo un acto de violencia o posesión. Era una declaración de poder, una que resonaría por toda la manada. Sabía que someter a Casandra públicamente sería el golpe final para cualquier atisbo de resistencia en True Blood. Los hombres a su alrededor asintieron, compartiendo la perversión de su líder. El salón se llenó de un ambiente oscuro, cargado de morbo y sed de violencia. ---------------------------------------------------------------------------------------------- Casandra, por su parte, no era ajena a los movimientos de Alec. Aunque no conocía los detalles exactos, había sentido durante días que algo grande estaba por suceder. Estaba agotada, tanto física como mentalmente, tras semanas de lucha continua. Los intentos de Alec por someterla se habían vuelto cada vez más agresivos, y aunque hasta ahora había logrado evadirlo, sabía que sus fuerzas comenzaban a flaquear. Su cuerpo estaba cubierto de heridas de la última batalla en la que había sido forzada a participar, una pelea injusta contra varios secuaces de Alec. Aunque había ganado, lo había hecho a un alto costo. Cada movimiento le causaba dolor, pero su orgullo y fortaleza no le permitían mostrar debilidad. No le daría esa satisfacción a Alec ni a su círculo de lobos. Esa tarde, mientras trataba de recuperarse en su cabaña, sintió un presentimiento oscuro que la perturbó. Algo no estaba bien. Y entonces, lo vio. Alec entró en su refugio, acompañado de varios de sus secuaces. Los ojos de Casandra se encontraron con los de él, y supo de inmediato que estaba en problemas. —Vaya, vaya, Casandra —dijo Alec con una sonrisa malévola—. Parece que finalmente estás en tu punto más débil. Ha llegado el momento de que te pongas en tu lugar. Antes de que pudiera reaccionar, los secuaces de Alec la rodearon. Intentó luchar, pero estaba demasiado débil. La golpearon con fuerza, la redujeron rápidamente, y entre varios la arrastraron fuera de la cabaña, mientras Alec observaba con una satisfacción sádica. —Sabía que hoy sería tu día de rendición —dijo Alec mientras la observaba con ojos llenos de lujuria y poder—. No importa lo fuerte que hayas sido antes. Esta noche serás mía. Los lobos la llevaron al gran salón del castillo, donde Alec ya había preparado el escenario. El salón estaba iluminado por antorchas, creando una atmósfera siniestra. Los secuaces formaron un corro alrededor de Casandra, dejándola en el centro, herida y debilitada. Alec avanzó con lentitud, deleitándose en su vulnerabilidad. —Mírala —dijo Alec, dirigiéndose a sus secuaces—. La orgullosa Beta, la loba indomable. Pero ahora está donde siempre debió estar: a mis pies. Casandra intentó levantarse, pero el dolor en su cuerpo era insoportable. Sabía que Alec planeaba algo terrible, pero no podía permitir que la dominara sin luchar. Respiró con dificultad, su cuerpo temblando mientras intentaba mantener la cabeza en alto. —Eres un cobarde, Alec —escupió, su voz débil pero llena de veneno—. No eres más que un traidor que no pudo ganarse su lugar de manera justa. Necesitas rodearte de tus perros para sentirte poderoso. Alec sonrió con frialdad, sin inmutarse por sus palabras. —Eso es lo que siempre me ha gustado de ti, Casandra —dijo mientras avanzaba hacia ella—. Incluso cuando estás derrotada, sigues mostrando esos colmillos afilados. Pero hoy los perderás. Con una velocidad repentina, Alec se inclinó sobre ella y desgarró su ropa, arrancando su blusa y exponiendo su piel desnuda a la fría atmósfera del salón. Los lobos a su alrededor observaron, sus ojos llenos de una mezcla de deseo y crueldad. Alec, saboreando cada segundo de su control, la sujetó con fuerza por la muñeca, inclinándola hacia él mientras ella luchaba débilmente por liberarse. Casandra intentaba contener el pánico que comenzaba a crecer en su pecho. Su mente corría en mil direcciones, buscando una salida, una forma de escapar, pero su cuerpo apenas respondía. Alec estaba demasiado cerca, su respiración cálida y repulsiva en su cuello, mientras sus secuaces observaban, algunos riendo, otros simplemente esperando el momento en que la resistencia de Casandra se desmoronara. —Hoy —dijo Alec con voz ronca—, te marcaré como mi hembra. Serás mía, y toda la manada lo sabrá. Esta es tu última oportunidad de resistirte. Pero Casandra no respondió. Sabía que las palabras serían inútiles en ese momento. No lo dejaría ganar sin una última lucha. Los dedos de Alec se deslizaron por su piel, marcando cada centímetro de su cuerpo con posesividad.La fría mano de Alec seguía recorriendo la piel de Casandra, sus dedos grabando el dominio que anhelaba ejercer sobre ella. La tenía sujeta con fuerza, su cuerpo atrapado bajo el peso de sus secuaces y de su propia figura. La multitud alrededor miraba con morbo, deleitándose en la perversidad del acto. Los ojos dorados de Casandra destellaban de furia y miedo, su pecho subía y bajaba rápidamente mientras luchaba por controlar su respiración. Las heridas que había acumulado la dejaban débil, pero su espíritu indomable seguía luchando.Alec sonrió con malicia, su mirada oscura rebosaba de triunfo. Sabía que el momento de marcarla como suya estaba cerca. Inclinó su rostro hacia el de ella, su aliento caliente contra su cuello mientras sus colmillos comenzaban a sobresalir, listos para hacer la marca definitiva que la uniría a él de manera irremediable.—Este es el final, Casandra —susurró con una voz ronca, su lengua rozando la piel sensible de su cuello—. Pronto serás mía, y no habrá es
La oscuridad la había abrazado por completo. Casandra flotaba en ese vacío interminable, sintiendo el peso del agotamiento, el dolor físico que aún latía en sus heridas y el eco de la voz masculina que había escuchado antes de sucumbir. Sin embargo, algo comenzó a cambiar en su entorno. Un brillo suave, plateado y cálido se abrió paso en el abismo, expandiéndose lentamente a su alrededor. Era como si una luz celestial iluminara un lugar más allá de los sueños, una luz que ofrecía consuelo y sanación. De repente, Casandra sintió cómo el peso de su cuerpo desaparecía. Ya no había dolor, ni miedo. Estaba flotando, ingrávida, en lo que parecía ser un mundo completamente nuevo. Poco a poco, sus pies tocaron algo sólido, y cuando abrió los ojos, se encontró de pie en un claro que le resultaba familiar. Estaba nuevamente en el lago de la luna, pero no era como lo había conocido. Este lago brillaba de una manera casi mágica, sus aguas cristalinas reflejaban el cielo estrellado y la luna lle
Casandra estaba sentada junto al lago, sus pies sumergidos en el agua cálida y cristalina, compartiendo un momento de paz en la presencia de la diosa de la luna. El aire a su alrededor era puro, cargado de una energía que parecía provenir de otro mundo. A pesar de la serenidad del momento, su mente comenzaba a girar lentamente hacia su pasado, hacia aquellos momentos en los que descubrió el poder de la sumisión, un poder que la había aterrorizado tanto como intrigado. Un poder que la había separado de los demás. Mientras la luz plateada de la luna brillaba suavemente sobre las aguas, Casandra se dejó llevar por esos recuerdos. En silencio, se permitió regresar a esos momentos de su juventud, cuando descubrió por primera vez que era diferente a los demás, cuando comprendió que poseía algo que los otros no podían ver ni sentir. Y, sobre todo, cuando decidió ocultarlo. Todo comenzó cuando era solo una adolescente, apenas desarrollando sus habilidades como Beta. Era una joven fuerte y d
La calma del lago de la Luna envolvía todo el entorno, creando una atmósfera mística que parecía atemporal. Casandra, con los pies aún sumergidos en el agua templada, observaba el reflejo de la diosa a su lado. La presencia de la deidad la llenaba de una paz que hacía tiempo no sentía, pero las palabras que resonaban en su mente la mantenían alerta. Tenía un poder que no entendía del todo y que había ocultado durante toda su vida, pero la diosa no lo veía como una maldición. Aun así, la inquietud se aferraba a ella. La diosa de la Luna, con su aire sereno y sabiduría infinita, desvió la mirada hacia Casandra, como si estuviera leyendo cada uno de sus pensamientos más profundos. —Has cargado con este poder en silencio durante mucho tiempo, Casandra, —comenzó a decir la diosa—. Pero no debes temerlo. Aunque te hayas sentido aislada por ello, lo que tienes es un don. Y como todo don, solo debe ser usado cuando es necesario. Casandra la miró, sus ojos dorados
El lago de la Luna se mantenía sereno, reflejando un cielo sin estrellas que parecía extenderse hacia el infinito. Casandra seguía sentada junto a la diosa, sintiendo el peso de sus palabras anteriores sobre los siete poderes ancestrales. Sin embargo, una sensación inquietante comenzaba a arraigarse en su pecho. Algo en la mirada de la diosa había cambiado, algo que insinuaba que lo que iba a decir ahora sería incluso más importante, más aterrador. La diosa fijó sus ojos luminosos en Casandra, su expresión imperturbable, pero cargada de un peso inusual. —Casandra, —empezó, su voz baja pero firme—, tu lucha no termina en Alec. Hay algo mucho más oscuro acechando tras él. Casandra frunció el ceño, un nudo formándose en su estómago. Alec ya era una amenaza enorme, con su brutalidad, sus secuaces, y su ansia desmedida de poder. ¿Qué más podía haber? —Alec no está solo en su ambición de dominar tu manada y extender su tiranía. Está aliado con un mal an
Casandra permanecía tumbada en la hierba, sintiendo el rocío fresco bajo su piel, con la mente aún aturdida por lo que acababa de suceder. La diosa de la luna había desaparecido, dejándola con un mar de preguntas, y esa voz... esa voz profunda y reconfortante que había resonado en su mente, como un eco distante pero vibrante, aún flotaba en el aire.—Sí, estoy aquí.Esa única frase había sido suficiente para hacer que su corazón latiera con más fuerza, un torbellino de emociones, preguntas y dudas golpeaba su interior. Había estado sola tanto tiempo, luchando contra Alec, sus secuaces y la oscuridad que había nublado su vida. Y ahora, un hombre, un extraño, se presentaba como su compañero, como alguien con quien compartiría un vínculo destinado por el destino.—Fénix, ¿qué crees de todo esto?, —preguntó Casandra en silencio, buscando la calma en la voz de su loba, que siempre era un ancla en momentos como este.—Es… sorprendente, —respondió Fénix tras una
Casandra se encontraba junto al lago de la Luna, su respiración aún entrecortada y sus músculos doloridos por el encuentro brutal con Alec. Aunque la regeneración de los hombres lobo era rápida, el daño que había sufrido en esa pelea y la posterior huida aún se sentía en su cuerpo. Su piel aún mostraba rastros de los cortes, moretones y heridas profundas, pero al menos estaba viva. Su espíritu, sin embargo, permanecía firme, fortalecido por su reciente encuentro con la diosa de la Luna. A pesar de las heridas físicas, su mente estaba más clara que nunca.El poder sanador de la diosa seguía flotando en el ambiente, aunque su presencia se había desvanecido. Los pensamientos de Casandra estaban llenos de la misión que le había sido encomendada. Su desconocido compañero, un hombre fuerte, herido y torturado, aguardaba en algún lugar. La diosa no le había dado detalles concretos de dónde encontrarlo, pero sí una pista, una intuición: un rastro etéreo que solo ella, con su conexión
Alanis despertó lentamente, sus sentidos entumecidos por el dolor que había llegado a ser una constante. La oscuridad lo rodeaba, el frío de las piedras bajo su cuerpo maltratado lo mantenía anclado a la realidad. Cada respiración le recordaba la tortura que su cuerpo había soportado durante semanas. Sin embargo, esta vez había algo distinto. Un eco en su mente, una presencia que había sentido en más de una ocasión en los últimos días.—¿Lo sentiste también?, —preguntó Alanis a su lobo, Taranis, cuya presencia poderosa lo mantenía cuerdo, fuerte.—Sí, —respondió Taranis, su voz grave resonando en la mente de Alanis—. Esa mujer. Ha estado intentando llegar a nosotros.Alanis entrecerró los ojos, tratando de comprender lo que había ocurrido. La conexión que había sentido era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes. No era como el vínculo con su manada, ni siquiera como la conexión que compartía con su familia. Esta mujer, quienquiera que fuera,