Capítulo 3

-Annabel-

–Pues sí. Eso era. 

–¿Por qué soñarías con un perro? –Mi tía estaba igual que yo. Completamente confundida. –¡Ni siquiera te gustan!

–Pero el nombre… Vera… me resulta familiar. Es como si no fuera la primera vez que lo escucho. 

–Lo puedes haber escuchado en cualquier parte. Aquí en la academia o en algún viaje. 

–Puede ser. –Dije con duda. Haberlo escuchado en la academia era difícil. Ese nombre no sonaba mucho a alguna bruja. Y en los viajes que hacía con mi tía en vacaciones nunca iba a ningún lado sola. Siempre con ella. –Puede ser que lo haya leído en un libro. 

–Puede ser. –Aunque se notaba que tampoco creía en eso. –¿Te parece si mañana vamos a la biblioteca después de clase y buscamos información sobre ese nombre? 

–Me parece. –La verdad igual me entusiasmaba investigar el tema con ella. Estaba lista para irme cuando una vez más me detuvo. 

–Hoy cena conmigo. Pareciera que cada vez pasamos menos tiempo juntas. 

Eso era verdad. Cuando era más pequeña siempre terminaba cenando con ella, solo este último año me había mantenido más alejada al tener tanto que estudiar.

–Sí.

Cenamos y nos pusimos al día en todo.

–El tema de todas es que el Alfa Oscuro mandó a matar a la familia Crowley.

– Lo sé. –El odio en la mirada de mi tía era profundo. 

–¿Sabes qué pasó? –Indagué. La verdad soy una bruja bastante curiosa y me moria por conocer la historia completa. 

–El domingo de madrugada aparecieron esos salvajes hombres lobos en el pueblo donde vivía la familia. Ellos dormían así que los pillaron de sorpresa. Pobre Samantha…estaba embarazada, ¿Sabías? 

–No tenía ni idea

A mi tía se le llenaron los ojos de lágrimas.

–Si me hubiese avisado a mí… pero no lo hizo. –La voz se le quebró. –No avisó a nadie. Nos enteramos solo porque ese día la fueron a visitar y encontraron todo destruido. 

–¿Entonces iban a por ellos? 

–Por supuesto. –Mi tía me miró como si fuera absurdo pensar lo contrario. –Recuerda que esas cosas son unas bestias salvajes. Solo saben destruir. 

Es verdad. A lo largo de la historia, los hombres lobos han tenido un comportamiento horrible. Son crueles y ambiciosos. Creen que solo ellos pueden gobernar a todos. Que supuestamente ellos son los más fuertes… ¡Una completa mentira! 

–Hay que tratarlos por lo qué son: unos animales. –Suspiró antes de volver a mirarme. –Toma tu té querida. Ya es tarde. 

Al mirar por la ventana me di cuenta que ya estaba todo oscuro afuera. Tomé mi té rápido y me despedí. 

El viaje a mi cuarto fue corto y en este encontré a Dianna.

–¿Se puede saber por qué le contaste a mi tía sobre mis sueños? –Que a mi tía no le diga nada no quiere decir que a Dianna tampoco. –¿Acaso le cuentas todo lo que hago?

–Solo me pareció que tenía que saberlo. –Dianna estaba sentada en su cama con la mirada perdida. 

–Eso lo tenía que decidir yo… ¡No tú!

–¿Qué más da? De todas formas mañana no lo recordarás. 

–¿Qué quieres decir con eso? 

Dianna se quedó en silencio mientras me miraba.

–¡Dime!

–¡Bien! ¡Estoy cansada! ¡Cansada de siempre vigilante! ¡Cansada de esta academia! ¡Cansada de esta vida! Pero no tengo otra opción más que seguir aquí. Nunca podré escapar. ¡Nunca! 

–¿Pero qué estás diciendo? –estaba sorprendida. –¿Qué sucede? ¿Por qué tienes que vigilarme? ¿Por qué no puedes irte? –la verdad es que no entendía nada de lo que decía.

Sin poder evitarlo se me escapó un bostezo. Ya me sentía bastante cansada. 

A Dianna se le escapó una carcajada. 

–Y empezó a hacer efecto el somnífero. Para mañana no recordarás nada. 

–¿De qué hablas? –Por algún motivo sentía que no se estaba burlando de mí.

–Esta no es la primera vez que tenemos está conversación. –Me reveló.– Al principio tenía la esperanza que por algún milagro si recordaras todo lo que te decía y cumplieras tu promesa de ayudarme. Pero ya no. Ya no soy esa niña ilusa. Para mí no hay salvación. 

Me mostró un sello que tenía en el pecho. Un sello de atadura. 

–¿A quién estás atada? 

–¿Aún no te das cuenta? Tú tía no es una santa paloma. 

No… no quería creer lo que me decía. Mi tía no podría haberla convertido en su esclava. 

–No…

–Si… tú tía me hizo esto. 

–Estás mintiendo. 

Me negaba a creerlo. Bostecé otra vez. Ya casi no aguantaba el sueño. Dianna no dijo nada y salió de nuestra habitación. Mi corazón latía como loco… ¿y si era verdad? 

Solo tenía una forma de saberlo. Fui a su tocador y agarré una de sus pulseras. Eso tendría que servir. 

No tenía mucha energía pero tendría que aguantar. Saber si lo que Dianna me dijo era verdad me impulsaba a seguir despierta.  Me concentré y sentí mi magia. Necesitaba ver con mis propios ojos si era verdad. 

Me encontraba de pie junto a una Dianna más joven en la oficina de mi tía. 

–¿Entonces? 

–Murmura en sueños. Habla con alguien. Dice el nombre de “Vera”. –El golpe no lo vi venir. Nunca había visto a mi tía golpear a alguien. Se enojaba sí, pero no para llegar a los golpes.

–Dilo con detalles. No un resumen inutil. 

–Lo siento ama. En cuanto Annabel se durmió empezó a hablar. Primero no entendía nada y después ya empecé a entender solo ese nombre. “Vera”. Le decía que al fin podía conocerla. Que estarían toda la vida juntas. Annabel le dijo que se alegraba de que ella siempre le hiciera compañía.  

Era todo lo que necesitaba. Abrí mis ojos una vez más en la habitación. Mi corazón galopaba. ¿Qué hago ahora? 

No podía dar por supuesto que está sería la primera vez que intentaba recordar. Necesitaba un lugar donde esconder la pulsera de Dianna. ¿Y si revisaba todas mis cosas? En mi mochila estaban los libros de sueños. Podría desaparecerlos si le daba por revisarla. Fui a abrir el cajón de mi tocador y ahí lo ví. En mi muñeca estaba la misma pulsera que tenía Dianna. Fue una que hicimos en segundo año en clase cuando aprendíamos sobre pulseras protectoras. Las dos tenían el nudo de bruja y ambas eran una pulsera de siete nudos, lo único que era diferente era el color. Mientras que la mía era amarilla para que me ayudara con mis estudios, la de Dianna era verde que representaba la esperanza.   

–Lo mejor es esconderte a simple vista. –Murmuré. No podía perder esa pulsera. Me serviría para recordar, no sería lo mismo que si tocara a su dueña, pero serviría. 

Puse mi pulsera en su tocador y la de ella en mi muñeca. Esperaba que funcionara. 

Con pequeños pasos fui hasta mi cama y me recosté sin desvestirme. Ya no aguantaba más el sueño.

El bosque. 

Ese mismo bosque que por tercera noche me hacía compañia. Ya no esperé a que mis ojos pudieran distinguir detalles, tan solo corrí…

Desperté.

Un nuevo día de clases y sentí que había dormido de maravilla.

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