Capítulo 5: La Trampa de Alec

La luz del amanecer apenas comenzaba a asomar por el horizonte cuando Alec reunió a sus secuaces en el gran salón del castillo. El aire estaba cargado de expectación, un frío silencio que pronto sería roto por la violencia. Los hombres se movían inquietos, sus miradas brillaban con anticipación, conscientes de lo que estaba por suceder. Alec había estado planeando este momento durante semanas, tejiendo su red de manipulación y mentiras para asegurarse de que Casandra no tuviera salida. Hoy sería el día en que la dominaría por completo.

Alec, con su postura imponente y su aura oscura, caminaba con paso firme hacia el centro del salón, su mirada fija en el trono que había usurpado. Cada paso resonaba en el eco de las paredes de piedra, recordándole que todo estaba bajo su control, incluido el destino de Casandra.

Desde el asesinato de su tío y su primo, Alec había reinado como Alpha indiscutido, utilizando el miedo y la violencia para mantener a la manada sometida. Pero Casandra había sido una espina clavada en su costado desde el principio. Su fortaleza, su voluntad indomable, y su rechazo constante a someterse a él lo consumían de ira y deseo. Pero eso cambiaría hoy.

Con una sonrisa perversa en el rostro, Alec giró hacia sus secuaces, que lo miraban con una mezcla de admiración y temor.—Hoy —comenzó, su voz resonando con una autoridad gélida—, vamos a poner fin a la resistencia de Casandra. La he esperado durante demasiado tiempo, y esta noche finalmente será mía. No solo la marcaré como mi hembra, sino que lo haré delante de todos ustedes. Quiero que vean cómo la Beta más fuerte de esta manada se quiebra bajo mi poder.

Los murmullos entre los hombres aumentaron, ansiosos por presenciar lo que prometía ser una humillación pública. Alec había reunido a su círculo más cercano de secuaces, lobos tan crueles y despiadados como él. Ellos estaban dispuestos a seguirlo en cualquier plan, por retorcido que fuera, siempre y cuando pudieran satisfacer su sed de poder y violencia.

Ronan, un lobo fornido y de mirada maliciosa, se adelantó, su rostro iluminado por una sonrisa torcida.

—¿Estás seguro de que la controlarás esta vez, Alpha? Casandra ha demostrado ser difícil de domar —dijo, su tono burlón. Aunque le gustaba ver la crueldad de Alec, también disfrutaba de sus fracasos previos con la feroz Beta.

Alec lo miró con frialdad, sin dejarse intimidar por la duda en sus palabras.

—Esta vez no fallaré —respondió con seguridad—. Ya he debilitado sus defensas, y está más vulnerable que nunca. Casandra está malherida tras su última batalla. No tiene escapatoria. Hoy la tomaré, y cuando termine con ella, sabrá que no es más que una esclava bajo mi dominio.

El tono de Alec no dejaba lugar a dudas. Este no era solo un acto de violencia o posesión. Era una declaración de poder, una que resonaría por toda la manada. Sabía que someter a Casandra públicamente sería el golpe final para cualquier atisbo de resistencia en True Blood.

Los hombres a su alrededor asintieron, compartiendo la perversión de su líder. El salón se llenó de un ambiente oscuro, cargado de morbo y sed de violencia.

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Casandra, por su parte, no era ajena a los movimientos de Alec. Aunque no conocía los detalles exactos, había sentido durante días que algo grande estaba por suceder. Estaba agotada, tanto física como mentalmente, tras semanas de lucha continua. Los intentos de Alec por someterla se habían vuelto cada vez más agresivos, y aunque hasta ahora había logrado evadirlo, sabía que sus fuerzas comenzaban a flaquear.

Su cuerpo estaba cubierto de heridas de la última batalla en la que había sido forzada a participar, una pelea injusta contra varios secuaces de Alec. Aunque había ganado, lo había hecho a un alto costo. Cada movimiento le causaba dolor, pero su orgullo y fortaleza no le permitían mostrar debilidad. No le daría esa satisfacción a Alec ni a su círculo de lobos.

Esa tarde, mientras trataba de recuperarse en su cabaña, sintió un presentimiento oscuro que la perturbó. Algo no estaba bien. Y entonces, lo vio. Alec entró en su refugio, acompañado de varios de sus secuaces. Los ojos de Casandra se encontraron con los de él, y supo de inmediato que estaba en problemas.

—Vaya, vaya, Casandra —dijo Alec con una sonrisa malévola—. Parece que finalmente estás en tu punto más débil. Ha llegado el momento de que te pongas en tu lugar.

Antes de que pudiera reaccionar, los secuaces de Alec la rodearon. Intentó luchar, pero estaba demasiado débil. La golpearon con fuerza, la redujeron rápidamente, y entre varios la arrastraron fuera de la cabaña, mientras Alec observaba con una satisfacción sádica.

—Sabía que hoy sería tu día de rendición —dijo Alec mientras la observaba con ojos llenos de lujuria y poder—. No importa lo fuerte que hayas sido antes. Esta noche serás mía.

Los lobos la llevaron al gran salón del castillo, donde Alec ya había preparado el escenario. El salón estaba iluminado por antorchas, creando una atmósfera siniestra. Los secuaces formaron un corro alrededor de Casandra, dejándola en el centro, herida y debilitada. Alec avanzó con lentitud, deleitándose en su vulnerabilidad.

—Mírala —dijo Alec, dirigiéndose a sus secuaces—. La orgullosa Beta, la loba indomable. Pero ahora está donde siempre debió estar: a mis pies.

Casandra intentó levantarse, pero el dolor en su cuerpo era insoportable. Sabía que Alec planeaba algo terrible, pero no podía permitir que la dominara sin luchar. Respiró con dificultad, su cuerpo temblando mientras intentaba mantener la cabeza en alto.

—Eres un cobarde, Alec —escupió, su voz débil pero llena de veneno—. No eres más que un traidor que no pudo ganarse su lugar de manera justa. Necesitas rodearte de tus perros para sentirte poderoso.

Alec sonrió con frialdad, sin inmutarse por sus palabras.

—Eso es lo que siempre me ha gustado de ti, Casandra —dijo mientras avanzaba hacia ella—. Incluso cuando estás derrotada, sigues mostrando esos colmillos afilados. Pero hoy los perderás.

Con una velocidad repentina, Alec se inclinó sobre ella y desgarró su ropa, arrancando su blusa y exponiendo su piel desnuda a la fría atmósfera del salón. Los lobos a su alrededor observaron, sus ojos llenos de una mezcla de deseo y crueldad. Alec, saboreando cada segundo de su control, la sujetó con fuerza por la muñeca, inclinándola hacia él mientras ella luchaba débilmente por liberarse.

Casandra intentaba contener el pánico que comenzaba a crecer en su pecho. Su mente corría en mil direcciones, buscando una salida, una forma de escapar, pero su cuerpo apenas respondía. Alec estaba demasiado cerca, su respiración cálida y repulsiva en su cuello, mientras sus secuaces observaban, algunos riendo, otros simplemente esperando el momento en que la resistencia de Casandra se desmoronara.

—Hoy —dijo Alec con voz ronca—, te marcaré como mi hembra. Serás mía, y toda la manada lo sabrá. Esta es tu última oportunidad de resistirte.

Pero Casandra no respondió. Sabía que las palabras serían inútiles en ese momento. No lo dejaría ganar sin una última lucha.

Los dedos de Alec se deslizaron por su piel, marcando cada centímetro de su cuerpo con posesividad.

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